Si Jesús
tuvo doce apóstoles en vida, Cristo tiene a doce vírgenes en la diócesis de
Valencia que se han desposado con él en una ceremonia mística "con anillo y vestido blanco de novia incluido"
que consuma el matrimonio ultraterreno.
María Ángeles Rius, natural de Ontinyent, ha sido la última en engrosar esta peculiar orden seglar de mujeres castas cuyos orígenes se remontan al siglo II.
Restaurada por Pablo VI en 1970, la orden de las vírgenes seglares es una de las formas de vida consagrada más antigua en la Iglesia.
En Valencia llevan diez años, desde 2005. Y en esta época de sequía vocacional que ha lastrado a todas las congregaciones y comprometiendo su futuro, la orden de esposas de Cristo no ha hecho más que aumentar en Valencia.
La duodécima virgen lo tenía claro desde el día de su primera comunión. «Como era alta y abultaba, alguien me dijo: Mira, parece la novia de Jesús. Y pensé: Yo siempre seré la novia de Jesús. Y así ha sido: mi virginidad era del Señor. Y ahora estoy superfeliz de ser su esposa», cuenta.
No es solamente una cuestión de santidad. Es un compromiso distinto al de ingresar en un convento. Las vírgenes seglares asumen distintas misiones en el seno de la Iglesia.
María Ángeles, que pertenece al movimiento católico Renovación Carismática, es catequista de confirmación con 17 alumnas.
De carácter extrovertido y abierto, en el convento de dominicas de clausura de Lerma (www.dominicaslerma.es) en el que probó hace poco la animaron a continuar como seglar, en la calle y en la parroquia. Y acercarse a esta orden.
¿Las renuncias a la familia y la sexualidad? Para ella no son obstáculo. «Cuando una persona está enamorada, de un marido o de un hijo, no ve otra cosa que el amor. Pues a mí me ocurre lo mismo: estoy enamorada de mi amado Jesús», dice.
Si bien está colmada de amor, peor está en la esfera del trabajo. El empleo que tenía en una imprenta se le acabó. Lleva cuatro años en paro y ya no cobra ni subsidio. «Si sabes de algún trabajo, aunque sea limpiar, dímelo», traslada esta ontinyentina de 47 años.
Antes de entrar en la orden de las vírgenes, las aspirantes pasan por un proceso de discernimiento en el que son asesoradas y acompañadas. «Entre un año y tres», explica Ana Lacruz, virgen seglar de Xàtiva. Ella lleva cuatro años en la orden. ¿Todavía no se ha divorciado? «No, porque tengo el mejor marido. Él no falla nunca», responde al envite.
Tiene 47 años y es profesora de música en el conservatorio de Catarroja. Las vírgenes no abandonan su vida civil. La mayoría tienen estudios y siguen con sus profesiones. Han jurado votos e obediencia, pobreza y castidad. Su superior es el arzobispo. Sólo a él deben obediencia. De hecho, sin su placet no pueden entrar en la orden.
Las vírgenes seglares se reúnen una vez al mes. Cada día rezan las oraciones de Laudes, Vísperas y Completas. Hacen apostolado en su trabajo y en su vida cotidiana.
Sus misiones son personalizadas: catequesis, pastoral de jóvenes, liturgia, acción caritativa... De la castidad, el rasgo más visible de esta elección, La cruz sintetiza que es un requisito para «ser madre de todos y estar disponible siempre y para todos. Por eso nos entregamos a Dios», justifica.
Los requisitos son claros:
- no haber celebrado nupcias «ni haber vivido pública o manifiestamente en estado opuesto a la castidad»;
- tener entre 30 y 50 años en el momento del ingreso;
- y demostrar gran madurez humana y una salud espiritual y fortaleza psíquica que la hagan «apta para la castidad» que ha de mantener de por vida.
María Ángeles Rius, natural de Ontinyent, ha sido la última en engrosar esta peculiar orden seglar de mujeres castas cuyos orígenes se remontan al siglo II.
Restaurada por Pablo VI en 1970, la orden de las vírgenes seglares es una de las formas de vida consagrada más antigua en la Iglesia.
En Valencia llevan diez años, desde 2005. Y en esta época de sequía vocacional que ha lastrado a todas las congregaciones y comprometiendo su futuro, la orden de esposas de Cristo no ha hecho más que aumentar en Valencia.
La duodécima virgen lo tenía claro desde el día de su primera comunión. «Como era alta y abultaba, alguien me dijo: Mira, parece la novia de Jesús. Y pensé: Yo siempre seré la novia de Jesús. Y así ha sido: mi virginidad era del Señor. Y ahora estoy superfeliz de ser su esposa», cuenta.
No es solamente una cuestión de santidad. Es un compromiso distinto al de ingresar en un convento. Las vírgenes seglares asumen distintas misiones en el seno de la Iglesia.
María Ángeles, que pertenece al movimiento católico Renovación Carismática, es catequista de confirmación con 17 alumnas.
De carácter extrovertido y abierto, en el convento de dominicas de clausura de Lerma (www.dominicaslerma.es) en el que probó hace poco la animaron a continuar como seglar, en la calle y en la parroquia. Y acercarse a esta orden.
¿Las renuncias a la familia y la sexualidad? Para ella no son obstáculo. «Cuando una persona está enamorada, de un marido o de un hijo, no ve otra cosa que el amor. Pues a mí me ocurre lo mismo: estoy enamorada de mi amado Jesús», dice.
Si bien está colmada de amor, peor está en la esfera del trabajo. El empleo que tenía en una imprenta se le acabó. Lleva cuatro años en paro y ya no cobra ni subsidio. «Si sabes de algún trabajo, aunque sea limpiar, dímelo», traslada esta ontinyentina de 47 años.
Antes de entrar en la orden de las vírgenes, las aspirantes pasan por un proceso de discernimiento en el que son asesoradas y acompañadas. «Entre un año y tres», explica Ana Lacruz, virgen seglar de Xàtiva. Ella lleva cuatro años en la orden. ¿Todavía no se ha divorciado? «No, porque tengo el mejor marido. Él no falla nunca», responde al envite.
Tiene 47 años y es profesora de música en el conservatorio de Catarroja. Las vírgenes no abandonan su vida civil. La mayoría tienen estudios y siguen con sus profesiones. Han jurado votos e obediencia, pobreza y castidad. Su superior es el arzobispo. Sólo a él deben obediencia. De hecho, sin su placet no pueden entrar en la orden.
Las vírgenes seglares se reúnen una vez al mes. Cada día rezan las oraciones de Laudes, Vísperas y Completas. Hacen apostolado en su trabajo y en su vida cotidiana.
Sus misiones son personalizadas: catequesis, pastoral de jóvenes, liturgia, acción caritativa... De la castidad, el rasgo más visible de esta elección, La cruz sintetiza que es un requisito para «ser madre de todos y estar disponible siempre y para todos. Por eso nos entregamos a Dios», justifica.
Los requisitos son claros:
- no haber celebrado nupcias «ni haber vivido pública o manifiestamente en estado opuesto a la castidad»;
- tener entre 30 y 50 años en el momento del ingreso;
- y demostrar gran madurez humana y una salud espiritual y fortaleza psíquica que la hagan «apta para la castidad» que ha de mantener de por vida.
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