En el contexto del congreso sobre cómo «Vivir la fe católica» ( ya hace un tiempo), promovido por el arzobispado estadounidense de Denver, les comparto una exclente reflexión del padre jesuita Guy Consolmagno, astrónomo del Observatorio Vaticano, sobre la fe y la ciencia.
Por: Giacomo Galeazzi
Ciudad del Vaticano
«La ciencia es uno de los mejores modos para conocer a Dios», sostiene en el convenio sobre el tema «Vivir la fe católica» promovido por el arzobispado estadounidense de Denver el padre Guy Consolmagno, astrónomo del Observatorio Vaticano. Estudiar científicamente el universo ayuda a entender mejor «la persona de Cristo».
El religioso y científico italoamericano, que desde hace treinta años estudia los asteroides y los cometas (un asteroide ha sido bautizado con su nombre), no excluye la posibilidad de que haya otra vida inteligente en el universo. Pero E.T. no hace entrar en crisis la fe: «Lo que aprendemos no hace que lo que ya sabemos sea nulo.
Si un día descubrimos que no estamos solos en el universo, todo aquello en lo que creemos no es que vaya a ser incorrecto, todo lo contrario, nos daremos cuenta de que es más verdadero, de modos y formas que nunca hemos podido imaginar». Para confirmar todo esto, el padre Consolmagno cita el Evangelio de Juan: “Al principio era el Verbo, es decir, Jesús, la segunda persona de la Trinidad. El Verbo es la salvación, la encarnación de Dios en el universo. Según el Evangelio, el Verbo existía antes que el universo.
El único punto en el espacio-tiempo que es el mismo en todas las líneas temporales. Este es el modo en el que tiene lugar la salvación, y aquí se ha manifestado en la persona de Jesucristo». Antes de la creación del universo, Cristo ya existía; y por lo tanto abrazaba, no sólo a nosotros y a la tierra, sino a otros hipotéticos seres. «El ateísmo moderno tiende a considerar a Dios simplemente como una fuerza que “llena los vacíos” en nuestra comprensión del universo -observa el jesuita nacido en Detroit en 1952-.
Pero usar a Dios para llenar los vacíos de nuestro conocimiento es teológicamente engañoso, ya que minimiza a Dios y lo reduce a otra fuerza dentro del universo en vez de reconocerlo como fuente de creación. Aquéllos que creen en Dios no deberían temer la ciencia, sino que deberían considerar la ciencia como una oportunidad que Dios ha dado a la humanidad para que lo conozca mejor».
La fe y la razón son como las dos alas con las que el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Es Dios quien ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él mismo, para que conociéndolo y amándolo pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo. El padre Guy Consolmagno precisa que cree en Dios «no porque Él sea el final de una cadena lógica de cálculos, sino porque he experimentado que la física y la lógica pueden mostrarme la belleza, la razón y el amor, pero no explicármelos».
Además, la fundamental diferencia entre el jesuita y el científico ateo Stephen Hawking es que él reconoce que Dios no es otra parte del universo que explica lo inexplicable, sino el «Logos», la «Razón» misma».
Las otras religiones o filosofías pueden darnos una visión racional del universo, pero «solo el Evangelio puede decirnos que la razón misma se materializa entre nosotros en la forma de Jesucristo». «Tomás de Aquino habla de numerosos mundos». La encarnación, según el Evangelio tuvo lugar aquí; pero podría valer también en cualquier otro lugar. «La Biblia es la ciencia divina, un trabajo sobre Dios –precisa el padre Consolmagno-. No es necesario que sea ciencia física» y explique como el universo ha sido construido.
Pero un universo sin límites «podría incluir otros planetas con otros seres creados por el mismo Dios de amor. La idea de la existencia de otras razas y otras inteligencias no es contraria al pensamiento tradicional cristiano. No hay nada en las Sagradas Escrituras que pueda confirmar o contradecir la posibilidad de vida inteligente en otras partes del universo».
Nuestro conocimiento no es completo; y es una locura “subestimar la capacidad de Dios para crear con una profundidad de modos que nosotros no entenderemos nunca completamente». Y por lo tanto sería de la misma manera arriesgado pensar que «entendemos a Dios completamente», limitando su acción al planeta Tierra, y a los otros seres humanos.
Observar los asteroides, los meteoritos y los cuerpos celestes «es una de las cosas que me llevan cerca de Dios». Santo Tomás, «siempre fue propuesto por la Iglesia como maestro de pensamiento y modelo del recto modo de hacer teología», reconoce que la naturaleza, objeto precisamente de la filosofía, puede contribuir a entender la revelación divina.
La fe, por lo tanto, no tiene temor de la razón, sino que la busca y confía en ella. Como la gracia supone la naturaleza y la lleva a término, del mismo modo la fe supone y perfecciona la razón. Esta última, iluminada por la fe, se libera de la fragilidad y de los límites derivados de la desobediencia del pecado y encuentra la fuerza necesaria para elevarse al conocimiento del misterio de Dios Uno y Trino.
Ya Juan Pablo II, en la encíclica «Fides et ratio» de 1998 advertía que «muchos arrastran su vida casi hasta el borde del abismo, sin saber que es lo que encontrarán».
La filosofía, que tiene la gran responsabilidad de formar el pensamiento y la cultura a través del «llamada permanente a la búsqueda de lo verdadero», tiene que recuperar con fuerza su vocación original. Por lo tanto no hay motivo para que exista “ninguna competitividad entre la razón y la fe: una está dentro de otra, y cada una de ellas tiene su propio espacio de realización». Así que, «la fe pide que su objeto sea comprendido con la ayuda de la razón; la razón, en el culmen de su búsqueda, admite que es necesario aquello que la fe presenta».
Creer en la posibilidad de conocer una verdad universalmente válida no es mínimamente fuente de intolerancia; todo lo contrario, es condición necesaria para un sincero y auténtico diálogo entre las personas. Y los científicos, con su investigación, “nos dan un creciente conocimiento del universo en su conjunto y de la variedad increíblemente rica de sus componentes, animados e inanimados, y de las complicadas estructuras atómicas y moleculares”.
Rafael de la Piedra
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