El teólogo José Antonio Sayés habla sobre Satanás, según la fe de la Iglesia.
Hablar
hoy del demonio y del infierno supone, en general, para los sacerdotes y para
los mismos teólogos, un tema espinoso. Don José Antonio Sayés, profesor de la
Facultad de Teología del Norte de España y autor del libro El demonio,
¿realidad o mito?, publicado por Ediciones San Pablo, ha mantenido con Alfa
y Omega esta entrevista sobre el tema.
CUÁL ES LA DOCTRINA CATÓLICA SOBRE EL DEMONIO? ¿POR
QUÉ ALGUNOS AFIRMAN QUE NO HAY QUE CREER EN EL DEMONIO SI NO ES, SEGÚN ELLOS,
DOGMA DE FE?
En primer lugar, hay que decir
que sí es dogma de fe. Está definido en el Concilio Lateranense IV, en el año
1215, respondiendo a la oposición de los cátaros y albigenses, que se habían
instalado en el sur de Francia, y que eran herederos de la concepción maniquea,
según la cual existía un principio absoluto del bien y un principio absoluto
del mal. El Concilio define que el demonio no es un principio absoluto, sino
una criatura limitada creada por Dios, que, por su mala voluntad, se rebeló
contra Él. Eso es un dogma del Concilio Lateranense IV. Ahora bien, yo quisiera
decir que lo importante de una verdad de fe no es que sea dogma, porque un
dogma no es más que una verdad que el Magisterio define, digamos,
definitivamente, porque está siendo negada por una determinada ideología o
teología. Lo importante de una verdad es que se encuentre en la Sagrada
Escritura y en la Tradición, lo que llamamos una verdad de fe divina.
¿ES SATANÁS UNA PERSONA O UN MERO SÍMBOLO DEL MAL?
En el
Nuevo Testamento se habla del demonio 511 veces. Eso quiere decir que es
verdaderamente una realidad, porque de algo meramente simbólico no se estaría
tan pendiente en la Escritura. Pero, sobre todo, si nos fijamos en las palabras
del capítulo 8 del evangelio de San Juan, Cristo lo considera una persona; le
llama Príncipe de este mundo, Padre de la mentira y Homicida desde el
principio. Además, Jesucristo, cuando hace exorcismos, particularmente en
el evangelio de San Marcos, lo trata como una persona: Sal de ahí, yo te lo
digo, Satanás: sal de ahí, y le llama personalmente Satanás. Además, aparece
realmente como el enemigo personal del Reino de Dios que Cristo quiere
instaurar. El Reino es la salvación definitiva que ha llegado con Cristo, y que
nos libera del pecado y de la muerte y nos introduce en la filiación divina. El
enemigo de este Reino no son las legiones romanas. Jesucristo no dice: El
Reino de Dios ya ha llegado porque empiezan a marcharse los romanos, sino
que, si yo expulso a los demonios con el dedo de Dios, es que el Reino de
Dios ha llegado. Es un logion (dicho de Jesús) tan primitivo, de los
más primitivos de las fuentes de los evangelios, que ni siquiera el mismo
Bultmann lo niega. Jesucristo, además, se presenta en una parábola como el
más fuerte que desposesiona de su poder al fuerte, a aquel príncipe
de este mundo del que nos libera en la muerte. Y precisamente dice Jesucristo,
en un párrafo estremecedor del evangelio de San Juan: Ahora el príncipe de
este mundo es echado fuera. Cuando yo sea levantado hacia lo alto, atraeré a
todos hacia mí. Cristo, pues, tiene conciencia de liberar una batalla
personal con el demonio, de tal manera que esa batalla comienza con las
tentaciones en el desierto, con las cuales el demonio quiere desviar a Cristo
del camino de obediencia que le lleva a la Cruz, prometiéndole un triunfo en el
sentido mesiánico de los judíos, y esa lucha dura hasta la Pasión. De manera
que san Lucas dice, en el capítulo 4 de su evangelio, a propósito de las
tentaciones, que le dejó hasta otra oportunidad, que es precisamente
cuando Jesucristo está ya en la oración de Getsemaní.
EN LAS RELIGIONES ANTIGUAS, LA CREENCIA EN EL
DEMONIO ERA BASTANTE COMÚN. ALGUNOS, POR ESO, ARGUMENTAN QUE JESUCRISTO NO HIZO
SINO ADECUARSE A LA CULTURA DE SU TIEMPO PARA HACERSE ENTENDER POR SUS
CONTEMPORÁNEOS.
La pregunta es muy pertinente,
pero la respuesta es clara: Jesucristo no se adecua nunca a la cultura de su
tiempo cuando piensa que está equivocada. Por ejemplo, según la cultura de su
tiempo, tendría que honrar a los fariseos, y no lo hace: exalta a los publicanos,
a los samaritanos, coloca a la mujer en un puesto que en su cultura no era
aceptable (tiene amigos y amigas, como Marta y María, lo cual era inédito en
una persona de bien en aquel tiempo). Rechaza, por ejemplo, la negación de la
resurrección que tenían los saduceos. Nunca respeta las costumbres de su tiempo
cuando las cree equivocadas. Ahora bien, sabemos que en la apocalíptica
apócrifa judía, en el primero y cuarto libro de Esdras y en el primer libro de
Enoc, se habla muchísimo del demonio, pero desde un punto de vista teorético:
cuántas clases hay de demonios, la jerarquía que hay entre ellos, los nombres
que tienen...; todo eso no aparece en absoluto en los evangelios. En el
Evangelio hay algo radicalmente original: el demonio aparece como el opositor
del Reino que Cristo quiere instaurar, aquel que puede perdernos; no interesa
ni su número, ni sus nombres: sólo se da el nombre de Satanás. Es algo
radicalmente original, porque aparece como el enemigo personal del Reino y de
la salvación que Cristo quiere instaurar.
¿POR QUÉ LA TEOLOGÍA ACTUAL HABLA POCO DEL DEMONIO?
Ciertamente habla poco. Los
sacerdotes, en efecto, muy poco. En primer lugar, por ignorancia. Y además hay
miedo, una especie de complejo ante el mundo actual, pensando que si nosotros
seguimos hablando del demonio, nos van a decir que ése es un lenguaje mítico, y
nos van a rechazar. Hay un complejo detrás de la teología y de los sacerdotes.
Sin embargo, el Magisterio actual ha hablado muchísimo del demonio: el Concilio
Vaticano II habla 18 veces del demonio, en unos textos que realmente
estremecen, como cuando dice, por ejemplo, que en el bautismo hemos sido arrancados
de la esclavitud del Maligno para vivir en la libertad de los hijos de Dios,
siguiendo textos de la Tradición de la Iglesia. Pablo VI pronunció una frase en
1972, cuando se hizo esta pregunta, el día 29 de junio, en la basílica de San
Pedro: ¿qué pasa en la Iglesia, que nos las prometíamos felices en el Vaticano
II, y ahora estamos inmersos en una tremenda confusión? Esto es el humo de
Satanás que ha entrado en la Iglesia, respondió. Lo recuerdo, ya que yo era
entonces estudiante en Roma: todos los periódicos ridiculizaron la figura del
Papa, salían caricaturas de demonios con cuernos y tridentes. Pablo VI, que era
un hombre tímido, sufrió muchísimo. Pero después, ese mismo año, el 15 de
noviembre, dio una catequesis sobre el demonio magnífica, que quizás sea la
página más bella, más dramática, más profunda que se haya escrito nunca sobre
el demonio, y que en la Iglesia la mayoría desconocen.
Con esto
del humo de Satanás, no recuerdan lo que le pasó a León XIII: en la misa
del rito de San Pío V, que nosotros rezábamos hasta hace treinta años, había
una oración en latín pidiéndole a san Miguel Arcángel que nos librara de las
asechanzas del demonio. Esa oración, que se decía en todas las misas de toda la
Iglesia católica, la introdujo León XIII como consecuencia de una visión que
tuvo haciendo la acción de gracias después de la misa, según la cual habría un
tiempo en que el demonio entraría en la Iglesia y sembraría la confusión.
Impresionado por aquella visión, tomó lápiz y papel y escribió esta oración
poniéndola, como digo, en la liturgia de toda la Iglesia. Luego, el Catecismo
de la Iglesia católica, que es la recopilación más reciente de la fe de la
Iglesia, hace sobre el demonio una exposición muy amplia y muy profunda; tanto,
que al comentar las peticiones del Padrenuestro, en la parte última del Catecismo,
interpreta la frase líbranos del mal como líbranos del Maligno, porque,
efectivamente, el griego apo tou ponerou utiliza el término masculino, y
hay que traducirlo del Maligno, como dicen todos los exégetas.
¿CUÁNDO DIRÍA USTED QUE ESTA CONFUSIÓN SOBRE LA
DOCTRINA DEL DEMONIO SE HA METIDO EN LA IGLESIA?
Yo creo que en el postconcilio.
No en el Concilio, que habla claramente del demonio, sino en el postconcilio,
cuando la teología adquiere, digamos, una dimensión mucho más positiva, más
bíblica, más patrística, teniendo en cuenta la historia del dogma, no meramente
especulativa; pero por otra parte, como decía antes, esa teología se hace con
un cierto complejo ante el mundo moderno, y lo que hay sobre este tema es
realmente una tremenda ignorancia.
¿No cree que ha habido una cierta relajación
espiritual que hace que se predique poco sobre la lucha espiritual contra el
mal?
Exacto. Pero no hay ninguna vida
de un santo, absolutamente ninguna (podríamos citar a santa Teresa, a san Juan
María Vianney...) en que no haya habido una lucha personal contra el demonio. Y
esto, en la vida espiritual de una persona cristiana, aunque no tenga visiones
del demonio, hay un combate espiritual contra el Maligno, como lo tuvo Cristo
desde el principio.
¿POR QUÉ TAMPOCO SE HABLA DEL INFIERNO?
Por las mismas razones por las
que he dicho que no se habla del demonio. Porque hay una tremenda ignorancia, y
porque se piensa que el mundo nos va a rechazar. Lógicamente, antes se hablaba
del infierno de una forma tremendista, metiendo miedo. Ahora se ha pasado de
aquella forma amenazadora a un silencio absoluto. Pero el infierno, vuelvo a
decir, está en toda la tradición de la Iglesia, está por supuesto en el Nuevo
Testamento, y muy bien recogido en el Catecismo de la Iglesia católica.
Hay un
complejo de hablar del infierno. Se está empleando hoy en día la idea que
expresa más o menos von Balthasar en su libro ¿Qué podemos esperar?, en
la que él defiende que podemos esperar, basándonos en textos bíblicos, que
todos nos hemos de salvar. Pero von Balthasar se fundamenta en dos textos, Rom
5, 12-21 y Jn 12, 31, que no se refieren en absoluto a la salvación definitiva.
Yo quedé sorprendido al ver que su argumentación la apoyaba en esos textos. Se
olvidan otros como Lc 13, 22, en los que dice Cristo: Ancha es la puerta que
lleva a la perdición y estrecha la puerta que lleva a la salvación. Muchos
querrán entrar por ella y no podrán. De lo que se deduce que habrá
condenados, aunque la Iglesia no sabe ni cuántos ni quiénes.
¿CÓMO ES POSIBLE QUE HOY SE HABLE MÁS DEL DEMONIO
FUERA DE LA IGLESIA QUE DENTRO DE ELLA?
Sí, es curioso. Dijo el cardenal
Ratzinger recientemente que fue el cristianismo el que quitó el miedo a los
demonios, porque el cristianismo presenta la figura del demonio como una
realidad, una persona, limitada, que tiene un poder limitado y que ha sido
vencida por Cristo. El cristiano no tiene por qué tener miedo. Ahora bien, en
la medida en que se pierde la fe en Cristo, vuelve el miedo a los demonios. Y
en el mundo hoy hay una especie de miedo mezclado con morbo, con curiosidad. Es
curioso que, a veces, las verdades -ya lo dice la Escritura- no nos las debemos
a nosotros: Dios puede sacar hijos de Abraham de las piedras.
¿NO CREE QUE LA OBSESIÓN POR EL DEMONIO EN LA
SOCIEDAD ESTÁ EMPEZANDO A ADQUIRIR TINTES HASTA MORBOSOS?
Efectivamente, en muchos casos
resulta morbosa esta obsesión. Pero si la Iglesia fuera valiente, si nosotros
los teólogos fuéramos valientes, presentaríamos al demonio justamente en su
sitio, es decir, como criatura limitada y vencida por Cristo, y a partir de ahí
enfocaríamos el problema. Si hay miedo a la verdad, efectivamente hay morbo y
todas las degeneraciones. Y la verdad es la que nos hace libres.
¿CUÁL ES LA ACTUACIÓN DEL DEMONIO HOY?
Yo muchas veces me pregunto: si
fuera el demonio, ¿qué haría hoy? Evidentemente, no haría muchas posesiones
diabólicas, porque en un mundo descreído como el nuestro inducirían a creer. Yo
haría dos cosas: convencer al clero de que la oración no es tan importante como
se decía en otro tiempo, y sembrar la confusión en la Iglesia. Las posesiones
diabólicas se dan; yo, en mi libro sobre el demonio, cito dos casos de posesión
diabólica, uno de ellos ocurrido en España, que me fue relatado por testigos
directos, entre ellos el propio exorcista que lo expulsó. Pero las posesiones
son escasas, sobre todo en el terreno de los bautizados; son mucho más
frecuentes en territorios de misión, donde el bautismo no se ha extendido
todavía, porque indudablemente el bautismo tiene un gran poder exorcista. El
demonio, efectivamente, está haciendo esto: convencernos para que dejemos la
oración y sembrar la confusión.
Inma Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario