martes, 6 de octubre de 2009

DIECISIETE AÑOS DE OLVIDO


De un momento a otro, se dio cuenta de que era otra persona.

Es decir, de repente, tras muchos años de olvido, se dio cuenta realmente de quién era él. Rafaele Venutti se sentó asombrado en un banco de la plaza, se rascó la cabeza y se rió un poco de sí mismo.

Diecisiete años atrás, Rafaele Venutti vivía en el pueblo de Erto, a orillas del lago Langarone, en Italia. La noche del 9 de diciembre de 1963, debido a las grandes llu­vias, una avalancha de tierra se desprendió de la montaña y cayó al lago. Las aguas se levantaron en una enorme ola, y esa ola arrastró con tres localidades de la orilla.

Rafaele quedó mudo de la impresión y perdió la memoria. Todos creyeron que había muerto, y su familia se resignó a su pérdida. Diecisiete años después, en la ciudad italiana de Udine, recuperó súbitamente la memoria y les pidió a las autoridades que lo ayudaran a reencontrarse con sus familiares. Para él fue como volver a vivir.

«Volver a vivir». ¡Qué linda frase! Rafaele vivió diecisiete años como vagabundo, sin familia, sin hogar, sin casa, sin amigos y sin parientes. En esos diecisiete años, él se creía un abandonado de todos, un verdadero paria, deambulando de aquí para allá como perro sin dueño, sin tener ni siquiera dónde caerse muerto. Y sin embargo, sin saberlo, todo ese tiempo era dueño de una propiedad, y tenía esposa e hijos, como también muchos parientes y amigos que lo amaban y que felizmente compartirían la vida con él. Cuando recuperó la memoria, Rafaele recuperó todas sus posesiones y volvió a ser feliz.

Conocer a Jesucristo como Señor y Salvador es algo así como recuperar la memoria de un momento a otro. Es entrar súbitamente en una nueva dimensión de vida. Es hacerse de familia, de amor, de amigos y de parientes. Es saber, de repente, que uno es alguien, que no es un simple vagabundo en este mundo, un paria desposeído de todo, sino un hijo de Dios, con toda la herencia y toda la dignidad de los hijos de Dios.

Podemos vivir en esta vida hasta veinte, treinta, cuarenta, o decenas más de años como si nada tuviéramos, como si fuéramos los más pobres y desamparados del mundo. Pero cuando encontramos a Cristo, nos damos cuenta de lo ricos que somos. Y entonces exclamamos asombrados: «¡Toda esta bendición que me tenía guardada Cristo, y yo ni me había dado cuenta Si aún no hemos tenido esta experiencia, ya es hora de que la tengamos, si no en este momento, en el que sigue...
Por: Carlos Rey

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