jueves, 12 de marzo de 2015

LA MADURACIÓN DE UN DICTADOR


Existe un momento en la vida del dictador en que piensa: No subo ni a recoger la maleta al piso de arriba. Enciende los motores del avión.

Momento literariamente grandioso en la vida de un dictador que se resume en esa maleta que hubiera querido hacer y que no tuvo tiempo de hacer.

Un dictador: todo un país, una sola maleta, falta de tiempo.

Ese minuto sublime en que un dictador después de haber poseído todo un país, tiene que decidir qué mete en una maleta. A ese momento le precede otro en el que el dictador llega a la seguridad de que ni todos los disparos del mundo le mantendrán un día más sentado en su despacho.

Sí, llega el día –no, ¡la hora!- en que en que él mismo se da cuenta de que ya no es cuestión de balas. Esa semana en el que el que ha poseído el poder absoluto se da cuenta de que se le está escapando el poder de las manos, de que no se puede evitar lo inevitable.

Después viene la alegría de un Pueblo que recobra su libertad. Sois libres de nuevo. Vuestros destinos vuelven a estar en vuestras manos. El dictador siempre trae oscuridad. La libertad recuperada tiene algo de primavera.

El Creador del Universo quiere la Libertad. El Diablo, la tiranía, la represión, quiere esclavos, quiere cárceles. Por eso no hay nadie que sufra más que un tirano, porque tiene dentro de sí toda la oscuridad que quiere extender en toda una nación.

Sentado en mi sillón viendo la tele, nunca me he lesionado nada.
 


Nicolas Maduro, poco a poco, a través de una metamorfosis kafkiana, se ha ido convirtiendo en su ego. Ahora Maduro es ya sólo su ego.

Su ego y su rabia. Quizá decir esto hasta vaya contra la ley en ese país donde la ley es su rabia. Ese país donde toda la Ley se resume a una sola ley: Lo que es contrario al ego de nuestro Gran Liberador es contrario a la Ley.

Al alcalde de Venezuela, se le puede sacar de la cárcel. Pero el ego de Maduro se ha convertido en la prisión de sí mismo.

El ego de Maduro es la prisión de sí mismo. Cabe la posibilidad de que a Maduro ni Dios pueda librarle de sí mismo. Cada condenado al infierno es un hijo de Dios que se transformó en un monstruo y al que Dios tuvo que abandonar a sí mismo. Dios querría sacar a todos sus hijos de las arenas movedizas de sus egos, pero finalmente su amor no podrá vencer en algunos. Y a esos tendrá que abandonarlos a su destino.

No sé si se condenará Maduro. Nadie lo sabe. No nos es dado conocer los nombres de esa fatídica lista, la más terrible de toda la Historia. Lo que sí que sé es que ese pobre hombre se dirige hacia su condenación día a día. Su condenación se va consolidando cada vez que condena a otros. Condena a condena va forjando sus propias cadenas. Mientras viva puede salvarse. Tras cada condena se le hace más difícil. Cada vez que condena, se condena un poco más a sí mismo. Hay posibilidades de que se salve, pero también hay un punto de no retorno.

P. FORTEA

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