Por Pablo Muñoz
Iturrieta.
Reseña del libro Diaz Araujo, Enrique. Ernesto Guevara de la Serna: Aristócrata, Aventurero y
Comunista. 2da Edición. Buenos
Aires: Ediciones Libertad, 2018.
La imagen que todo el
mundo tiene del Che Guevara es aquella del “Che” con
su boina negra, con la estrella roja y la amplia cabellera al viento, que
fotografiara “Korda” (Alberto Díaz). Aquel
Che Guevara que se convirtió en “poster divino” para
las generaciones postreras. Pero eso no nos dice nada más que una vida
mitificada al máximo, fruto de indocumentadas lucubraciones.
Por eso hay que distinguir
entre dos tipos de relatos sobre el Che: Aquel que lo diviniza juvenilmente sin
realidad contar quién fue, ocultando la verdad, y aquel relato más serio, el
cual acude al Che mismo para que cuente su historia personal en sus propias
palabras y la de sus más cercanos compañeros. Éste es el Che verdadero, el que
especialmente los argentinos deberíamos conocer, y que es posible gracias al
gran y minuciosos trabajo del historiador Díaz Araujo en su libro Ernesto Guevara de la Serna.
La realidad es que Guevara era
un soldado del castrismo. Un combatiente marxista-leninista-castrista. Un hombre que deseaba convertir la Argentina
y el mundo en otro Vietnam, cubierta de rojo por el baño de sangre
derramada en nombre del caos y la revolución. El Che se confesó ateo,
inmanentista, marxista e internacionalista definido. Su única bandera era la de
la Internacional Comunista, sin patria ni otro objetivo más que ser guerrillero
de los planes dictados desde la Unión Soviética para el mundo entero, para
crear “una República Internacional de Soviets” (p.
354). Sin embargo, la historia criminal del Che Guevara quedó tapada por
la canonización de la Santa Sede cubana, de tal manera que quedó en la memoria
de los ignotos como el “Guerrillero Heroico”, aquel
del poster divino.
Muchas veces se resalta su
espíritu aventurero. Es verdad, era un trotamundos global e irrefrenable, pero
que puso ese heroísmo mal encaminado al servicio del marxismo criminal, de su
odio a la civilización occidental, a Cristo, y de todo lo que éste significaba:
“Les aseguro que
si Cristo se cruzara en mi camino haría lo mismo que Nietzsche: no dudaría en
pisotearlo como un gusano baboso”. Y con la suela de su zapato aplastó un imaginario Cristo-gusano sobre la
tierra. Nunca olvidaré esa escena porque prefiguraba lo que Ernesto sería más
adelante. (Testimonio de Dolores Moyano Martín, amiga de la infancia del Che).
(p. 72)
La única fe de Guevara fue la
fe marxista comunista, la cual, como toda perversión de la fe, lo hizo
abandonar “el camino de la razón” (p. 305),
como él mismo afirma, y lo condujo al terror como medio político para alcanzar
sus fines, prefiriendo siempre “lo que no es a lo
que es” (p. 412).
Es especialmente el lado
siniestro el que sobresale en los testimonios sobre Guevara, lo que lleva a su
amiga a compararlo con Piort Verkhovenski, el revolucionario endemoniado del
libro de Dostoyevsky “Los demonios”. Por
eso, Díaz Araujo no oscila en afirmar que el Chefue un partidario decidido del
uso de la violencia política, de la más radical y extrema violencia (p. 229),
empleando el fusilamiento como solución política idónea. El Che nunca
osciló en tomar parte en masacres y fusilamientos carentes de sentencias
dictadas en juicios serios, mostrando especial obsesión por matar presos
desarmados y muchas veces inocentes sin usar “métodos
legales burgueses.” En su discurso ante la Asamblea General de las
Naciones Unidas en Nueva York afirmó: “Fusilamientos,
sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario.
Nuestra lucha es a muerte” (p. 232).
No era una causa lo que lo
motivaba, no le interesaba la “justicia social”, sino
más bien la guerra por sí misma, la lucha armada que no conducía a otra cosa que a la muerte, manifestando su desprecio
por la vida con palabras escalofriantes: “Teñiré en
sangre mi arma y, loco de furia, degollaré a cuanto vencido caiga entre mis
manos” (Diarios, p. 231). De su experiencia en Guatemala afirma: “Aquí todo estuvo muy divertido con tiros, bombardeos,
discursos y otros matices que cortaron la monotonía en que vivía” (Diarios,
p. 231). De fondo, no era más que odio, como lo dijo el mismo Che: “El odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá
de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva,
violenta y fría máquina de matar” (p. 232).
Tampoco hay que olvidarse de
que el Che “vivió como hipnotizado frente al poder
demagógico y maquiavélico de Fidel Castro” (p. 392), convirtiéndose así
en un suicida más de la revolución castrista y eternamente dominado por el
fracaso, y finalmente por la traición que lo llevó a la muerte. Es que no contó
con que el comunismo asesino que abrazó no tiene piedad ni con sus más
fervorosos seguidores. Es más, tarde o temprano éstos terminan víctimas de su
propia maldad.
En fin, ésta es una obra
altamente recomendada para todo aquel que quiera conocer al verdadero Che,
especialmente sus más devotos seguidores que han vivido demasiado tiempo bajo
la sombra del engaño marxista. Por eso elegí titular este comentario al gran
libro de Díaz Araujo como “poster divino”, porque
es el poster la señal de que a Ernesto Guevara no se lo ha conocido de en
serio, y es tiempo de conocer al verdadero Che, aquel que con su ejemplo deseo
de sangre arrastró a más de una generación a la derrota, a la tortura y a la
muerte.
Fuente: ® PabloMunozIturrieta
Javier Olivera
Ravasi
No hay comentarios:
Publicar un comentario