Antes, como lo de tener hijos era algo natural, había menos exigencias. Ahora, desde lo de la paternidad responsable, los hijos te pueden pedir cuentas sobre si has sido suficientemente responsable a la hora de tener determinado número de ellos.
La
cuestión se formula en los siguientes términos: si usted tiene demasiados
hijos, no les puede dar lo mismo que si sólo tiene uno, dos…, como mucho tres.
Incluso hay sesudos sociólogos que cuantifican muy bien el problema, hasta con
fórmulas algebraicas. Por ejemplo: si usted pertenece a la clase media, o es
funcionario público, o ejerce una profesión liberal, o es dueño de un establecimiento
comercial, y tiene dos hijos, podrá darles estudios superiores, subvencionarles
cursos de inglés en el extranjero y pagarles la entrada de un piso de dos
habitaciones, salón comedor y cocina. Es decir, les facilita el ser felices de
mayores. Pero si tiene tres, ya no podrá pagarles la entrada del piso, y si
tiene cuatro no digamos.
Esta
digresión se me plantea como consecuencia de un artículo escrito hace unos
meses, en el que sostenía que no hacía falta que nuestros hijos supieran montar
a caballo, ni realizar múltiples actividades extraacadémicas para que fueran
felices. Pero cometí la imprudencia de rematar el artículo con una
interrogante: ¿Entonces qué nos aconseja usted? Y efectivamente, algunas
lectoras de TELVA, con encantadora ingenuidad, me preguntan: ¿qué nos aconseja
usted para que nuestros hijos sean felices? Si yo fuera capaz de contestar a
esa pregunta, sería el hombre más sabio del mundo. Para salir del paso suelo
contestar que quererlos mucho y que ellos se sepan queridos.
Pero en un
coloquio en el que me tocó participar recientemente, una de las asistentes, no
conforme con tan elemental respuesta, insistió en saber cómo había que
quererles, y si se podía querer lo mismo a muchos que a pocos hijos, y hasta
qué punto el exceso de hijos no limitaba sus posibilidades formativas, ni les
privaba de un razonable bienestar material. Un lío. Lo único que quedó claro es
que en los tiempos que corren el problema no es de exceso de hijos, sino de
defecto, sobre todo en España, en el que ustedes las mujeres están quedando
fatal en lo que a fecundidad se refiere, con una tasa del 1,6, la más baja de
la Comunidad Europea.
A tal
extremo han llegado las cosas que, según una encuesta realizada por la
Universidad de Valencia, lo que más echan de menos los niños españoles son
hermanos con quienes jugar. Eso ya lo tenía comprobado yo en mi familia, y en
las familias colaterales que arrancan del mismo tronco. Cada vez que alguna de
las mujeres de mi vida se queda en estado se produce una auténtica conmoción, y
cuando el niño nace, el estallido de alegría es épico. Una de mis hijas mayores
ha tenido dos hijos, y como tiene serios problemas para tener más, ha iniciado
complejos trámites para adoptar niños colombianos. ¿Por qué colombianos? Porque
hay más y hasta se pueden adoptar de dos en dos. Esto último es lo que
pretendía mi hija, pero su marido le ha convencido que es mejor probar de uno
en uno. Los que más encantados están son sus dos hijos (de 14 y 12 años), ante
la idea de tener un nuevo hermano. A mí, dado el amor que tengo por aquellos
países, no me desagrada la idea de convertirme de la noche a la mañana en el
abuelo de un indito chibcha, guajiro o mulato.
¿Qué
pasa?, podrían preguntarme, ¿es que es usted partidario de la familia numerosa?
En esta ocasión sí tengo respuesta: ni soy ni dejo de ser, pero vivo inmerso en
ella por los siglos de los siglos. Nací el pequeño de nueve hermanos y, a su
vez, he tenido nueve hijos. Por tanto, sólo sé cómo se vive en el seno de
familias numerosas, y mi impresión es que no se vive mal del todo. A veces la
convivencia resulta compleja, ardua, pero en ningún caso aburrida.
Volviendo
al tema que nos ocupa: ¿qué hace falta para que los hijos sean felices? Pues,
según la citada encuesta de la Universidad de Valencia, ya hemos visto que hace
falta que tengan hermanos, pues si no, sobre todo en las grandes ciudades, se
sienten aislados y acaban buscando la compañía que menos les conviene: la de la
televisión indiscriminada. Pero según el mismo estudio, el 98 por 100 de los
niños encuestados (entre 4 y 14 años) lo que más les atrae es estar con sus
padres. Y aquí viene la gran paradoja: muchos padres bien intencionados, pero
un tanto despistados, se pasan mucho tiempo fuera de casa, trabajando, y no
quieren tener más de uno o dos hijos, para poder darles de todo. De todo menos
lo que parece ser que los niños quieren: más hermanos y más compañía suya.
José Luis
Olaizola
HIJOS MENORES: EL BENJAMÍN
La fama de los benjamines de la familia da que pensar: súper estimulados por
sus hermanos, muy queridos por todos, simpatiquísimos, seguros de sí mismos, en
ocasiones criados en un mundo de grandes.
Varios
años como educadora le han permitido apreciar a Margarita María Ochagavía
ciertas características de los hijos menores.
"En
general son niños seguros de sí mismos, Suelen ser educados por papás más
relajados, que han aprendido a discriminar lo que vale la pena y que no les
exigen tanto como a los hijos mayores. Eso sí, hay que reconocer que a veces se
relajan demasiado con la disciplina.
El ROL DE LOS HERMANOS:
"Los
menores suelen ser niños muy queridos y sus hermanos los estimulan todo el día,
les hablan, les ayudan a caminar.. En el colegio los mayores los van a ver un
ratíto a la sala o estando en la fila los saludan junto a sus amigos; todo eso
es fantástico para ellos".
Fernando
Espina, cirujano pediatra hernato?oricólogo, es el menor de cuatro hermanos. Y
aunque no existe gran diferencia de edad con el que le antecede, él siente que
ocupó el lugar del "benjamín" en la familia. Esto, reconoce,
"era muy cómodo porque se me perdonaban cosas que a los mayores se les
exigían; pero a la vez, me costaba más hacer valer las propias ideas porque
siempre me consideraban el más chico".
También
tuvo privilegios, pero esas preferencias tenían su costo. "Cuando
jugábamos a los vaqueros, yo era el que tenía que morir primero. Nunca pude ser
el jovencito bueno y siempre me tocaba ser el indio, el mozo, o el perro,
porque el papel de bueno de la película estaba reservado para los más
grandes".
TOMAR NOTA
Si bien
no hay una situación única, ni cánones establecidos, el psicólogo Francisco
Parr aclara que no todo es ventaja:
Si se
trata de una diferencia de años importante con sus hermanos (cuatro años o más)
puede costarle más marcar su identidad: cuando los hermanos son seguidos, se
miran entre ellos y se van diferenciando. En cambio, cuando la distancia es
mayor hay menos instancias para defender lo que realmente les gusta, mostrar
rasgos personales como si son o no tolerantes…
En cuanto
a los papás, hay veces en que este hijo recibe un trato de exclusividad, tipo
hijo único, y el error está en no discriminar que hay espacios íntimos de los
adultos y momentos reservados para los hermanos grandes.
Dicho más
directamente: pueden ser "desubicados". Un ejemplo esclarecedor: un
grupo de adultos está conversando, el chico interrumpe y sin más, empieza a
contar de su bicicleta, acostumbrado a tener todos los ojos encima.
En el
hijo menor de padres muy mayores puede surgir la fantasía de no crecer, y transformarse
así en un eterno niño grande. Incluso hay papás que lo incentivan con frases
como "quédese niño, no crezca".
La
independencia y autonomía también son aspectos que pudieran tambalear. Padres
excesivamente presentes, crían hijos pusilánimes y cómodos.
El tema
de las normas es todo un desafío para los padres de estos niños. Les cuesta
darles un "no" y les aplauden cuanto realizan. Esto, puede volverlos
muy queridos y seguros de sí mismos, pero también puede revertir en personas
narcisistas, que no tolerarán jamás una crítica.
LAS VENTAJAS
En
general suele darse el que pertenezcan a familias con bastantes hermanos, lo
que es muy apreciado en psicología, porque estimula la generosidad, la
paciencia, el respeto.
Son niños
que reciben gran afecto, lo que les da una positiva seguridad en sí mismos.
Como sus hermanos son más grandes, ellos no sufren celos. Los hijos mayores
tampoco rivalizan con él, porque ya han crecido.
La doble
paternidad de padres y hermanos los llena de cariño. Incluso hay situaciones en
que se aprecia una cierta competencia de padres/ hermanos por querer a este
personaje.
En cuanto
a la relación con los padres, estos hijos gozan de una verdadera panacea:
padres experimentados, y sin ansiedades. Además, suelen estar más asentados en
términos económicos y laborales, lo que les da calma e incluso mayor y mejor
tiempo para compartir con ellos.
El
benjamín de la familia crece en un ambiente multifacético, en un mundo donde
muchas preguntas ya han sido respondidas. Esto le permite participar en
pensamientos más completos y complejos. Su nivel de convivencia es más
abundante: en su casa entran y salen los amigos de sus hermanos y así, suelen
crecer en un mundo mucho más abierto.
Si el
“Benjamín” es aprensivo con su salud
-
Escuchar al niño que se queja, pero teniendo en cuenta que a esta edad es muy
manipulador. Preguntarle dónde le duele y desde cuándo.
-
Verifique si los dolores desaparecen el fin de semana.
- Si el
dolor aparece antes de ir al colegio, déle la sensación de que se preocupó por
él para que se vaya tranquilo. Si, por ejemplo, alega que tiene dolor de
estómago, prométale que cuando vuelva de la casa va a tomar té en vez de leche
y podrá comer dulces.
- Muchas
veces el niño requiere atención, pero hay que dársela sin crear un
hipocondriaco.
- Tampoco
le exija al niño que nunca se queje, pues no falta el estoico que no dice nada
hasta que está realmente grave.
- Si se
da cuenta de que e¡ malestar no tiene una causa orgánica, averigüe si hay algo
en el entorno del niño que le produce tensión.
- Esté
atenta a síntomas importantes como: palidez, vómitos, disminución de¡ apetito,
desánimo, falta de ganas de jugar… Será su pediatra quién deba discriminar si
el "achaque" tiene o no raíz orgánica.
EL HIJO DE ENMEDIO: EL
SANDWICH
El siente que sólo recibe las migajas del cariño de sus padres, quienes vibran con los logros del primogénito y las gracias del hermano menor.
No hay
padre que no se fascine con su primer hijo y su nacimiento echa a rodar un
momento vital maravilloso, lleno de planes y sueños.
Pero la
inexperiencia obvia de nunca antes haber ejercido como papá o mamá, hace que
ambos actúen ansiosos, lo presionan para que hable y camine lo antes posible,
inseguros – ¿habré sido muy dura con él?, e impredecibles en su comportamiento,
lo retan y al segundo siguiente lo abrazan.
Sí,
frecuentemente se exagera con el primer hijo y éste carga con todas las
expectativas familiares, asumiendo que debe cumplir bien su rol.
Por eso
en general, los hijos mayores son responsables, meticulosos, sobre-exigidos y
autoexigentes. Cada uno de sus logros es ampliamente celebrado y comentado.
En cambio
los menores son queridos por ser lo que son: "benjamines". Las madres
muchas veces confiesan tratarlos con actitud de "abuela". Es decir,
lo regalonean y no le exigen. En efecto, cuando llega un hijo luego de varios
otros, la mamá ya no está apurada en sacarle los pañales, en que hable o
camine.
Sabe que
eso ocurrirá de todas formas, porque ¡todos los niños hablan y caminan algún
día! Así, con padres menos ansiosos y más consistentes, pues ya han aprendido,
ese menor crece lleno de afecto y en un ambiente de libertad, sintiendo el amor
incondicional de sus papás, seguro de sí mismo.
¿Y YO, EL DEL MEDIO?
En este
contexto se inserta el hijo del medio, el sándwich.
Su realidad
varía notoriamente de acuerdo a las circunstancias. Imaginémoslo en la peor
situación: el hermano mayor es hombre, él es hombre también, y la que lo sigue
es niñita. El mayor seguirá llamando más la atención del papá y los abuelos, y
la mamá se volcará al más pequeño de la familia. El segundo entonces optará por
competir con el mayor. Querrá jugar tenis como él y querrá superarlo, objetivo
que difícilmente logrará, puesto que no tiene la madurez ni la edad para eso.
Se sentirá disminuido porque siempre habrá otro que hará las cosas mejor que
él. Por ejemplo, si quiere tomar el papel de hermano mayor respecto de los
chicos tampoco le resultará con propiedad, ya que el mayor tiene ese rol por
derecho propio.
Por otro
lado, la actitud del niño del medio con el menor, será la de hacerse el bebé.
Sin conseguirlo tampoco, pasará a ser el "catete" de la casa.
ENVIDIA Y CELOS
Pero en
familias muy sobreprotectoras o muy ansiosas, ser el segundo puede constituir
un alivio.
Mientras
el mayor y el menor concentran expectativas y aprensiones, el del medio crece
más libre y no está en el ojo avizor de los padres. Esto será bueno, siempre y
cuando la actitud no sea percibida por el niño como abandono o falta de
preocupación hacia él. Porque hay que tener presente que un niño es sándwich si
no logra hacerse un espacio propio como individuo diferente a sus hermanos.
Cuando
las familias resuelven mal esta situación el niño del medio derivará en
actitudes de envidia y celos hacia sus hermanos. El mayor siempre será el
exitoso y por eso el segundo tratará de desarrollar aquellas habilidades que le
han dado triunfos a su hermano. Sus propios talentos los postergará, buscando
asemejarse al mayor. Lo cual es grave, ya que querrá ser lo que él no es y en
la vida se equivocará en elegir.
El asunto
pasa a tener ribetes patológicos si ese hijo tiene problemas para relacionarse
con sus hermanos y sus amigos del colegio. Es decir, si siempre se siente
postergado y no aprende a compartir; si se siente incapaz de competir y de ganarse
un espacio; si tiene problemas de adaptación y pasa "chupado" o se
convierte en el payaso permanente del curso o de la casa con tal de llamar la
atención.
¿CÓMO RESOLVERLO EN FAMILIA?
-
Otorgándole un afecto incondicional. Aún más si presenta algún problema de
aprendizaje.
-
Dedicándole tiempo. Así se lo conocerá y se lo podrá potenciar en sus talentos.
- Dándole
alguna tarea específica en el hogar en la que se sienta cómodo. Con
responsabilidades, el niño tendrá un lugar en su casa. Se sentirá participando
e importante.
- Nunca
sobrevalorar la capacidad afectiva del niño para arreglárselas solo. Si a un
hijo de cinco años la mamá le dice: "Tú eres grande, puedes hacer solo la
tarea mientras atiendo al bebé", es seguro que el niño no acepta bien esta
situación. "Fulanito ya es grande y entiende" dicen los padres.
Efectivamente "fulanito" entiende intelectualmente, lo que no
significa que comprenda emocionalmente. Por eso es un error hacer crecer a los
niños de golpe porque llegó otro hermano, sacarle los pañales o mandarlo al
colegio.
LA TRANSICIÓN DEBE SER GRADUAL
- Hacer
que los hijos formen equipos.
- Evitar
hacerlos competir y por el contrario que aprendan a ayudarse.
- Definir
a los niños por lo bueno que hacen. Reforzar con palabras y a veces premios,
les ayudará a construir una buena autoestima. Al contrario, si los padres se
centran en los defectos estos se agrandarán.
– Tener
la apertura de aceptar niños diferentes. Aceptar los dotes particulares del
niño del medio, ayudándole a crecer.
QUE UN NIÑO SEA Y SE SIENTA
SÁNDWICH ES EL RESULTADO DE LA CONJUNCIÓN DE TRES FACTORES:
El número
de hijos y el sexo.
Porque no
es lo mismo ser el hijo del medio, rodeado de otros del mismo sexo, a ser la
única mujer entre dos hombres.
En el
último caso no pasará inadvertida, puesto que será siempre la única.
LA PERSONALIDAD DE ESE NIÑO
si se
rebela, manifiesta su rabia por el bebé dentro de límites tolerables, lo más
seguro es que sobrelleve bien su calidad de ser el del medio. Lo óptimo es que
ese hijo tenga buena expresión afectiva, que saque para afuera sus
sentimientos. En caso contrario, si es tímido, retraído o simplemente es el
niño que nunca da problemas porque es "muy adaptable", dócil y
tranquilo, hay que poner mucho cuidado. Generalmente el torbellino lo lleva por
dentro, se traga todo y crea así una personalidad condescendiente, de baja
autoestima.
LOS PADRES
Este es
el factor determinante. Unos padres con mayor capacidad de acogida, tendrán
hijos con menor sensación de haber sido desplazados y por lo tanto niños
sándwiches normales. En otras palabras, el número de hijos no es determinante,
sino el cómo se los acoge, se los tolera y se los acepta. El niño del medio se
define por el grado de capacidad de los padres de aceptar e incentivar los
talentos particulares de sus hijos. Eso implica ser capaz de conocer a cada
uno, diferenciarlos y nunca compararlos.
UN POCO TARDE
Santiago,
14 años, es el segundo de cuatro hermanos. Esteban, su hermano mayor, siempre
fue la "chochera de sus abuelos". Recibió el nombre que llevaban su
abuelo y su padre. Todos vibraron con sus primeros pasos y con sus logros
escolares. Santiago, como segundo hombre, no fue el regalón de sus abuelos y su
madre tuvo poco tiempo para él, puesto que nació Isabel, quien pasó a ser los
ojos de su madre.
Santiago
se comportó siempre como un niño normal, aunque algo inquieto y "payaso”.
En el colegio andaba arrastrando con las notas, pero a nadie le llamó la
atención, salvo a sus padres que lo retaban por ser tan ”volado".
Inteligente, desvió sus problemas de aprendizaje siendo bueno para el fútbol y
el "choro" de la clase. En la familia se ganó la fama de molestoso y
por eso entre tíos y abuelos el mayor era el preferido. La situación estalló en
el colegio cuando a Santiago no se le renovó la matrícula y fue expulsado por
malas notas y pésima conducta. Los padres perplejos no lo podían creer…
NO POSTERGAR
Hay que
tener especial cuidado con los hijos del medio que sus padres califican de
"ideales", porque jamás dan problemas. Muchas veces esa actitud
oculta una procesión que va por dentro. Puede que ese niño sienta que no tiene
posibilidad de conseguir algo para sí y se posterga.
Cuando
haya oportunidad de dar a elegir puestos en la mesa, en el auto, o en el cine,
pídanle primero la opinión al del medio para que él y su hermano mayor crezcan
sabiendo que en su familia no existe el mayorazgo.
Aunque al
segundo le haya nacido un hermano menor, él sigue siendo niño. Por lo tanto no
hay que presionarlo para que deje el biberón, el chupete y los pañales sólo
para aliviarse la tarea doméstica.
Un niño
puede entender intelectualmente que su madre está más ocupada con el bebé, pero
no afectivamente. No hay que abusar de su capacidad de comprensión.
Hay que
evitar que el hermano mayor humille al menor, descalificándole o burlándose de
él. El mayor debe saber que su hermano cuenta con sus padres y éste, el del
medio, confiar en que el mayor no tiene privilegios en este sentido.
Dejarlo
que se exprese, aunque sea con llantos. Luego converse tranquilamente con él,
asegurándole en palabras acordes a su edad que tiene su espacio y amor
incondicional. Tenga especial cuidado con las abuelas o la nana que dicen
"pobrecito, nadie lo atiende", ya que el niño escuchará esto y creerá
que efectivamente es una víctima.
EL HIJO MAYOR
Como el arado abre surcos, el primogénito abre terrenos jamás pisados por él y por sus padres. Y aunque cueste, hay que evitar que con ese hijo se cumpla el refrán: `echando a perder se aprende".
Aseguran
los especialistas que los primogénitos son los hijos con mayor riesgo
psicológico. Absurda idea, piensan los padres y sobre todo los hermanos
menores. Si nos atenemos a ciertos hechos anecdóticos, el hijo mayor pareciera
ser un privilegiado: acapara casi todos los álbumes de fotos y filmaciones
familiares, muchas veces el nombre de uno de sus papás y se da el lujo de
mandar a los más chicos.
Pero
estas ventajas no son más que aparentes. La realidad es que el hijo mayor está
determinado por una cuestión que por más obvia que sea, no deja de ser crucial:
es el primer hijo de unos padres que nunca han ejercido como tal antes. En
otras palabras eso significa que el primogénito es el depositario de las
expectativas familiares, tiene todos los ojos puestos sobre él, y que los
padres ante él se encuentran, frecuentemente, sin saber cómo hacerlo.
NO ES FÁCIL SER PAPÁ
Aprender
a ser padres, significa sin duda, equivocarse y corregir. Los padres primerizos
son lo que la psicóloga Beatriz Zegers llama "ambivalentes, cambiantes,
poco consistentes". Eso hace que los hijos mayores sean más vulnerables y
ansiosos porque una regla básica de la educación es que a mayor claridad de los
padres, menor es el nivel de angustia.
El
primogénito va rompiendo camino para avanzar en el ciclo de la vida, y con cada
paso cuestiona y desafía a los padres a dar una respuesta nueva y adecuada. No
es sencillo pasar de papá de un escolar a uno de adolescente. Por ejemplo,
decidir el primer permiso para que ese hijo ande solo.
El hijo
mayor pone a prueba a los padres, abre camino, sienta los precedentes para la
educación de sus hermanos y él se da cuenta de esto.
ERRORES CLÁSICOS
LUCIRLO COMO TROFEO:
Con su
natural regocijo los padres se olvidan de respetar el ritmo de desarrollo del
niño. Quieren que camine a los diez meses, para que controle antes los
esfínteres lo sientan desde los ocho meses en el baño y lo sobreestimulan para
que los nombre lo antes posible. Además se entabla una absurda competencia con
otras madres. Sería adecuado entender que el niño no es un objeto de
vanagloria.
INFANTILIZARLO:
El mayorazgo,
es decir, los privilegios del primero por ser el mayor, está cada vez más de
capa caída, lo que no deja de ser positivo. Lo negativo es que se lo ha
reemplazado por una dificultad de los padres para aceptar que el primogénito es
más grande y está en otra etapa que los otros hermanos. Un típico error es
tratarlo como niño chico para no hacer diferencia con los otros. Por ejemplo,
no dejarlo ver televisión o acostarlo a la misma hora que los menores. Lo justo
en este caso es diferenciarlo de sus hermanos.
ASUMIR DE PADRE:
Es lo que
Beatriz Zegers llama la "parentalización". El niño impulsado por los
padres empieza a asumir como papá y mamá frente a sus hermanos menores, sobre
todo en familias largas con la idea de aliviar de trabajo a la madre. Con este
molde, los hijos mayores son sobreadaptados o sobremaduros, dicho de otro modo,
personalidades muy exigentes y de gran responsabilidad. Les cuesta reconocer
debilidades y agobios y en el futuro pedirán ayuda muy a último momento.
El hijo
mayor puede y debe ayudar siempre que no se barra con su individualidad ni que
sea un sustituto del padre. Ningún hermano tiene la obligación de hacerse cargo
en forma permanente de otro, salvo casos extremos de orfandad o abandono.
SOBREDIMENSIONAR SU RENDIMIENTO
ACADÉMICO:
Generalmente
los niños responsables, autoexigentes y que no expresan sus necesidades
afectivas, se asocian a altos niveles de rendimiento académico. En resumen,
muchos primogénitos son "ideales". Pero eso no asegura el equilibrio
emocional porque viven para los demás y de lo que los demás piensan. Su
seguridad afectiva la basan en el éxito intelectual-profesional acarreando en
el fondo grandes problemas de autoestima.
Mejor
sería relajarlos en su rendimiento escolar y hacerles ver cuánto se los quiere
por otras cualidades como sencillez o alegría.
UN FACTOR DESEQUILIBRANTE
Los
abuelos suelen ser factor de rivalidad entre los nietos. Generalmente sus ojos
son el mayor. ¿Quién no ha escuchado a un abuelo señalar que está en su derecho
el tener preferencias?
Es cierto
que en su corazón pueden tener mayores aveniencias por el mayor, pero ojalá
tomaran conciencia que sus preferencias absolutas por el mayor son fuente de
hostilidad y conflicto entre los hermanos. Además los padres al tratar de
compensar esta preferencia se vuelcan a los otros hijos. Los abuelos establecen
así una cuña en la familia desequilibrando a los propios padres. Puede ser
entendible que los abuelos tengan más cariño por alguno de sus nietos, pero
nunca es aconsejable que eso se exprese.
Aunque no
se puede generalizar, es común que los hijos mayores sean muy obedientes, responsables
y atentos, y en su defecto, poco espontáneos, originales y creativos. A decir
verdad, Beatriz Zegers señala que los mayores crecen con cierto temor, que no
perciben hasta que son adultos. Temor de no cumplir cabalmente con todas las
expectativas de unos, padres que lo adoran y que han hecho "todo" por
él.
De alguna
forma esto se ve reflejado a la hora de elegir alguna carrera profesional. Como
muchos llevan el nombre del padre, se niegan a seguir su misma carrera, sobre
todo cuando son hijos de padres "brillantes". No quieren tener los
mismos profesores que los marcarán desde el comienzo esperando que sean como su
progenitor. Por eso es normal ver a hijos mayores patalear un buen tiempo antes
de aceptar su camino.
¿Y qué
pasa si "fracasan" en sus estudios? Si hay padres con altas
expectativas el fracaso es muy doloroso para el hijo. Además los padres cargan
en el primogénito el peso y la responsabilidad del ejemplo. "¿Cómo quieres
que te financiemos un cambio de carrera? Así el resto de tus hermanos tendrá
más adelante el mismo derecho", espetan los padres. Las relaciones se
vuelven conflictivas.
El hijo
mayor pasa a ser una especie de termómetro de la educación que se dio a los
demás. Si no resultó, son un fracaso como padres y si resultó, un éxito.
"MAYOR, FELIZ Y REALIZADO"
Como los
hijos mayores se sienten exigidos, pero a la vez muy queridos y de hecho lo son
generalmente cumplen con las expectativas de sus progenitores. Se convierten en
buenos alumnos y mejores profesionales, lo que les da gran seguridad en sí
mismos. A la vez tienen toda la materia prima para constituirse en maridos y
padres dedicados y responsables. Es bastante común que ellos cuando se casen
construyan una familia sana y estable, lo que sumado a un buen trabajo ambas
situaciones logradas con su esfuerzo hacen que este primogénito una vez crecido
y con hijos propios se convierta en un hombre realizado y feliz.
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