lunes, 1 de diciembre de 2014

MORTIFICACIÓN HUMANA


Ya antes en otras glosas…, hemos enunciado algunas ideas acerca de la mortificación, pero… ¿Y qué es la mortificación? Se trata de una práctica cristiana consistente en negarse a uno mismo determinadas deseos, que de suyo son lícitas, pero se prescinde de ellos en atención a una serie de consideraciones que vamos a exponer, pero la motivación personal, que le impulsa a una persona a mortificarse, es el amor a Dios. La mortificación es una ayuda en la lucha ascética, que tiene una triple finalidad;
La primera finalidad, es la de identificarse uno, con Cristo en sus sufrimientos;
La segunda, es la de desagraviar a Cristo, por los propios pecados y por los de todos los hombres;
La tercera, es la de adquirir un entrenamiento personal, para vencer la tentación, fortaleciendo nuestra voluntad.

Veamos cuales son los frutos de la mortificación, según San Alfonso María de Ligorio: “Primeramente, nos libra de las penas contraídas por nuestros culpables placeres, penas que en esta vida son mucho más ligeras que en la otra…. En segundo lugar la mortificación desprende el alma de los afectos terrenos y la dispone a volar para unirse con Dios…. En tercer lugar, la penitencia nos hace adquirir bienes eternos, como lo reveló San Pedro de Alcántara desde el cielo a Santa Teresa, diciendo: ¡Feliz penitencia que me ha valido tan grande gloria!”. La importancia de la mortificación la pone de relieve San Juan de la Cruz cuando escribe: “Y me atrevo a decir que sin mortificación nada le sirve al alma, por mucho que haga, en orden a ir progresando en la perfección y conocimiento de Dios”.

Nuestra vida diaria, aunque sea siempre, muy normal y corriente, está siempre llena de contrariedades más o menos importantes, pero su aceptación gustosa por nuestra parte, es una fuente de beneficios espirituales, que nos hacen purgar en esta vida, parte de lo que tendríamos que sufrir en el purgatorio. La mortificación de nuestros gustos en la comida, en el trato con los demás, soportando lo insoportable en la conversación y en los modos educacionales de otros, son también una fuente de bienes espirituales, que purifican nuestra alma, siempre que todo esto, sea ejecutado sin que los demás se den cuenta. Porque en la mortificación al igual que en la limosna, nuestra mano derecha no debe de saber lo que hace nuestra mano izquierda.

La oración y el sacrificio se complementan mutuamente, no es comprensible el limitarse uno simplemente a orar sin mortificarse, o al contrario mortificarse sin orar. Ambos elementos son necesarios, para alcanzar nuestra santificación. La mortificación al igual que la oración, he de ser perseverante, El alma que quiere ser del Señor debe de mortificarse continuamente, como lo es el latir de su corazón. Para que el complemento entre la oración y la mortificación funcione la intensidad de amos elementos debe de ir al unísono.

Se debe de orar y mortificarse porque ello es el alimento de nuestra alma, de la misma forma que el alimento de nuestro cuerpo es el agua y la comida, Decía San Francisco de Borja, que la oración es la que introduce en el corazón el amor divino, pero la mortificación es quien prepara el lugar quitando la tierra, que impediría la entrada del amor divino. Quien va a tomar agua a la fuente con una vasija llena de tierra no llevará más que barro; hay, pues, que quitar la tierra para después tomar agua.

La mortificación puede usarse como medio de ejercitar la penitencia. Entre mortificación y penitencia existe una relación íntima, y ambas nos coadyuvan a ir ganando la batalla de la perfección Lo cual es el cumplimiento de un mandato divino. “48 Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial”. (Mt 5,48). Robert Hugh Benson, escribe diciéndonos: “La muerte de Cristo no solo hizo posible una mera amistad, sino distintos grados de ella, a los que ni siquiera los ángeles pueden aspirar. Y, gracias a esa preciosísima sangre derramada por nosotros de Cristo, un alma no solo puede pasar de la muerte a la vida, sino que, por sucesivos peldaños, etapas y niveles, puede llegar a la perfección de la santidad misma”.

Pero el camino es largo y duro, y es por ello que Jean Lafrance escribe diciendo: “Haga lo que haga el hombre, que se las componga como quiera, nunca llegará a la verdadera paz, no será jamás un hombre celeste antes de que haya cumplido los cuarenta años…. El hombre no puede llegar a la paz verdadera y perfecta y hacerse un hombre plenamente celestial antes de tiempo. Debe por eso, esperar diez años, antes de que le sea concedido de verdad el Espíritu Santo, el consolador, el Espíritu que lo enseña todo. Por eso los discípulos tuvieron que esperar diez días después de haber recibido, sin embargo toda la preparación de la vida y del sufrimiento”.

En tu camino hacia la santidad, también irás viendo cada vez con mayor claridad. Quién te ama y como eres tú, esta persona a quién El ama. La posibilidad de que en este camino puedas llegar a considerarte perfecto, no existe. Desde luego que la mortificación de la clase y categoría que sea, nos ayuda en el camino de búsqueda de nuestra perfección. La mortificación puede ser activa o pasiva Es mortificación activa es la que es, buscada directamente, como es el caso, por ejemplo, del ayuno común en muchas religiones. La Iglesia Católica, por ejemplo recomienda pequeños sacrificios durante el tiempo de cuaresma, y el ayuno y la abstinencia de carne, en el Viernes Santo y en el Miércoles de Ceniza. En otras religiones, como en la musulmana, se establece por lo menos el ayuno obligatorio durante el Ramadán.

La mortificación pasiva es la aceptación voluntaria de sacrificios que vienen dados por la propia vida, como enfermedades, dificultades, etc. Con la aceptación de esos sacrificios se puede dar una dimensión mayor a ellos. La mortificación también puede ser, interior, es decir, referida a nuestro espíritu o exterior referida a nuestro cuerpo material. La interior se refiere al sacrificio en el ámbito de la inteligencia y de la voluntad. La corporal se refiere al sacrificio de los sentidos corporales. Tenemos cuerpo y alma. La mortificación externa es necesaria para reprimir los apetitos desordenados del cuerpo. La mortificación interna, para reprimir las aflicciones desarregladas del alma…. La mortificación externa sin la interna de poco vale. ¿De qué aprovecha, dice San Jerónimo, extenuarse con ayunos y verse al cabo de ello repleto de soberbia?

Se puede renunciar a ingerir cualquier alimento, por el que se tenga preferencia o simplemente esperar algunos instantes para tomar agua cuando se tenga sed. Pueden ser también pequeños actos que mejoren el cumplimiento de los propios deberes profesionales o que tornen más agradable la convivencia con otras personas: sonreír cuando se está cansado, terminar una tarea previsto, tener presente en la cabeza problemas o necesidades de aquellas personas que son muy queridas y no sólo los propios, etc. Muchas veces, para un cristiano común, sería un sacrificio similar, o incluso los hay más fáciles, que aquellos sacrificios, que realizan otras personas para bajar de peso (dieta, operaciones) mejorar la aptitud física (musculación, gimnasia) u otros legítimos cuidados con el propio cuerpo.

En el Concilio Vaticano II se nos recordó que: La mortificación identifica con Cristo: “…el apóstol Pablo nos exhorta a llevar siempre la mortificación de Jesús en nuestro cuerpo, para que también su vida se manifieste en nuestra carne mortal”. Unas veces con carácter directo y otras veces indirectamente, San Pablo trata ese tema de la mortificación y considera, la práctica de la mortificación, como una manifestación del Espíritu Santo: “Hermanos, no somos deudores a la carne, para vivir según la carne; porque si viviereis según la carne, moriréis; más si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis; porque los que se rigen por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios” (Rm 8,12-14). Y en esta misma epístola a los romanos, nos recuerda a continuación cual es el fin de la mortificación: “Y siendo hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Jesucristo, si padecemos con Él, para que seamos con Él glorificados”. (Rm 8,17).

Y en la epístola a los gálatas confirma esta doctrina, cuando nos dice: “24 porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. 25 Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él.”. (Gál 5,24-25). Siguiendo con San Pablo, este en su epístola a los colosenses considera la mortificación como una práctica ascética: “5 Haced morir los miembros del hombre terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, las pasiones deshonestas, la concupiscencia desordenada y la avaricia, que viene a ser una idolatría; por las cuales cosas descarga la ira de Dios sobre los incrédulos” (Col 3,5).. Continúa San Pablo. Nuestras mortificaciones han de unirse a las de Cristo en la Cruz. “10 Traemos siempre en nuestro cuerpo por todas partes la mortificación de Jesús, a fin de que la vida de Jesús se manifieste también en nuestros cuerpos”. (2Cor 4,10). Y: “13 Si vivís según la carne, moriréis; si con el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis”. (Rom 8,13).

San Agustín, alude a las palabras del Señor (Lc 10,23) y hace unos comentarios sobre ellas. “23 Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc 10,23), Nos dice: Esa cruz que el Señor nos invita a llevar, para seguirle más de prisa, ¿qué significa sino la mortificación? Como sabemos todos somos portadores de una cruz. Nadie se libra de su cruz, es más, el que careciera de ella se haría sospecho de no pertenecer al rebaño divino, afirmaba un autor que ahora no recuerdo quien era. Quien se niega a sí mismo y toma su cruz, abrasándose a ella por amor a Cristo, se está crucificando con Cristo. Porque quien lleva y soporta correctamente las contrariedades de su cruz, está continuamente mortificándose “19 Estoy clavado en la Cruz juntamente con Cristo. Y yo vivo, o más bien, no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí”. (Gál 2,19-20).

A Cristo le toca el purificarte en tus fuerzas vitales. Dejándote llevar por Él, te purificará de tu tendencia a echar mano de tus legítimas posesiones. Es preciso pues que cargues con la cruz de cada día, es decir, con este conjunto de purificaciones que te proporcionan las circunstancias de la vida. Pero ten cuidado y no fabriques la cruz en tu taller personal, déjale a Cristo que te cargue con su cruz. Aceptando así el perder tu vida y entonces la salvarás. San Clemente de Alejandría, al igual que los Padres de la Iglesia reconoció la necesidad de la mortificación, viéndola como una manifestación del amor de Dios. “El sacrificio del cuerpo y su aflicción es acepto a Dios, si no va separado de la penitencia; ciertamente es un verdadero culto a Dios”.

Para San Josemaría Escrivá, la mortificación es: reprimir y hacer morir, tanto como sea posible, lo que en nosotros mismos es causa de pecado, es decir, la carne o el hombre viejo. El fin de la mortificación es permitir que el hombre nuevo crezca en nosotros y alcance su pleno desarrollo. Por eso, en realidad es una vivificación. Decía en su libro Amigos de Dios que: “Convenceos de que ordinariamente no encontraréis lugar para hazañas deslumbrantes, entre otras razones, porque no suelen presentarse. En cambio, no os faltan ocasiones de demostrar a través de lo pequeño, de lo normal, el amor que tenéis a Jesucristo”. Y lo pequeño ¡claro está! Son todo un catálogo de distintas mortificaciones que constantemente están a nuestro alcance. Y también en su libro, “Es Cristo que pasa”, nos dice: San Josemaría: “Sólo cuando el hombre, siendo fiel a la gracia, se decide a colocar en el centro de su alma la Cruz, negándose a sí mismo por amor a Dios, estando realmente desprendido del egoísmo y de toda falsa seguridad humana, es decir, cuando vive verdaderamente de fe, es entonces y sólo entonces cuando recibe con plenitud el gran fuego, la gran luz, la gran consolación del Espíritu Santo”.

En el Kempis, podemos leer: “Prepárate para sufrir con paciencia más que para gozar de consuelos, y más para llevar la cruz que para la alegría”. Y en el Blosio: “No te acobardes ni pienses que estás muy lejos de Dios porque tal vez no le puedes ofrecer una vida dura y rigurosa, o porque no sientes que interiormente eres movido y llevado a imitarla. Porque no consiste en esto la perfección ni la santidad verdadera, sino en la mortificación de la propia voluntad y de los vicios, y en la humildad y en la caridad”. La mortificación no es meramente algo negativo; es el desprenderse de sí, para permitir a Jesús vivir Si vida en nosotros y ponernos en condiciones de participar completamente en ella. Quienes no están habituados a negarse nada, quienes abren la puerta a todo lo que le piden los sentidos, quienes buscan en primer término agradar al cuerpo y solo se afanan en buscar las mayores comodidades, difícilmente podrán ser dueños de sí mismos y alcanzar a Dios.

Los que tratan de encontrar a Dios, sin sacrificio, sin mortificación y sin Cruz, no lo encontrarán jamás. Porque no existe un camino hacia Dios, que no pase por la oración y el sacrificio. Es un disparate, decía Santa Teresa de Jesús “Creer que Dios, admite a su amistad estrecha gente regalada y sin trabajos”. La mortificación no es simple moderación,… sino abnegación verdadera, dar cabida a la vida sobrenatural en nuestra alma, adelanto de aquella gloria venidera que se ha de manifestar en nosotros Estas pequeñas renuncias a lo largo del día, constituyen un arma poderosa, para ir adquiriendo, el hábito de la mortificación dada la natural tendencia que tenemos, por razón de la dichosa concupiscencia, a resistir y a olvidarnos de la Cruz.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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