Un
personaje cuyo nombre debería figurar en letras de oro en los anales de nuestra
historia y que, sin embargo, es un completo desconocido. Desconocido hasta límites
de lo indecente incluso dentro del olvido al que los españoles sometemos a
nuestros forjadores: me refiero a Alonso
Ramírez de Arellano, verdadero pionero del llamado tornaviaje, es decir,
el viaje de vuelta desde Asia hasta América a través del Pacífico. Un honor, el
del descubrimiento de esa ruta capital para la historia de la geografía y de la
navegación, que también sin excesivo eco, la historia viene atribuyendo a otro
español, el gran Andrés de Urdaneta
(pinche aquí para conocer todos los detalles de la
gesta), y no sin justicia, y es que también por su parte fue un
descubrimiento, pues tampoco a él se la había enseñado nadie y hubo de
descubrirla por sus propios medios. Sólo que, de manera similar a lo acontecido
con Amundsen y Scott, al uno se le adelantó el otro,
aunque en el caso que aquí nos ocupa, la historia haya decidido directamente
ignorar al que de los dos lo hizo primero para otorgarle la gloria, la escasa
gloria que los españoles otorgamos a los forjadores e nuestra historia,
insisto, al otro.
Y también lo habría hecho yo de no ser por el extraordinario libro que tengo entre mis manos y en el que me deleito cada noche un ratito antes de meterme en la cama titulado “Navegantes españoles en el océano Pacífico” de Luis Laorden Jiménez, gracias al cual he caído sobre el personaje del que me dispongo a hablarles hoy y no sólo él, sino mucho otros que irán saltando a su debido tiempo a estas páginas.
Pues bien, poco, o mejor dicho, nada, es lo que se sabe de los orígenes de Alonso de Arellano, y lo que de su biografía sabemos comienza con la proeza que realizó. Que debió ser de alta cuna lo delata su apellido y sobre todo, el título de “Don” que recibe citado en el nombramiento que expide a su favor Legazpi.
El caso es que el 10 de noviembre de 1564, Alonso es nombrado capitán de la nave “San Lucas”, en sustitución de Hernán Sánchez de Urbión, titular original del cargo, que no se presentó a tomar posesión del mismo. Hablamos de la expedición que salida de Puerto Navidad, en América, se dirigía hacia las Filipinas, descubiertas por Fernando Magallanes, para iniciar su conquista.
No están claras las circunstancias en las que Arellano acaba separándose de la expedición: su leyenda negra basada en los comentarios de Fray Gaspar de Agustín afirma que desertó conforme a un plan que tenía previamente establecido. Lo más probable es que las crueles aguas de la mar que los marinos conocen tan bien terminaran separándole del resto de las naves de la expedición, tesis abonada por el hecho de que por ser la más ágil y ligera, la San Lucas estaba obligada a navegar la última. Como quiera que sea, Arellano no se descorazona y decide continuar el viaje hasta su destino aunque sea en solitario, llegando también a Filipinas aunque a unas islas diferentes que Legazpi, con quien no se encontró, decidiendo en un momento dado, como es lo lógico y normal, iniciar también el camino de retorno.
Arellano consigue un retorno que ya había sido intentado antes de que él mismo lo hiciera, a modo de ejemplo por Gómez de Espinosa de la expedición Magallanes-Elcano, a quien se le asigna volver a América en vez de continuar el viaje circunvalador de Elcano, aunque no lo conseguirá y habrá de volver a las Molucas y entregarse allí a los portugueses. Un retorno que completa antes de que lo haga Andrés de Urdaneta, al que se anticipa dos meses en el logro, pero respecto del cual se retrasa en su presentación al rey, pues cuando lo hace, Urdaneta ya lo ha hecho, con la consecuencia de que Arellano, sospechoso de deserción, es arrestado por el real Consejo de Indias, que determina enviarlo a Filipinas para que sea el propio Legazpi el que lo juzgue allí.
Una vez en Ciudad de Méjico, Arellano se las ingeniará para demorar su partida para Filipinas hasta que tiene noticia de la muerte de Legazpi, lo que si bien le sirve para zafarse de una probable sentencia de muerte, no le servirá tampoco para librar su memoria de la infamia, muriendo sin pena ni gloria sospechoso de deserción y sin que los anales se dignen ni recordar la gesta realizada, a pesar de que no sólo la realizó antes que Urdaneta, sino que lo hizo con mayor mérito, por hacerlo en un barco que navegó solo y de apenas dieciséis metros de eslora, diez veces más pequeño que el San Pedro en el que navegaron Legazpi y Urdaneta.
Y también lo habría hecho yo de no ser por el extraordinario libro que tengo entre mis manos y en el que me deleito cada noche un ratito antes de meterme en la cama titulado “Navegantes españoles en el océano Pacífico” de Luis Laorden Jiménez, gracias al cual he caído sobre el personaje del que me dispongo a hablarles hoy y no sólo él, sino mucho otros que irán saltando a su debido tiempo a estas páginas.
Pues bien, poco, o mejor dicho, nada, es lo que se sabe de los orígenes de Alonso de Arellano, y lo que de su biografía sabemos comienza con la proeza que realizó. Que debió ser de alta cuna lo delata su apellido y sobre todo, el título de “Don” que recibe citado en el nombramiento que expide a su favor Legazpi.
El caso es que el 10 de noviembre de 1564, Alonso es nombrado capitán de la nave “San Lucas”, en sustitución de Hernán Sánchez de Urbión, titular original del cargo, que no se presentó a tomar posesión del mismo. Hablamos de la expedición que salida de Puerto Navidad, en América, se dirigía hacia las Filipinas, descubiertas por Fernando Magallanes, para iniciar su conquista.
No están claras las circunstancias en las que Arellano acaba separándose de la expedición: su leyenda negra basada en los comentarios de Fray Gaspar de Agustín afirma que desertó conforme a un plan que tenía previamente establecido. Lo más probable es que las crueles aguas de la mar que los marinos conocen tan bien terminaran separándole del resto de las naves de la expedición, tesis abonada por el hecho de que por ser la más ágil y ligera, la San Lucas estaba obligada a navegar la última. Como quiera que sea, Arellano no se descorazona y decide continuar el viaje hasta su destino aunque sea en solitario, llegando también a Filipinas aunque a unas islas diferentes que Legazpi, con quien no se encontró, decidiendo en un momento dado, como es lo lógico y normal, iniciar también el camino de retorno.
Arellano consigue un retorno que ya había sido intentado antes de que él mismo lo hiciera, a modo de ejemplo por Gómez de Espinosa de la expedición Magallanes-Elcano, a quien se le asigna volver a América en vez de continuar el viaje circunvalador de Elcano, aunque no lo conseguirá y habrá de volver a las Molucas y entregarse allí a los portugueses. Un retorno que completa antes de que lo haga Andrés de Urdaneta, al que se anticipa dos meses en el logro, pero respecto del cual se retrasa en su presentación al rey, pues cuando lo hace, Urdaneta ya lo ha hecho, con la consecuencia de que Arellano, sospechoso de deserción, es arrestado por el real Consejo de Indias, que determina enviarlo a Filipinas para que sea el propio Legazpi el que lo juzgue allí.
Una vez en Ciudad de Méjico, Arellano se las ingeniará para demorar su partida para Filipinas hasta que tiene noticia de la muerte de Legazpi, lo que si bien le sirve para zafarse de una probable sentencia de muerte, no le servirá tampoco para librar su memoria de la infamia, muriendo sin pena ni gloria sospechoso de deserción y sin que los anales se dignen ni recordar la gesta realizada, a pesar de que no sólo la realizó antes que Urdaneta, sino que lo hizo con mayor mérito, por hacerlo en un barco que navegó solo y de apenas dieciséis metros de eslora, diez veces más pequeño que el San Pedro en el que navegaron Legazpi y Urdaneta.
Luis
Antequera
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