He aquí, tres parámetros íntimamente unidos entre sí; la fe, la confianza, y el amor. Acabamos de entrar en el año de la fe y bueno será que comentemos determinadas circunstancias que giran alrededor de su naturaleza, de la naturaleza de la primera de las tres virtudes teologales, la que es, el kilómetro cero desde donde arranca la posibilidad de ser eternamente felices, aceptando el amor que el Señor nos está continuamente ofreciendo.
Si comenzamos husmeando en el DRAE (Diccionario de la Real Academia española) encontraremos que el término fe, tiene un montón de acepciones, y en la exposición de ellas, encontramos que destacan dos términos importantes, que se ligan con la fe; uno es el término Fidelidad y el otro es el término confianza, Si meditamos acera de la relación que la fe tiene con la confianza y con la fidelidad, llegaremos a la conclusión, de que el hombre tanto en sus relaciones con Dios, como con el resto de los hombres, es decir, tanto en la vertiente humana como en la sobrenatural, necesita de la confianza para que se genere la fe en la mente humana.
La fe nace de la confianza, nadie tiene fe en lo que dice o hace una persona, en la cual él no confía. Siempre, a las palabras de un mentiroso, todos los que le conocen las ponen en cuarentena. Y en el orden espiritual, o sobrenatural, es necesario también tener confianza en la existencia de Dios y en las verdades reveladas y de esa confianza nacerá la fe, que es un don de Dios.
Adquirir la confianza en el orden sobrenatural es mucho más difícil que adquirirla en el orden natural. En el orden sobrenatural, también necesitamos de confianza, para que se genere la fe, pero aquí se trata de una confianza de orden sobrenatural y en ella se necesita, algo muy difícil para un ser humano en el que los deseos de su cuerpo, le tienen dominado. Confiar en lo que no se ve con los ojos de la cara, es algo duro y difícil. Pero Dios cuando crea un alma humana, pone en ella una impronta que le lanza al ser humano a la búsqueda de su Creador. Aunque a Dios no es posible verlo con los ojos de la cara, si es posible verlo con los ojos del alma, siempre que uno se preocupe de limpiar esos ojos y pedirle a Dios que se los ilumine. Ejemplo de confianza absoluta, que determinó su fe en Dios, fue la de nuestro Padre Abraham, que tal como nos dice San Pablo: “El cual, esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones según le había sido dicho: Así será tu posteridad”. (Rm 4-18). Abraham creyó, porque previamente confió.
La confianza tanto en el orden material humano, como en el espiritual, es siempre el antecedente de la fe. Si no hay previa confianza, no nace la fe en las personas. La fe puede ser natural o sobrenatural. En el caso de la fe sobrenatural, es de ver que aquí entra en juego, la gracia divina porque siendo la fe un bien espiritual, se hace necesaria para su obtención la adquisición de este bien espiritual, el otorgamiento divino pues la fe es un don de Dios. Y a este respecto Juan Pablo II nos dice: “La fe es un don, ya que según nos consta, el entendimiento es incapaz de llegar por si solo a la Divinidad revelada, por lo que según San Juan de la Cruz, la luz intelectual abarca únicamente la ciencia natural”. Y San Pedro en su segunda epístola se refiere a la fe diciendo: “Simón Pedro, servidor y Apóstol de Jesucristo, saluda a todos aquellos que, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, han recibido una fe tan preciosa como la nuestra. Lleguen a ustedes la gracia y la paz en abundancia, por medio del conocimiento de Dios y de Jesucristo, nuestro Señor. Su poder divino, en efecto, nos ha concedido gratuitamente todo lo necesario para la vida y la piedad, haciéndonos conocer a aquel que nos llamó por la fuerza de su propia gloria. Gracias a ella, se nos han concedido las más grandes y valiosas promesas, a fin de que ustedes lleguen a participar de la naturaleza divina, sustrayéndose a la corrupción que reina en el mundo a causa de la concupiscencia”. (2Pd 1,1-4).
Tanto en el orden humano como en el sobrenatural, la fe puede adquirirse o perderse, aumentarse o debilitarse, de acuerdo con el grado de confianza que se tenga, ya que ella, la confianza es el sostén de la fe. Humanamente, podemos tener una gran confianza en una persona de la cual se genera también una gran fe en ella; pero esta confianza puede quebrarse, al tenerse conocimiento de ciertas circunstancias y actuaciones de la persona de que se trate, que nos genera una falta de confianza en ella y por ende también una falta de fe en ella.
En el orden sobrenatural, también la fe puede perderse, aumentar o disminuir en una persona, pero aquí, no es solo nuestra confianza puesta en Dios, lo que alimenta y mantiene nuestra fe, sino también esencialmente, el mantenimiento por parte de Dios, del don divino que nos capacita para vislumbrar, lo que no ven los ojos de nuestra cara. Porque la fe, tal como nos indica el parágrafo 166 del Catecismo de la Iglesia católica: “En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina”. Y si la gracia divina no existe, si el don divino de la fe no existe, difícilmente se puede llegar a creer. Pero la gracia divina nunca le falta, al que la desea y la cuida, teniendo consigo a Cristo, es por ello que San Agustín nos dice: “Si tienes fe, tienes también contigo a Cristo, porque Cristo habita en nuestros corazones por la fe. De aquí resulta que tener fe en Cristo es tener a Cristo en tu corazón”.
La confianza es pues un antecedente de la fe, pero esta tiene una consecuencia posterior que es el amor, podemos asegurar sin lugar a dudas que en el orden sobrenatural, donde hay fe hay amor, y la fuerza del amor estará siempre fijada, en función de la fuerza de la fe que se tenga, y también recíprocamente al contrario, es decir, la fuerza de nuestra fe irá también fijada en función de la fuerza de nuestra fe. San Agustín también decía: “Señor mío Jesucristo, yo creo en Ti, pero haz que crea de tal modo que también te amé”.
La fe lleva irresistiblemente hacia el amor. El Señor nos aseveró: “Donde tengas tu riqueza tendrás el corazón” (Mt 6,21). Y si el corazón está puesto, en la fe que se tiene, de la existencia de Dios y de su amor a nosotros, indudablemente amaremos la riqueza que tenemos y siempre tenderemos a aumentarla. El corazón de quien encontró al Señor, no puede dejar de irresistiblemente aspirar hacia Él. Es por ello la frase de San Agustín: “Nos hiciste Señor para Ti, y mi corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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