sábado, 25 de junio de 2011

CÓMO SE HA ENTREGAR UNO AL SEÑOR



Para que se realice, la entrega o el abandono de un alma en Dios…, es imprescindible que los niveles de la vida interior de esa alma, estén muy firmemente basados en las tres virtudes teologales, las cuales como sabemos, crecen y decrecen en un alma, siempre al unísono.

Partamos pues de la base, de que para entregarse a Dios es indispensable primeramente tener fe, porque nadie se entrega a Dios si carece de fe en Él. Siempre, se tiene que creer en lo que uno se entrega y si no se cree es imposible la entrega. La fe es el basamento de todo y aquí como en todas partes ella tiene una destacada intervención.

La entrega a Dios se cimienta en la fe. Pero además de creer hace falta confiar. Tengamos en cuenta que los términos fe y confianza, están íntimamente encadenados, porque la confianza a su vez es esperanza. Se tiene esperanza cuando se confía en recibir algo, y se carece de confianza en una persona, cuando no media una fe en ella. Humanamente hablando, nadie se pone en manos de otro si no tiene plena confianza. Y aquí hay que remarcar una diferencia: Si es en otra persona, en la que se deposita una confianza previa a una entrega, siempre nos cabrá la posibilidad de ver traicionada nuestra confianza. Pero si se trata del Señor, jamás de los jamases seremos traicionados en el depósito de nuestra confianza.

Y a su vez, como ya hemos dicho, la confianza está relacionada con la esperanza que es la segunda virtud teologal, porque solo espera el que confía. Si no media la confianza difícilmente puede haber esperanza. Pero también la confianza, tiene a su vez, tiene puestas sus raíces en la seguridad, se confía en aquello en lo que se está seguro, se desconfía de lo que no se tiene seguridad. Como consecuencia de lo dicho, la confianza o esperanza en Dios requiere seguridad en Dios, requiere fe en Él, y a su vez la fe requiere siempre también, humildad.

Hace falta siempre humildad, para reconocer, que aquel en el que se confía, está por encima de uno, y de él se puede obtener, lo que uno es incapaz de lograr, por sí solo. A sensu contrario la desconfianza en Dios y la confianza en uno mismo, es signo de orgullo, que a ninguna parte nos lleva, mejor dicho, sí que nos lleva, nos lleva a las garras del maligno. La confianza o esperanza en Dios, es un privilegio de los humildes. Se puede medir la humildad por el grado de confianza que tengamos en Dios, porque precisamente para tener confianza, no hay que pensar en apoyarse en uno mismo, sino solo pensar en apoyarse únicamente en Dios, y aceptar lo que Él quiera hacer.

Por lo tanto, hemos de ver la gran ligazón que media, entre el hecho de entregarse a Dios, la fe y la confianza en Él y la humildad.

Pero aún hemos de considerar la necesidad de tener en cuenta otro requisito imprescindible que es el amor. El amor que es la tercera virtud teologal y que aquí actúa, como motor impulsor de la entrega. Se puede tener fe en un tercero, se puede confiar en él, pero para entregarse a él, hace falta siempre una razón. En el caso de la entrega a Dios, hay que encontrar la razón de la entrega en el amor, en el amor incondicional al Señor.

He aquí, por lo tanto, una vez más, la necesidad, que hay para entregarse a Dios, de las tres virtudes capitales: Fe que es creer, Esperanza que es confiar, y Caridad que es el amor como razón generadora de la entrega. Y todo ello adobado con una cuarta virtud fundamental: la humildad. Si es que queremos ser perfectos, hasta llegar a una unión con Cristo, Él, nos pide una entrega absoluta, con una fe y confianza ciega en Él, y sin reservas de ninguna clase, rompiendo nosotros, con todos nuestros mecanismos de seguridad, en los que nos apoyamos. Esta es la única forma que tenemos de dejar a Cristo vivir en nosotros.

Y para alcanzar esta meta, hemos de confiar ciegamente y poner nuestra voluntad al servicio de nuestra entrega a Dios. Si usamos nuestra propia voluntad para aceptar la voluntad de Dios y conformar nuestro corazón al suyo, entonces realizaremos, cumpliremos con nuestra parte para dejar a Cristo vivir en nosotros y encontrar nuestra vida en Él. Si un alma así se entrega a Dios, Él no puede abandonar al hombre, que al abandonarse a Él plenamente, se deshace al mismo tiempo, de las riquezas, y rompe con el sistema de seguridad que destruye su fe. Es entonces cuando el Señor, ve maravillado el milagro de la fe humana.

Pero además la entrega, ha de ser siempre total, sin reparo alguno. El Señor así lo pide, y no la acepta de ninguna otra manera, porque Dios nunca comparte nada con nadie: "Otro discípulo le dijo: Señor, permíteme ir primero a sepultar a mi padre; pero Jesús le respondió: Sígueme y deja a los muertos sepultar a sus muertos. (Mt 8,21-22). Nuestra naturaleza nos pide, que nos resistamos, y que si hemos de aceptar el entregarnos, al menos que nos reservemos algo para nosotros, que no nos entreguemos en plenitud. Y nosotros, tratamos siempre de reservarnos muchos afectos, deseos, proyectos esperanzas, pretensiones, cosas a las que no queremos renunciar, pues han sido y son parte de nuestras vidas, impidiéndonos así llegar a esa perfecta desnudez del alma, que es imprescindible adquirir, para tener a Dios, si es que se quiere ir a la completa posesión del Señor, dentro de lo que nosotros, podemos llegar a poseer a Dios, dada nuestra naturaleza de seres limitados.

Todo lo que pide Dios, es que pongamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, que le amemos con todo nuestro corazón, que renunciemos a nuestra propia fuerza y nuestros necios planes, por humildad y abandono; y entonces Él hará el resto. Que nadie lo dude, Él se encargará de todo. Porque nosotros, a Dios le debemos todo, Él nos lo ha dado todo, desde el ser, porque todos nosotros, somos criaturas sacadas de la nada, hasta lo que somos y tenemos en la actualidad, sea esto lo que tenemos, aptitudes, conocimientos, talentos o riquezas. Todo se lo debemos a Dios, y si Él nos lo ha dado, ¿de qué nos vanagloriamos? A Él, se lo debemos todo, y si nos pide ese todo. ¿Cómo podremos negárselo? ¡Bendito sea el Señor, que ha tenido la bondad de fijarse en nosotros, siervos suyos, para pedirnos que nos entreguemos! Nunca desaprovechemos las ocasiones de entrega que Dios pueda ofrecernos. No seamos insensatos, nada absolutamente nada mejor en esta vida, que pasar a formar parte del grupo de sus elegidos.

El todo que Dios nos pide, es un todo no referido a todas las realidades, porque sería un craso error práctico considerar el abandono como una virtud puramente pasiva y creer que el alma, no ha de hacer ya otra cosa que echarse a dormir en los brazos divinos que la llevan. Sea cual fuere el abandono en Dios, es de necesidad que en el mundo, se siembre, que se coseche, que se confeccionen los vestidos, que se construyan las casa, que se prepare la comida y así en todo lo demás. Otro tanto ha de decirse en cuanto a la salud y la enfermedad. La vida ha de seguir, cumplimentándose el mandato divino: Vosotros pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominad en ella. (Gn 9,7). En este mismo sentido, René Laurentín, profesor de la Universidad de Angers, en Francia, escribe con referencia a los que lo dan todo, a los que se abandonan, que:Es claro que el abandono, se refiere a las realidades terrenas. No obstante, no debe de entenderse materialmente, sino ante todo de manera espiritual. Lo que se da siempre, es una nueva relación con los bienes materiales, que ya no es posesiva ni egoísta.

Más importante que el desprendimiento material de los bienes, es el obtener el desapego sobre los mismos. Porque para estar apegado a los bienes materiales, no es necesario poseerlos en sí, se puede ser pobre material y estar apegado a los bienes que no se tienen, pero que se sueña con tenerlos, anteponiéndose mentalmente este deseo, al de amar a Dios.

Cierto es que al entregarnos, podemos descansar en el Señor completamente. Sin embargo este descanso no es para adormecerse, sino todo lo contrario, es para actuar, pues Dios lo hace todo, pero no hace nada en nosotros, sin contar con nosotros. Él nos invita a la libertad, porque su amor tiene necesidad de nuestra libertad. Nuestro amor hacia Él, debe de estar libremente escogido por nosotros. Porque la libertad es una característica esencial del amor. Sin libertad no puede nacer el amor.

Reiteradamente venimos diciendo, que en la vida espiritual todo es lento, salvo la iniciación por una conversión interna, que generalmente Dios la otorga en un solo instante; caso de San Pablo, por ejemplo, por una caída de caballo, o la de Santa Teresa de Jesús, por la simple mirada a una escultura de Jesús doliente en su pasión. Desde luego que en nuestras manos, está el ralentizar o acelerar el proceso de caminar, hacia el santo abandono y la sucesiva unión con Cristo, pero el proceso requiere perseverancia, que es lo mismo que decir que requiere tiempo, porque el soporte de la perseverancia es el tiempo, si no hay tiempo no puede haber perseverancia.

Para San Alfonso María Ligorio, el santo abandono, o entrega, es: El acto más perfecto de amor a Dios que un alma puede producir, y vale más que mil ayunos y disciplinas. Es lógico que así sea, pues el alma que ha alcanzado el santo abandono, es un alma que se ha entregado a Dios en tal nivel de acercamiento, que todo lo que está alma haga, será contemplado por los ojos de Dios, con absoluta complacencia. El alma que se entrega, corresponde a la atracción de Dios, y como se abandona dócilmente por puro amor, Nuestro Señor, complacido, entrega más amor suyo a esta alma que siente entonces, un amor inmenso que la invade todo su ser.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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