sábado, 18 de junio de 2011

CUERPO DE CRISTO ¿PERO..., CUÁL CUERPO?



¿Acaso tenía el Señor dos cuerpos?

Bueno en principio sí y no. Todo depende de cómo queramos entender que actúa la glorificación de los cuerpos, una vez que las puertas del cielo se han abierto, para el que muera santificado en la gracia divina. Porque habría que preguntarse: ¿Hasta qué punto la glorificación de nuestro cuerpo actual, lo transforma en otro cuerpo?

Reconozco que el problema es un poco bizantino,, y que lo principal es santificarse para poderse salvar y lo demás al que se ha salvado, poco le importará este tema, en términos mundanos, le importa un pimiento y al que se ha condenado, todavía menos, pues el odio en el que ha escogido vivir eternamente, le impedirá apreciar de primera mano este tema, ya que él jamás tendrá un cuerpo glorificado, sino un cuerpo condenado, que supongo que será igual al que tenía en vida en este mundo, pues no hay ninguna revelación ni dato acerca de esta cuestión. Claro que también uno se puede preguntar: ¿Pero hay resurrección de la carne para el condenado?, pues si su cuerpo material terrestre no resucita, lo que es indudable que solo le resta su alma que es inmortal, inmortalmente condenada, pero alma eterna al fin y al cabo. Si esto fuese así, que es como en pura lógica se puede suponer que sea, en el infierno solo hay demonios y almas condenadas, que pertenecen al orden de lo espiritual invisible, y que no necesitan un lugar material donde ubicarse. Fue por ello que el beato Juan Pablo II, que el infierno como lugar no existía, sino como estado de las almas condenadas. Y se armó el revuelo entre los periodistas que buscando el sensacionalismo de la noticia, pusieron por titular periodístico: El Papa ha dicho que el infierno no existe.

El tema me ha surgido, a raíz de que un conocido, que me comentó, que Benedicto XVI, había dicho que: en el Pan eucarístico lo que estaba es el cuerpo glorioso de nuestro Señor. Realmente la afirmación de Benedicto XVI, es completamente exacta, pues una vez que resucitó, lo hizo con el primer cuerpo glorificado que ha habido en el mundo, ya que con anterioridad al no haberse consumando nuestra Redención, nadie podía resucitar con un cuerpo glorificado. Ni la hija de Jairo, ni Lázaro al que Jesús resucitó, resucitaron con un cuerpo glorioso.

La doctrina de la resurrección de la carne, en el Magisterio de la Iglesia y plantea muchos problemas, porque las revelaciones divinas son escasas, como suelen serlo en todo lo que se refiere a la escatología. Pero lo que sí es evidentemente cierto, es que el cuerpo humano actual que tenemos, resucitará real y materialmente; pero se habrá transformado en un cuerpo glorioso de cualidades y capacidades distintas al actual.

Partamos de la base real y conocida, de que todo lo material es caduco y termina por desaparecer. Como acabará desapareciendo este mundo en que vivimos, según aseguran los científicos, convertido en un agujero negro en el universo. Mientras que todo lo que pertenece al mundo del espíritu, lo espiritual es eterno, nunca perece. Pues bien nuestro cuerpo actual, es pura materia, que a lo largo de nuestras vidas se va desmoronando y termina por fenecer. Pero la primera y principal diferencia que tenemos con el futuro cuerpo glorioso, es que este es eterno, luego se puede pensar que en parte o en todo ha dejado de ser material. En este sentido San Pablo escribe: “Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos: se siembran cuerpos corruptibles y resucitarán incorruptibles; se siembran cuerpos humillados y resucitarán gloriosos; se siembran cuerpos débiles y resucitarán llenos de fuerza; se siembran cuerpos puramente naturales y resucitarán cuerpos espirituales. Porque hay un cuerpo puramente natural y hay también un cuerpo espiritual”. (1Co 15,42-44).

Con relación a este tema que estamos tratando, es mucho lo que se podría decir, pero extractando conviene que tengamos en cuenta varios puntos esenciales:
-El primero es que, la resurrección de nuestros cuerpos humanos una vez hayan sido glorificados, que como hemos visto, para San Pablo es tanto como decir, espiritualizados, es una doctrina que nace de la Resurrección de Jesucristo, si Jesucristo no resucitó nosotros tampoco resucitaremos. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres! ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron (1Co 15,16-20). Nosotros resucitaremos, porque si morimos con Cristo con él resucitaremos.
-Por otro lado hay un tema que está muy en boga, sobre todo en la juventud que se va a la India a buscar lo que tiene aquí tiene claramente demostrado, pero el exotismo llama mucho la atención, y naturalmente se hace el indio, marchándose a la India. Me refiero al tema de la reencarnación. La doctrina de la resurrección final excluye las teorías de la reencarnación, según las cuales el alma humana, después de la muerte, emigra hacia otro cuerpo, repetidas veces si hace falta, hasta quedar definitivamente purificada. Al respecto, el Concilio Vaticano II ha hablado de un único curso de nuestra vida Así se puede leer en el parágrafo 1013 La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin "el único curso de nuestra vida terrena" (LG 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. "Está establecido que los hombres mueran una sola vez" (Hb 9,27). No hay "reencarnación" después de la muerte. En este parágrafo se hace una referencia al punto 48 del documento del Vaticano II Lumen Gentium, que dice: “La Iglesia, a la que todos estamos llamados en Cristo Jesús y en la cual conseguimos la santidad por la gracia de Dios, no alcanzará su consumada plenitud sino en la gloria celeste, cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas (cf. Hch 3, 21) y cuando, junto con el género humano, también la creación entera, que está íntimamente unida con el hombre y por él alcanza su fin, será perfectamente renovada en Cristo (cf. Ef 1,10; Col 1,20; 2P 3,10-13)”.
-La resurrección de los cuerpos, tendrá efecto al final de los tiempos, cuando todo se restaure en Cristo, será el momento del Juicio final. En el Catecismo de la Iglesia católica, en el parágrafo 1042, podemos leer: Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado. No sólo el hombre llegará a la gloria, sino que el entero cosmos, en el que el hombre vive y actúa, será transformado. En el punto 48 del documento Lumen Gentium, anteriormente citado, se puede leer: “…junto con el género humano, también la creación entera, que está íntimamente unida con el hombre y por él alcanza su fin, será perfectamente renovada en Cristo.
-Habrá por lo tanto una continuidad ciertamente entre este mundo y el mundo nuevo, pero también una importante discontinuidad. El Catecismo de la Iglesia católica parágrafo 1049, nos dice a este respecto que: "No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios" (
GS 39).

En resumen, Cuando todo se recapitule en la gloria de Cristo, no solo nuestros cuerpos sufrirán la transformación de su glorificación, sino también el universo entero se transformará, por ello. En el Apocalipsis, podemos leer: "Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe más (Ap 21,1).

Muchos son los cuestiones relacionados con lo anterior que podríamos comentar, pero antes de terminar, quiero escribir algo sobre un tema muy de actualidad. Me refiero a las incineraciones o cremaciones de cuerpos de personas fallecidas. Ante todo dejar bien claro que el cuerpo de una persona incinerada resucitará como cualquier otro ya que la incineración no es obstáculo a la resurrección.

En el Catecismos de la Iglesia católica en los parágrafos 2300 y 2301, podemos leer: Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal (Tb1, 16-18), que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo”. En el siguiente: La autopsia de los cadáveres es moralmente admisible cuando hay razones de orden legal o de investigación científica. El don gratuito de órganos después de la muerte es legítimo y puede ser meritorio”.

Y en el Código de derecho canónico en el parágrafo 1176, se puede leer: § 1. Los fieles difuntos han de tener exequias eclesiásticas conforme al derecho. § 2. Las exequias eclesiásticas, con las que la Iglesia obtiene para los difuntos la ayuda espiritual y honra sus cuerpos, y a la vez proporciona a los vivos el consuelo de la esperanza, se han de celebrar según las leyes litúrgicas. § 3. La Iglesia aconseja vivamente que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos; sin embargo, no prohíbe la cremación, a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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