En el marco de la Solemnidad de la Asunción, recordamos lo que el Papa San Juan Pablo II explicó en su catequesis del 25 de junio de 1997, sobre la “dormición” de la Virgen María.
El Papa Juan Pablo II, que consagró su pontificado a la Madre de Dios
bajo el lema “Totus tuus” (Todo tuyo),
recordó que cuando Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de la Virgen María,
el 1 de noviembre de 1950, “no pretendió negar el
hecho de la muerte; solamente no juzgó oportuno afirmar solemnemente, como
verdad que todos los creyentes debían admitir, la muerte de la Madre de Dios”.
“Reflexionando en el destino de María y en su
relación con su Hijo divino, parece legítimo responder afirmativamente: dado
que Cristo murió, sería difícil sostener lo contrario por lo que se refiere a
su Madre”, dijo el santo que consideraba el
Rosario como su oración favorita.
San Juan Pablo II citó luego a dos santos que se refirieron a este tema:
San Modesto de Jerusalén, fallecido en el 634; y
San Juan Damasceno, que murió en el 704.
Este último escribió sobre la Virgen María que “aquella
que en el parto superó todos los límites de la naturaleza”, al ser asunta
al cielo se despojó “de la parte mortal para
revestirse de inmortalidad, puesto que el Señor de la naturaleza tampoco evitó
la experiencia de la muerte”.
“Es verdad que en la Revelación la muerte se
presenta como castigo del pecado. Sin embargo, el hecho de que la Iglesia
proclame a María liberada del pecado original por singular privilegio divino no
lleva a concluir que recibió también la inmortalidad corporal. La Madre no es
superior al Hijo, que aceptó la muerte, dándole nuevo significado y transformándola
en instrumento de salvación”, subrayó el Papa Juan Pablo II.
“Para participar en la resurrección de Cristo,
María debía compartir, ante todo, la muerte”, destacó.
San Juan Pablo II también refirió que, si bien “el
Nuevo Testamento no da ninguna información sobre las circunstancias de la
muerte de María”, este silencio “induce a
suponer que se produjo normalmente, sin ningún hecho digno de mención. Si no
hubiera sido así, ¿cómo habría podido pasar desapercibida esa noticia a sus
contemporáneos, sin que llegara, de alguna manera, hasta nosotros?”.
El Papa peregrino citó luego a San Francisco de Sales, quien consideró
que “la muerte de María se produjo como efecto de
un ímpetu de amor. Habla de una muerte ‘en el amor, a causa del amor y por
amor’, y por eso llega a afirmar que la Madre de Dios murió de amor por su hijo
Jesús’”.
En todo caso, “cualquiera que haya sido el
hecho orgánico y biológico que, desde el punto de vista físico, le haya
producido la muerte, puede decirse que el tránsito de esta vida a la otra fue
para María una maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor
que en ese caso la muerte pudo concebirse como una ‘dormición’”.
“La experiencia de la muerte enriqueció a la
Virgen: habiendo pasado por el destino común a todos los hombres, es capaz de
ejercer con más eficacia su maternidad espiritual con respecto a quienes llegan
a la hora suprema de la vida”, concluyó.
Redacción ACI Prensa
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