Publicado por Edición
Génesis no
solo comienza el gran relato de Dios, también contiene la respuesta a una de
las preguntas más fundamentales de la vida.
En algún
momento de la vida todos preguntamos por qué nos puso Dios en esta Tierra.
Nuestro deseo innato de encontrar sentido a las cosas nos impulsa a hacernos la
pregunta: ¿Cuál es la razón de mi existencia?
Me hice esta
pregunta por primera vez cuando estaba en la universidad. Mientras estudiaba y
me preparaba para un futuro incierto, comencé a preguntarme qué sentido tenía
mi vida. Durante ese tiempo, descubrí también una nueva pasión por hablar de
Cristo con quienes no lo conocían. Me encantaba ayudar a la gente a entender el
evangelio, y me regocijaba cuando aquellos a quienes había dado testimonio de
Él aceptaban a Cristo como Señor y Salvador.
SU TRABAJO,
EL TRABAJO DE DIOS
En ese
tiempo, comencé a pensar que mi objetivo principal en la vida era aumentar la
población del cielo. Mi respuesta a la pregunta: “¿Cuál es la razón de mi
existencia?” era presentar a Jesucristo a las personas para que pudieran ir al
cielo cuando murieran. Basaba esta respuesta no solo en mi pasión por la
evangelización, sino también en pasajes bíblicos como la Gran Comisión (Mt
28.19, 20): “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Aunque ahora reconozco
que no le presté suficiente atención al hecho de que Jesús se estaba refiriendo
a ganar almas, pero también a discipularlas.
Durante mis
últimos años de universidad, mientras pensaba en mi futuro, lo que más me
importaba era lo relacionado con evangelismo. Mi trabajo, cualquiera que
pudiera ser, tendría sentido solo si me iba a permitir anunciar a Cristo entre
mis colegas. Mi familia, si llegaba a tenerla algún día, me permitiría traer
hijos al mundo para poder guiarlos a Cristo, y luego para que cada uno de ellos
dedicara su vida a hacer lo mismo. Incluso la adoración era importante para mí
porque podía usarla para animar a las personas a buscar de Cristo.
Hoy en día,
sigo apasionado por conducir a las personas a Cristo, y creo firmemente que esa
es la razón principal por la que Dios me puso en esta Tierra. Sin embargo, he
llegado a entender que Él tiene también otras cosas en mente —actividades
importantes, y no solamente porque se relacionan con la evangelización. Mi
visión enriquecida del propósito de la vida ha sido inspirada por mi estudio de
las Sagradas Escrituras, especialmente de los primeros capítulos de Génesis.
Allí descubrimos lo que somos como creación especial de Dios, y la razón por la
que nos creó.
SU TRABAJO,
EL TRABAJO DE DIOS
En Génesis
1, por ejemplo, Dios crea a los seres humanos “a su imagen” (v. 27). Únicos
entre todas sus criaturas, los seres humanos, como hombres y mujeres, llevan la
propia imagen de Dios. Aunque los teólogos debaten en cuanto al significado
preciso de “la imagen de Dios”, Génesis 1.28 aclara que, como portadores de la
imagen divina, tenemos un trabajo que hacer. El primer imperativo en la Sagrada
Escritura dice: “Fructificaos y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y
señoread en [todos los animales]”. Nosotros, como seres humanos creados a la
imagen de Dios, tenemos que trabajar como Él trabajó y ayudar al mundo a llegar
a ser todo lo que Él quiso que fuera. Dios nos ordena que nos unamos a su
trabajo, llenando al mundo y haciéndonos responsables de él. Lo cual es la
primera respuesta de la Sagrada Escritura a la gran pregunta.
Génesis 2
reitera esta respuesta, y da más información en cuanto al trabajo que Dios nos
ha llamado a hacer. En este capítulo, Dios crea al primer hombre y lo coloca en
el huerto del Edén “para que lo labrara y lo guardase” (v. 15). Hacerlo
permitiría que el Edén produjera sustento, belleza y ayuda para asegurar
cosechas abundantes para las generaciones futuras. Sin embargo, Dios dispone
que el hombre no puede cumplir su propósito divino por sí solo, por lo que crea
una “ayuda idónea para él”, a quien el hombre llamó mujer (vv. 18, 23). Una
característica fundamental del trabajo que Dios da a los seres humanos es
engendrar más seres humanos para que sirvan como mayordomos de la creación, de
acuerdo con el propósito divino.
SU TRABAJO,
EL TRABAJO DE DIOS
Sin duda,
los designios de Dios para los seres humanos se complican en Génesis 3, cuando
el hombre y la mujer le desobedecen. Así y todo, a pesar de que el pecado nos
hace la vida difícil, y ya no disfrutamos de la perfección de la creación de
Dios, tenemos todavía que realizar el trabajo que Él dispuso para nosotros
desde el principio. Pero es, sin embargo, con dolor, conflicto, obstáculos y
mucho sudor que lo hacemos (vv. 16-19). No obstante, las tareas que Dios nos
ordenó hacer en Génesis 1 y 2 siguen siendo válidas como los primeros
imperativos bíblicos.
Volvamos
ahora a la pregunta con que comenzamos: ¿Cuál es la razón de mi existencia? La
respuesta del Génesis es clara: Dios nos ha puesto aquí para que podamos
primeramente tener una relación personal con Él, y en segundo lugar para que
participemos en su trabajo de cuidar la Tierra y de ayudarla a ser productiva.
Aunque la mayoría de nosotros no pueda cumplir el segundo propósito como
agricultores, jardineros o biólogos, las implicaciones son claras. Estamos aquí
para realizar tareas que contribuyan al cultivo y cuidado del mundo y así pueda
ser todo aquello para lo cual Dios lo creó. Cuando desempeñamos un trabajo que
lo honra a Él, ya sea como padres, maestros o sastres, como constructores o
como banqueros, como artistas o como cualquier otro mayordomo de la creación,
estamos haciendo precisamente lo que Dios tuvo en mente. Él tiene incluso más
cosas que desea que cuidemos y de las que nos encarguemos, y por tanto nos ha
facultado de una manera asombrosa para lograrlo tomados de su mano.
Por Mark D.
Roberts
No hay comentarios:
Publicar un comentario