La cruz en el cuello no significa nada. El mismo
hecho de ponerse la cadena no da automáticamente un buen testimonio de Aquel
que murió en la cruz.
Es difícil que la cruz pueda
gustar. Después de
todo, es un signo de una de las torturas más horribles que el hombre inventó
para otro hombre. La primera imagen conocida de Cristo crucificado – en las
puertas de madera de la basílica de la Santa Sabina romana del Aventino – es
del siglo V.
La manifestación de
la (no)fe
Antes los cristianos no retrataban de ninguna manera la herramienta de
la muerte de Jesús. Se representaba la llamada crux
gemmata, o una cruz preciosa, de
oro y adornada con piedras preciosas, sin la persona del crucificado. Y estas
representaciones aparecieron sólo en el siglo IV. Hasta entonces, los cristianos evitaban la utilización de la señal de la
cruz. No tanto porque estaba prohibido, sino debido a la naturaleza
controvertida de este símbolo. Todavía durante al menos dos siglos después de
Cristo seguían las cruces puestas a lo largo de los caminos del imperio, en los
que agonizaban los esclavos. La cruz,
era pues, un símbolo muy ambiguo, despertando preguntas.
Y por eso llevo la cruz. Ella
tiene que despertar preguntas. En mí. Porque, por un lado Jesús crucificado no tenía ni
gracia ni brillaba, para admirarlo, y por otro lado,
precisamente en el contexto del anuncio de la cruz el Padre le clamaba a Él y
sobre Él desde el cielo: ¡Tú eres mi Hijo amado! ¡En ti tengo la complacencia! La cruz en
mi cuello es para que pueda ir volviendo a la pregunta: ¿Puedo complacer al
Padre? ¿Le pueden agradar mis pensamientos, decisiones, palabras, es decir, lo
que hago? ¿Acepto la cruz en mi vida,
ya que su miniatura la llevo en el cuello cada día? La cruz en el cuello
es la invitación diaria al más simple examen de conciencia.
No la llevo para manifestar algo. La cruz en mi cuello no es
la manifestación de mi fe o mi punto de vista. La cruz en el cuello no
significa nada. El mismo hecho de ponerse la cadena no da automáticamente un
buen testimonio de Aquel que murió en la cruz. La cruz aparecía en muchas banderas,
pancartas y se colocaba en muchos emblemas. No todas fueron llevadas con buenos
propósitos. Más de una manifestación y batalla tuvieron lugar bajo el signo de
la cruz, y no todas ellas tuvieron un propósito noble. La cruz en mi cuello puede convertirse igualmente en un testimonio de
Jesús, como también en la manifestación de la no-fe. Lo decidirán mis
gestos, palabras, acciones, comportamiento.
El despertador
Y por eso llevo la cruz. Para que en el mundo de las peleas sin fin,
manifestaciones, empujones y batallas fuera el ancla de la barquita de mi vida
atracada en otro mundo. Me la pongo
para recordar que la tierra de dónde vengo y a la que vuelvo es diferente.
Es como la bandera, detrás de la cual camino lentamente hacia donde comienza el reino de la verdad y de la vida, reino de santidad y
de gracia, reino de justicia, amor y paz.
No la llevo para protegerme de la desgracia ni para que cambie nada en
mi camino independientemente de mi voluntad. No es un amuleto.
Con la cruz en el cuello puedo ser atropellada por un coche, tener cáncer y
perder mi puesto de trabajo. Al igual que llevándola puedo engañar, difundir
rumores y ser una pesadilla para los que tienen que vivir conmigo todos los
días. Ella no me va a cambiar de alguna
manera mágica ni a mí, ni a la
realidad que me rodea. Tales cambios no los consigue ninguna magia “bautizada”, ningún sistema ni mecanismo
espiritual. La transformación o la Pascua de mi vida y del mundo que me rodea
sólo pueden ser llevadas a cabo por Dios – el Señor de toda la realidad y de mi
pequeño corazón.
Y por eso me pongo la cruz. Para que me recuerde a Quien le pertenece
todo esto y Quién tiene la última palabra. La llevo para recordar, que
fui comprado por un precio muy alto,
y Aquel que me ha redimido y me limpió con su sangre, no tiene intención de
abandonarme. La cruz alrededor del cuello es una promesa y una invitación, para
dejarle operar en mí, y siempre conmigo. Para trabajar con Él – como me sea
posible – en mi salvación. Aquí y ahora. Donde me encuentro y con lo que estoy
luchando.
Jesús fue a la cruz para atraer a todos hacia Él. Murió y resucitó. Y, sin
embargo, en cierto sentido, el drama de
mi redención continúa.
Pascal escribió: La agonía de Jesús continuará hasta el fin del mundo. No se debe
dormir en ese momento. Llevo
la cruz, porque necesito un despertador.
Kamil Szumotalski/Aleteia
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