Confesar
la fe no es asunto meramente racional. Ponernos de pie cada domingo en misa y
recitar casi mecánicamente el Credo, no nos hace realmente hombres de fe ni
mucho menos cristianos. El Credo es sólo el resumen de las verdades reveladas
contenidas en el Evangelio y transmitidas por medio de los apóstoles. Pero la
adhesión a la fe no se hace únicamente por medio del asentimiento de la razón
sino también por la posibilidad existencial de reverenciar con nuestra voluntad
lo que Dios nos pide.
La fe de Abrahám, Isaac, Jacob, Moisés, María, entre otros, los llevó ante todo a una respuesta efectiva que les permitió una acción positiva del querer de Dios. Abrahám marchó anciano a la tierra prometida en pos de la promesa, Moisés fue a Egipto temeroso por su pasado a rescatar el pueblo oprimido, María expresó su “hágase” al Ángel del Señor; verbos todos que denotan un “ponerse en marcha”.
La fe es una acción y no la simple pasividad para aceptar lo que se nos dice y la reverencia a dogmas revelados por Dios. “Guarda en la mente y en el corazón”, nos recuerda el libro del Deuteronomio, es decir, en el raciocinio, pero además en la voluntad, que no es otra cosa que las ganas de hacer aquello que se sabe.
El otro peligro que acarrea una fe puramente racional es la confesión masificada de ella. “Hermanos, ¿creen en Dios, Padre Todopoderosos, creador del cielo y de la tierra?- se pregunta a los fieles en algún momento de la celebración sacramental-; “Sí, creemos”- se acostumbra a contestar.
Ese “creemos” que podría expresar el sentir de la Iglesia, puede también camuflar a todos aquellos que sin ser en verdad cristianos católicos se dejan llevar por una respuesta que es solicitada por el rito. No hay una fe que sea de masas, de hecho, Jesús nunca se relacionó con masas sino con personas individuales que hacen parte de una comunidad. Independientemente de que seamos un pueblo, un rebaño, una vid, cada uno de nosotros tiene un nombre propio que Jesús conoce letra por letra y cuando se dirige a nosotros lo hace de modo particular.
Las masas suelen ser emotivas y manipulables, por lo tanto, cambiantes. La misma masa que proclamó a Jesús como el “Bendito de Dios, el hijo de David”, aquel día de entrada triunfante a Jerusalén, fue la misma que gritó “crucifixión” pocos días después cuando le estaban juzgando. ¿Cómo podían pasar de un estado a otro en tan poco tiempo? No por simple decepción por la persona sino por la facilidad con que se pueden tomar posturas cuando la masa grita y se agita. Las masas suelen convertirse en turbas y las turbas arrastran a quien no sabe desde su corazón qué es lo que quiere.
La fe es eclesial pero necesita adhesión personal. No se puede vivir de la fe de la abuela ni de los padres es necesaria la confesión personal y la aceptación de la persona de Jesús de modo libre y consciente. La fe exige la respuesta y el sí de cada uno de cara a Dios. La fe de masas vive de supuestos y es ahí donde se tiende a incluir en un grupo a quienes parecen pero no lo son en verdad; de hecho, Judas el Iscariote, parecía ser de los de Jesús, pero al final mostró que su corazón no estaba con él.
La gracia recibida en el Bautismo necesita ser renovada permanentemente por medio de los demás sacramentos, especialmente la Reconciliación y la Eucaristía y dar el salto de la razón que acepta a la voluntad que ejecuta.
De esta manera la Iglesia dejará de ser una masa ingente para convertirse en una comunidad conformada por personas identificables que han vivido la experiencia de intimidad con Jesús y no lo ven como un simple legislador sino como alguien que es capaz de generar un nuevo modo de ser, de actuar, de vivir. La fe no sólo exige una identidad sino también una conducta y no se puede sólo parecer sino también ser.
La fe de la Iglesia es la fe de Pedro que confesó a Jesús como el Mesías, el Hijo del Dios vivo, pero dicha confesión le llevó a entregar su vida por él. Esa es la fe que convence, que inquieta y arrastra a los demás. El odio que muchos nos profesan está originado en el hecho de vernos sólo como emisarios de prohibiciones y castradores de los anhelos humanos. Jesús es una experiencia de vida, es una noticia. Jesús es la noticia.
Juan Ávila Estrada. Pbro.
La fe de Abrahám, Isaac, Jacob, Moisés, María, entre otros, los llevó ante todo a una respuesta efectiva que les permitió una acción positiva del querer de Dios. Abrahám marchó anciano a la tierra prometida en pos de la promesa, Moisés fue a Egipto temeroso por su pasado a rescatar el pueblo oprimido, María expresó su “hágase” al Ángel del Señor; verbos todos que denotan un “ponerse en marcha”.
La fe es una acción y no la simple pasividad para aceptar lo que se nos dice y la reverencia a dogmas revelados por Dios. “Guarda en la mente y en el corazón”, nos recuerda el libro del Deuteronomio, es decir, en el raciocinio, pero además en la voluntad, que no es otra cosa que las ganas de hacer aquello que se sabe.
El otro peligro que acarrea una fe puramente racional es la confesión masificada de ella. “Hermanos, ¿creen en Dios, Padre Todopoderosos, creador del cielo y de la tierra?- se pregunta a los fieles en algún momento de la celebración sacramental-; “Sí, creemos”- se acostumbra a contestar.
Ese “creemos” que podría expresar el sentir de la Iglesia, puede también camuflar a todos aquellos que sin ser en verdad cristianos católicos se dejan llevar por una respuesta que es solicitada por el rito. No hay una fe que sea de masas, de hecho, Jesús nunca se relacionó con masas sino con personas individuales que hacen parte de una comunidad. Independientemente de que seamos un pueblo, un rebaño, una vid, cada uno de nosotros tiene un nombre propio que Jesús conoce letra por letra y cuando se dirige a nosotros lo hace de modo particular.
Las masas suelen ser emotivas y manipulables, por lo tanto, cambiantes. La misma masa que proclamó a Jesús como el “Bendito de Dios, el hijo de David”, aquel día de entrada triunfante a Jerusalén, fue la misma que gritó “crucifixión” pocos días después cuando le estaban juzgando. ¿Cómo podían pasar de un estado a otro en tan poco tiempo? No por simple decepción por la persona sino por la facilidad con que se pueden tomar posturas cuando la masa grita y se agita. Las masas suelen convertirse en turbas y las turbas arrastran a quien no sabe desde su corazón qué es lo que quiere.
La fe es eclesial pero necesita adhesión personal. No se puede vivir de la fe de la abuela ni de los padres es necesaria la confesión personal y la aceptación de la persona de Jesús de modo libre y consciente. La fe exige la respuesta y el sí de cada uno de cara a Dios. La fe de masas vive de supuestos y es ahí donde se tiende a incluir en un grupo a quienes parecen pero no lo son en verdad; de hecho, Judas el Iscariote, parecía ser de los de Jesús, pero al final mostró que su corazón no estaba con él.
La gracia recibida en el Bautismo necesita ser renovada permanentemente por medio de los demás sacramentos, especialmente la Reconciliación y la Eucaristía y dar el salto de la razón que acepta a la voluntad que ejecuta.
De esta manera la Iglesia dejará de ser una masa ingente para convertirse en una comunidad conformada por personas identificables que han vivido la experiencia de intimidad con Jesús y no lo ven como un simple legislador sino como alguien que es capaz de generar un nuevo modo de ser, de actuar, de vivir. La fe no sólo exige una identidad sino también una conducta y no se puede sólo parecer sino también ser.
La fe de la Iglesia es la fe de Pedro que confesó a Jesús como el Mesías, el Hijo del Dios vivo, pero dicha confesión le llevó a entregar su vida por él. Esa es la fe que convence, que inquieta y arrastra a los demás. El odio que muchos nos profesan está originado en el hecho de vernos sólo como emisarios de prohibiciones y castradores de los anhelos humanos. Jesús es una experiencia de vida, es una noticia. Jesús es la noticia.
Juan Ávila Estrada. Pbro.
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