«Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como yo os he amado».
El que posee el amor de Cristo que cumpla sus mandamientos. ¿Quién será capaz de explicar debidamente el vínculo
que el amor divino establece? (Col 3,14) ¿Quién podrá dar cuenta de la grandeza de su hermosura? El amor nos
eleva hasta unas alturas inefables. El amor nos une a Dios, el amor cubre la
multitud de los pecados (1P 4,8), el amor lo aguanta todo, lo soporta todo con
paciencia; nada sórdido ni altanero hay en él; el amor no admite divisiones, no
promueve discordias, sino que lo hace todo en la concordia; en el amor hallan
su perfección todos los elegidos de Dios, y sin él nada es grato a Dios. En el
amor nos acogió el Señor: por su amor hacia nosotros, nuestro Señor Jesucristo,
cumpliendo la voluntad del Padre, dio su sangre por nosotros, su carne por
nuestra carne, su vida por nuestras vidas.
Ya veis, amados hermanos, cuán grande y admirable es el amor y cómo es
inenarrable su perfección. Nadie es
capaz de practicarlo adecuadamente, si Dios no le otorga este don.
Oremos, por tanto, e imploremos la misericordia divina, para que sepamos
practicar sin tacha el amor, libres de toda parcialidad humana. Todas las
generaciones anteriores, desde Adán hasta nuestros días, han pasado; pero los
que por gracia de Dios han sido perfectos en el amor obtienen el lugar
destinado a los justos y se manifestarán el día de la visita del reino de
Cristo. Dichosos nosotros, amados hermanos, si cumplimos los mandatos del Señor
en la concordia del amor, porque este
amor nos obtendrá el perdón de los pecados. (San Clemente de Roma.
Primera epístola a los Corintios)
El Papa Clemente (finales del siglo I) se pregunta ¿Quién será capaz
de explicar debidamente el vínculo que el amor divino establece? (Col 3,14)
¿Quién podrá dar cuenta de la grandeza de su hermosura? Yo uno una pregunta
más: ¿Por qué nos es tan difícil reconocer que el amor nos transforma?
El pasado martes estuve presente en un acto donde una persona desveló un
descubrimiento que había hecho: la caridad no es igual que la solidaridad.
Decía que la caridad es vertical, proviene de “arriba” y actúa de forma
humillante sobre quien la recibe. Por el contrario, la solidaridad era la
maravillosa, ya que se realizaba entre iguales, sin mediar ninguna intención
más que compartir. Es decir, un maravilloso “bien aséptico” del que todos
disfrutan. Dicho sea que la solidaridad me parece una actitud estupenda y
alabable, aunque sea una reducción humanista de la caridad cristiana.
No es la primera vez que me encuentro con este desprecio de la caridad,
que está haciendo un mal soterrado a la Iglesia. La palabra caridad se “vende”
como sinónimo de humillante vasallaje. Vasallaje era la relación jerárquica que
ligaba a un señor feudal con las personas que estaban bajo su dominio. El
vasallo debía obediencia total al señor y el señor debía cuidar del bienestar
del vasallo. Los bienes que el señor daba al vasallo se ofrecían desde “arriba”
remarcando la dependencia jerárquica y obediencia incondicional. Desde el punto
de vista cristiano esta relación no tiene nada que ver con la caridad, ya que
la caridad es el amor.
Caridad proviene de la palabra latina “caritas”, que el amor que se
comparte sin poner condiciones. Se corresponde el concepto griego de ágape, que
describe un tipo de amor incondicional y reflexivo, en el que el amante tiene
en cuenta sólo el bien del ser amado. San Clemente Romano hace una definición
maravillosa: El amor (Caridad) nos une a Dios, el amor cubre la
multitud de los pecados (1P 4,8), el amor lo aguanta todo, lo soporta todo con
paciencia; nada sórdido ni altanero hay en él; el amor no admite divisiones, no
promueve discordias, sino que lo hace todo en la concordia; en el amor hallan
su perfección todos los elegidos de Dios, y sin él nada es grato a Dios.
¿Por qué la palabra caridad está mal vista entonces? En nuestra sociedad
la semántica se utiliza como arma de conquista ideológica. Podemos poner
diversos ejemplos, como llamar “muerte digna” a muchos tipos de muerte que nada
tienen de digno o llamando “salud reproductiva” al aborto. A través de las
palabras se crean prejuicios que actúan como murallas que nos separan y nos impiden
dialogar. Asociar una palabra tan
maravillosa como “caridad” a un humillante vasallaje, conlleva una clara
intención ideologizadora, que genera ignorancia y prejuicios en quien acepta el
mensaje de forma acrítica. Una vez despreciada la caridad, la
solidaridad se ofrece como panacea, cómoda y aceptable por todos. Pero ¿la
solidaridad conlleva amor incondicional por el otro? Mirando el Evangelio ¿Cómo
le llamaríamos a la limosna de la viuda que no tenía para comer? Es una
donación de abajo a arriba, por lo que pone en serios aprietos la visión
ideológica de la caridad.
La caridad cristiana conlleva tres “c”: cercanía, compromiso y
colaboración.
- Cercanía, que parte de
aceptar que todos somos dignos por ser hijos de Dios. La naturaleza humana
nos une y nos enlaza, por lo que lo que le duele a mi prójimo, me duele a
mí. El Buen Samaritano nos lo enseña.
- La
caridad conlleva compromiso
duradero y profundo. La caridad centra su acción sobre el prójimo, no
sobre el acto de dar y recibir. El compromiso no se extingue en el acto de
compartir, sino que nos enlaza y nos vincula. Lo que hagamos a nuestro
prójimo lo hacemos directamente a Cristo.
- La
caridad nos lleva a colaborar.
Colaborar es trabajar juntos en el proyecto de nuestra propia vida, de
forma que la sociedad se transforme a través de nuestra actitud,
testimonio y acciones. Debemos ser levadura que transforme la masa de
trigo en pan.
Repasemos las consecuencias de asimilar la caridad cristiana a un tipo
de humillante vasallaje.
- Actuar como vacuna
contra el cristianismo. Si alguien habla de caridad, los prejuicios
aparecen. Se bloquea el diálogo porque nuestro prójimo no la acepta,
temeroso de la humillación que conlleva sentirse vasallo.
- Reducimos al ser
humano a un generador de acciones agradables en las
que nos se cuestiona el bien verdadero que producen. Aquí la ideología de
género toma una importancia capital, ya que para esta ideología somos lo
que queremos ser y los demás nos deben aceptar sin sentirse afectados por
la elección que realicemos en cada momento.
- La libertad se
entiende como una acto que no compromete, ya que las acciones que realizamos son
principio y fin en si mismas. Lo que hagamos no nos exige coherencia con nosotros
mismos ni con los demás. Por lo tanto la libertad se evidencia como una
“no elección” permanente ni comprometida.
- Si
sacamos la caridad de nuestro vocabulario, las palabras de Cristo dejan de tener significado, ya que la
solidaridad no se puede asociar a una actitud evangélica. La Buena Noticia
se convierte en algo prescindible y hasta desdeñable. “Amaos unos a otros
como Yo os he amado” no es más que una frase que no llegamos a comprender,
ya que habla de algo que no aceptamos.
- Como
es lógico, toda la esfera
trascendente y espiritual se desvincula de nuestros actos. No es
necesario orar, ofrecer nuestras limitaciones, buscar en nosotros el amor
de Dios, dejar que Dios sea el que actúe a través de nosotros.
Me entristece cuando veo que la Iglesia deja de utilizar la palabra
caridad y emplea solidaridad como sinónimo. Comprendo que es una forma sencilla saltarse las barreras de los
prejuicios y tener alguna posibilidad de ser escuchados, pero corremos el
peligro de perder más de lo que ganamos. Se puede actuar de forma
solidaria facilitando la muerte a otra persona que sufre y nos pide que le
tratemos como desea ser tratado. Si se actúa de forma caritativa, nunca
aceptaremos que nos utilicen para generar un mal, por muy deseado que sea por
quien nos lo solicita. Si decimos que
la Iglesia es solidaria y no transigimos en dar el mal deseado, nos pueden
llamar mentirosos. Hay que tener cuidado.
Pero, aún así, Caritas es capaz de dar
sustento a centenas de miles de personas en toda España. En otros países, pasa
otro tanto. Caritas ofrece algo más que
solidaridad. Ofrece amor cristiano. Eso marca la diferencia, gracias a
la Gracia de Dios.
Néstor
Mora Núñez
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