jueves, 6 de mayo de 2010

JESÚS ESTÁ VIVO... EN MORELIA


Emiliano Tardif

Sanando Sida
El domingo de la segunda semana del mes de abril de 1991 salió por primera vez esta columna. Con la venida del padre Emiliano Tardif al Estadio Morelos el día 12 de marzo de ese mismo año se originó el espacio en este periódico. Desde esa fecha se han publicado algunos testimonios de las sanaciones que ha hecho Jesús de Nazareth en los que creen que él tiene todo el poder en los cielos y en la tierra. Hemos puesto todos los testimonios de los libros "Jesús está vivo", "Jesús es el Mesías", "La Vuelta al mundo sin maleta", de Pepe Prado y del P. Emiliano Tardif y algunas de las sanaciones llevadas a cabo en los templos de La Merced, Señor de la Misericordia y El Carmen.

Muchas personas que fueron sanadas de diferentes enfermedades han testificado el poder de sanción que tiene el nombre que está por encima de todo nombre: Jesús. Recordamos a David, un muchachito de 18 años que el Señor sanó de leucemia, Marisa que le sanó de cáncer en el vientre, tenía varios fibromas de hasta 3 centímetros de diámetro. A Rosalinda le devolvió la salud pues tenía cáncer, a Vicente le regresó a su hijo Sergio que llegó casi muerto al templo de El Carmen, a Delia le quitó el cáncer que los médicos le habían dicho que era el más agresivo, pues representaba a más de 300 enfermedades juntas, sólo nombramos algunos.

Después de evangelizar ponemos uno o varios de los testimonios que nuestros hermanos de comunidad nos relatan y en los cuales se manifiesta que ciertamente Jesús nos quiere sanos y ha venido a traernos vida en abundancia.

Que una persona sane de SIDA no es noticia de todos los días. No conocemos muchas personas que puedan decir: "yo tenía Sida". Nosotros conocemos tres. Nuestro hermano Víctor nos relata como fue intervenido por un problema de la tiroides, pero en el tratamiento le detectaron SIDA. Nos dice también como el Señor lo sanó de esa penosa enfermedad: Hace tiempo comencé a padecer de una rara enfermedad y los médicos diagnosticaron que era la tiroides. Perdí mucho peso y me dijeron que tenía los minutos contados. Me dieron un tratamiento muy fuerte pero me garantizaron que era muy efectivo.

Cada ocho días tenía que ir al Seguro y me daban medicinas, llegué a tomar 16 pastillas al día durante tres meses y tuve que suspenderlas porque mi estómago no las pudo soportar. Empecé a devolver sangre del estómago y a obrar negro y tuve que suspender el tratamiento.

La operación era indispensable y la programaron para mediados de septiembre del año pasado. Antes de presentarme en el Seguro mis familiares me llevaron a la oración con los enfermos del lunes en el templo de La Merced a las 12:00 horas. Cuando llegué ya había empezado la oración, al sentarme cerca del altar una persona me ofreció una vela y yo la acepté para adorar al Santísimo que está siempre expuesto. Los hermanos estaban pidiendo a Jesús por la salud de los enfermos que estaban en esos momentos presentes. En ese momento empecé a sentir que me desmayaba y quería volver el estómago y además me sentía sin fuerzas. Hice un esfuerzo y traté de concentrarme en la oración y empecé a sudar de una forma exagerada. Los hermanos le pidieron a Jesús que nos tocara la parte enferma de nuestro cuerpo, le dijeron que nosotros creemos que él realmente está presente en la Hostia consagrada y a partir de ese momento me sentí mejor, diría que casi estaba bien pues dejé de sentir todas mis molestias que llevaba. Realmente sentí como me tocó el Señor, sentí algo muy hermoso dentro de mí, una sensación de algo nuevo dentro, algo maravilloso que nunca había sentido en toda mi vida.

Después de la operación pasé a recuperación y allí una enfermera me indicó que tenía que cambiarme de cama y además me iban a aislar de los demás enfermos, yo en broma le contesté que si me estaba portando mal. Cuando llegaron mis familiares les comuniqué la noticia y se extrañaron que a sí fuera pues no sabían las causas.

La enfermera nos preguntó que si habíamos oído hablar del SIDA, mi mamá se extrañó mucho con la pregunta y en ese momento la enfermera me comunicó delante de mi mamá que yo tenía SIDA, así nomás, sin mayores informes. Para eso la enfermera llevaba un cubre boca, además de llevar todo su cuerpo completamente sobreprotegido. Me quedé mudo de asombro. Sentí que me moría. El mundo se me venía encima. Mi mamá no cabía del asombro, protestó y por toda respuesta se le dijo que efectivamente yo tenía SIDA. De allí en adelante mi vida fue un martirio, no comía, no dormía, no hablaba, no sabía que hacer, las noches me parecían larguísimas. Esta ha sido la situación más fuerte y pesada de toda mi vida. A los pocos minutos que llegó mi papá y se le informó de mi situación sintió el más duro golpe de su vida.

La operación de la tiroides fue un gran éxito pues podía haber perdido la voz, cosa que no ocurrió pero ahora mi situación era verdaderamente grave, tenía SIDA.

Cuando me aislaron sufrí mucho, me daban la comida de lejos y todo lo que tocaba era desechable, la comida me parecía que era de un día antes y la verdad no se me antojaba, nadie se me acercaba, llegaban las enfermeras muy protegidas y haciendo todo lo más lejos posible, en todo el Seguro se sabía que el enfermo aislado de la 411 tenía SIDA. Moralmente estaba muy deprimido. Me quería morir. En mis oraciones le pedía a Dios que hiciera algo por mí.

Mi mamá fue a hablar con la coordinadora de piso y le respondió que si creíamos en Dios le rogáramos mucho pues yo no tenía salvación. Esa noche no dormí, lloré, oré y al día siguiente otra vez lo mismo y al siguiente peor. Cada vez que veía que se cubrían la boca me sentía de lo peor. Lo único que me ayudaba era cuando oraba y le pedía a Dios por mí.

Cuando volteaba a ver el cielo lo veía nublado, gris, triste. Nada me reanimaba. Recuerdo que había un panal de avispas y por eso ni la ventana abría por miedo a que se metieran y me picaran. La verdad no tenía humor de nada, todo me parecía mal y triste. En mi casa nadie sabía de mi enfermedad nomás mis padres y una hermana.

Mi madre buscó al director del Instituto y le pidió que volvieran a hacer un estudio más amplio. El le mostró los estudios que ya me habían hecho pero le prometió volver a hacer otro. Preguntó el número de cama y contestó que ya estaba enterado y tenía conocimiento de esa situación. Además le dijo que estaba muy interesado en ese caso y que iba a hacer todo lo que pudiera. Antes de que saliera mi madre le sacó un estudio que ya le habían elaborado y se lo mostró diciéndole que realmente yo tenía SIDA.

Todo mundo se dio cuenta de la situación que yo tenía, se comunicaban entre si donde estaba el "aislado". Para mi familia y para mi era una situación triste además de penosa pues andaba de boca en boca. En la puerta había un letrero "Aislado" y un cubre boca para la persona que quisiera entrar, un alto de batas para cada quien. Un día mi mamá salió de mi cuarto con la bata y le llamaron fuertemente la atención porque la bata era solamente para usarla dentro de mi cuarto.

Un día la enfermera se disculpó por haber dado la noticia de una forma improvisada.

Un domingo mamá salió y no me dijo a donde iba pues mi hermana la había citado a las 4:00 de la tarde en El Carmen a una oración que hacían por los enfermos antes de la misa de 5:00 y digo hacían porque ya los corrieron de allí, les pidieron muy amablemente que dejaran ese lugar, ahora los hermanos hacen la oración por los enfermos en La Merced los lunes, miércoles y viernes a las 12:00 horas.

Mi mamá llegó tarde a la oración y nomás alcanzó una parte de la santa Misa pero el hermano le dijo que esa era precisamente la oración más grande que existe, el ofrecimiento de nosotros a Papá Dios del sacrificio de su Hijo amado: la Eucaristía. Cuando se le pidió al hermano una oración especial por mí le preguntó a mi madre que si creía que Jesús me podía sanar, ella contestó que sí. El manifestó a mi mamá que no se preocupara que en ese mismo momento Jesús me estaba sanando. El hermano llevaba la Comunión a otro enfermo y le dijo a mamá que confiara plenamente en Jesús, que ella debía tener una cara alegre para que me transmitiera la fe de que Jesús ya me había sanado. "Tienes Papá rico y Hermano Mayor rico" terminó diciendo al momento que ponía su mano en el corazón pues llevaba el relicario con Jesús Sacramento para llevarlo a otras personas.

Allí llevaba a Dios con él y de verdad mamá recibió una paz que nunca había tenido. Para ella - nos platica - fue algo verdaderamente maravilloso. Desde ese momento mi mamá dejó de llorar, sintió una tranquilidad de que definitivamente Dios había escuchado las oraciones. Pues otra persona - mi hermana - había pedido a otros hermanos de allí mismo oración por mí. Toda la comunidad estaba orando por mí. El hermano les pidió el número de cama y el lunes siguiente vino a hacer oración por mí.

Ese mismo domingo - nos relata la mamá - cuando llegué al Seguro mi hijo estaba sentado, fue algo maravilloso, pues Víctor que estaba como muerto en vida, sin ánimo ni fuerzas para nada, Jesús ya lo tenía sentado, estaba leyendo.

Al abrazarlo le pregunté que había pasado y me contestó que ya se sentía muy bien. Un hermano suyo se había quedado haciéndole oración mientras todos nosotros hacíamos lo mismo en el templo. En el lapso que salimos para hacer la oración, mi hijo era otra persona para gloria de Dios. Su semblante era diferente, su voz había cambiado, su ánimo era otro, tenía un hijo nuevo, Jesús me lo había cambiado, le había quitado su enfermedad.

Le dije que se alegrara porque iban a ir a orar por él y en eso estábamos cuando quitaron el cubre boca y las batas que estaban en la puerta y empezaron a cambiar la otra cama y me pregunté que estaría pasando. No entendía por qué si estaba aislado iban a poner otro paciente cerca de él. Lo que todavía no entendía era que Jesús lo había sanado antes de que llegáramos de la oración ese domingo.

Los médicos después de hacerle varios estudios lo dieron de alta pues todos ellos habían salido negativos de SIDA.

El último día que estuve en el Seguro - termina diciendo Víctor - la comida me pareció estupenda abrí la ventana y podía ver la calle que me parecía muy bella. El panal de avispas ya no estaba y en su lugar pude ver dos extraordinarias palomas muy grandes, una a cada lado. Al ver esas palomas sentí que Dios estaba conmigo y que no me había dejado solo. Sentí que en esas palomas estaba lo que le había pedido a Dios junto con mi mamá por mi sanación, sentí que me miraban y hasta me estaban cuidando, eran dos palomas muy bonitas y el cielo estaba claro con todo su esplendor y además el sol brillaba en todo lo que veía.

A partir de ese día mi vida ha cambiado completamente. Me han hecho varios estudios - pues sigo con un tratamiento de por vida pues me quitaron la glándula tiroides - y en todos he salido negativo de SIDA.

Mi nombre en Víctor Manuel Huerta Chávez y vivo en Isidro Huarte 1169 mi teléfono es 314-59-90

Como recuerdo tengo en mi poder un papel que dice que Víctor Manuel Huerta Chávez tenía SIDA. Pero el amor misericordioso de Jesús que murió en la cruz por mí me salvo, me curó.
Tengo Papá Rico y Hermano Mayor Rico.
¡Gloria a Dios!

Hay ocasiones que pensamos que para Jesús existen situaciones fáciles y situaciones difíciles porque pensamos con nuestras palabras humanas: pequeñas, cortas y huecas. Pero resulta que no es así, para Jesús Todo es fácil. Tenemos que darnos cuenta de una cosa que es muy real: la oración es la debilidad de Dios y la fuerza del hombre. Tenemos que acostumbrarnos a actuar, pensar y pedir en el nombre de Jesús, y cuando pidamos algo al Padre hacerlo precisamente en ese nombre que está por encima de todo nombre: Jesús. El día que nos demos cuenta que cuando hablamos al Padre e invocamos el nombre de Jesús que significa "Yahvé salva", ese día nuestra oración regresará a nosotros pero multiplicada con gracia y bendiciones.

Nos dice el apóstol Santiago en el capítulo 1 que cuando oremos al Señor no dudemos que recibiremos lo que pedimos y agrega también que seamos perseverantes en nuestra petición, que no nos desanimemos.

La barrera más grande que tenemos para sanar es cuando no perdonamos a los que nos han ofendido. Por eso si quieres recibir gracias, salud, paz, amor, no tienes más que pedírselo al que todo es posible, a Jesús, el verdadero y único hijo de Dios y trata de perdonar, no con tus palabras sino en el nombre que está sobre todo nombre: Jesús. Recuerda que perdonar es sanar. Que tu oración sea concisa, sea concreta y le pidas a Jesús como Pedro cuando se hundía por dejar de ver a Jesús y fijarse en sus problemas que lo rodeaban: "Señor, sálvame" ó como aquel ciego que se dio cuenta que la ocupación de Jesús era regresarle la vista a los ciegos: "Señor, que vea".

Nuestra hermana María Elena tiene otro hijo que Jesús le liberó del alcoholismo, le oró así: mira Señor, se que tengo Papá Rico, y si ya me sanaste a uno de SIDA, sáname al otro de esta otra terrible enfermedad, te conozco y se que puedes hacerlo. Te lo pido porque se que eres Dios y todo es posible para el que cree en ti. A Jesús le gusta que le hablemos de tu. Nuestro hermano que fue puesto por su madre en las manos de Dios le fue quitado el gusto por el alcohol y desde la sanación de su hermano Víctor no ha vuelto a tomar una gota de bebida de muerte.

Date cuenta que en toda la Biblia no existe un solo pasaje en el que Jesús esté de acuerdo en que estemos enfermos, él nos quiere completamente sanos y por eso le pedimos por nuestra salud, no estamos pidiendo nada que vaya en contra de su voluntad. Que tu oración sea verdaderamente un diálogo con Dios. Deja tiempo para que te responda, dale oportunidad de hablar y actuar, en ocasiones hablamos tanto que no le dejamos tiempo a él para que nos diga cuanto nos ama y hacemos nada más de nuestra oración un monólogo, tiene que ser diálogo, "de aquí para allá y de allá para acá". ¡Gloria a Dios! Que todo lo que respire de gloria a Dios.
¡Alabado sea Jesucristo!
Aurelio Prado Flores

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