El Papa Francisco propuso como ejemplo de
inculturación el pasaje bíblico de San Pablo en el Areópago.
Así lo indicó el Santo Padre este miércoles 6 de
noviembre durante su catequesis semanal pronunciada en la Audiencia General.
“Pablo elige la mirada que lo lleva a abrir una
brecha entre el Evangelio y el mundo pagano. En el corazón de una de las
instituciones más famosas del mundo antiguo, el Areópago, realiza un ejemplo
extraordinario de inculturación del mensaje de la fe: anuncia a Jesucristo a
los adoradores de ídolos, y no lo hace atacándolos, sino haciéndose pontífice,
constructor de puentes”, afirmó.
A continuación, el texto completo de la catequesis
del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Continuamos nuestro "viaje" con
el libro de los Hechos de los Apóstoles. Después de las pruebas pasadas en
Filipos, Tesalónica y Berea, Pablo llega a Atenas, precisamente en el corazón
de Grecia (cf. Hch 17,15). Esta ciudad, que vivía a la sombra de antiguas glorias
a pesar de la decadencia política, aún conservaba la primacía de la cultura.
Aquí el Apóstol "estaba interiormente
indignado al ver la ciudad llena de ídolos" (Hch 17,16). Sin
embargo, este "impacto" con el
paganismo, en lugar de hacerlo huir, lo empuja a crear un puente para dialogar
con esa cultura.
Pablo elige familiarizarse con la ciudad y así comienza a frecuentar los
lugares y las personas más significativas. Va a la sinagoga, símbolo de la vida
de fe; va a la plaza, símbolo de la vida urbana; y va al Areópago, símbolo de
la vida política y cultural. Conoce a judíos, filósofos epicúreos y estoicos, y
muchos otros. Conoce a toda la gente, no se encierra, va a hablar con toda la
gente. De este modo, Pablo observa la cultura y observa el ambiente de Atenas "desde una mirada contemplativa" que descubra
"al Dios que habita en sus hogares, en sus calles y en sus plazas" (Evangelii
gaudium, 71). Pablo no mira a la ciudad de Atenas y al mundo pagano con
hostilidad, sino con los ojos de la fe. Y esto nos hace cuestionar la
forma en que vemos nuestras ciudades: ¿las
observamos con indiferencia? ¿Con desprecio? ¿O con la fe que reconoce a los
hijos de Dios en medio de las multitudes anónimas?
Pablo elige la mirada que lo lleva a abrir una brecha entre el Evangelio
y el mundo pagano. En el corazón de una de las instituciones más famosas del
mundo antiguo, el Areópago, realiza un ejemplo extraordinario de inculturación
del mensaje de la fe: anuncia a Jesucristo a los adoradores de ídolos, y no lo
hace atacándolos, sino haciéndose "pontífice,
constructor de puentes" (Homilía en Santa Marta, 8 de mayo de
2013).
Pablo toma como ejemplo el altar de la ciudad dedicado al “Dios desconocido” (Hechos 17:23), -había un altar
donde estaba escrito “al Dios desconocido”, ninguna
imagen, nada, solamente esa inscripción. Partiendo de esa "devoción" al “Dios
desconocido”, para entrar en empatía con sus oyentes, proclama que Dios "vive entre los ciudadanos". (Evangelii
gaudium, 71) y "no se oculta a aquellos que lo
buscan con un corazón sincero, aunque lo hagan a tientas" (ibíd.).
Es precisamente esta presencia la que Pablo quiere revelar: "Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo
yo a anunciar" (Hch 17,23).
Para revelar la identidad del dios que adoran los atenienses, el Apóstol
parte de la creación, es decir, de la fe bíblica en el Dios de la revelación,
para llegar a la redención y al juicio, es decir, al mensaje propiamente
cristiano. Muestra la desproporción entre la grandeza del Creador y los templos
construidos por el hombre, y explica que el Creador se hace buscar siempre para
que todos puedan encontrarlo. De este modo, Pablo, según una hermosa frase del
Papa Benedicto XVI, "anuncia a Aquel,
que los hombres ignoran, y sin embargo, conocen: el Ignoto-Conocido" (Benedicto
XVI, Encuentro con el mundo de la cultura en el Colegio de los Bernardinos, 12
de septiembre de 2008). Luego, invita a todos a ir más allá de "los tiempos de la ignorancia" y a
decidirse por la conversión ante el juicio inminente. Pablo llega así al
kerigma y alude a Cristo, sin citarlo, definiéndolo como "el hombre que (Dios) ha destinado, dando a todos
una garantía al resucitarlo de entre los muertos" (Hch 17,31).
Y aquí está el problema. La palabra de Pablo, que hasta entonces había
mantenido en suspenso a sus interlocutores, -porque era un descubrimiento
interesante- encuentra un escollo: la muerte y resurrección de Cristo parecen
una "necedad" (1 Cor 1,23) y
suscitan burlas y escarnio. Pablo entonces se aleja: su intento parece haber
fracasado, y en cambio algunos se adhieren a su palabra y se abren a la fe.
Entre ellos hay un hombre, Dionisio, miembro del Areópago, y una mujer,
Damaris. También en Atenas el Evangelio arraiga y puede correr a dos voces: ¡la de aquel hombre y la de aquella mujer!
Pidamos también hoy al Espíritu Santo que nos enseñe a construir puentes
con la cultura, con aquellos que no creen o con los que tienen un credo
diferente al nuestro. Siempre construir puentes, siempre la mano tendida,
ningún ataque. Pidámosle la capacidad de inculturar con delicadeza el mensaje
de la fe, observando a los que viven en la ignorancia de Cristo con una mirada
contemplativa movida por un amor que inflame hasta los corazones más
endurecidos.
Redacción ACI Prensa
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