Juan Gabriel rebozaba de una manera espiritual en el gusto del público, respaldado sobre todo por su trabajo.
Por: Joaquín Galván José | Fuente: Yo influyo
06 Septiembre 2016
Ya sé que se ha hablado mucho de Juan Gabriel, pero hoy le daremos otro
enfoque. Fue sorpresiva, para todos los que seguimos a Juan Gabriel, su muerte,
más allá del producto mercadotécnico: el artista, el músico, la brillantez que
simbolizaba para los conocedores; en fin; el fenómeno de Juan Gabriel
trasciende meras cuestiones superficiales y, sobre todo, Juan Gabriel, el que
traspasó lo que muchos “artistas plásticos”
sólo tienen como respaldo: la moda; después, condenados a la fama muerta.
Juan Gabriel rebozaba de una manera espiritual
en el gusto del público, respaldado sobre todo por su trabajo (se los dice un
joven universitario que empezó a complacerse de su profesionalismo y talento
desde los 16 años). El término artista se ha profanado y hoy se usa en el mundo
del espectáculo de una manera irresponsable para todo aquel que simplemente sea
promovido en las masas, sin importar si lo que hace es o no es arte, es o no
cultura.
Eso fue Juan Gabriel, un promotor de la
excelencia en cada concierto, en cada producción, un conocedor. Si exigía, es
porque sabía; él no se acoplaba a sus orquestas, sus orquestas se acoplaban a
él, por el simple hecho de que lo que tenía de garantía, se imponía.
Su trayectoria musical estuvo marcada, además,
por algo que simplemente no se impuso nunca ni por su público, ni por él mismo,
ni tenía por qué hacerlo.
Leía en redes sociales algunas imágenes
compartidas. En una página aparecía la leyenda “Ayer
marchaban contra los homosexuales, y hoy lloran por Juan Gabriel, así de
hipócritas somos en este país”. Me llamó la atención dicha publicación y
me hizo pensar en varias cosas. Lo primero es que un movimiento gay actual está
usando la imagen de Juan Gabriel para su abanderamiento. Pero sobre todo
concluí que Juan Gabriel, más que aportar al activismo gay, les vino a decir
que su lucha está mal dirigida, que está mal sustentada, y a refutarla.
Alberto Aguilera lo último que hizo fue utilizar
su preferencia sexual para lograr mayor simpatía; es más: este artista jamás hizo una declaración pública
determinante sobre si efectivamente era una persona homosexual. Tampoco
nunca se unió al activismo de la comunidad LGBTTTI, nunca declaró sentirse
identificado con dicha corriente radical, ni promovió nunca las exigencias
actuales del lobby gay, como el llamado “matrimonio
igualitario” y la “adopción gay”, a
diferencia de otros conocidos intérpretes, como Ricky Martin o Elton John.
Claro, era evidente que Juan Gabriel manifestaba
implícitamente lo que quizá es indiscutible para muchos: su homosexualidad,
aunque de facto todo sean especulaciones. A pesar de todo esto, de ser él mismo
en su escenario, en la vida pública, y quizá en su vida privada, tomó un lugar
especial en el sentimiento de la gente; y eso, gracias a que se promovió por su
dignidad de persona y no por la exteriorización de lo que él guardaba sólo para
sí.
Esto nos deja en claro que la conducta social
respetuosa a ciertos sectores vulnerables se puede lograr sin necesidad de
imponer, utilizar al Estado o la educación pública para reprogramar el
pensamiento, o llamar “homófobo” a cualquier
persona que discrepe de las propias ideas. En mi vida, jamás escuché a Juan
Gabriel llamar “homófoba” a una institución,
grupo social o individuo.
Juan Gabriel nos deja la enseñanza de que la
lucha por el respeto a lo diferente no debería de existir, si el respeto se
busca por una acción exteriorizada. De esta manera la lucha está equivocada,
pues el respeto se traduce en superficialidad, inclusive hasta en miedo o
represión. La lucha debe ser replanteada. El lobby gay está equivocado; por eso
la lucha es impositiva, superficial y apunta a la violenta transformación
social. La lucha no es por “lo diferente”, la
lucha debe ser “por el respeto de lo que nos une”: el
ser personas; y después, por lo que aportamos a la sociedad.
Eso es lo que nos enseñó Juan Gabriel, y es una
fuerte dosis de humildad para todos, especialmente para la comunidad gay. No
hay necesidad de forzar lo diferente a ser aceptado, sino entender que tenemos
algo en común: la dignidad, aun en la diferencia. Entendiendo bien esta idea,
todos los mecanismos para la reprogramación social que plantea el lobby gay no
tienen sentido ni razón de ser.
Todo esto nos dejó el gran
maestro Juan Gabriel, sin necesidad alguna de promocionarse sobre un discurso
victimizante.
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