El trujillano Francisco Pizarro…, conquista el Perú en 1532 y cincuenta
y cuatro años más tarde, concretamente en 1586, nace una la niña que, una vez
bautizada recibió el sacramento de la confirmación en 1597, cuando tenía once
años de manos del arzobispo de Lima Santo Toribio de Mogrovejo, cambiando el
nombre de Isabel por el de Rosa, apelativo que sus familiares empleaban prácticamente desde su nacimiento
por su belleza y por una visión que tuvo su madre, en la que el rostro de la
niña se convirtió en una rosa. Santa Rosa asumiría definitivamente tal nombre
más tarde, cuando entendió que era "rosa del jardín de Cristo" y
adoptó la denominación religiosa de Rosa de Santa María.
En 1606, es decir, a
los 20 años de edad, tomó el hábito de terciaria dominica, en la Iglesia limeña
de Santo Domingo. Ya desde su infancia, se había manifestado en ella su
vocación religiosa y también su gran elevación espiritual. Había aprendido música, canto y poesía de
la mano de su madre, que se dedicaba a instruir a las hijas de la nobleza. Se
afirma que estaba bien dotada para las labores de costura, con las cuales
ayudaría a sostener el presupuesto familiar. Con el regreso de la familia a la
capital peruana, pronto destacaría por su abnegada entrega a los demás y por
sus extraordinarios dones místicos. Santa Rosa de Lima murió el 24 de agosto de
1617 y fue canonizada, como primera Santa de América por el Papa Clemente IX en
1698.
Fruto de los dones y
gracias divinas que adornaban a Santa Rosa de Lima, son el contenido de sus
escritos algunos ellos recogido en la Liturgia de las horas, y de los cuales
recogemos los siguientes párrafos: El Salvador
levantó la voz y dijo, con incomparable majestad: “¡Conozcan todos que la
gracia sigue a la tribulación. Sepan que sin el peso de las aflicciones no se
llega al colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al acrecentamiento de los
trabajos, se aumenta juntamente la medida de los carismas. Que nadie se engañe:
ésta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino
por donde se pueda subir al cielo! ”. Oídas estas palabras, me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en
medio de la plaza, para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las
personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen:
“Oíd, pueblo; oíd, todo género de gentes: de parte
de Cristo y con palabras tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones;
hay necesidad de trabajos y más trabajos, para conseguir la participación
íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta
hermosura del alma. Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar
la hermosura de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me
parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se
había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad, se había de ir
por el mundo, dando voces:
¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la
gracia, qué hermosa, qué noble, qué preciosa, cuántas riquezas esconde en sí,
cuántos tesoros, cuántos júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su
diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por
el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras,
por conseguir el tesoro inestimable de la gracia. Esta es la mercancía y logro
último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de
los trabajos que le caen en suerte, si conociera las balanzas donde se pesan
para repartirlos entre los hombres”.
“En nuestra vida terrenal, podemos si somos inteligentes, buscar los
dones y gracias divinas, porque son ella y solo ellas, las que ya aquí abajo,
nos harán dulce nuestro vivir. Si nos entregamos de verdad a quehacer divino,
el Señor jamás nos abandonará, siempre estará a nuestro lado... Esto no quiere
decir que no tendremos disgustos y necesidades de orden material, porque sea
bueno o o malo lo que recibamos es lo que más nos conviene”.
Entregarse al Señor en todo, es asegurarnos no solo la vida espiritual
de nuestra alma, sino también la vida material de nuestro cuerpo. No debemos de
olvidar que por muchos que sean nuestros disgustos, nuestros problemas
económicos y nuestras necesidades materiales, todo ello compromete nuestra vida
futura actual y lo que es peor, nuestra vida espiritual eterna. El Señor en una
de sus varias visiones espirituales a Santa Catalina de Siena, le dijo a esta
santa: “Tú
ocúpate de mí, que ya entonces yo me ocuparé de ti”. Una frase de este signo pero con distintas
palabras, también se la dijo el Señor, a Santa Teresa de Jesús.
No cabe ninguna duda, de que aquel que de verdad se entrega al Señor,
tal como manifiesta Santa Rosa de Lima, Los dones y las gracias divinas que se
reciben, crea en el alma de que se trate una alegría de vivir, y una felicidad
desconocida hasta entonces, por muchos y grandes que sean los problemas de
orden material que una persona pueda tener. Y eso es así, porque La fuerza del
orden superior del espíritu, si somos capaces de desarrollarlas, ellas arrollan
siempre a las fuerzas inferiores, del inferior orden material en el que
actualmente nos desenvolvemos.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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