O con Francisco, o contra él.
Cuantos más artículos leo y más portales de información religiosa visito, más
me voy dando cuenta de que las posturas se radicalizan. Algunos denotan su
falta de sintonía con él, pero guardando compostura y respeto (lo cual les
honra). Otros se lanzan a tumba abierta contra su figura. Afloran por doquier
términos como ser “bergogliano” (despectivamente), y se habla sin pudor de
cisma, de resistencia, etc. Hay división en la Iglesia. Y qué quieren que les
diga: me produce tristeza. Habrá quien diga que es necesario, que la Iglesia
está en peligro y hay que salvaguardarla. No es difícil encontrar términos como
hereje o calamitoso referidos a la figura de Francisco; no es ningún secreto.
Escriben así articulistas con renombre en nuestro país, y son muchos sus
seguidores. Basta con leer sus blogs y los comentarios que suscitan. Se le
acusa frecuentemente de buscar y provocar la destrucción de la Iglesia; por sus
palabras parece que estuviéramos ante la reencarnación de Alejandro VI, Rodrigo
de Borja.
Yo no sé si seré franciscano,
bergogliano o papista. Sí tengo claro que no soy un idólatra. Pese a ello, me
permito creer que, en aquellos días en que los cardenales estaban encerrados en
el cónclave, cuando toda la Iglesia universal se unió en oración junto a ellos,
Dios no estuvo de vacaciones mirando a otro lado. Fueran cuales fuesen los
criterios que guiasen a los cardenales, me permito creer que se cumplió no sólo
su “santa voluntad”, sino la de Dios en última instancia. Me permito creer que
Dios no abandona a su Iglesia, sino que vela por ella en todo momento. Y me
permito confiar en el pastor que Él nos ha dado.
Quizás sea por haber nacido,
crecido y llegado a ser adulto en el pontificado de un Papa santo. Pero lo
cierto es que, en la figura de los tres pastores que hasta ahora he conocido en
la silla de Pedro, he reconocido a un padre, al que he querido profundamente,
al que he respetado, y por el que he rezado. Sería iluso pedir que fuese así
para todo cristiano, soy consciente.
Quien desee entrar en los debates
teologales y doctrinales, puede acceder fácilmente a los artículos que antes
mencionaba. A mí todo eso se me escapa, francamente. Aunque no deja de
asombrarme cuantísimos doctos teólogos, con capacidad de enjuiciar y dictar
sentencias, andan sueltos por la redes. Y me apena especialmente ver cuán
fácilmente se manifiestan algunos sacerdotes contra el Papa, y también contra
su Obispo: a pecho descubierto, sin importar haberle prometido obediencia… me
pregunto si esto no provoca mayor escándalo que aquel que ellos mismos padecen.
En fin,
no sé, lo mismo es que yo soy muy anticuado y tradicional para estas cosas
(aunque se supone que es a los tradicionalistas a los que no les gusta este
Papa, vaya lío…). Me voy a dar un permiso más: el de estar a lo que diga el
Papa, y de forma más cercana, en comunión con él, mi Obispo. ¿Es una postura
cómoda? Bendita comodidad, y bendita obediencia. Bendito sea el Señor, que me
hace ver que los dos son hombres de Dios, y que no entienda mi fe si no es
poniéndome en sus manos.
José
Manuel Puerta Sánchez
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