jueves, 3 de marzo de 2022

LA VIRGINIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

LA CONCEPCIÓN VIRGINAL DE CRISTO [1]

Sobre la virginidad de la Madre de Dios en la concepción de Cristo, dogma de fe, que figura en el Símbolo de los Apóstoles –«nació de Santa María Virgen»–, afirma Santo Tomás: «Es absolutamente necesario confesar que la madre de Cristo concibió de modo virginal» [2]. Según refieren Tertuliano [3] y San Ireneo [4], «se sostenía lo contrario en la herejía de los ebionitas y en la de Cerinto». La razón es porque tenían a Cristo por un puro hombre, y pensaban que nació de la unión de ambos sexos».

Seguidamente da tres argumentos sobre la conveniencia de la concepción virginal de Cristo. El primero: «Por salvaguardar la dignidad del Padre que le envía. Al ser Cristo verdadero y natural Hijo de Dios, no fue oportuno que tuviera otro padre más que Dios, a fin de que la dignidad de Dios no fuese transferida a otro alguno».

Si el primero es por la dignidad del Padre, el segundo es por la dignidad del Hijo, porque: «fue conveniente por la propia dignidad del mismo Hijo, que es enviado. Este Hijo es el Verbo de Dios» [5].

Debe tenerse en cuenta, como había explicado Santo Tomás en la primera parte de la Suma teológica, que: «todo aquel que entiende, por el solo hecho de entender, procede algo de dentro de él, que es la concepción de la cosa entendida, que proviene de la fuerza intelectiva y del conocimiento de la cosa. Esta concepción es la que se significa en la voz, y se llama «verbo o palabra del corazón» al verbo significado en la voz» [6]. El «verbo del corazón» es, por tanto, el concepto o lo concebido interiormente por el entendimiento, pero expresado con la palabra física. Con el verbo se manifiesta lo que las cosas son.

Precisa ahora que: «el verbo es concebido sin ninguna corrupción del corazón» o del interior, porque es la expresión del mismo; es lo que manifiesta lo concebido desde la interioridad. «No sólo eso, sino que la corrupción del corazón no permite a la concepción de un verbo perfecto». La imperfección de la concepción interior es comunicada a su efecto, la palabra o el verbo del corazón.

Por consiguiente, concluye: «como el Verbo tomó la carne para que fuese carne del Verbo de Dios, fue conveniente que fuera concebida sin corrupción alguna de la Madre».

El tercer motivo es por la dignidad de la humanidad de Cristo. La virginidad de María, en la concepción de Cristo: «fue conveniente a la dignidad de la humanidad de Cristo, en la que no debió haber sitio para el pecado, puesto que por medio de ella era quitado el pecado del mundo, según lo que se lee en San Juan: «He aquí el Cordero de Dios» es decir, el inocente, «que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29), Pero no era posible que de una naturaleza ya corrompida por la unión sexual naciese una carne exenta de la contaminación del pecado original. Por eso, dice San Agustín en el libro El matrimonio y la concupiscencia: «allí solamente faltó el acto conyugal», a saber, en el matrimonio de María y José, «porque no podía realizarse en la carne del pecado, sino en la semejanza de la carne de pecado, aquel que habría de ser sin pecado» (c. 12)» [7].

Por la verdad de la humanidad de Cristo, podría objetarse: «Cristo fue de la misma especie que los demás hombres, como se dice en la Escritura «se anonadó a si mismo, tomado forma de siervo, hecho a semejanza de los hombres» (Flp 2, 7). Luego, siendo engendrados los otros hombres mediante la unión del varón con la mujer, parece que Cristo tuvo que ser engendrado de modo semejante. Y así, no parece que fuera concebido de madre virgen» [8].

A ello, responde Santo Tomás: «así como la naturaleza está determinada a un efecto natural, de igual manera está determinada respecto al modo de producirlo. Pero, teniendo el poder divino sobrenatural capacidades infinitas, así como no está determinado a un único efecto, tampoco lo está con relación al modo de producir cualquier efecto. Y por eso, como el poder divino pudo hacer que el primer hombre se formase «del limo de la tierra» (Gn 2, 7), así también pudo hacer que el cuerpo de Cristo se formase de una virgen sin concurso de varón» [9].

El cuarto y último motivo es por la finalidad de la misma Encarnación, ya que ésta: «se ordenó a que los hombres renaciesen como hijos de Dios «no de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios» (Jn 1, 13), es decir del poder de Dios. El modelo de este acontecimiento debió manifestarse en la misma concepción de Cristo. Por lo que escribe San Agustín, en el libro La santa virginidad: «Convenía que nuestra cabeza, por un extraordinario milagro, naciese de una mujer físicamente Virgen, para significar que sus miembros habían de nacer espiritualmente de la Iglesia virgen» (c. 6)» [10].

LA VIRGINIDAD DE LA MADRE DE DIOS EN EL NACIMIENTO DE SU HIJO

Al igual que la concepción de Cristo fue milagrosa y sobrenatural, lo mismo ocurrió al dar a luz la Virgen María a su hijo. Su parto fue virginal, tal como se definió dogmáticamente en el Concilio de Letrán del año 649 (can. 8)[11], y cuyas doctrinas fueron aprobadas por el Concilio ecuménico de Constantinopla III en el año 681. En el Concilio de Trento, el papa Pío IV, en la constitución Cum quorundam, expresó la afirmación de todos los anteriores concilios de la virginidad perpetua de la Santísima Virgen de este modo: «permaneció siempre en la integridad de la virginidad, a saber, antes del parto, en el parto y perpetuamente después del parto» [12].

En el artículo siguiente, Santo Tomás expone las razones de la conveniencia del parto virginal de la Madre de Dios. Da tres, después de declarar que: «Sin ninguna duda debemos asegurar que la Madre de Cristo, también en el parto, fue virgen, pues el Profeta no sólo dice: «He aquí que la virgen concebirá», sino que añade «y dará a luz un hijo». (Is, 7, 14)». Si en el texto citado de Isaías se dice que «la virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo» [13], queda afirmado que será virgen en la concepción e igualmente en el parto.

La primera razón que da Santo Tomás de ello es la siguiente: «porque esto convenía a la propiedad del que nacía, que era el Verbo de Dios, pues el verbo no sólo es concebido por la mente sin corrupción, sino que sin corrupción sale también de ella». El concepto o verbo mental, al ser el significado de la palabra física, oral o escrita, no afecta al cuerpo, al igual que tampoco lo hizo al ser concebido o conocido.

Por consiguiente: «para que fuese manifiesto que aquel cuerpo era del mismo Verbo de Dios, convino que naciese del seno incorrupto de una virgen. Por eso se lee en un sermón del Concilio de Efeso: «La que da a luz pura carne pierde la virginidad; más, cuando quien nace en la carne es el Verbo de Dios, el propio Dios conserva la virginidad, demostrando con ello que es el Verbo de Dios. Ni siquiera nuestro verbo corrompe nuestra mente al ser proferido o salir de ella. Y Dios, Verbo substancial, que ha resuelto nacer, tampoco destruye la virginidad» (p. III, c. 9)»,

En la segunda razón de la conveniencia del parto virginal de María se dice que: «Era esto conveniente por lo que toca al efecto de la encarnación de Cristo, pues, habiendo venido Cristo para quitar nuestra corrupción, no era conveniente que, al nacer, corrompiese la virginidad de la madre. Y así dice San Agustín, en un sermón de la Natividad del Señor: «No era justo que con su venida violase la integridad el que había venido a sanar lo que estaba corrompido» (Serm. sup. 121, 3)».

Por último, la tercera razón es que: «fue conveniente que no mermase el honor de la madre el que había mandado honrar a los padres» [14].

Contra la conveniencia que la Madre de Dios fuese virgen en el parto, se puede objetar que ello implica la negación de la realidad del cuerpo humano de Cristo, porque: «no a un cuerpo verdadero, sino al fantástico, parece convenir el que pueda pasar por lugar encerrado, siendo cierto que dos cuerpos no pueden estar a la vez en el mismo lugar. Luego el cuerpo de Cristo no debió salir del seno cerrado de su Madre» [15].

A ello responde el Aquinate: «Cristo quiso demostrar de tal modo la verdad de su cuerpo, que a la vez se manifestase su divinidad. Por eso juntó lo sublime con lo modesto. De donde, para manifestar la verdad de su cuerpo, nace de una mujer, y para mostrar su divinidad, nace de una virgen. Dice San Ambrosio en el Himno de Navidad que: «Tal nacimiento convenía a Dios» (Him, Ven Redentor de los pueblos [16].

Otra objeción que parece plausible es la siguiente: «Dice San Gregorio, en la Homilía de la Octava de Pascua, que, por el hecho de haber entrado el Señor después de su resurrección, con las puertas cerradas, donde estaban sus discípulos, «mostró que su cuerpo era de la misma naturaleza, pero de condición gloriosa» (Sobre el Evang., 2, hom. 26). Parece, pues, que el pasar por sitio cerrado pertenece al cuerpo glorioso, porque dos cuerpos a la vez no pueden estar en el mismo lugar. Pero el cuerpo de Cristo en su concepción no era glorioso, sino pasible al tener una carne «semejante a la del pecado» (Rm, 8, 3). Luego no salió por el seno cerrado de la Virgen» [17].

Sobre esta dificultad, indica Santo Tomás que: «dijeron algunos que Cristo en su nacimiento había tomado la cualidad gloriosa de la sutileza, como cuando caminaba sobre el mar sin mojarse los pies había tomado la cualidad gloriosa de la agilidad». Sin embargo, no puede admitirse, porque: «tales dotes del cuerpo glorioso provienen de la redundancia de la gloria del alma en el cuerpo». En cambio, «Cristo antes de la pasión permitió que su carne obrase y padeciese lo que le es propio, ni entonces existía esa redundancia de la gloria del alma en el cuerpo».

En consecuencia, debe decirse que el entrar Cristo en una habitación cerradas sus puertas y su nacimiento: «se hizo milagrosamente por el poder divino. Por esto dice San Agustín: «Las puertas cerradas no ofrecieron resistencia a la masa del cuerpo en que moraba la divinidad. Pudo entrar cerradas las puertas el que al nacer, dejó intacta la virginidad de la madre» (Com, a San Juan, 20, 19, 4). Y Dionisio dice que: «Cristo realizaba lo que es propio del hombre con un poder sobrehumano, y esto lo demuestra la Virgen concibiendo de modo sobrenatural y el agua movediza al sostener el peso de unos pies terrenos» (Epist. 4, Ad Caium)» [18].

LA VIRGINIDAD PERPETUA DE LA VIRGEN MARÍA

También en el canon citado del Concilio de Letrán quedó definido dogmáticamente que «la santa y siempre Virgen María» permaneció, «aún después del parto, en su virginidad indisoluble» [19]; al igual que se hizo después en la constitución ya citada de Paulo IV. Ya en el concilio ecuménico II de Constantinopla, del año 533, en sus cánones, se habla de la «santa gloriosa madre de Dios y siempre Virgen María» [20] y de «la santa gloriosa siempre Virgen María madre de Dios» [21].

Santo Tomás afirma explícitamente que la Madre de Cristo «permaneció virgen después del parto». Cita la interpretación de San Agustín, en uno de sus sermones, sobre las palabras del profeta Ezequiel: «Está puerta estará cerrada, y no se abrirá y no pasará por ella varón, porque el Señor Dios de Israel ha entrado por ella» [22]. Dice el Santo en el mismo: «¿Qué significa esa puerta cerrada en la casa del Señor, sino que María será siempre intacta? ¿Y qué quiere decir el hombre no pasará por ella, sino que José no la conocerá? ¿Y que indica el que sólo el Señor entra y sale por ella, sino que el Espíritu Santo la fecundará, y que el Señor de los ángeles nacerá de ella? ¿Y que significa que estará eternamente cerrada, sino que María es virgen antes del parto, en el parto y después del parto?» [23].

Afirma Santo Tomás que: «es absolutamente necesario afirmar que la Madre de Dios, como concibió y dio a luz siendo virgen, así permaneció virgen para siempre después del parto». Convenía que fuera así, porque el negarlo supone un «error» que hay que «detestar».

En primer lugar: «porque eso rebaja la perfección de Cristo, quien, como según la naturaleza divina es el «Unigénito del Padre» (cf. Jn 1, 4) e «Hijo» suyo totalmente «perfecto» (Cf. Heb 7, 28), así también convino que fuese unigénito de la madre, como hijo suyo perfectísimo».

En segundo lugar, porque: «este error injuria al Espíritu Santo, cuyo sagrario fue el seno virginal, en el que formó el cuerpo de Cristo; por lo que no resultaba decoroso que fuera en adelante violado por la unión carnal».

En tercer lugar, porque «va en detrimento de la dignidad y de la santidad de la Madre de Dios, que daría la impresión de una total ingratitud si no se contentase con un Hijo tan excepcional, y si quisiese perder espontáneamente, mediante la unión carnal, la virginidad que milagrosamente había sido conservada en ella».

Por último, en cuarto lugar, porque: «el propio San José caería en una suprema presunción en caso de intentar contaminar a aquella cuya concepción por obra del Espíritu Santo había conocido él mediante la revelación de un ángel» [24].

EL VOTO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN Y SAN JOSÉ

Sobre el voto de perpetua virginidad de la Virgen María, San Agustín dice estas palabras, que sintetizan la opinión común de toda la tradición: «Eres virgen, eres santa, has hecho un voto» [25]. Argumenta que: «Es lo que indican sus palabras con que María replicó al ángel, que le anunciaba que concebiría en su seno: «Como -dice- acontecerá esto, si no conozco varón» (Lc 1, 34), Palabras que ciertamente no hubiera pronunciado si no hubiese consagrado con anterioridad su virginidad a Dios» [26].

Además de aceptar este argumento basado en la Sagrada Escritura, Santo Tomás da este: «las obras de perfección son más dignas de alabanza si se hacen en virtud de un voto. Pero la virginidad debió estar en gran aprecio principalmente en la Madre de Dios por las razones dadas anteriormente. Y por eso fue conveniente que su virginidad estuviera consagrada a Dios por medio de un voto» 27].

El voto de virginidad lo debió hacer juntamente con San José. De manera que: «no lo hizo antes de desposarse con San José. Un vez que se produjo el desposorio, hicieron ambos voto de virginidad de mutuo acuerdo» [28].

La razón que da Santo Tomás es la siguiente: «En la Antigua Ley era preciso que así los hombres como las mujeres atendiesen a la generación, pues el culto divino se propagaba por la generación carnal, hasta que Cristo naciese de aquel pueblo. No es creíble, por tanto, que la Madre de Dios hubiera hecho un voto absoluto de de virginidad antes de desposarse con San José. Y aunque lo deseara, se encomendaba sobre ello a la voluntad divina. Más una vez que recibió esposo, según las costumbres de aquel tiempo lo exigían, junto con el esposo hizo voto de virginidad» [29].

Precisa Santo Tomás sobre este voto que, en primer lugar: «como parecía contrario a la Ley no procurar dejar descendencia sobre la tierra, por eso la madre de Dios no hizo el voto absoluto, sino condicionado, si a Dios placía». En segundo lugar, que: «luego que conoció que era a Dios agradable, hizo el voto absoluto, y esto antes de la anunciación del ángel» [30].

No obstante, como nota Royo Marín: «Si el ángel le hubiese manifestado de parte de Dios que el modo de la concepción de Cristo había de ser el normal en un matrimonio –lo cual implicaría la dispensa de su voto por parte de Dios–, la Virgen hubiera acatado esta divina voluntad pronunciando su sublime «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38)» [31].

Al reflexionar sobre las dos virginidades del «matrimonio espiritual» de la Santísima Virgen y San José, se preguntaba Bossuet sobre la «unión de la divinidad con la carne», que se da en la Encarnación del Hijo de Dios; «¿no parece que hay demasiada desproporción entre la corrupción de nuestros cuerpos y la belleza inmortal de este espíritu puro y en consecuencia que no es posible unir naturalezas tan distintas?» [32].

Así se explica que, en este misterio: «la santa virginidad se pone entre dos, para acercarlos por su mediación. Y en efecto, observamos que la luz si cae sobre cuerpos opacos, nunca los puede penetrar, porque su obscuridad la rechaza, parece, al contrario, que se retira, reflejando sus rayos; pero al encontrar un cuerpo transparente, lo penetra, se le une, porque encuentra allí el esplendor y la transparencia que se acerca a su naturaleza y tiene algo de la luz. De este modo (…), podemos decir que la divinidad del Verbo eterno queriendo unirse a un cuerpo mortal, pedía la bienaventurada mediación de la santa virginidad, la cual teniendo algo de espiritual, ha podido de cierta manera preparar la unión de la carne con el espíritu.

Eudaldo Forment

 

[1] La imagen es de la pintura El nacimiento de la Virgen (1660), obra de Murillo (1617-1682).

[2] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 28, a. 1, in c.

[3] Véase: Tertuliano, Libro de la Carne de Cristo, c. 14

[4] Véase: San Ireneo, Contra las herejías, III, c.21.

[5] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 28, a. 1, in c.

[6] Ibíd., I,  q. 27, a. 1, in c.

[7] Ibíd., III, q. 28, a. 1, in c.

[8] Ibíd., III, q. 28, a. 1, ob. 4.

[9] Ibíd., III, q. 28, a. 1, ad 4.

[10] Ibíd., III, q. 28, a. 1, in c.

[11] Dz 256.

[12] Dz 993.

[13] Is 7, 14.

[14] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 28, a. 2, in c.

[15] Ibíd., III, q. 28, a. 2, ob. 2.

[16] Ibíd., III, q. 28, a. 2, ad 2.

[17] Ibíd., III, q. 28, a. 2, ob. 3.

[18] Ibíd., III, q. 28, a. 2, ad 3.

[19] Dz 256,

[20] Dz 214.

[21] Dz 218.

[22]  Ez 44, 2.

[23] San Agustín, Serm. sup., 195.

[24] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 28. a. 3, in c.

[25] SAN AGUSTÍN, Sermones, En el natalicio de San Juan Bautista, 291, 6

[26] ÍDEM, La santa virginidad,  c. IV, 4.

[27] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 28, a. 4, in c.

[28] Ibíd.,, III, q. 28, a. 4, ad 3.

[29] Ibíd., III, q. 28, a. 4, in c.

[30] Ibíd., III, q. 28, a. 4, ad 1,

[31] Antonio Royo Marín, O.P., La Virgen María, Madrid, BAC 1968, p.90.

[32] Jacques-Benigne Bossuet, Panégirique de Saint Joseph, (Depositum custodi), en Oeuvres de Bossuet, Versalles, J.A. Lebel,  1816, vol. XVI,  pp. 80-115, p. 89.

[33] Ibíd., pp. 89-90.

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