Probablemente
muchos me responderán, “pues claro, menuda pregunta, la aprobada por la Convención Constitucional de Filadelfia
el 17 de septiembre de 1787 una vez producida la independencia de Estados
Unidos respecto del Reino Unido”.
Pues bien, no, porque para cuando en 1776 las llamadas Trece Colonias se independizan de la corona inglesa, y para cuando en 1787 aprueban su constitución, -todavía vigente al día de hoy con sus correspondientes enmiendas-, el territorio de la nueva nación no representa ni la tercera parte de lo que hoy contemplamos como territorio estadounidense, y por ese entonces, la soberanía de los otros dos tercios del país, constituídos por los inmensos territorios de California, Tejas, Nuevo Méjico, la Florida y la inacabable Luisiana, -formada sólo ella por los actuales estados de Arkansas, Misuri, Kansas, Iowa, Nebraska, Dakota del Sur, Wyoming, Dakota del Norte y Oklahoma-, correspondía a la Corona Española. Es decir, los iniciales Estados Unidos, hecha la salvedad del Canadá al norte, no tienen otra frontera que España, con la que limitan al oeste por la Luisiana, y al sur por la Florida (pinche aquí si desea Vd. conocer mejor todo lo relativo a la presencia española en los Estados Unidos).
La mayoría de esos territorios, -en realidad todos menos la Luisiana, traspasada en el año 1800 a Francia, la cual a su vez la venderá a Estados Unidos en 1803-, todavía pertenecen a España cuando reciben su primera carta magna, que ¡ojo! no es, ni mucho menos, la que la Convención de Filadelfia aprueba en 1787, sino una que se puede considerar entre los tres grandes textos de toda la historia constitucional, la Constitución de Cádiz de 1812, mejor conocida como “la Pepa”, convertida así en la primera constitución democrática de los estados que constituyen entonces más de un tercio del territorio de los actuales Estados Unidos.
Pues bien, no, porque para cuando en 1776 las llamadas Trece Colonias se independizan de la corona inglesa, y para cuando en 1787 aprueban su constitución, -todavía vigente al día de hoy con sus correspondientes enmiendas-, el territorio de la nueva nación no representa ni la tercera parte de lo que hoy contemplamos como territorio estadounidense, y por ese entonces, la soberanía de los otros dos tercios del país, constituídos por los inmensos territorios de California, Tejas, Nuevo Méjico, la Florida y la inacabable Luisiana, -formada sólo ella por los actuales estados de Arkansas, Misuri, Kansas, Iowa, Nebraska, Dakota del Sur, Wyoming, Dakota del Norte y Oklahoma-, correspondía a la Corona Española. Es decir, los iniciales Estados Unidos, hecha la salvedad del Canadá al norte, no tienen otra frontera que España, con la que limitan al oeste por la Luisiana, y al sur por la Florida (pinche aquí si desea Vd. conocer mejor todo lo relativo a la presencia española en los Estados Unidos).
La mayoría de esos territorios, -en realidad todos menos la Luisiana, traspasada en el año 1800 a Francia, la cual a su vez la venderá a Estados Unidos en 1803-, todavía pertenecen a España cuando reciben su primera carta magna, que ¡ojo! no es, ni mucho menos, la que la Convención de Filadelfia aprueba en 1787, sino una que se puede considerar entre los tres grandes textos de toda la historia constitucional, la Constitución de Cádiz de 1812, mejor conocida como “la Pepa”, convertida así en la primera constitución democrática de los estados que constituyen entonces más de un tercio del territorio de los actuales Estados Unidos.
Curiosamente,
cuando esos estados, cada uno en la fecha de su incorporación a la Unión (que
puede Vd. ver en el mapa encima de estas líneas), reciban la Constitución de 1787, estarán
recibiendo una constitución en cuya elaboración no habían participado, cosa que
no cabe decir, sin embargo, de la de 1812, a la que sí pudieron enviar un
representante, concretamente Pedro
Bautista Pino, comerciante, jurista, alcalde y regidor de Santa Fe,
liberal de pensamiento y favorable a la liberalización del comercio
ultramarino, el cual incluso presentó en Cádiz un documento titulado “Exposición sucinta y sencilla de Nuevo
Méjico”.
Quien me
recuerda a mí -y a todos Vds.- que esto es así, no es otro que la propia
Embajada de los Estados Unidos en Madrid, a través de un twit, cosa que le honra. Como honra a la
españolísima ciudad de San Agustín, en Florida, el haber erigido este precioso
obelisco que puede Vd. ver a la izquierda de estas líneas a la memoria de la
que, efectivamente, fue la primera constitución que rigió en una parte muy
importante de lo que hoy constituyen los Estados Unidos de Norteamérica, el
primer país democrático de la historia.
A cada cual lo suyo. Los españoles haríamos bien en conocer mejor nuestra historia y en enorgullecernos de la parte que en ella nos corresponde, incluso en terrenos y aspectos que ni osamos imaginarnos, con esa actitud pesimista y autodestructiva que caracteriza nuestro acercamiento a nuestra propia historia: en este caso, el de nuestra contribución a la concepción y expansión de la democracia en el mundo, y no en sus primeras manifestaciones medievales, que también, sino tal y como la concebimos hoy día.
Y esto es todo por hoy, queridos amigos: que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos, como siempre. Mañana seguimos.
A cada cual lo suyo. Los españoles haríamos bien en conocer mejor nuestra historia y en enorgullecernos de la parte que en ella nos corresponde, incluso en terrenos y aspectos que ni osamos imaginarnos, con esa actitud pesimista y autodestructiva que caracteriza nuestro acercamiento a nuestra propia historia: en este caso, el de nuestra contribución a la concepción y expansión de la democracia en el mundo, y no en sus primeras manifestaciones medievales, que también, sino tal y como la concebimos hoy día.
Y esto es todo por hoy, queridos amigos: que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos, como siempre. Mañana seguimos.
Luis Antequera
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