Gobierna la Iglesia como un general de los jesuitas. Escucha, pero sólo él decide. Ha sido llamado un hombre de la consultora McKinsey para estudiar la reforma de la curia, que Francisco quiere limpiar de la corrupción y del "lobby gay".
Sólo faltaba un gurú de la consultora McKinsey para diseñar esa reforma de la curia que todos esperan del Papa Francisco. Y helo aquí, ya ha llegado.
Se llama Thomas von Mitschke-Collande, es alemán y ha sido director de la filial de Múnich, en Baviera, de la consultora de empresas más famosa y misteriosa del mundo.
En lo que respecta a la Iglesia, sabe de qué habla. El año pasado publicó un libro que llevaba el poco tranquilizador título: "¿Quiere la Iglesia eliminarse a sí misma? Hechos y análisis de un consultor empresarial". La diócesis de Berlín le solicitó que pusiera orden en sus balances y la conferencia episcopal de Alemania le ha pedido un plan de ahorro en costos y personal.
La idea de que se pusiera manos a la obra para reformar la curia romana ha sido de Reinhard Marx, arzobispo de Múnich, uno de los ocho cardenales que el Papa Jorge Mario Bergoglio ha llamado para que sean sus consejeros.
Portador de la propuesta al interesado, que la ha acogido con entusiasmo, ha sido el jesuita padre Hans Langerdörfer, el poderoso secretario de la conferencia episcopal alemana.
También Bergoglio es jesuita y por su manera de comportarse ya se ha entendido que su intención es aplicar al papado los métodos de gobierno típicos de la Compañía de Jesús, donde el prepósito general, el llamado "Papa negro", tiene un poder prácticamente absoluto.
Su reticencia en atribuirse el nombre de Papa, y su preferencia en considerarse a sí mismo como obispo de Roma, ha hecho exultar a los paladines de la democratización de la Iglesia quienes, sin embargo, están sufriendo una ofuscación, porque cuando el 13 de abril el Papa Francisco nombró a ocho cardenales "para aconsejarlo en el gobierno de la Iglesia universal y para estudiar un proyecto de revisión de la curia romana", él fue quien los eligió personalmente.
Si hubiera seguido las sugerencias del pre-cónclave, el "consejo de la corona" lo habría tenido formado enseguida, pues hubiera sido suficiente llamar a su lado a los doce cardenales, tres por continente, que son elegidos al final de cada sínodo, incluyendo el último de octubre de 2012. Estos son elegidos por voto secreto y representan a la élite del episcopado mundial. Incluyen casi todos los nombres de peso del último cónclave: los cardenales Timothy Dolan de Nueva York, Odilo Scherer de Sao Paulo de Brasil, Christoph Schönborn de Viena, Peter Erdö de Budapest, Luis Antonio Gokim Tagle de Manila.
En cambio no ha sido así. El Papa Francisco ha querido ser él mismo, y no otros, quien eligiera a sus ocho consejeros los cuales, por tanto, son llamados a responder sólo ante él, y no también ante una asamblea electiva.
Ha querido uno por cada área geográfica: Reinhard Marx para Europa, Sean Patrick O’Malley para América del Norte, Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga para Centroamérica, Francisco Javier Errázuriz Ossa para Sudamérica, Laurent Monsengwo Pasinya para África, Oswald Gracias para Asia, George Pell para Oceanía, más uno de Roma, no de la curia propiamente dicha, sino del Estado de la Ciudad del Vaticano, su gobernador, el cardenal Giuseppe Bertello.
Prácticamente todos los elegidos ocupan, o han ocupado, cargos directivos en organismos eclesiásticos continentales.
Esto es precisamente lo que sucede en la Compañía de Jesús. Bergoglio ha sido superior provincial y ha asimilado el estilo. En el vértice de la Compañía los asistentes que rodean al general, y que son nombrados por éste, representan a las respectivas zonas geográficas. Las decisiones no se toman colegiadamente; decide sólo el general, con poderes directos e inmediatos. Los asistentes no deben ponerse de acuerdo entre ellos y con el general, sino que le aconsejan uno por uno, con la máxima libertad.
Un efecto de este sistema sobre la reforma de la curia romana anunciada por el Papa Francisco es que no se ha creado ninguna comisión de expertos con la tarea de elaborar un proyecto unitario y acabado.
Los ochos cardenales están pidiendo, por separado, la aportación de personas de su confianza, con los perfiles más diferentes. Además del hombre de la consultora McKinsey reclutado por el cardenal Marx, han sido interpelados al menos una docena de distintos países.
Otros se han ofrecido por propia iniciativa, como es el caso del cardenal Francesco Coccopalmerio, presidente del pontificio consejo para los textos legislativos, que ha ideado un proyecto de reforma que tendría en su centro a un "moderator curiae" que se ocuparía del funcionamiento del aparato.
A principios de octubre los ochos se reunirán con el Papa y le entregarán un paquete de propuestas. Pero quién decidirá será él. Solo.
Sandro Magister
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