De todos es bien sabido…, que los enemigos del hombre son: el demonio,
el mundo y la carne. Por ello siempre tradicionalmente la doctrina católica nos
ha puesto en prevención frente a estos tres enemigos. Como consecuencia de lo
escrito, es por ello, que si el mundo te halaga,… ¡Preocúpate! Porque ello
quiere decir que perteneces al mundo y que este no te repudia. La verdad es,
que este consejo sería de aplicación a todo el mundo, valga la redundancia,
pero es el caso de que a unos más que a otros el mundo, les halaga más o menos.
Porque no todos los seres humanos, caen en la trampa de los halagos del mundo.
El consejo, no me lo he inventado yo, sino que claramente nos lo dice
continuamente el Señor con otras palabras, en los evangelios. Son muchas las
referencias que el Señor hace sobre el mundo, identificándolo en el plano
material, como fuente generadora del mal y recomendándonos que nos salgamos del
mundo; entendido este, en sentido espiritual. Nosotros podemos y debemos luchar
para apartarnos de él, para salirnos de él. Pero no nos queda otro remedio, que
la lucha.
Materialmente solo podemos salir de este mundo, o bien cuando Dios nos
llame o buscando un suicidio, y por supuesto esto último, está muy lejos de las
recomendaciones que el Señor, nos hace y de los deseos de una persona que le
tenga entregado su amor a Él. La solución no está en abandonar este mundo, sino
en luchar frente a sus tentaciones, y Él sabe ya muy bien la hora en la que nos
llamara y que será la que más no convenga, para nuestra eterna salvación en las
mejores condiciones que seamos capaces de conseguir. Si Dios decide que estemos
aquí, aunque sea por mucho tiempo, complacidos o deseando marcharse, es por
nuestro bien. Porque tenemos que meternos en nuestra dura mollera, que absolutamente
todo lo que nos sucede sea bueno o malo desde nuestro punto de vista, es lo que
Dios permite que nos suceda o desea enviárnoslo para nuestra eterna salvación.
“El universo; nos dice el Arzobispo Fulton Sheen: “Es un gran sacramento... Todo es y debe de
ser un escalón hacia Dios. Las flores los pájaros, los animales, los hombres,
las mujeres, la belleza, el amor, la verdad; todos estos bienes terrenales no
son un fin en sí mismos, sino solo los medios para un fin... El ser humano, por
lo tanto, realiza su salvación a través de la sacra mentalización de todo el
universo; pecamos al renunciar a sacramentarlo o, en otras palabras, usando de
las criaturas con fines egoístas, más que como medios hacia Dios... Sacra
mentalizar el universo ennoblece al universo, porque le confiere una especie de
transparencia que le permite la visión de lo espiritual más allá de lo
material”.
El mundo en su aspecto material, no todo es malo en él. San Juan Pablo
II, escribía diciendo: “El mundo es bueno en la medida en que permanece
vinculado a sus orígenes y llega a ser bueno de nuevo, después que el pecado lo
ha desfigurado, en la medida en que, con la ayuda de la gracia, vuelve a quien
lo ha hecho”.
Joseph Lucas escribe diciendo: “Es cierto, el mundo creado por Dios es hermoso. Es el
escabel de sus pies. Es la orla luminosa de su vestido. Es como un diminuto
rayo que se desprendió de su luz y se perdió en el mundo. Como un grano de
arena junto a los mares eternos. Pero nosotros quedamos admirados por estas
huellas de su omnipotencia”.
El tema no es fácil para nosotros, el mundo nos envuelve y nos
aprisiona, es como pretender trabajar en un molino y no salir de allí blanco de
harina. Pero a pesar de la dificultad, ello es posible y la prueba palpable, es
que ha habido muchas personas, que lo han conseguido en un grado de perfección
inimaginable para nosotros,… ¡o no! porque hay un principio que nos dice que: “Querer es poder”, el que quiere puede.
Por otro lado hay que tener siempre en cuenta, que en esta vida terrenal, lo
que haga un ser humano, otro también puede hacerlo, quizás tarde más, y emplee
más tiempo en lograrlo, pero la fuerza de voluntad unida a la humildad, la
paciencia y la perseverancia, logra maravillas y como nunca nos puede faltar la
ayuda del Señor, el triunfo está asegurado.
Lo que nos pasa, es que el mundo nos envuelve, nos subyuga, nos enamora
con sus muchos encantos. El mundo es como un gran escaparate lleno de objetos
que nos atraen y nos atan, al deseo de no abandonar nunca este mundo, porque
son muchos los que piensan, que: “Más
vale pájaro en mano que ciento volando”. Y todo esto tiene un trasfondo
importante en el orden espiritual, ya que atenaza nuestra alma, la adormece, la
machaca, la impide crecer y sin darnos cuenta, poco a poco sin prisas, porque
él maligno nunca las tiene, nos va metiendo más y más en el saco de las
delicias de este mundo, que nos ata y no queremos salir ni que la muerte nos
obligue¡ a dejar este saco de perdición que es el mundo, cuando una persona se
entrega a él.
En nuestra lucha frente al mundo materialista, es muy reconfortante,
meditar el pasaje evangélico, conocido con la denominación de la Oración Sacerdotal, que solo recoge San
Juan en su evangelio. Es como una especie de Testamento, al mismo tiempo que
una oración dirigida al Padre, en la que el Señor le da cuantas de su labor y
cumplimento de su encargo en el mundo y claramente Él pone de manifiesto la
función negativa del mundo en su tarea de apartar las almas para Dios. Ya anteriormente
el Señor ya había manifestado: “Él les decía: Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba.
Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Ya os he dicho que
moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy moriréis en
vuestros pecados” (Jn 8,23-24).
La aseveración es clara. Más adelante usando un simbolismo a los que tan
aficionados son los pueblos orientales, el Señor les dice: “Tenemos que trabajar en las obras del que
me ha enviado, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo”
(Jn 9,4-5). Dichas estas palabras para mentes occidentales, el Señor
nos dice que mientras sea de día, es decir mientras estemos con vida, estamos a
tiempo, luego vendrá la noche, es decir abandonaremos este mundo y el tiempo se
nos habrá acabado. Pero tenéis mi luz, porque yo soy la luz del mundo. Y Él es
la luz del mundo también después de haber abandonado este mundo, para los que
le siguen, porque también nos dejó dicho: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
En la segunda parte de la oración sacerdotal, después de haberle dado
cuentas al Padre de su labor en este mundo, se ocupa de nosotros y dice: “Yo ya no estoy
en el mundo; pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti, Padre santo,
guarda en tu nombre a estos que me has dado, para que sean uno como nosotros.
Mientras yo estaba con ellos, yo conservaba en tu nombre a estos que me has
dado, y los guardé y ninguno de ellos pereció, si no es el hijo de la perdición,
para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora yo vengo a Ti, y hablo estas
cosas en el mundo para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos” (Jn 17,11-13).
Y a continuación el Señor, pone de manifiesto la maldad del mundo y el
daño que nos hace en nuestras almas, si lo aceptamos tal como se nos presenta,
cuando dice: “Yo
les he dado tu palabra, y el mundo les aborreció porque no eran del mundo, como
yo no soy del mundo. No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del
mal. Ellos no son del mundo, como no soy del mundo yo” (Jn 17,12-16).
Es importante aquí la expresión del Señor: No pido que los tomes del mundo, sino que
los guardes del mal. Es decir, Él
quiere que a pesar de la maldad de este mundo, desea que vivamos en él, porque
sabe perfectamente que estamos aquí, para superar una prueba de amor y que ello
requiere una lucha por nuestra parte.
Por ello le pide al Padre que nos guarde de la maldad, que con la gracia
divina nos ayude a superar la prueba, pues sin pasar por ella no es posible
alcanzar nuestra ansiada meta de ver el rostro de Dios. Y continúa el Señor
diciendo: “Santifícalos
en la verdad, pues tu palabra es verdad Como Tú me enviaste al mundo, así yo
los envié a ellos al mundo. y yo por ellos me santifico, para que ellos sean
santificados en verdad. Pero no ruego solo por éstos, sino por cuantos crean en
mí por su palabra para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en
ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que Tú me has
enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, a fin de que sean uno, como
nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean perfectamente uno y
conozca el mundo que Tú me enviaste y amaste a éstos como me amaste a mí”
(Jn 17,17-23).
La petición del Señor al Padre es general, por y para toda la humanidad,
para que todos seamos santificados en la Verdad y así lleguen a ser también
unos en nosotros, dicho de otra forma, para que nos integremos plenamente y
formemos parte de la gloria divina y por lo tanto lleguemos a ser deificados.
El Señor quiere que lo poseáis eternamente, que seáis transformados en
Él y en cierto modo deificados: este amor de Dios por vosotros, infinito por el
bien infinito que os quiere, es lo que os recuerda mi corazón. Toda la vida en
Cristo toda nuestra fe y nuestra religión está expresada en la palabra “amor”.
Vuelve el Señor a reiterarle al Padre su vehemente deseo de que nos
integremos en su gloria
“Padre los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos
también conmigo, para que vean mi gloria que tú me has dado, porque me amaste
antes de la creación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo
te conocí, y estos conocieron que tú me has enviado, y yo les di a conocer tu
nombre, y se lo haré conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en
ellos y yo en ellos” (Jn 17,24-26).
Estas palabras, nos levantan el corazón, avivan nuestra esperanza y
sobre todo nos dejan de manifiesto el tremendo amor que el Señor nos tiene.
Mientras estemos en este mundo, vivamos en su gracia o de espaldas a ella, Él
nos ama a todos porque no pierde la esperanza de que todas las ovejas se
reintegren en el redil. Señor, Tu amas todo lo que creas, trátese de seres
animado o inanimados, plantas o animales, la naturaleza, la tierra o el
universo entero, pero sobre todo al hombre al que inexplicablemente por amor,
le consientes todo, hasta que te ofenda una y mil veces..
Amar el mundo es amar lo temporal y quién ama lo temporal da gusto a su
cuerpo, pero encanija el desarrollo de su alma.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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