UNA EXPOSICIÓN MUY CLARA DEL DOCTOR KEVIN MAJERES, PSIQUIATRA EN HARVARD
Una vez que se empieza, la necesidad de ver pornografía más tiempo y en modalidades de mayor perversión tiene una explicación fisiológica sencilla.
Cuando
aprendimos a montar en bicicleta, cada dificultad iba siendo superada con un
esfuerzo tanto más satisfactorio cuanto más crecía nuestra habilidad y
facilidad para manejar la máquina. Es un círculo virtuoso.
Pensemos
ahora en lanzarnos cuesta abajo con ella. Cuando más descendemos, más sencillo
y menos trabajoso resulta pedalear, y al mismo tiempo más complicado controlar
la situación. Es un círculo vicioso.
“Las auténticas recompensas en la vida
provienen de los círculos virtuosos. Las falsas recompensas en la vida se
consiguen al precio de los círculos viciosos”, los
cuales “constituyen el núcleo de los trastornos
emocionales y adictivos”, observa Kevin Majeres, psiquiatra especialista en terapia cognitiva y de conducta y
profesor en la Harvard Medical School. Y añade que,
mientras los círculos virtuosos refuerzan el poder de nuestra voluntad y
amplifican la satisfacción con lo conseguido, los círculos viciosos nos
convierten en “esclavos del proceso” hasta perder la libertad de revertirlo.
El
doctor Kevin Majeres es psiquiatra y experto en terapia cognitiva.
En un
reciente artículo publicado por el Catholic
Education Resource Center, el doctor Majeres estudia bajo
esta perspectiva la satisfacción aparente que
proporciona la pornografía y cómo influye en la reacción del cerebro.
NORMAS
PROTECTORAS
“La finalidad de las costumbres, de los mandamientos, de las normas es protegernos
de los círculos viciosos. Las necesitamos. Nos dicen dónde no
debemos pedalear, porque si empezamos a hacerlo en esa dirección, puede ser
demasiado tarde: acabaremos estrellándonos. Sin embargo, para prosperar
moralmente no basta con seguir las reglas: hay que perseguir la virtud a la que apuntan
los mandamientos”: por eso,
añade, “cuando practicamos una virtud, esa virtud
se hace cada vez más fácil y satisfactoria”.
En el
caso de la conducta sexual, la virtud protegida por las normas “de la fe y de la razón” es la pureza. Desde el punto de
vista natural, “fortalece la mente” y nos
hace estar “más centrados y motivados” y “amar a los demás sin egoísmo”. Desde el punto de
vista sobrenatural, convierte nuestros cuerpos en “templos
adecuados para el Espíritu Santo” y hace fácil decir “no” a
cualquier placer que implique decir “no” a Dios: “La pureza es siempre el triunfo del amor en nuestra
vida”.
LA
PUREZA DEL PADRE, SOSTÉN DE LA FAMILIA
Majeres
se detiene en la trascendencia de esta virtud en el ámbito doméstico: “La pureza del padre es la fortaleza y la
estabilidad de la familia”, porque “produce
gozo y felicidad en la relación con su esposa” y eleva su capacidad de
encontrar las verdaderas alegrías de la vida. No considerar el sexo un fin en
sí mismo protege la felicidad del hombre y hace también más satisfactoria su
propia vida sexual.
Con la
impureza sucede justo lo contrario: coloca al sexo como un fin en sí mismo, “por encima de Dios, de la esposa, de la familia… Una vez
que el corazón del hombre está invadido por la lujuria, nada está a salvo en la
familia: nunca puedes saber a ciencia cierta qué está dispuesto a sacrificar por
el placer sexual. En ese sentido, la impureza del padre
desestabiliza a toda la familia”.
EL
DOMINIO DEL CEREBRO INFERIOR
Pero el
mensaje del doctor Majeres no se refiere solamente a la virtud moral. Desde su
propia competencia profesional, explica los procesos fisiológicos implicados en el sexo y, en particular, en la
pornografía.
De las
dos partes en las que se divide el cerebro desde este punto de vista, la
superior es la encargada del compromiso personal (pensamiento racional, libre
albedrío, moral), y la inferior del placer
sexual (impulsos, emociones, sentimentos). La reproducción también depende del
cerebro inferior, y el placer sexual es su principal activador.
EL
EFECTO COOLIDGE
Aquí es
donde entra el denominado efecto Coolidge,
bien estudiado por los biólogos.
El
experimento consistió en introducir una rata macho en una caja junto a una rata
hembra en celo. El macho se emparejaba con la hembra, y después perdía interés
aunque ella siguiese en celo. Sin embargo, si en ese momento se metía una nueva
rata hembra, el macho volvía a emparejarse. Y lo mismo si se introducía una
tercera hembra. La rata macho llegaba hasta el agotamiento
con tal de reproducirse, pero siempre sin repetir con cualquiera de
sus parejas.
El efecto
Coolidge no es una peculiaridad de las ratas, “se
ha encontrado en todos los animales estudiados”, recuerda
Majeres, quien introduce en este punto el papel de la pornografía.
Calvin
Coolidge, presidente de Estados Unidos (1923-1929), con su esposa Grace. No
tuvieron nada que ver con el experimento, pero se denominó así a raíz del
supuesto cruce de indirectas que el matrimonio se habría hecho durante una
visita a una granja, al ver el fogoso comportamiento de un gallo en el
gallinero.
La
pornografía juega con el instinto reproductor del cerebro inferior: “El poder de la pornografía procede de la
forma en la que engaña al cerebro inferior. Uno de los inconvenientes de esta región es que
no puede diferenciar entre una imagen y la realidad. La pornografía ofrece al
hombre un número ilimitado de mujeres aparentemente dispuestas. Cada vez que,
en cada clic, ve una nueva pareja, su deseo sexual aumenta de
nuevo”.
LA
DROGA DEL DESEO
Esto
significa que el cerebro inferior llega a preferir la pornografía
al sexo real con una esposa, y la
responsable de esto es una sustancia llamada dopamina.
La dopamina es “la droga del deseo”, define
Majeres: “Cuando ves algo deseable, tu cerebro
segrega dopamina diciéndote ‘¡Ve a por ello!’, fija tu atención y te da poder
de concentración” para conseguirlo.
¿Qué pasa en el cerebro de una persona cada vez que hace un clic sobre
una nueva imagen pornográfica? “Que su cerebro inferior cree que es
algo real, que esa es la mujer a la que hay que conquistar, y lanza
una gran dosis de dopamina sobre su cerebro superior, produciendo
una cantidad salvaje de energía eléctrica”.
Cada
nueva imagen supone un nuevo torrente de dopamina, una vez tras otra, a cada
clic, mientras eso continúe. Es un ‘atracón’ de dopamina.
¿Qué hace el cerebro con ese torrente que no puede drenar? El doctor Majeres plantea una analogía: si alguien
empieza a gritar cuando hablamos por teléfono, bajamos el volumen del teléfono.
Si luego nuestro interlocutor deja de gritar y habla en tono normal, ya no
podemos oírle.
“Exactamente lo mismo pasa en el cerebro", explica: "Si una
persona mantiene alto el ‘grito’ de dopamina sobreestimulándose con
pornografía, el cerebro baja el volumen, porque a las sinapsis
(conexiones) del cerebro no les gusta ser sobreestimuladas con dopamina, así
que responden destruyendo receptores de dopamina".
LA
ADRENALINA SE AÑADE AL CÓCTEL
Ése es el
círculo vicioso de la pornografía, porque cuando el usuario vuelva a ella, al
tener menos receptores de dopamina, necesitará más estimulación
para conseguir la misma emoción de dopamina.
Pero eso obligará al cerebro a destruir más receptores, “por lo que experimenta una necesidad aún mayor de pornografía para
estimularle”.
Esto
describe a la perfección el comportamiento del pornoadicto: “Tienen que consumir pornografía por periodos cada vez más largos, y
visitar cada vez más sitios, para conseguir el mismo efecto”.
Y aquí
entramos en un “periodo peligroso”, lo cual
constituye “la razón número uno para no empezar a
consumir pornografía”. Porque hay un truco para incrementar la
excitación de dopamina cuando el efecto empieza a debilitarse, y es añadir adrenalina al cóctel.
Y ¿cómo conseguir más adrenalina? “Estimulando otras emociones:
el miedo, el asco, el shock, la sorpresa”. Lo cual, cuando hablamos de
pornografía, implica “empezar a buscar cosas
más perversas, cosas que pueden asustarte o sentirte mal; y así
empiezas a experimentar diversas perversiones”.
NEUROPLASTICIDAD
Ese mix
de adrenalina y dopamina es enormemente potente y “dispara
la denominada neuroplasticidad” del cerebro, una especie de “recableado”.
¿En qué consiste este proceso? En la
capacidad del cerebro para adaptarse, en este caso a las imágenes que
produjeron esa producción conjunta de adrenalina y dopamina, tanto más si va
acompañada del orgasmo, “la recompensa natural más
potente”. El cerebro “graba” ese punto para hacerlo deseable en el futuro.
DESÁNIMO
VITAL
Pero hay
más consecuencias. La sobreestimulación de dopamina por la pornografía, y la
consecuente destrucción de receptores de dopamina, deja poca dopamina
para la vida diaria. Eso se
traduce en síntomas como el aburrimiento o la pereza, la falta de
concentración, el cansancio, la ansiedad, la depresión, la irritabilidad, la
desmotivación…
Y otra
más, muy importante: “La incapacidad
para experimentar las sutiles alegrías de la vida, ya sean los deportes, el estudio, la amistad o la
oración. Los afectados se vuelven solitarios, pierden interés en los demás, se
hace difícil estudiar porque cuesta concentrarse, desarrollan un déficit de
atención porque la concentración necesita dopamina”. Muchos acuden a estimulantes para suplir esa carencia.
En
resumen: “Su sistema de la dopamina ha sido secuestrado
por la pornografía, al tiempo que el cerebro continúa empujándole a ver más
pornografía. Su poder de
resistencia será cada vez menor. Es la trampa perfecta: mientras desciende por
la cuesta, descubre que ya no tiene capacidad para frenar. La vida es muy
lúgubre cuando uno cae en un círculo vicioso”.
LA
PUREZA SIEMPRE ES POSIBLE
Pero,
tras dibujar este panorama de causas y efectos, el doctor Majeres recuerda que “la mayoría de las personas que se comprometen a parar la
pornografía por completo consiguen parar. Tienen que
reconocer los daños y los peligros, reaccionar con energía y crecer
en el amor por la virtud de la pureza viendo la alegría, la paz y
los beneficios que trae consigo”.
Se trata,
concluye, de “aceptar el desafío”, utilizando
las tentaciones como entrenamiento para el auto-control y el crecimiento
interior: “Las tentaciones, bien manejadas,
fortalecen la virtud. Las pruebas mayores son al principio. Gradualmente, el
hábito luego se fortalece y esa cada vez más fácil vivir la virtud. No importa
por qué haya pasado una persona: la virtud de la pureza es posible para todos”.
C.L. / ReL
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