jueves, 3 de julio de 2014

SAN TOMÁS, APÓSTOL


TOMÁS LLAMADO EL GEMELO

Es un apóstol especialmente simpático. Algún autor al hablar de él lo muestra como melancólico, pero los pocos datos que nos brindan los evangelios más bien nos revelan una personalidad muy humana y llena de franqueza. Tanto sus aciertos como sus debilidades manifiestan a un hombre claro y sencillo, algo rudo, pero recto y noble. No se advierten en Tomás los matices de algunos intelectuales excesivamente atentos a los matices, va directo al meollo de la cuestión cueste lo que cueste. Esto es muy claro cuando anima a los demás a ir a morir con Jesús. No es la reacción de un cobarde la suya. Igualmente cuando pregunta por el camino para seguir al Señor se advierte que lo hace con sinceridad y no como una vaga inquietud intelectual. Sus mismos errores -la famosa incredulidad- nos revela un hombre que sufre en su oscuridad, pero que no se separa de sus amigos. Incluso el hecho de su tardanza en volver con los suyos muestra el dolor del que está dispuesto a morir por aquel a quien quiere, pero que, de hecho, fue cobarde y huyó. No se sabe perdonar a sí mismo y el dolor le impide la vuelta. Todos estos rasgos, brevemente esbozados, nos revelan a un hombre de bien, aunque tuviera defectos.

Su nombre es simpático. Tomás significa en arameo "mellizo" o "gemelo", y se le llamaba también con la traducción griega del mismo "Dídimo". Era bastante frecuente utilizar un doble nombre, más aún cuando así puede moverse en ámbitos lingüísticos distintos. Parece que el nombre no era conocido en la antigüedad, lo que nos lleva a pensar que le quedó el apodo después de un nacimiento gemelar. Siempre ha resultado simpático el hecho de contemplar dos personas casi iguales, más aún si son niños. Los hechos son que este apóstol aporta un nombre nuevo ampliamente usado hoy día.

Sus silencios tienen algo de agradable, pues no habla cuando no tiene nada que decir, pero cuando habla sus palabras son de una intensidad que no puede dejar indiferente a nadie. Los pocos datos que tenemos nos dejan ver a un hombre duro y fuerte, sencillo y franco, fiel, que hasta en sus errores deja entrever su nobleza.

VALIENTE

Cuando Jesús es avisado por Marta y María de que Lázaro estaba enfermo y decide ir a Jerusalén, Tomás dice unas palabras que le salen del alma: "Vayamos también nosotros y muramos con él" . Para comprender en toda su verdad estas palabras del valiente Tomás conviene que conozcamos el ambiente en el que fueron dichas.

No es fácil precisar la fecha de la resurrección de Lázaro, pero se dió entre la fiesta de la luz y la pascua. La tensión entre los representantes judíos y Jesús iba creciendo de día en día. Cuando curó al ciego de nacimiento después de un interrogatorio ridículo y lleno de mala voluntad, le expulsaron de la sinagoga, porque afirmaba que Jesús obraba con el poder de Dios. Más adelante, tras su manifestación como buen Pastor, "se produjo de nuevo disensión entre los judíos a causa de estas palabras. Muchos de ellos decían: Está endemoniado y loco, ¿por qué le escucháis? Otros decían: Estas palabras no son de quien está endemoniado. ¿Acaso puede un demonio abrir los ojos a los ciegos?".

Pero la confrontación llega a un extremo insoportable cuando después de decir Jesús que el Padre y Él eran uno, "los judíos cogieron de nuevo piedras para lapidarle", e "intentaban prenderlo otra vez, pero se escapó de sus manos. Y se fue de nuevo al otro lado del Jordán". Allí estaba cuando se decide a acudir a Betania que estaba a tres kilómetros de Jerusalén. De hecho después de la resurrección de Lázaro muchos creyeron en Él, pero en cambio sus enemigos enconan la persecución, "algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron lo que Jesús había hecho. entonces los Pontífices y los fariseos convocaron el Sanedrín y decían: ¿Qué hacemos, puesto que este hombre realiza muchos milagros? Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación". Y deciden oficialmente matarle. "Entonces Jesús ya no andaba en público entre los judíos, sino que se marchó de allí a una región cercana al desierto, a la ciudad llamada Efraín, donde se quedó con sus discípulos" .

Este es el contexto en el que Tomás anima a sus compañeros a no abandonar al Maestro y seguirle hasta la muerte. Quizá no entendía muy bien la estrategia del Señor, y no podía calibrar la espera de la Pascua por parte de Jesús en la cual se realizaría el sacrificio perfecto del Cordero Pascual, pero era consciente del peligro que rodeaba al Señor, y no lo veía todo. A pesar de todo está dispuesto a luchar por defenderle, y ni pasa por su mente abandonarle en aquellos momentos tan distintos de los que vivió dos años antes cuando se decidió a seguir al Maestro sabio que hacía milagros.

Muchas cosas habían pasado en aquellos casi tres años. No nos queda ni una palabra de Tomás, pero su desarrollo interior debió ser muy similar al de los demás, si exceptuamos a Judas Iscariote: crecer en la fe, en la esperanza y en la caridad. Tomás exterioriza ese cambio con un ademán valiente y decidido.

Dadas las circunstancias, la exclamación de Tomás animando a los demás a seguir a Jesús aunque estén en peligro de muerte no es una exageración, sino algo muy real. Al mismo tiempo debió ser algo que surge de una meditación lenta como dice Aristóteles: "conviene reflexionar con lentitud lo que ha de hacerse, pero una vez pensado, realizarlo rápidamente". A lo que comenta Santo Tomás: "La acción pronta es recomendable después del consejo, que es el acto propio de la razón. Pero el querer obrar rápidamente antes del mismo no sería laudable, sino vicioso, porque sería precipitar la acción, lo cual es opuesto a la prudencia. La audacia es digna de alabanza cuando, ordenada por la razón, favorece la celeridad de la obra ". Tomás no es un valiente temerario, sino un valiente que ha reflexionado a fondo los hechos y supera el temor incluso ante la muerte.

Es cierto que se puede distinguir teóricamente entre la valentía humana y la sobrenatural. Pero en la práctica son actos del hombre valiosos y dignos de premio. La gracia empujó a Tomás a manifestar su lealtad hasta la muerte, pero podía haber desoído este impulso generoso. El motivo que le mueve es el amor a Jesús, "amor al que no intimidan las adversidades ni la muerte". Pero ese amor debe haberse instalado en el alma como una virtud, no sólo como un vago sentimiento, es decir como amor fuerte "que no se deja espantar fácilmente por el temor de la muerte" .

También fue la fe la que movió a Tomás, pero aquí podemos añadir que se trata de una fe todavía imperfecta y demasiado humana. Basta observar dos cosas: la Virgen Santísima no hace esas declaraciones y es fiel a la hora de la Cruz porque sabe que la muerte de Cristo es un Sacrificio; en cambio Tomás huyó cuando ve que Jesús no quiere defenderse, lo que indica que no le entendía aún lo suficiente. Buena fue la valentía, pero al tener una fe poco sobrenatural, falló ante el peligro que hubiera asumido con arrojo si se hubiese tratado de una batalla, aunque fuese con todas las de perder.

MUÉSTRANOS EL CAMINO

Tras la bajada a Betania y Jerusalén, los hechos parecen desarrollarse de manera menos dramática de la prevista por Tomás. Jesús, en Betania, resucita a Lázaro tras cuatro días de estar enterrado, en presencia de numerosos judíos venidos de Jerusalén para consolar a Marta y María. Muchos de ellos creyeron en El. Al poco tiempo acuden al convite de un fariseo -Simón el leproso- una persona importante, y allí el ambiente es cálido, amistoso hasta extremos muy íntimos.

Tras la estancia en Efraím -lugar situado fuera de Judea, en Samaria- Jesús sube con presteza a Jerusalén. Allí le recibirá una multitud con júbilo, palmas de olivo y exclamaciones mesiánicas. Los fariseos apuntan tímidas críticas, pero no parece que vayan a detenerle o apedrearle como le habían amenazado varias veces. Es posible que Tomás se calmase un poco, aunque no abandonase la actitud vigilante para defender al Maestro. Las cosas iban por cauces insospechados para él.

En la Última Cena se da una importante intervención de Tomás. Se produce cuando Jesús ve preocupados a los suyos y les dice: "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas, si no, os lo hubiera dicho, porque voy a prepararos un lugar; y cuando haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré, y os llevaré junto a mí para que donde yo estoy, estéis también vosotros, a donde yo voy, sabéis el camino" .

Entonces Tomás interviene con ímpetu: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?". Una vez más se manifiesta el poco entendimiento que los apóstoles tienen de Jesús, manifestado con sencillez por Tomás. Jesús dice que ya están suficientemente formados, y ya saben el camino. Pero Tomás, y los demás con él, manifiestan que no lo saben y no entienden. Además algo le duele en lo más íntimo, pues Jesús ha dicho que va a marcharse, les va a dejar, aunque vuelva con muy buenos dones. Tomás no quiere separarse del Maestro que ha trasformado su vida de un manera tan radical. Le ama de veras, aunque no le comprenda en toda su plenitud. En la misma Cena, algo antes había dicho el Señor a todos: "a donde yo voy, vosotros no podéis venir" ; e insiste a Pedro: "a donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, me seguirás más tarde" . Y ante la queja fiel de Pedro El Señor le muestra proféticamente su futura infidelidad aquella misma noche "antes de que el gallo cante".

Tomás había seguido a Jesús dejando todo. Seguir el Camino que Jesús le marque ha sido su vida en los últimos tiempos. Ese camino se ha ido concretando poco a poco. Unas veces el camino es aprender la verdad presentada a la inteligencia, Tomás aprende y camina. Otras veces es aprender la práctica de esa verdad, vencer el orgullo, perdonar, ser fuerte, leal, sincero, humilde, etc. Tomás aprende y camina imitando a Jesús lo mejor que puede. Pero ahora el mismo Jesús les dice que va a un lugar donde ellos no pueden seguirle. Y una buena rebeldía apunta en el corazón de Tomás hasta que la manifiesta externamente: "di donde hay que ir e iré"; "manda lo que sea y lo haré"; "muéstrame el camino y marcharé por él", "pero no me ocultes la senda, no desconfíes de mí", "estoy dispuesto a todo".

Mucho debieron agradar al Señor las palabras de Tomás y su generosidad; pero una cosa es querer y otra poder; y a su debido tiempo quedará claro que donde iba Jesús no podía ir entonces ni Tomás, ni Pedro, ni Juan, pues Jesús iba a consumar el Sacrificio perfecto del Hombre-Dios. El Señor va a vivir el máximo amor a Dios, va a librar una batalla tremenda contra Satanás y los ángeles caídos, va a luchar contra toda la fuerza del pecado y del infierno, luchará y vencerá a la misma muerte, que es el salario del pecado. La batalla era demasiado fuerte para cualquier otro que no fuese Él. Y Jesús lo sabe. Más adelante, los apóstoles, fortalecidos por la gracia que les va a conseguir en la Cruz, podrán ser mártires; pero ahora no. La huida de todos cuando prendan a Cristo hará patente su debilidad y su fe incompleta .

La contestación de Jesús va más allá de la pregunta de Tomás. No elude la respuesta, pero dice mucho más. "Le respondió Jesús: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre sino por mí. Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre" . Mucho se ha meditado estas palabras de Cristo. Cuando nos dice que él es el Camino nos indica su Humanidad unida personalmente al Verbo de Dios. Al decir Verdad y Vida nos muestra dos atributos divinos de su divinidad que se manifestarán a través del alma y el cuerpo del Señor unidos en la Persona divina.

Jesús no le cuenta a Tomás los detalles del Viernes Santo hasta el Domingo de Resurrección, pero le dice mucho más al mostrarle que el Camino hacia la divinidad y la salvación es su Humanidad perfecta. "Jesús es el camino hacia el Padre: por su doctrina, pues observando su doctrina llegaremos al cielo; por la fe que suscita, porque vino a este mundo para que "todo el que cree en él tenga vida eterna" (Jn 3,15); por su ejemplo, ya que nadie puede ir al Padre sino imitando al Hijo; por sus méritos, con los que nos posibilita la entrada en la Patria celestial; y sobre todo es el Camino porque Él revela al Padre con quien es uno por su naturaleza divina" .

Muchas son las cosas que se han dicho y escrito sobre estas palabras de Jesucristo, bástenos recoger unas de San Agustín: "Con su respuesta Jesús está como diciendo: ¿Por dónde quieres ir? Yo soy el Camino. ¿A dónde quieres ir? Yo soy la Verdad. ¿Dónde quieres permanecer? Yo soy la Vida. Todo hombre alcanza a comprender la Verdad y la Vida; pero no todos encuentran el Camino. Los sabios del mundo comprenden que Dios es Verdad y Vida cognoscible; pero el Verbo de Dios, que es Verdad y Vida junto al Padre, se ha hecho Camino asumiendo la naturaleza humana. Camina contemplando su humildad y llegarás hasta Dios".

Jesús comprende a Tomás y en su respuesta le pide fe y paciencia. Pero una cosa queda clara en la pregunta de Tomás: su fe es insuficiente.

Tomás cree en Jesús, pero junto a su fe se dan esquemas humanos no superados que enturbian la claridad de la verdad enseñada por Cristo. Su visión humana de las cosas es como una niebla o calima que impide ver con nitidez el horizonte y las realidades más lejanas. El aspecto humano que debe superar Tomás es el de la grandeza de Dios y del Mesías. Jesús va a manifestar el amor divino a través de una humildad que es anonadamiento. "El cual teniendo la forma de Dios, no consideró botín el ser igual a Dios. Por el contrario, se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz"…

La fe de los apóstoles deberá asimilar a un Dios aparentemente vencido. Deberán creer que Jesús es vencedor cuando le clavan a un madero, cuando le escupen y le azotan, y, por fin, cuando muere. Y eso no es fácil. María pudo seguir ese Camino marcado por Jesús, pero ellos necesitan destruir todavía muchas cosas viejas para comprender con luz divina y meridiana los planes sabios y amorosos de Dios.

EL ÚLTIMO EN VOLVER

Cuando en la cruel noche del Jueves Santo prendieron a Jesús todos los discípulos huyeron. Tomás también. Un gran miedo les sorprendió a todos. Desconocían la fuerza del combate que iba a librarse, y se asustan.

No sabían los apóstoles hasta qué punto su valentía dependía de Jesús; por eso, al ver que se entrega inerme a la chusma guiada por Judas Iscariote, parece que se les van las fuerzas que aún poseían. Un miedo enorme ciega sus mentes y les lleva a la huida abandonando al Maestro, a pesar de sus reiteradas manifestaciones de fidelidad.

Pedro y Juan reaccionan en seguida y buscan no saben qué, quizá librar a Jesús de sus captores. Pero Pedro niega enseguida al Maestro con juramentos, y Juan se retira con más prudencia buscando a la Madre, y conserva así fuerzas para estar en el Calvario unas horas más tarde junto a la Cruz donde Cristo muere y nos da la Vida.

Los demás volvieron poco a poco. No tenemos datos, pero podemos imaginar a algunos volviendo al Cenáculo el mismo Viernes Santo por la tarde, otros el Sábado. De modo que el Domingo todos están allí menos Tomás y Judas Iscariote, que se ahorcó.

¿Por qué no estaba Tomás allí el Domingo de resurrección? Un dato puede ayudar a comprender el hundimiento de Dídimo cuando ante la insistencia de los demás anunciándole que Jesús ha resucitado dice: "Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en esa señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré". Luego él vio a Jesús muerto. Este dato es importante para comprender a Tomás.

Cuando todos huyen, Tomás sufre un gran desconcierto, pero reacciona a su modo, quizá muy similar al de Pedro y gira en torno a los lugares donde estaba el Señor. Nada puede hacer para librar al Maestro, quizá sólo gritar ante el pretorio de Pilato. Luego ve a Jesús llevando la Cruz y la enfurecida multitud que le insulta. Cada paso en la Pasión en un golpe que desmonta sus esquemas mentales y humanos. Debió buscar seguir a Jesús y se acerca al lugar de la crucifixión donde muchos insultan y se mofan de Cristo. Por fin, cuando todos huyen al desaparecer el sol y temblar la tierra en la muerte de Jesús, quizá observó, sin atreverse a acercarse -estaba avergonzado de su falta de valentía- el descendimiento del Cuerpo del Señor realizado por José de Arimatea, Nicodemo y Juan. Entonces vio los agujeros de los clavos y de la lanza en el cuerpo de Jesucristo y se desmoronó la fe y la valentía que le quedaban, por eso no se atrevió a volver con los suyos.

Su valentía unos días antes al animar a todos a ir con Jesús aunque sea hasta la muerte fuera sincera, pero con un algo de orgullo y presunción. Por una parte vemos que sólo María Santísima tiene la fe suficiente para creer que Jesús morirá y resucitará en un Sacrificio de valor infinito, pero sorprendente. Ellos decían que sí a Jesús cuando les anunciaba una y otra vez lo que iba a suceder, pero no se lo acababan de creer. Es muy humano que pensasen que cuando las cosas se pudiesen muy mal, Jesús haría un acto maravilloso y manifestaría el poder de Dios tan claro en los milagros. Por otra parte no parece fácil aceptar que el Padre quiera que el Hijo padezca con tanto dolor. Y, sobre todo, debían aceptar la humildad de Dios. La salvación era la superación del pecado y del diablo con sus mismas armas. Tanto el pecado de Satanás como el de Adán y Eva tiene su raíz en el orgullo y la soberbia en diversos grados de lucidez. Dios va a vencer con una humildad llena de lucidez también, pero humillada. Y los modos como se manifestó eran difíciles de aceptar para unos hombres todavía muy humanos y con poca fe.

Tomás había confiado mucho en sus fuerzas y en su amor en el Maestro, pero le falló cuando la fe no fue suficiente. Sus declaraciones le traicionan y el que más pretendió más se hundió. Quiso ser el más valiente y se siente más humillado, por eso no se atreve a volver con los demás. Estaba destrozado, roto, con poca fe, si es que le queda alguna, y, sobre todo, estaba humillado.

¿Cómo volvió? Quizá de su propio pie, pero más probablemente volvió al ser buscado por sus amigos cuando vieron a Cristo Resucitado. Ellos ya estaban algo recuperados, aunque algo de temor permanecía en sus almas. Comprendían bien el hundimiento del amigo, porque le conocían bien. Todos sabían la valentía de Tomás, y los ánimos que les dio en el momento adecuado. Pero sabían también que un hombre tan reflexivo y valiente, si se hunde, sufrirá una caída más honda que los otros. Le buscaron, y Tomás accedió a ir con ellos, porque la amistad era un lazo fortísimo que ninguno podía ni quería rechazar.

INCRÉDULO TOMÁS

Tomás no estaba con los demás en el Cenáculo el Domingo de Resurrección por la tarde. Parece probable que los diez apóstoles, o alguno de ellos, buscase al desanimado Tomás para que volviese al redil. Habían escuchado directamente del Maestro la alegoría del Buen Pastor, y podían unir la solicitud por la búsqueda del hermano perdido con el encuentro deseado con el amigo que sufre. Por fin le encuentran, y Tomás, que está destrozado, accede a volver con los suyos.

La amistad siempre ha sido el principal instrumento apostólico, pero ahora no se trata de convertir, sino de demostrar un cariño que no retrocede cuando alguien lo está pasando mal. Y Tomás lo estaba pasando muy mal.

La alegría de los Diez, y la de las mujeres, unida a la serenidad gozosa de María Santísima -la que nunca dudó- contrastarían con el aspecto taciturno y dolorido de Tomás. Mirando en su interior es posible ver un desfallecimiento de la fe, pero también un orgullo herido -demasiado herido- que en su rigidez no sabe salir de su tristeza y rectificar. Por así decirlo, Tomás no se perdona a sí mismo el haber sido cobarde y casi traidor, pues así se considera él a sí mismo. Y, como suele ocurrir, la tristeza formaría como un velo en su mente que le impide ver con claridad lo que ocurre a su alrededor.

Los demás discípulos, apóstoles o no, le anuncian el gozo de la resurrección con una cierta exaltación: "¡Hemos visto al Señor!". Es comprensible que uniesen toda clase de datos unidos a sus impresiones. Las conversaciones se superpondrían unas a otras. No podía darse allí un hablar pausado, pues la emoción era intensa. Pero Tomás permanece aferrado a su tristeza y les responde: "Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en la señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré" ..

Se ha visto muchas veces en estas palabras de Tomás una actitud racionalista o cientifista, pero no parece que fuera ese el estado interior del apóstol. Pensemos despacio sobre ello. No se trata de negar la divinidad de Jesús, ni siquiera su humanidad. El dilema de Tomás podía ser: si Cristo ha resucitado, y no se me aparece a mí, es que no me quiere. Prefiero creer que no ha resucitado. El tema es ver los agujeros bien ciertos en el cuerpo muerto de Jesús. Se trata de comprobar que están esos agujeros indudables en el ese cuerpo vivo que dicen haber visto. Parece exigir una prueba, pero en realidad más bien se percibe en Tomás un alma dolorida que se aferra a una resistencia algo extraña. Es como no querer ser engañado por imaginaciones crédulas, pero también es una justificación de su poca fe cuando abandonó al Maestro. Su reacción es como la pataleta de un niño enfadado. ¿Acaso sus amigos le han engañado alguna vez? Además todos están de acuerdo en lo mismo, y acaban de llegar los de Emaús con datos que confirman lo que dicen los de otros.

Sí, pero él no lo ha visto. Es muy posible que su resistencia a creer a sus amigos se deba más al orgullo herido que al racionalismo. Piensa en su interior que él ha sido peor que los demás, porque prometió mucho y no realizó nada. Se creía tan valiente que su cobardía se convierte en una herida difícil de cerrar. Se consideraba fiel y amador del Maestro, pero falló. Y se aferra a los sentidos, como no queriendo engañarse de nuevo. No quiere que su capacidad de entusiasmo se desborde de nuevo y vuelva a caer tan bajo como está ahora. La duda de Tomás es fruto más de orgullo herido que de incredulidad. Más que un positivista, Tomás es un valiente derrotado, que no sabe perder.

Pero su hundimiento será ocasión de su mayor victoria. Aquella incredulidad manifiesta las cosas mal construidas en torno a su fe. Parecía que tenía mucha fe cuando asentía al anuncio de Jesús sobre su muerte y su resurrección, pero no se lo acababa de creer, porque le parecía demasiado. Y esa fe incompleta se derrumbó. Tomás quedó en el vacío y en la oscuridad. En aquellos momentos está pasando el apóstol una negra noche del alma, como diría San Juan de la Cruz. Este vacío permitirá poder construir una fe más verdadera y sobrenatural. Una vez más, Dios escribirá derecho con renglones torcidos.

SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO

Tomás permaneció con los demás discípulos toda la semana. Mientras las noticias sobre apariciones de Jesús resucitado se iban sucediendo, todos se recuperaban del fuerte dolor experimentado en la Pasión. Una fe más honda y una esperanza nueva crecen en ellos. Ahora ya entendían el sentido de la muerte de Jesús, también comprendían el Camino seguido por el Maestro, pero, sobre todo, experimentaban el gozo de la victoria de Cristo sobre la muerte, sobre el pecado y sobre el diablo. Todos gozaban, menos Tomás que no acababa de dar su brazo a torcer y no creía.

No creía, pero no les abandonaba. Esta permanencia de Tomás con los demás es hermosa, pues es como decir: "cómo me gustaría creer como vosotros, pero no puede ser cierto, yo he visto el cuerpo muerto y bien muerto". Los lazos del cariño le retenían, por otra parte experimenta aquello que tan magistralmente manifestó Pedro: ¿Adónde ir si sólo allí encontraba palabras de vida eterna?

El domingo siguiente ocurrió lo siguiente: "estaban de nuevo dentro los discípulos y Tomás con ellos. Estando cerradas las puertas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo: La paz sea con vosotros". Tomás debió sentir que todo se agitaba en su interior: ¡era verdad lo que le habían dicho los suyos! Y un nuevo dolor se sumó a los anteriores que rompían su alma: "no he sido capaz de creer a mis hermanos", "he fallado una vez más"; pero ahora la alegría de ver de nuevo a "su" Jesús disipa el desaliento y la luz divina llega muy dentro, porque muy hondo era el dolor y la oscuridad que le apretaban por dentro.

Entonces Jesús se dirigió al apóstol personalmente: "Después dijo a Tomás: trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente". "Luego Jesús conoce mis dudas y mis angustias en estos días" piensa Tomás. "¿Por qué las ha permitido? Él sabe más, pero quizá sea para que vea más hondo en aquello que mi terca visión humana me impedía comprender". Y llega la luz a la mente antes en penumbras: "Jesús no sólo es el Maestro bueno, o sólo el Mesías, ¡es verdaderamente Dios!" y tocando las llagas dijo: "¡Señor mío y Dios mío!".

El acto de fe es el más extraordinario y explícito de todos los evangelios. Pedro había declarado que Jesús era el Hijo de Dios vivo, pero ahora Tomás tocando un cuerpo declara que Jesús es Dios. No se puede expresar de modo más claro la divinidad del Maestro. Una vez más, de los males Dios saca bienes, y de los grandes males grandes bienes. Si la incredulidad de Tomás fue grande, mayor fue su acto de fe.

Su dificultad para creer será siempre un aliento para las dudas de los cristianos, y certeza para los que no creen. "¿Es que pensáis -comenta San Gregorio Magno- que aconteció por pura casualidad que estuviera ausente entonces aquel discípulo elegido, que al volver oyese relatar las apariciones, y que al oír dudase, dudando palpase y palpando creyese? No fue por casualidad, sino por disposición de Dios. La divina clemencia actuó de modo admirable para que tocando el discípulo dubitativo las heridas de la carne de su Maestro, sanara en nosotros las heridas de la incredulidad (…). Así el discípulo, dudando y palpando, se convirtió en testigo de la verdadera resurrección".

Los artistas han representado a Tomás con la vista baja y la cabeza agachada ante el Señor haciendo el gesto de tocar la llaga de su costado. Lo hacen así para destacar la humildad del que ha sido terco y testarudo para creer. Pero también podemos representarlo mirando al Señor con los ojos muy abiertos, llorosos quizá, pero llenos de alegría, "¡Ya no importan las penas y las cobardías! Él vive, es más, Él es la vida, y poco importan mis dudas ante la certeza del gozo divino".

Dios permitió las dudas de Tomás para dar un signo a los que viniesen detrás. Algunos no creen, aunque vean. Los casos son muchos en las Escrituras. Basta pensar en los testigos de milagros. Otros creen sin ver nada. Tomás es como la ayuda sensible para los que piden algunas pruebas de que el cuerpo del Resucitado es real, aunque glorioso, tangible. Tomás tocó a Cristo como Hombre y creyó en Jesús como Dios .

Un leve reproche de Jesús a Tomás es un aliento para nuestra fe cuando experimente alguna oscuridad: "Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto han creído". San Gregorio Magno comenta así estas palabras: "Nos alegra mucho lo que sigue: "Bienaventurados los que sin haber visto han creído". Sentencia en la que, sin duda, estamos señalados nosotros, que confesamos con el alma al que no hemos visto en la carne. Se alude a nosotros, con tal que vivamos conforme a la fe, porque sólo cree de verdad el que practica lo que cree.

Es posible ver en las palabras de Tomás, junto al acto de fe, un acto de contrición, dolor de amor, por no haber sabido estar a la altura de la circunstancias. Pero la paz inundó el alma de Tomás. Ahora pudo comprobar cómo la fe está unida a la caridad. Y junto a la luz de la honda fe que experimentaba, comprobó la dulzura de la caridad divina que le perdonaba y le introducía en la vida nueva ganada por Jesucristo. Tomás era ya un hombre nuevo.

La pesca de los cinto cincuenta y tres peces grandes

A los pocos días de su reconversión observamos a Tomás junto al lago de Galilea. Es un hombre nuevo, creyente firme, alma reconciliada, agradecido pleno, valiente vencedor que está con los suyos en el lugar de su primera vocación. Todo lo externo es lo mismo, pero, ¡es todo tan distinto! Han cambiado sus ojos. Y un gozo no disimulado le llevaría a contemplar las barcas y las redes que en su día dejó, quizá con esfuerzo. ¡Qué poca cosa es lo que se le pidió para lo mucho que ha recibido!

"Estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos". Es muy posible que su subida a Galilea se debiese al mandato de Jesús de avisar a muchos de los creyentes para que se dirigiesen a Jerusalén. Al cabo de cuarenta días de la resurrección se reunieron en la Ciudad Santa más de quinientos hermanos, muchos de ellos serían avisados por los apóstoles que se distribuyen el trabajo de reunir a los más fieles.

Mientras cumplen esta tarea se detienen junto al lago y Pedro exclama: "Voy a pescar". Los demás se debieron sorprender un tanto de la propuesta, ¡llevaban tanto tiempo sin subir a realizar su trabajo anterior!, pero no les pareció mal la proposición y responden: "Vamos también nosotros contigo. Salieron, pues, y subieron a la barca".

Es fácil imaginar la felicidad de aquellos hombres con la iniciativa de Pedro. Toman la barca, comprueban todos los instrumentos de navegar y su buen estado de uso. Las redes, los remos, la vela, los aparejos, el ancla, los cabos y demás enseres. Todo estaba a punto. Suben a ella como recordando viejos tiempos. ¡Parecían tan lejanos!. Reman hacia el lugar que les parece más propicio para la buena pesca, tiran las redes, reman en círculo, recogen la red y, entonces, comprueban con sorpresa que no han pescado nada. ¿Será posible que en tan poco tiempo hayan perdido tanto el oficio? Pero no hay que desanimarse. Vuelven a realizar las mismas operaciones, y de nuevo nada. Buscan otro lugar. Intentan no olvidar su antigua destreza y ninguna pesca entra en sus redes. Así fueron pasando las horas, "pero aquella noche no pescaron nada" .

La sorpresa debió hacer presa en los corazones de aquellos antiguos pescadores de peces. No entienden nada. Entonces se produce una nueva aparición de Jesús llena de enseñanzas: "Llegada ya la mañana, se presentó Jesús en la orilla; pero sus discípulos no sabían que era Jesús" . El lugar se llama Tabigha y en él se encuentran varias fuentes y árboles altos aún hoy día de un modo casi igual a como estarían en tiempos del Señor. El sol de la mañana sale de modo que da en la espalda al que se encuentra en la orilla y de cara a los pescadores que estaban como a unos ochenta metros de distancia. ¿Fue ése el motivo de no reconocer al Señor o fue que prefirió adoptar un aspecto distinto para no ser conocido? Lo cierto es que no le conocen por el aspecto físico.

El desconocido les dirige una petición lógica y normal: "Muchachos, ¿tenéis algo de comer? Le contestaron: No" . Entonces sucede algo sorprendente. El extraño desconocido les da un consejo, casi un mandato, que podía haber provocado enojo o, simplemente, desprecio: "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis". Y contra toda lógica, pues era de día ya, y todos los esfuerzos en las horas mejores habían resultado estériles, "la echaron". Entonces la red se llenó "y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces". Jesús pide para dar. Una vez más utiliza el modo más sabio para dar y para enseñar. En Caná pidió que llenasen las tinajas de agua y la convirtió en vino. Las llenaron hasta arriba, pero si las hubiesen llenado hasta la mitad el milagro hubiese sido menos abundante. Para multiplicar los panes les pidió los que tenían, y comieron muchos hasta hartarse y sobró gran cantidad de pan. Pidió a los apóstoles algo de generosidad, el uno de su vida, y les dio el ciento por uno -la felicidad en esta tierra- y la vida eterna. Dios no se deja ganar en generosidad, solía repetir el Beato Josemaría con gran acierto. ¿No podía Dios dar sin más, y sin necesidad de pedir? Sí, pero entonces los hombres no desarrollarían su generosidad, y no tendrían el regalo de poder colaborar, aunque sea poco, en la abundancia de los dones de Dios.

Ahora les pide fe en su palabra, aunque parezca algo poco lógico, y de repente… viene la abundancia en la pesca. Las reacciones de los apóstoles fueron variadas. Juan reconoce al Señor. Pedro se lanza nadando al agua para ganar la orilla cuanto antes. Tomás y los demás llevan la barca al puerto cercano arrastrando la red que no se rompía.a pesar de la pesca abundante Todos coinciden en darse cuenta de que se trata de una pesca milagrosa similar a aquella primera que decidió la vocación de algunos de ellos.

Fijémonos en los detalles: "Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces", en concreto "ciento y cincuenta y tres peces grandes. Y aunque eran tantos no se rompió la red" . El hecho de echar la red a la derecha tiene San Agustín su significado: "Dos veces mandó echar las redes: la primera cuando escogió a sus discípulos; la segunda, después de haber resucitado. Era la primera pesca símbolo de la Iglesia en su estado actual. No precisa si se ha de echar a la derecha o a la izquierda. Los peces son los hombres buenos y malos; que habían de andar juntos en la Iglesia. Se llenaron dos barcas, hasta el punto de sumergirse; no se hundieron, pero si peligraron, símbolo del peligro que había de correr la disciplina cristiana por la multitud que recogería en su seno. Dice más, las redes se desgarraron: ¿Qué significaban las redes rotas sino los cismas del futuro?" . La segunda pesca indica la situación celeste de la Iglesia, los que se salvan definitivamente, los santos, los elegidos entre los muchos llamados, los perfectos. Por eso indica el evangelista su número contado y su tamaño. Nada se pierde.

Tomás aprende esta nueva lección. Su carácter y sus pruebas le hacen un apóstol excepcional. No tenemos muchos datos confirmados sobre su apostolado, pero las leyendas y tradiciones se acumulan. Los sirios y los armenios le consideran el gran apóstol de Oriente. Partos, medas, hircanos, bactrianos territorios que comprenden los actuales Irán, Irak, Afganistán y Beluchistán. Y, sobre todo, se le atribuye la evangelización en India. En el siglo XX la Iglesia en la India se considera en buena parte fruto de la actividad apostólica de Tomás. No es fácil separar la estricta verdad de la leyenda, pero en este caso parece verdadero aquello de que cuando el río suena agua lleva, pues suena mucho y fuerte con bastante base.

Reproducido con permiso del Autor, Enrique Cases, Los 12 apóstoles. 2ª ed Eunsa pedidos a eunsa@cin.es

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