¿Cuál debe ser
nuestra respuesta ante los escándalos en la Iglesia?
Por: Redacción | Fuente: accionfamilia.org
Es un escándalo mayúsculo. Uno que muchas
personas, que durante largo tiempo han tenido aversión a la Iglesia a causa de
alguna de sus enseñanzas morales o doctrinales, están usando como pretexto para
atacar a la Iglesia como un todo, tratando de afirmar que después de todo ellos
tenían razón.
Lo primero que necesitamos
hacer es entenderlo a la luz de nuestra fe en el Señor. Antes
de elegir a Sus primeros discípulos, Jesús subió a la montaña a orar toda la
noche. En ese tiempo tenía muchos seguidores. Él habló a Su Padre en oración
acerca de a quiénes elegiría para que fueran Sus doce apóstoles, los doce que
El formaría íntimamente, los doce a quienes enviaría a predicar la Buena Nueva
en Su nombre. Él les dio el poder de
expulsar a los demonios. Les dio el poder para curar a los enfermos. Ellos
vieron cómo Jesús obró incontables milagros. Ellos mismos obraron en Su nombre
numerosos milagros.
Pero, a pesar de todo, uno de ellos fue un
traidor. Uno, que había seguido al Señor, uno, a quien el Señor le lavó los
pies, que lo vio caminar sobre las aguas, resucitar a personas de entre los muertos
y perdonar a los pecadores, traicionó al Señor. El Evangelio nos dice que él
permitió que Satanás entrara en él y luego vendió al Señor por treinta monedas,
simulando un acto de amor para entregarlo. “¡Judas,”
le dijo Jesús en el huerto de Getsemaní, “con
un beso entregas al Hijo del Hombre!” Jesús no eligió a Judas para que
lo traicionara. Él lo eligió para que
fuera como todos los demás. Pero Judas fue siempre libre y usó su libertad para
permitir que Satanás entrara en él y, por su traición, terminó haciendo que
Jesús fuera crucificado y ejecutado.
Así que desde los primeros
doce que Jesús mismo eligió, uno fue un espantoso traidor. A veces los elegidos
de Dios lo traicionan. Este es un hecho que debemos asumir.
Es un hecho que la primera Iglesia asumió. Si el escándalo
causado por Judas hubiera sido lo único en lo que los miembros de la primera
Iglesia se hubieran centrado, la Iglesia habría acabado antes de comenzar a
crecer. En vez de ello, la Iglesia reconoció que no se juzga algo por aquellos
que no lo viven, sino por quienes sí lo viven.
En vez de centrarse en
aquel que traicionó a Jesús, se centraron en los otros once, gracias a cuya
labor, predicación, milagros y amor por Cristo,
nosotros estamos aquí hoy. Es gracias a los otros once, todos los cuales,
excepto San Juan, fueron martirizados por Cristo y por el Evangelio, por el
cual estuvieron dispuestos a dar sus vidas para proclamarlo que nosotros
llegamos a escuchar la palabra salvífica de Dios, que recibimos los sacramentos
de la vida eterna.
Hoy somos confrontados a esa misma realidad. Podemos centrarnos en aquellos que traicionaron al Señor, aquellos que
abusaron en vez de amar a quienes estaban llamados a servir, o, como la primera
Iglesia, podemos enfocarnos en los demás, en los que han permanecido fieles,
esos sacerdotes que siguen ofreciendo sus vidas para servir a Cristo y para servirlos a ustedes por amor. Los medios
casi nunca prestan atención en los buenos “once”, aquellos
a quienes Jesús escogió y que permanecieron fieles, que vivieron una vida de
silenciosa santidad. Pero nosotros, la Iglesia, debemos ver el terrible
escándalo que estamos atestiguando bajo una perspectiva auténtica y completa.
EL
ESCÁNDALO DESAFORTUNADAMENTE NO ES ALGO NUEVO PARA LA IGLESIA.
San Francisco de Sales fue un santo a quien Dios
hizo surgir justo después de la Reforma Protestante. La Reforma Protestante no
brotó fundamentalmente por aspectos teológicos, por asuntos de fe – aunque las
diferencias teológicas aparecieron después – sino por aspectos morales.
Este santo dijo: “Aquellos
que cometen ese tipo de escándalos son culpables del equivalente espiritual a
un asesinato,” destruyendo la fe de otras personas en Dios con su pésimo
ejemplo. Pero al mismo tiempo advirtió a sus oyentes: “Pero
yo estoy aquí entre ustedes hoy para evitarles un mal aún peor. Mientras que
aquellos que causan el escándalo son culpables de asesinato espiritual, los que
acogen el escándalo – los que permiten que los escándalos destruyan su fe – son
culpables de suicidio espiritual.
“Son culpables“, dijo
él, “de cortar de cuajo su vida con Cristo,
abandonando la fuente de vida en los Sacramentos, especialmente la Eucaristía“.
San Francisco de Sales anduvo entre los suizos tratando de prevenir que
cometieran un suicidio espiritual a causa de los escándalos.
Sin importar cuán pecador pueda ser un
sacerdote, siempre y cuando tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia
– en Misa, por ejemplo, cambiar el pan y el vino en la carne y la sangre de
Cristo, o en la confesión, sin importar cuán pecador sea él en lo personal,
perdonar los pecados del penitente – Cristo mismo actúa a través de ese
ministro.
¿Cuál debe ser la respuesta
de la Iglesia a estos actos? Se ha hablado mucho al respecto en los medios.
¿Tiene la Iglesia que
trabajar mejor, asegurándose que nadie con predisposición a la pedofilia sea
ordenado? Absolutamente.
Pero esto no sería suficiente. ¿Tiene la Iglesia
que actuar mejor para tratar estos casos cuando sean reportados? La Iglesia ha
cambiado su manera de abordar estos casos y hoy la situación es mucho mejor de
lo que fue en los años ochenta, pero siempre puede ser perfeccionada. Pero aun
esto no sería suficiente. ¿Tenemos que hacer más para apoyar a las víctimas de
tales abusos? ¡Sí, tenemos que hacerlo, tanto por justicia como por amor!
Pero ni siquiera esto es lo adecuado.
¡La única respuesta
adecuada a este terrible escándalo, la única respuesta auténticamente católica
a este escándalo – como San Francisco de Asís reconoció en 1200, como San
Francisco de Sales reconoció en 1600 e incontables otros santos han reconocido
en cada siglo – es la santidad! ¡Toda crisis que enfrenta la Iglesia, toda
crisis que el mundo enfrenta, es una crisis de santidad! La santidad es
crucial, porque es el rostro auténtico de la Iglesia.
Indudablemente habrá muchas personas estos días
– y ustedes probablemente se encontrarán con ellas – que dirán: “¿Para qué practicar la fe, para qué ir a la Iglesia, si
la Iglesia no puede ser verdadera, cuando los así llamados elegidos son capaces
de hacer el tipo de cosas que hemos estado leyendo?” Este escándalo es
como un perchero enorme donde algunos tratarán de colgar su justificación para
no practicar la fe. Por eso es que la santidad es tan importante.
¿Tienen que ser más santos
los sacerdotes? Seguro que sí. ¿Tienen
que ser más santos los religiosos y religiosas y dar un testimonio aún mayor de
Dios y del Cielo? Absolutamente. Pero todas las personas en la Iglesia
tienen que hacerlo, ¡incluyendo a los laicos! Todos
tenemos la vocación de ser santos y esta crisis es un llamado para que
despertemos.
Estos son tiempos difíciles para ser un
sacerdote hoy. Son tiempos difíciles para ser un católico hoy. Pero también son
tiempos magníficos para ser un sacerdote hoy y tiempos magníficos para ser un
católico hoy.
Hay que ser un verdadero
hombre y una verdadera mujer para mantenerse a flote y nadar contra la
corriente que se mueve en oposición a la Iglesia. Hay que ser un verdadero hombre y una verdadera
mujer para reconocer que cuando se nada contra la corriente de las críticas,
estamos más seguros porque permanecemos adheridos a la Roca sobre la que Cristo
fundó su Iglesia. Este es uno de esos tiempos.
La Iglesia sobrevivirá,
porque el Señor se asegurará de que sobreviva. Una de las más grandes réplicas en la historia
sucedió justamente hace unos 200 años. El emperador francés Napoleón engullía
con sus ejércitos a los países de Europa con la intención final de dominar
totalmente el mundo. En aquel entonces dijo una vez al Cardenal Consalvi: “Voy a destruir su Iglesia” “Je détruirai votre eglise!” El
Cardenal le contestó: “No, no podrá“. Napoleón,
con sus 1.50 de altura, dijo otra vez: “Je détruirai
votre eglise!” El Cardenal dijo confiado: “No,
no podrá. ¡Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!” Si los malos
papas, los sacerdotes infieles y miles de pecadores en la Iglesia no han tenido
éxito en destruirla desde su interior – le estaba diciendo implícitamente al
general – ¿cómo cree que Ud. va a poder hacerlo?
El Cardenal apuntaba a una verdad crucial.
Cristo nunca permitirá que Su Iglesia fracase. El prometió que las puertas del
infierno no prevalecerían sobre Su Iglesia; que la barca de Pedro, la Iglesia
que navega en el tiempo hacia su puerto eterno en el cielo, nunca se volcará,
no porque aquellos que van en ella no cometan todos los pecados posibles para
hundirla, sino porque Cristo, que también está en la barca, nunca permitirá que
esto suceda. Cristo sigue en la barca y Él
nunca la abandonará. La magnitud de este escándalo podría ser tal, que de ahora
en adelante ustedes encuentren difícil confiar en los sacerdotes de la misma
manera como lo hicieron en el pasado. Esto puede suceder y podría no ser tan
malo. ¡Pero nunca pierdan la confianza en el Señor!
¡Es Su Iglesia!
Este escándalo puede ser algo que los conduzca
por el camino del suicidio espiritual o algo que los inspire a decir,
finalmente, “Quiero ser santo, para que yo y la Iglesia
podamos glorificar Tu nombre como Tú lo mereces, para que otros puedan
encontrarte en el amor y la salvación que yo he encontrado.” Jesús está con
nosotros, como lo prometió, hasta el final de los tiempos. El sigue en la
barca.
Ahora es el tiempo para que los verdaderos
hombres y mujeres de la Iglesia se pongan de pie. Ahora es el tiempo de los
santos. ¿Cómo vas a responder tú?








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