'La escena resulta de una belleza vigesimonónica, de cuando la vejez, la enfermedad y la muerte eran parte de la rutina. De cuando sabían a humanidad y eran para un niño, entre todas, la enseñanza más genuina'.
Seis de enero de 2024, festividad
de la Epifanía del Señor. En una casa junto al Retiro de
Madrid se reúne una miriada de niños,
que, en cuanto pasa inadvertida, corretea de un lado para otro en un manido y
viejo salón. Han venido los Reyes Magos y una alegría incontenible se hace
notar. Polvorones, mazapanes y galletitas acompañan a viejas anécdotas,
mullidas a fuerza de repetir, que configuran el que será el verdadero legado
familiar.
En el centro de la estancia, como
un sagrado baobab, allí está ella, viendo la vida pasar, rodeada de hijos,
nietos y bisnietos. A sus 96 años, los días se suceden unos a otros casi por
igual, sospechando que podrían, incluso, llegar a redundar. Sin embargo,
aquella mujer, para sorpresa de todos, apenas pierde vitalidad, ¿se habrá prometido vivir hasta el último segundo
antes de marchar? Y, con ella, un puñado de inocentes
criaturas esperan, como debe ser, acompañarla hasta el final.
La tarde se echa encima, y
alguien propone una foto como broche final. Entonces, una serie de cabecitas
aparece por allí. Décadas y décadas separan a la
anciana de estos "parientes lejanos",
como llama a sus bisnietos el gran Olaizola. Suena el obturador de la cámara, y
en un silencio un tanto ceremonial, salta el flash y profetiza la bisabuela: "¿Qué, una foto… de despedida, verdad?" Nadie
repara en ello... pero tampoco se quieren engañar.
Unas semanas después. En una cama
de hospital. El paciente más joven triplica en edad al celador más mayor. Sin
que nadie se lo espere, una valerosa y decidida
tropilla camina con paso firme por el pasillo central. A un lado y a otro, los ancianos observan con
una mezcla de sorpresa y callada admiración. Un grupo de pequeñas almas, con su
sola presencia, como el más profundo sorbo de respirador, susurra al pabellón
que la vida, hasta su irremediable final, sigue siendo esperanza y, sobre todo,
amar.
Desde la cama, la anciana agarra
la mano a uno de esos pequeños que la acompañan. La escena resulta de una
belleza "vigesimonónica", de
cuando la vejez, la enfermedad y la muerte eran parte de la rutina. De cuando
sabían a humanidad y eran para
un niño, entre todas, la enseñanza más genuina. "Adiós 'bisa', nos vemos pronto, que te pongas
bien", dice uno de los "enanos"
mientras se lleva a la boca un batido de ColaCao.
Viernes 8 de marzo. El morado del
tiempo de Cuaresma conjunta con el Día de la Mujer. En una casa de Madrid, un
grupo de niños posa frente al espejo. Peines, colonias y trajes de fiesta.
Aunque es lectivo, no habrá colegio.
-¿A dónde vamos, mamá?
-A ver a la 'bisa',
cariño.
-¿Al hospital?
-No, a otro sitio,
ha tenido que viajar.
-¿Y van los primos?
-Claro, vamos
todos, que hoy es el día más importante para ella.
-¿Por qué? ¿Porque ha
cumplido 100? ¡Si tenía 96!
-Porque se ha ido
al cielo y ahora lo ve todo desde allí.
Sala 17 de un tanatorio
convencional. Tras un cristal, los restos mortales de la bisabuela ya descansan
en paz. Es un día señalado para la sociedad y, habiendo sido madre de seis
hijos, abuela de dieciocho y bisabuela de casi veinte… ¿no
será esta otra forma tan digna de ser mujer? ¡Claro que sí! Al otro lado
de una especie de "escaparate", un
puñado de "renacuajos" de cuatro,
cinco, seis, siete, catorce... años mantienen una
divertida e inocente tertulia de barra de bar:
-Yo creo que me ha
guiñado un ojo.
-¿Y si nos lanza un
beso?
Y, en eso, la más pequeña suelta:
-La
"bisa" está ahora con nuestro amigo Diego.
Las horas pasan y los primos
aprovechan a jugar frente al resto de salas. No pueden hacer amiguitos. Por
allí, tal cual, no hay nadie de su edad, de hecho llama mucho la atención. Un
"¡Uy!, ¿y estos niños? ¿Qué hacen aquí?", sobrevuela por el lugar. Se
percibe como si alguien hubiera cometido una
gran temeridad... que ya se verá con el tiempo qué tipos de traumas traerá.
La alegría de los pequeños desentona con el entorno. ¿Será
que la muerte, como el porno, es solo para mayores de 18?
A la mañana siguiente. El día
amenaza lluvia, pero un punto borroso en lo más alto recuerda que detrás de las
nubes siempre se encuentra el sol. Los trabajadores van descolgando poco a poco
el ataúd. Mientras los mayores entonan el rezo del Credo, los más pequeños se
acercan al borde del foso, para temor de cualquier progenitor. Ningún niño se
quiere perder este momento... y en un silencio nada casual, el bisnieto mayor,
por iniciativa propia, saca un papelito, y, en nombre de sus primos, despide a
esta querida mujer... a la que, ellos,
bien sabían, no podían abandonar, justo ahora, cuando empezaba a nacer... para
la eternidad.
***A mi abuela Ana, con
cariño, por cuya generosidad estamos todos aquí.
Por: Juan Cadarso
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