"Llegaron a Cafarnaún, y el
sábado entró Jesús en la sinagoga y comenzó a enseñar. La gente se admiraba de
cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad y no como los maestros
de la ley. En la sinagoga del pueblo, un hombre que tenía un espíritu impuro
gritó:
– ¿Por qué te metes con nosotros,
Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco. ¡Sé que eres el
Santo de Dios!
Jesús reprendió a aquel espíritu,
diciéndole:
– ¡Cállate y sal de este hombre!
El espíritu impuro sacudió con
violencia al hombre, y gritando con gran fuerza salió de él. Todos se asustaron
y se preguntaban unos a otros:
– ¿Qué es esto? ¡Enseña de una
manera nueva y con plena autoridad! ¡Hasta a los espíritus impuros da órdenes,
y le obedecen!
Muy pronto, la fama de Jesús se
extendió por toda la región de Galilea."
Como es sábado Jesús acude a la sinagoga. Comienza a enseñar y deja a todos llenos de admiración. Se haya presente un endemoniado; alguien que tenía un espíritu impuro. Curiosamente no se había inmutado cuando hablaban los letrados; pero Jesús lo hace salir de su silencio y sana a aquel hombre. Los presentes dicen que habla con autoridad.
Nosotros, maestros, catequistas, sacerdotes, en los sermones, hablamos repitiendo la doctrina que hemos recibido. Jesús habla con su vida. Se muestra a Él en su predicación. Nos acerca a Dios, porque Él es la Palabra. Jesús habla y cura.
Nosotros presenciamos el mal en nuestro mundo: el hambre, la injusticia, la esclavitud, la violencia, el odio...Y no lo remediamos, porque sólo lo combatimos con palabras. Es con nuestra VIDA con lo que hemos de combatirlo. Sólo cuando nuestra vida esté acorde con nuestras palabras, enseñaremos con autoridad. Y entonces, con sencillez, con suavidad, el bien se irá extendiendo por todas partes.
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