domingo, 18 de enero de 2015

LA FUERZA DEL PERDÓN


El asesino de Green River, Gary Leon Ridgway, es uno de los asesinos en serie más terribles de la historia de los Estados Unidos. Fue condenado por asesinar a 49 mujeres aunque estando en prisión confirmaría que el número ascendía a 71. Contarles lo que hacía con sus víctimas tanto antes como después de muertas sería un despropósito, lo único que debe quedar claro es que este psicópata tenía una terrible sangre fría para manipular a las personas y una profunda incapacidad para conmoverse ante el dolor y los ruegos de sus víctimas. Esta actitud fría e indiferente la demostrará también al escuchar las durísimas palabras que los familiares de sus víctimas pronunciarán el día de su condena definitiva.

Y es aquí donde quiero detenerme: la escena que muestra las apasionadas palabras de los familiares y al impávido Ridgway. Este comprensible mar de ira, dolor y compunción humana cuyas olas van a estrellarse una y otra vez ante el muro de indolencia y deshumanización en que se ha convertido el corazón de este asesino. Las olas se vuelven más hirientes, más punzantes, rostros como garrotes llegan al límite de anunciar penas eternas en el nombre de Dios y nada. Ninguna señal de dolor ni de arrepentimiento. Ridgway está muerto. O eso parece.

Y llega este último momento, aparece este padre de cabello cano cuyas noches recordando a su hija han sido y seguirán siendo un infierno; este hombre cuya fe en Cristo ha librado las más duras batallas para no contaminarse ni hacerse eco del odio y la venganza; este hombre carga contra el muro con una violencia (vis-latus) inaudita, inesperada y misteriosa; en la forma de una caricia golpea con toda la potencia luminosa del perdón. Y el muro de pecados y crímenes empieza a derrumbarse porque la misericordia, al contrario del odio, tiene la capacidad de atravesar nuestras defensas para gritarnos fuerte que lo que hacemos, por más malo que sea, no agota nuestro ser, que quien tiene la última palabra sobre nuestras vidas es Dios y que no hay humanidad, por miserable que esta sea, que el Amor no pueda redimir. En la tierra fértil de la misericordia florece la esperanza auténtica.

Si quedaba un resquicio de humanidad en el alma de Ridgway, el perdón logró encontrarlo. Dios quiera que este pobre hombre tenga la humildad de aceptarlo.

Una última reflexión. Nosotros creemos que el perdón de Dios puede alcanzar el corazón de un hombre como Ridgway y sin embargo somos los primeros en desconfiar de la misericordia del Señor cuando se trata de nuestros propios pecados. Ponemos nuestras infidelidades y egoísmos a modo de muro y nos aislamos de la luz de Dios pensando erradamente que Él no puede vencer eso que tanto nos avergüenza y entristece. Aprovechemos este video para cuestionarnos. Si Dios puede perdonar y sanar pecados tan graves como los de Ridgway, ¿por qué su misericordia no habría de alcanzarte a ti también? ¿No será una tentación?

Mauricio Artieda Cassinelli

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