En cierta ocasión caminaban Santo Domingo de Guzmán y su compañero por el camino de Santiago desde Burgos a Toulouse, o mejor Tolosa. Estamos en el año 1218.
Rezaban mucho, entre otras cosas avemarías sin fin, ya que el camino y los días eran muy largos. De ahí brotó el rosario que es hijo de la itinerancia.
Naturalmente iban andando ya que unos mendicantes no podían permitirse el lujo de una mula ni mucho menos un caballo. Al pasar, se cruzaban con mucha gente que caminaba el mismo camino unos hacía Santiago y otros de vuelta.
Sucedió que por delante de ellos regresaba un grupo de alemanes que volvían a su patria después de haber visitado la tumba del apóstol. Eran cinco. Domingo y Fray Beltrán de Garriga, que era el compañero, acostumbraban entre sus rezos a cantar en voz alta muchas canciones piadosas que sabían de memoria, sobre todo de la liturgia. Suponemos que el compañero cantaría bien pero de Santo Domingo consta que tenía una voz fuerte y bien entonada. Una chica que se llamaba Cecilia y le conoció a los diecisiete años nos dice de él que “era un tipo muy atractivo, más bien rubio, de ojos muy bellos, directo, sencillo, interesado por los demás, de voz potente y sonora”. Esta chiquilla se hizo después monja dominica y vivió hasta los noventa años.
El tema es que los alemanes al oír canciones tan entonadas y bellas, fueron moderando su paso hasta que los frailes los alcanzaron. Hicieron buena convivencia y caminaban y se hospedaban juntos. Los alemanes agasajaban mucho a los frailes sobre todo en las ventas y posadas donde iban a reposar la noche. Al cuarto día, el afán apostólico de Santo Domingo no pudo resistir más. Al llegar a la posada le dijo al compañero: “Hermano, esta noche no dormimos. Nuestros amigos nos agasajan tanto y ¿qué les damos nosotros a cambio? Tenemos que orar toda la noche para que el Señor nos conceda la gracia de hablar alemán y así les podremos predicar a Jesucristo”. En efecto, así lo hicieron y el resto de los días hasta llegar a Tolosa pudieron hablar alemán y siguieron todos juntos con la alegría del Señor, caminando en medio de santos coloquios y predicaciones.
Durante muchos años, mi racionalismo no me permitió creerme esto. Hay datos históricos suficientes pero yo lo enviaba al reino de la leyenda, de la ingenuidad de la época, del género literario. Cuando lo cuento en alguna reunión clerical, casi me da vergüenza, porque no se lo cree casi nadie y me miran con conmiseración. Sin embargo, ahora estoy convencido de que o creemos en el alemán o no habrá ninguna nueva evangelización. La evangelización la hace Jesucristo, nosotros sólo podemos poner la fe y el esfuerzo. El toque interior que convierte, que quebranta y evangeliza solo viene del Señor.
La fe de Santo Domingo es la fe de un niño que se lo cree. Esta fe es un acto extracultural. Las distintas épocas modulan la fe a su manera acomodándola mucho a la cultura del momento por lo que pierde el carácter infantil. “De los que son como tales es el Reino de los cielos”. Se necesita orar muchísimo para horadar la cultura de cada época y llegar a la fe explícita de un niño. Sin esa fe no se dará el milagro y sin él no conseguiremos más que un cambio cultural no una fe nueva.
Lo que resulta más difícil es que la fe no depende de la buena voluntad ni del esfuerzo ni del empeño que pongamos sino que es un don. Jesús nos dice que hay que nacer de nuevo. Nicodemo que es el representante de todos los racionalistas de la historia, le dice: “¿cómo es posible esto? ¿Hemos de entrar de nuevo en el vientre de nuestra madre para volver a nacer?” Jesús no le dice que no, simplemente eleva la conversación a otro nivel, al del don y al del Espíritu. “El viento sopla y lo percibes pero tú no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que nace del Espíritu”.
Decía Carlos Marx: “¿Quién educará a los educadores?” Yo creo que la nueva evangelización se dará cuando nos dejemos educar todos. Me horroriza cuando veo que todo el mundo apila leña para la gran hoguera; todo el mundo quiere poner sus talentos y títulos a favor de la evangelización. Si todo es evangelización nada es evangelización.Todo está lleno de congresos, sínodos, reuniones y planes pastorales, pero ¿hay suficiente gente para pasar la noche en oración para poder hablar alemán? Sin hablar alemán no podemos ir a ninguna parte.
Por suerte hay un consuelo. Lo noto en mi mismo que no estoy muy dispuesto a pasarme las noches en blanco para evangelizar. ¿Qué pasaría si lo hiciera el Señor a pesar de nosotros? Me temo y a la vez gozo de que sí va a haber una nueva evangelización. La va a hacer el Señor. Debemos hacer lo que podamos, pero cuando tengamos perspectiva nos daremos cuenta de que no hemos hecho nada, todo lo ha hecho él.
Es necesario, pues, que todo el tema de la nueva evangelización lo abordemos desde la pobreza. El Espíritu Santo no dejará que nadie le robe la gloria. Cuando suceda el milagro le daremos gloria a él. Caminaremos en santos coloquios hablando en alemán. Yo, de momento, quiero ponerme a orar todas las noches que pueda para que suceda el milagro. No le quiero robar la gloria a nadie. Por eso, todos los que no valgáis para nada, poneros a orar como Santo Domingo. Es muy necesario. No nos alucinemos con los grandes preparativos; apoyémoslos desde lo más pobre.
Un testigo de la canonización nos cuenta que el obispo de Alatri hizo en cierta ocasión una visita al maestro Domingo. Platican sobre vida espiritual durante mucho rato. Domingo se deja llevar hasta hacerle una confidencia: “Dios no le ha negado nunca nada en la oración”. El obispo, entonces, le propone a Domingo un desafío caballeresco: pedir a Dios la vocación de un famoso profesor, Conrado el Teutónico, doctor en Bolonia. Domingo, sorprendido, acepta el desafío, pero exige humildemente que su amigo colabore también en la oración. Pasan la noche orando hasta la hora de maitines y siguen después del oficio nocturno. En el momento en que los frailes cantan la Prima, al amanecer, aparece el maestro Conrado a la puerta del convento pidiendo el hábito de la Orden.
¿Qué le pasaba a Santo Domingo? Que además de fe dogmática tenía la fe carismática. Es San Cirilo de Jerusalén el que se hace eco de esta distinción en sus famosas catequesis5. "Hay una fe por la que se cree en los dogmas que exige que la mente atienda y el corazón se una a determinadas verdades. Esta fe es básica porque nos hace cristianos al distinguir los distintos dogmas y artículos que profesamos en el credo.
Además de ésta, hay otra clase de fe que podemos llamar carismática y que San Cirilo define perfectamente: "La otra clase de fe es aquella que Cristo concede a algunos como don gratuito: "Uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, el don de curar". Esta gracia de fe que da el Espíritu no consiste solamente en una fe dogmática, sino también en aquella otra fe capaz de realizar obras que superan toda posibilidad humana; quien tiene esta fe podría decir a una montaña que viniera aquí y vendría. Cuando uno, guiado por esta fe, dice esto y cree sin dudar en su corazón que lo que dice se realizará, entonces ese tal ha recibido el don de esa fe. Es de esta fe de la que se afirma: Si fuera vuestra fe como un grano de mostaza..."
La nueva evangelización no se consigue sólo con la fe dogmática. Cristo actuaba en el evangelio con fe carismática con la que hablaba una palabra poderosa, hacía prodigios, curaba enfermos y resucitaba muertos. La fe dogmática, aunque sea un don de lo alto, necesita de la mente y razón humana; la fe carismática sólo requiere hombres espirituales, con santa audacia y parrexía, más allá de las barreras racionales porque Dios, en su designio, no ha querido salvar al mundo mediante la sabiduría sino mediante el escándalo y necedad de la cruz.
Chus Villarroel O.P
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