miércoles, 3 de diciembre de 2014

ALEGRÍA Y FELICIDAD QUE DA LA GRACIA DIVINA


El trujillano Francisco Pizarro…, conquista el Perú en 1532 y cincuenta y cuatro años más tarde, concretamente en 1586, nace una la niña que, una vez bautizada recibió el sacramento de la confirmación en 1597, cuando tenía once años de manos del arzobispo de Lima Santo Toribio de Mogrovejo, cambiando el nombre de Isabel por el de Rosa, apelativo que sus familiares empleaban prácticamente desde su nacimiento por su belleza y por una visión que tuvo su madre, en la que el rostro de la niña se convirtió en una rosa. Santa Rosa asumiría definitivamente tal nombre más tarde, cuando entendió que era "rosa del jardín de Cristo" y adoptó la denominación religiosa de Rosa de Santa María.

            En 1606, es decir, a los 20 años de edad, tomó el hábito de terciaria dominica, en la Iglesia limeña de Santo Domingo. Ya desde su infancia, se había manifestado en ella su vocación religiosa y también su gran elevación espiritual. Había aprendido música, canto y poesía de la mano de su madre, que se dedicaba a instruir a las hijas de la nobleza. Se afirma que estaba bien dotada para las labores de costura, con las cuales ayudaría a sostener el presupuesto familiar. Con el regreso de la familia a la capital peruana, pronto destacaría por su abnegada entrega a los demás y por sus extraordinarios dones místicos. Santa Rosa de Lima murió el 24 de agosto de 1617 y fue canonizada, como primera Santa de América por el Papa Clemente IX en 1698.

            Fruto de los dones y gracias divinas que adornaban a Santa Rosa de Lima, son el contenido de sus escritos algunos ellos recogido en la Liturgia de las horas, y de los cuales recogemos los siguientes párrafos: El Salvador levantó la voz y dijo, con incomparable majestad: “¡Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación. Sepan que sin el peso de las aflicciones no se llega al colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al acrecentamiento de los trabajos, se aumenta juntamente la medida de los carismas. Que nadie se engañe: ésta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo! ”. Oídas estas palabras, me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en medio de la plaza, para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen:

            “Oíd, pueblo; oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo y con palabras tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos, para conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma. Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad, se había de ir por el mundo, dando voces:

            ¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la gracia, qué hermosa, qué noble, qué preciosa, cuántas riquezas esconde en sí, cuántos tesoros, cuántos júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro inestimable de la gracia. Esta es la mercancía y logro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte, si conociera las balanzas donde se pesan para repartirlos entre los hombres”.

“En nuestra vida terrenal, podemos si somos inteligentes, buscar los dones y gracias divinas, porque son ella y solo ellas, las que ya aquí abajo, nos harán dulce nuestro vivir. Si nos entregamos de verdad a quehacer divino, el Señor jamás nos abandonará, siempre estará a nuestro lado... Esto no quiere decir que no tendremos disgustos y necesidades de orden material, porque sea bueno o o malo lo que recibamos es lo que más nos conviene”.

Entregarse al Señor en todo, es asegurarnos no solo la vida espiritual de nuestra alma, sino también la vida material de nuestro cuerpo. No debemos de olvidar que por muchos que sean nuestros disgustos, nuestros problemas económicos y nuestras necesidades materiales, todo ello compromete nuestra vida futura actual y lo que es peor, nuestra vida espiritual eterna. El Señor en una de sus varias visiones espirituales a Santa Catalina de Siena, le dijo a esta santa: “Tú ocúpate de mí, que ya entonces yo me ocuparé de ti”. Una frase de este signo pero con distintas palabras, también se la dijo el Señor, a Santa Teresa de Jesús.

No cabe ninguna duda, de que aquel que de verdad se entrega al Señor, tal como manifiesta Santa Rosa de Lima, Los dones y las gracias divinas que se reciben, crea en el alma de que se trate una alegría de vivir, y una felicidad desconocida hasta entonces, por muchos y grandes que sean los problemas de orden material que una persona pueda tener. Y eso es así, porque La fuerza del orden superior del espíritu, si somos capaces de desarrollarlas, ellas arrollan siempre a las fuerzas inferiores, del inferior orden material en el que actualmente nos desenvolvemos.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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