Hay un viejo dicho que dice:... Piensa
mal y acertarás, y desgraciadamente en la mayoría de los casos el dicho
tiene razón. Pero a pesar de ello, si amamos al Señor, hemos de pensar siempre
bien, de todo y de todos. Si tuviésemos la dicha, de que Señor estuviese aún
entre nosotros, seguramente nos diría: “Habéis
oído decir, que ante cualquier conducta humana, piensa mal y acertarás, pero Yo
os digo, es preferible pensar bien y equivocarse. Porque al debéis de amarlo,
sea el que sea y el nunca pensar mal de él”.
Nadie que de verdad ame a otra persona, piensa mal de ella, porque
confía en ella, ya que el amor genera mutua confianza entre los que se aman. Y
es más, si tiene razones para pensar mal, no importa equivocarse porque el amor
todo lo disculpa”. San Pablo en su primera epístola a los corintios les dice a
estos: “El amor es paciente, es
servicial; el amor no tiene envidia, no es presumido ni orgulloso; no es
grosero ni egoísta, no se irrita; no toma en cuenta el mal. Todo lo excusa,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera”. (1Cor
13,4-7).
No solo es
obligación nuestra hablar bien de todo el mundo sino también pensar bien de
todo el mundo y si hay razones fundadas para que no pensemos bien de alguien,
es preferible pensar bien y equivocarse. Entre otras razones por la más
fundamental de todas y es que si nos equivocamos por pensar bien, el resultado
del orden espiritual que obtenemos a los ojos de Dios, es siempre infinitamente
superior al improbable mal material que podamos soportar por haber pensado
bien.
Si nos
equivocamos pensando bien incluso a sabiendas de que nos pueden engañar, es un
acto de amor al prójimo que hacemos y este jamás se quedará sin recompensa,
bien es verdad que dada nuestra vista y visión de ratones que solo vemos y
miramos a ras de suelo; puede ser que la recompensa no la obtengamos en este
mundo y nos la encontremos arriba, lo cual es siempre mucho mejor porque lo que
pertenece directamente al reino del orden espiritual es decir al reino de los
cielos, es infinitamente superior y de más valía que lo que es producto
material de este mundo El orden espiritual es el de Dios mismo y el material,
es una creación suya.
Me contaron una vez una
historia, que ignoro si será cierta, pero por sus visos si me lo parece y viene
a cuento de lo que estamos tratando. La historia nos dice: ·Que en una ciudad andaluza tomó posesión de
su mitra un nuevo obispo que venia del norte y desconocía las costumbres de la
tierra. A los pocos días de haber llegado, fue el cumpleaños del obispo y se
acercaron al palacio obispal diversas personalidades de la ciudad para
felicitarle, el obispo los recibió en el piso de arriba, ya que era inverno.
Entre paréntesis aclararé, que en Andalucía antiguamente más y ahora menos, aquellas
familias que eran pudientes, vivían en unas casas, con un patio en medio,
haciéndose vida en el verano, en el piso bajo y en el invierno, en el piso alto
que siempre estaba más aislado de la humedad y del frio. Se presentó una
cuadrilla de gitanos bailaores que le dieron un pequeño espectáculo al nuevo
obispo que complacido, lo vio todo desde un balcón del piso de arriba.
Terminado el espectáculo bajo el secretario del obispo y le dijo al Jefe de los
gitanos: Su ilustrísima, les agradece mucho el gesto que han tenido y les envía
su bendición y les tendrá en cuenta en sus oraciones. El gitano con su propio
desparpajo le contesto al secretario: Dígale a su ilustrísima que muchas
gracias, pero que sería mejor si pudiese, darnos la mitad, pero en metálico”.
En definitiva, todo lo
que hasta aquí hemos escrito, todo ello está en el marco del amor al prójimo,
ese mandamiento que el Señor lo elevó a la condición de cuasi primer
mandamiento: “34 Un
precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado,
así que también amaos mutuamente. 35* En esto conocerán todos que sois mis
discípulos: si tenéis amor unos a otros”. (Jn 13,34-35). Es constante la reiteración que el Señor tiene acerca de
este mandamiento. Para él toda persona hemos de considerarla como a él mismo.
Recordar la que Él mismo nos dirá en el juicio final: “….37 Y le responderán los
justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te
dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te
vestimos? 39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? 40 Y el
Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos
mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis”. (Mt 25,37-40).
Amar y servir al prójimo es amar y servir al Señor, que no se nos caigan
los anillos por arrodillarnos y lavar los pies a los demás, porque es a Dios
mismo a quien se lo estamos haciendo. Se cuenta que una de las hermanas de la
congregación de Santa Teresa de Calcuta, que: “Una vez una persona
horrorizada por el asco y la repugnancia de un enfermo al que estaba lavando
una hermana, le dijo a ella: Hermana ni por un millón de dólares haría yo lo
que Vd. está haciendo y ella simplemente le respondió: ni yo tampoco lo haría”.
Por amor a Dios algunos seres humanos hacen lo que no harían por una fortuna
material, tratemos nosotros ser uno de esos privilegiados amigos del Señor.
Tengamos nosotros la
suerte de habernos equivocado por pensar bien, porque ello es un símbolo de
amor a los demás, equivalente a entregarse por amor a nuestro Señor. El apóstol
San Pablo nos dice: “8 Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama
al prójimo, ha cumplido la ley”. (Rm 13,8).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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