domingo, 25 de mayo de 2014

DEL CORÁN Y SUS TRES CARACTERÍSTICAS ESENCIALES


Hace unos pocos días conocíamos el singular proceso de elaboración de la que es la fuente principal del islam, a saber, el Corán (pinche aquí para rememorarlo). Un proceso de elaboración que, sin duda, determina los tres grandes rasgos que caracterizan su redacción desde el punto de vista literario, porque el Corán es disperso, es reiterativo y, muy a menudo, es también contradictorio. A cada uno de estos rasgos nos vamos a referir.

El Corán es, por un lado, un texto disperso, sin que las cosas sigan ningún orden ni temático, ni cronológico, ni de ningún otro tipo. Sólo a modo de ejemplo, la azora 4, una de las más largas, titulada “Las mujeres”, trata a lo largo de sus 176 aleyas los siguientes temas en este orden: huérfanos, matrimonio y herencia, trato de las mujeres, diatriba contra los judíos, diatriba contra los hipócritas, apología de la causa de Dios, nueva diatriba contra los hipócritas, el homicido entre creyentes, la azalá (=oración) en el combate, diatriba contra los traidores, diatriba contra los asociadores, nuevo capítulo sobre el trato a las mujeres, creyentes infieles e hipócritas, nueva diatriba contra los judíos, la continuidad de la revelación, diatriba contra los cristianos y, en la última aleya, una regla más sobre las herencias.

La exégesis ha intentado alguna sistematización de las distintas azoras del Corán, siendo la más reconocida la que las divide en dos tipos, las medinenses, del período inicial que Mahoma pasa en Medina, en general más espirituales; y las mecanas, del período en el que Mahoma ya ha conquistado La Meca, gobierna sobre un extenso país, y de contenido, en general, más práctico, más político.

En segundo lugar, el Corán es también, como hemos dicho más arriba, repetitivo, muy repetitivo, de hecho. Él mismo reconoce:

“Dios ha revelado el más bello relato, una Escritura cuyas aleyas armonizan y se reiteran” (C. 39, 23).

A modo de ejemplo, baste decir que las referencias a la huída del pueblo judío liderado por Moisés del Egipto faraónico se contienen en al menos quince lugares diferentes del Corán, y algo parecido cabe decir de otras historias como la adoración del ternero de oro por los judíos, de la que también es protagonista Moisés; el diluvio universal y Noé; la huida de Sodoma de Lot, el yerno de Abraham; la ruptura de Abraham con su padre, y tantas otras. Curiosamente la extensa cristología recogida en el Corán a la que si quiera de modo parcial nos hemos referido ya varias veces en esta columna (pinche aquí para conocer alguna de ellas), no registra una excesiva reiteración.

Por último, el Corán es, en muchos puntos, contradictorio. El mismo, una vez más, lo reconoce cuando, hablando de sus aleyas, dice:

“Algunas [...] son unívocas y constituyen la Escritura Matriz; otras son equívocas” (C. 3, 7).

A modo de ejemplo, baste citar la actitud que hacia judíos y cristianos se contiene en sus páginas. En algunas aleyas se muestra sumamente respetuoso con ellos; así, cuando aconseja paternalmente a los creyentes musulmanes:

“Si tienes alguna duda acerca de lo que te hemos revelado, pregunta a quienes, antes de ti, ya leían la Escritura [esto es, judíos y cristianos]” (C. 10, 94).

En otras en cambio, se muestra implacable con esas mismas comunidades y, por ende, con el creyente que ose entablar cualquier tipo de diálogo con ellas:

“¡Creyentes! ¡No toméis como amigos a los judíos y a los cristianos! Son amigos unos de otros. Quien de vosotros trabe amistad con ellos, se hace uno de ellos. Dios no guía al pueblo impío” (C. 5, 51).

Estas contradicciones, que cabe poner en contexto y hasta conciliar en determinados casos, se dan también en otras obras literarias de similar carácter, todo sea dicho, y se podría hacer todo un censo de las contenidas tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, si bien en el Corán ocurren con mayor frecuencia y en algunos puntos, incluso permiten hacer dos lecturas absolutamente contrarias para un mismo tema.

El Corán recoge el principio de abrogación:

“Si abrogamos una aleya o provocamos su olvido, aportamos otra mejor o semejante” (C. 2, 106)

Un principio que permite solucionar algunas de dichas contradicciones mediante la derogación de algunas aleyas por otras, en base a los principios y dictados de la doctrina. El problema radica, como es fácil de comprender, en establecer esa doctrina.

Luis Antequera

No hay comentarios: