Catequesis sobre el Credo (5.XII.84 - 7.XII.86)
VII Los ángeles
INDICE
La existencia de los Ángeles
La caída de los Ángeles malos
La misión de los Ángeles
La naturaleza de los Ángeles
El pecado y la acción de Satanás
La acción de Satanás y la victoria de Cristo
INDICE
La existencia de los Ángeles
La caída de los Ángeles malos
La misión de los Ángeles
La naturaleza de los Ángeles
El pecado y la acción de Satanás
La acción de Satanás y la victoria de Cristo
1. Nuestras catequesis sobre
Dios, Creador del mundo, no podían concluirse sin dedicar una atención adecuada
a un contenido concreto de la revelación divina: la creación de los seres
puramente espirituales, que la Sagrada Escritura llama 'ángeles'. Tal creación
aparece claramente en los Símbolos de la Fe, especialmente en el Símbolo
niceno-constantinopolitano: Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador
del cielo y de la tierra, de todas las cosas (esto es, entes o seres) 'visibles
e invisibles'. Sabemos que el hombre goza, dentro de la creación, de una
posición singular: gracias a su cuerpo pertenece al mundo visible, mientras
que, por el alma espiritual, que vivifica el cuerpo, se halla casi en el confín
entre la creación visible y la invisible. A esta última, según el Credo que la
Iglesia profesa a la luz de la Revelación, pertenecen otros seres, puramente
espirituales, por consiguiente no propios del mundo visible, aunque están
presentes y actuantes en él. Ellos constituyen un mundo específico.
2. Hoy, igual que en tiempos
pasados, se discute con mayor o menor sabiduría acerca de estos seres
espirituales. Es preciso reconocer que, a veces, la confusión es grande, con el
consiguiente riesgo de hacer pasar como fe de la Iglesia respecto a los ángeles
cosas que no pertenecen a la fe o, viceversa, de dejar de lado algún aspecto
importante de la verdad revelada. La existencia de los seres espirituales que
la Sagrada Escritura, habitualmente, llama 'ángeles', era negada ya en tiempos
de Cristo por los saduceos (Cfr. Hech 23, 8). La niegan también los
materialistas y racionalistas de todos los tiempos. Y sin embargo, como
agudamente observa un teólogo moderno, 'si quisiéramos desembarazarnos de los
ángeles, se debería revisar radicalmente la misma Sagrada Escritura y con ella
toda la historia de la salvación' (.). Toda la Tradición es unánime sobre esta
cuestión. El Credo de la Iglesia, en el fondo, es un eco de cuanto Pablo
escribe a los Colosenses: 'Porque en El (Cristo) fueron creadas todas las cosas
del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las
dominaciones, los principados, las potestades; todo fue creado por El y para
El' (Col 1, 16). O sea, Cristo que, como Hijo-Verbo eterno y consubstancial al
Padre, es 'primogénito de toda criatura' (Col 1, 15), está en el centro del
universo como razón y quicio de toda la creación, como ya hemos visto en las
catequesis precedentes y como todavía veremos cuando hablemos más directamente
de Él.
3. La referencia al primado de
Cristo nos ayuda a comprender que la verdad acerca de la existencia y acción de
los ángeles (buenos y malos) no constituyen el contenido central de la Palabra de
Dios. En la Revelación, Dios habla en primer lugar 'a los hombres. y pasa con
ellos el tiempo para invitarlos y admitirlos a la comunión con El', según
leemos en la Cons. 'Dei Verbum' del Conc. Vaticano II (n.2). De este modo 'las
profunda verdad, tanto de Dios como de la salvación de los hombres', es el
contenido central de la Revelación que 'resplandece ' más plenamente en la
persona de Cristo (Cfr. Dei Verbum 2).La verdad sobre los ángeles es, en cierto
sentido, 'colateral', y, no obstante, inseparable de la Revelación central que
es la existencia, la majestad y la gloria del Creador que brillan en toda la
creación ('visible' e 'invisible') y en la acción salvífica de Dios en la
historia del hombre. Los ángeles no son, criaturas de primer plano en la realidad
de la Revelación, y, sin embargo, pertenecen a ella plenamente, tanto que en
algunos momentos les vemos cumplir misiones fundamentales en nombre del mismo
Dios.
4. Todo esto que pertenece a la
creación entra, según la Revelación, en el misterio de la Providencia Divina.
Lo afirma de modo ejemplarmente conciso el Vaticano I, que hemos citado ya
muchas veces: 'Todo lo creado Dios lo conserva y lo dirige con su Providencia
extendiéndose de un confín al otro con fuerza y gobernando con bondad todas las
cosas. "Todas las cosas están desnudas y manifiestas a sus ojos",
hasta aquello que tendrá lugar por libre iniciativa de las criaturas'. La
Providencia abraza, por tanto, también el mundo de los espíritus puros, que aun
más plenamente que los hombres son seres racionales y libres. En la Sagrada
Escritura encontramos preciosas indicaciones que les conciernen. Hay la
revelación de un drama misterioso, pero real, que afectó a estas criaturas
angélicas, sin que nada escapase a la eterna Sabiduría, la cual con fuerza
(fortiter) y al mismo tiempo con bondad (suaviter) todo lo lleva al
cumplimiento en el reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
5. Reconozcamos ante todo que la
Providencia, como amorosa Sabiduría de Dios, se ha manifestado precisamente al
crear seres puramente espirituales, por los cuales se expresa mejor la
semejanza de Dios en ellos, que supera en mucho todo lo que ha sido creado en
el mundo visible junto con el hombre, también él, imborrable imagen de Dios.
Dios, que es Espíritu absolutamente perfecto, se refleja sobre todo en los
seres espirituales que, por naturaleza, esto es, a causa de su espiritualidad,
están mucho más cerca de El que las criaturas materiales y que constituyen casi
el 'ambiente' más cercano al Creador. La Sagrada Escritura ofrece un testimonio
bastante explícito de esta máxima cercanía a Dios de los ángeles, de los cuales
habla, con lenguaje figurado, como del 'trono' de Dios, de sus 'ejércitos', de
su 'cielo'. Ella ha inspirado la poesía y el arte de los siglos cristianos que
nos presentan a los ángeles como la 'corte de Dios'.
1. Proseguimos hoy nuestra
catequesis sobre los ángeles, cuya existencia, querida por un acto del amor
eterno de Dios, profesamos (.). En la perfección de su naturaleza espiritual,
los ángeles están llamados desde el principio, en razón de su inteligencia, a
conocer la verdad y a amar el bien que conocen en la verdad de modo mucho más
pleno y perfecto que cuanto es posible al hombre. Este amor es el acto de una
voluntad libre, por lo cual también para los ángeles la libertad significa
posibilidad de hacer una elección en favor o en contra del Bien que ellos
conocen, esto es, Dios mismo.Hay que repetir aquí lo que ya hemos recordado a
su debido tiempo a propósito del hombre: creando a los seres libres, Dios
quiere que en el mundo se realice aquel amor verdadero que sólo es posible
sobre la base de la libertad. Él quiso, pues, que la criatura, constituida a
imagen y semejanza de su Creador, pudiera de la forma más plena posible,
volverse semejante a El: Dios, que 'es amor'. Creando a los espíritus puros,
como seres libres, Dios, en su Providencia, no podía no prever también la
posibilidad del pecado de los ángeles. Pero precisamente porque la Providencia
es eterna sabiduría que ama, Dios supo sacar de la historia de este pecado,
incomparablemente más radical, en cuanto pecado de un espíritu puro, el
definitivo bien de todo el cosmos creado
2. De hecho, como dice claramente
la Revelación, el mundo de los espíritus puros aparece dividido en buenos y
malos. Pues bien, esta división no se obró por la creación de Dios, sino en
base a la propia libertad de la naturaleza espiritual de cada uno de ellos. Se
realizó mediante la elección que para los seres puramente espirituales posee un
carácter incomparablemente más radical que la del hombre y es irreversible,
dado el grado de intuición y de penetración del bien, del que está dotada su
inteligencia.A este respecto se debe decir también que los espíritus puros han
sido sometidos a una prueba de Carácter moral. Fue una opción decisiva,
concerniente ante todo a Dios mismo, un Dios conocido de modo más esencial y
directo que lo que es posible al hombre, un Dios que había hecho a estos seres
espirituales el don, antes que al hombre, de participar en su naturaleza
divina.
3. En el caso de los espíritus
puros la elección decisiva concernía ante todo a Dios mismo, primero y sumo
Bien, aceptado y rechazado de un modo más esencial y directo del que pueda
acontecer en el radio de acción de la libre voluntad del hombre. Los espíritus
puros tienen un conocimiento de Dios incomparablemente más perfecto que el
hombre, porque con el poder de su inteligencia, no condicionada ni limitada por
la mediación del conocimiento sensible, ven hasta el fondo la grandeza del Ser
infinito, de la primera Verdad, del sumo Bien. A esta sublime capacidad de
conocimiento de los espíritus puros Dios ofreció el misterio de su divinidad
haciéndoles partícipes, mediante la gracia, de su infinita gloria. Precisamente
en su condición de seres de naturaliza espiritual, había en su inteligencia la
capacidad, el deseo de esta elevación sobrenatural a la que Dios les había
llamado, para hacer de ellos, mucho antes que del hombre, 'partícipes de la
naturaleza divina', partícipes de la vida íntima de Aquel que es Padre, Hijo y
Espíritu Santo, de Aquel que, en la comunión de las tres Divinas Personas, 'es
Amor'. Dios había admitido a todos los espíritus puros, antes y en mayor grado
que al hombre, a la eterna comunión de Amor
.4. La opción realizada sobre la
base de la verdad de Dios, conocida deforma superior dada la lucidez de sus
inteligencias, ha dividido también el mundo de los espíritus puros en buenos y
malos. Los buenos han elegido a Dios como Bien supremo y definitivo, conocido a
la luz de la inteligencia iluminada por la Revelación. Haber escogido a Dios
significa que se han vuelto a El con toda la fuerza interior de su libertad,
fuerza que es amor. Dios se ha convertido en el objetivo total y definitivo de
su existencia espiritual. Los otros, en cambio, han vuelto la espalda a Dios
contra la verdad del conocimiento que señalaba en Él el Bien total y
definitivo. Han hecho una elección contra la revelación del misterio de Dios,
contra su gracia, que los hacía partícipes de la Trinidad y de la eterna
amistad con Dios, en la comunión con El mediante el amor. Basándose en su
libertad creada, han realizado una opción radical e irreversible, al igual que
la de los ángeles buenos, pero diametralmente opuesta: en lugar de una
aceptación de Dios, plena de amor, le han opuesto un rechazo inspirado por un
falso sentido de autosuficiencia, de aversión y hasta de odio, que se ha
convertido en rebelión.
5. Cómo comprender esta oposición
y rebelión a Dios en seres dotados de una inteligencia tan viva y enriquecidos
con tanta luz? ¿Cuál puede ser el motivo de esta radical e irreversible opción
contra Dios, de un odio tan profundo que puede aparecer como fruto de la
locura? Los Padres de la Iglesia y los teólogos no dudan en hablar de
'ceguera', producida por la supervaloración de la perfección del propio ser,
impulsada hasta el punto develar la supremacía de Dios que exigía, en cambio,
un acto de dócil y obediente sumisión. Todo esto parece expresado de modo
conciso en las palabras '"No te servir !2, 20), que manifiestan el radical
e irreversible rechazo de tomar parte en la edificación del reino de Dios en el
mundo creado. 'Satanás', el espíritu rebelde, quiere su propio reino, no el de
Dios, y se yergue como el primer 'adversario' del Creador, como opositor de la
providencia, como antagonista de la amorosa sabiduría de Dios. De la rebelión y
del pecado de Satanás, como también del pecado del hombre, debemos concluir
acogiendo la sabia experiencia de la Escritura, que afirma: 'En el orgullo está
la perdición' (Tob 4, 14).
1. Según la Sagrada Escritura,
los ángeles, en cuanto criaturas puramente espirituales, se presentan a la
reflexión de nuestra mente como una especial realización de la 'imagen de
Dios', Espíritu perfectísimo, como Jesús recuerda a la mujer samaritana con las
palabras; 'Dios es espíritu' (Jn 4, 24).Los ángeles son, desde este punto de
vista, las criaturas más cercanas al modelo divino. El nombre que la Sagrada
Escritura les atribuye indica que lo que más cuenta en la Revelación es la
verdad sobre las tareas de los ángeles respecto a los hombres: ángel (angelus)
quiere decir, en efecto, 'mensajero'. El término hebreo 'malak' -mélk-, usado
en el Antiguo Testamento, significa más propiamente 'delegado' o 'embajador'. Los
ángeles, criaturas espirituales, tienen función de mediación y de ministerio en
las relaciones entre Dios y los hombres. Bajo este aspecto la Carta a los
Hebreos dirá que a Cristo se le ha dado un 'nombre', y por tanto un ministerio
de mediación, muy superior al de los ángeles (Cfr. Heb 1, 4).
2. El Antiguo Testamento subraya
sobre todo la especial participación de los ángeles en la celebración de la
gloria que el Creador recibe como tributo de alabanza por parte del mundo
creado. Los Salmos de modo especial se hacen intérpretes de esa voz cuando
proclaman, p.e.: 'Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto.
Alabadlo, todos sus ángeles.' (Sal 148, 1-2).De modo semejante en el Salmo 102:
'Bendecid a Yahvé vosotros sus ángeles, que sois poderosos y cumplís sus
órdenes, prontos a la voz de su palabra' (Sal 102, 20). Este último versículo
del Salmo 102 indica que los ángeles toman parte, a su manera, en el gobierno
de Dios sobre la creación, como 'poderosos ejecutores de sus órdenes' según el
plan establecido por la Divina Providencia. A los ángeles está confiado en
particular un cuidado y solicitud especiales por los hombres, en favor de los
cuales presentan a Dios sus peticiones y oraciones, como nos recuerda, p.e., el
Libro de Tobías (Cfr. especialmente Tob 3, 17 y 12, 12), mientras el Salmo 90
proclama: 'a sus ángeles ha dado órdenes. te llevarán en sus palmas, para que
tu pie no tropiece en la piedra'(Cfr. Sal 90, 1-12). Siguiendo el libro de
Daniel, se puede afirmar que las funciones de los ángeles como embajadores del
Dios vivo se extienden no sólo a cada uno de los hombres y a aquellos que
tienen funciones especiales, sino también a enteras naciones (Dan 10, 13-21).
3. El Nuevo Testamento puso de
relieve las tareas de los ángeles respecto a la misión de Cristo como Mesías y,
ante todo, con relación al misterio de la encarnación del Hijo de Dios, como
constatamos en la narración de la anunciación del nacimiento de Juan Bautista
(Cfr. Lc 1, 11), de Cristo mismo (Cfr. Lc 1, 26), en las explicaciones y
disposiciones dadas a María y José (Cfr. Lc 1, 30-37; Mt 1, 20-21), en las
indicaciones dadas a los pastores la noche del nacimiento del Señor (Cfr. Lc 2,
9-15), en la protección del recién nacido ante el peligro de la persecución de
Herodes (Cfr. Mt 2, 13).Más adelante los Evangelios hablan de la presencia de
los ángeles durante el ayuno de Jesús en el desierto a lo largo de 40 días
(Cfr. Mt 4, 11) y durante la oración en Getsemaní (Cfr. Lc 22, 43). Después de
la resurrección de Cristo será también un ángel, que se aparece en forma de un
joven, quien dirá a las mujeres que habían acudido al sepulcro y estaban
sorprendidas por el hecho de encontrarlo vacío: 'No os asustéis. Buscáis a
Jesús Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no está aquí. Pero id a decir a
sus discípulos. '(Mc 16, 6-7). María Magdalena, que se ve privilegiada por una
aparición personal de Jesús, ve también a dos ángeles (Jn 20, 12-17; cfr.
también Lc 24, 4). Los ángeles 'se presentan' a los Apóstoles después de la
desaparición de Cristo para decirles: 'Hombres de Galilea, ¿qué estáis mirando
al cielo?. Ese Jesús que ha sido arrebatado de entre vosotros al cielo, vendrá
como le habéis visto ir al cielo' (Hech 1, 11).Son los ángeles de la vida, de la
pasión y de la gloria de Cristo. Los ángeles de Aquel que, como escribe San
Pedro, 'está a la diestra de Dios, después de haber ido al cielo, una vez
sometidos a El ángeles, potestades y poderes' (1 Pe 3, 22).
4. Si pasamos a la nueva venida
de Cristo, es decir, a la 'parusía', hallamos que todos los sinópticos hacen
notar que 'el Hijo del hombre. vendrá en la gloria de su Padre con los santos
ángeles' (así Mc 8, 38, Mt 16, 27 y 25, 31, en la descripción del juicio final;
y Lc 9, 26; cfr. también San Pablo, 2 Tes 1, 7).Se puede, por tanto, decir que
los ángeles, como espíritus puros, no sólo participan en el modo que les es
propio de la santidad del mismo Dios, sino que en los momentos clave, rodean a
Cristo y lo acompañan en el cumplimiento de su misión salvífica respecto a los
hombres. De igual modo también toda la Tradición y el Magisterio ordinario de
la Iglesia ha atribuido a lo largo de los siglos a los ángeles este carácter
particular y esta función de ministerio mesiánico.
1. En las últimas catequesis
hemos visto cómo la Iglesia, iluminada por la luz que proviene de la Sagrada
Escritura, ha profesado a lo largo de los siglos la verdad sobre la existencia
de los ángeles como seres puramente espirituales, creados por Dios. Lo ha hecho
desde el comienzo con el Símbolo niceno-constantinopolitano y lo ha confirmado
en el Conc. Lateranense IV (1215), cuya formulación ha tomado el Conc. Vaticano
I en el contexto de la doctrina sobre la creación: Dios 'creó de la nada juntamente
al principio del tiempo, ambas clases de criaturas: las espirituales y las
corporales, es decir, el mundo angélico y el mundo terrestre; y después, la
criatura humana que, compuesta de espíritu y cuerpo, los abraza, en cierto
modo, a los dos' (Cons. Dei Filius).O sea: Dios creó desde el principio ambas
realidades: la espiritual y la corporal, el mundo terreno y el angélico. Todo
lo que El creó juntamente('simuél') en orden a la creación del hombre,
constituido de espíritu y de materia y colocado según la narración bíblica en
el cuadro de un mundo ya establecido según sus leyes y ya medido por el tiempo
('deinde').
2. Juntamente con la existencia,
le fe de la Iglesia reconoce ciertos rasgos distintivos de la naturaleza de los
ángeles. Su realidad puramente espiritual implica ante todo su no materialidad
y su inmortalidad. Los ángeles no tienen 'cuerpo' (si bien en determinadas
circunstancias se manifiestan bajo formas visibles a causa de su misión en
favor de los hombres), y por tanto no están sometidos a la ley de la
corruptibilidad que une todo el mundo material. Jesús mismo, refiriéndose a la
condición angélica, dirá que en la vida futura los resucitados '(no) pueden
morir y son semejantes a los ángeles' (Lc 20, 36).
3. En cuanto criaturas de
naturaleza espiritual los ángeles están dotados de inteligencia y de libre
voluntad, como el hombre pero en grado superior a él, si bien siempre finito,
por el límite que es inherente a todas las criaturas. Los ángeles son también
seres personales y, en cuanto tales, son también ellos, 'imagen y semejanza' de
Dios.La sagrada Escritura se refiere a los ángeles utilizando también
apelativos no sólo personales (como los nombre propios de Rafael, Gabriel,
Miguel), sino también 'colectivos' (como las calificaciones de: Serafines,
Querubines, Tronos, Potestades, Dominaciones, Principados), así como realiza
una distinción entre Ángeles y Arcángeles. Aun teniendo en cuenta el lenguaje
analógico y representativo del texto sacro, podemos deducir que estos
seres-personas, casi agrupados en sociedad, se subdividen en órdenes y grados,
correspondientes a la medida de su perfección y a las tareas que se les confía.
Los autores antiguos y la misma liturgia hablan de los coros angélicos (nueve,
según Dionisio el Aeropagita).La teología, especialmente la patrística y
medieval, no ha rechazado estas representaciones tratando en cambio de darles
una explicación doctrinal y mística, pero sin atribuirles un valor absoluto.
Santo Tomás ha preferido profundizar las investigaciones sobre la condición
ontológica, sobre la actividad cognoscitiva y volitiva y sobre la elevación
espiritual de estas criaturas puramente espirituales, tanto por su dignidad en
la escala de los seres, como porque en ellos podía profundizar mejor las
capacidades y actividades propias del espíritu en grado puro, sacando de ello
no poca luz para iluminar los problemas de fondo que desde siempre agitan y
estimulan el pensamiento humano: el conocimiento, el amor, la libertad, la
docilidad a Dios, la consecución de su reino.
4. El tema a que hemos aludido
podrá parecer 'lejano' o 'menos vital' a la mentalidad del hombre moderno. Y
sin embargo la Iglesia, proponiendo con franqueza toda la verdad sobre Dios
creador incluso de los ángeles, cree prestar un gran servicio al hombre. El
hombre tiene la convicción de que en Cristo, Hombre-Dios, en él (y no en los
ángeles) es en quien se halla el centro de la Divina Revelación. Pues bien, el
encuentro religioso con el mundo de los seres puramente espirituales se
convierte en preciosa revelación de su ser no sólo como cuerpo, sino también
espíritu, y de su pertenencia a un proyecto de salvación verdaderamente grande
y eficaz dentro de una comunidad de seres personales que para el hombre y con
el hombre sirven al designio providencial de Dios.
5. Notamos que la Sagrada
Escritura y la Tradición llaman propiamente ángeles a aquellos espíritus puros
que en la prueba fundamental de libertad han elegido a Dios, su gloria y su
reino. Ellos están unidos a Dios mediante el amor consumado que brota de la
visión beatificante, cara a cara, de la Santísima Trinidad. Lo dice Jesús
mismo: 'Sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre, que está en
los cielos' (Mt 18, 10). Ese 'ver de continuo la faz del Padre' es la
manifestación más alta de la adoración de Dios. Se puede decir que constituye
esa 'liturgia celeste', realizada en nombre de todo el universo, a la cual se
asocia incesantemente la liturgia terrena de la Iglesia, especialmente en sus
momentos culminantes. Baste recordar aquí el acto con el que la Iglesia, cada
día y cada hora, en el mundo entero, antes de dar comienzo a la plegaria
eucarística en el corazón de la Santa Misa, se apela 'a los Ángeles y a los
Arcángeles' para cantar la gloria de Dios tres veces santo, uniéndose así a aquellos
primeros adoradores de Dios, en su culto y en el amoroso conocimiento del
misterio inefable de su santidad.
6. También según la Revelación,
los ángeles, que participan en la vida de la Trinidad en la luz de la gloria,
están también llamados a tener su parte en la historia de la salvación de los
hombres, en los momentos establecidos por el designio de la Providencia Divina.
'No son todos ellos espíritus administradores, enviados para servicio a favor
de los que han de heredar la salud?', pregunta el autor de la Carta a los
Hebreos (1, 14). Y esto cree y enseña la Iglesia, basándose en la Sagrada
Escritura por la cual sabemos que la tarea de los ángeles buenos es la
protección de los hombres y la solicitud por su salvación. Hallamos estas
expresiones en diversos pasajes de la Sagrada Escritura, como por ejemplo en el
Salmo 90, citado ya repetidas veces: 'Pues te encomendará a sus ángeles para
que te guarde en todos tus caminos, y ellos te levantarán en sus palmas para
que tus pies no tropiecen en las piedras' (90, 11-12). Jesús mismo, hablando de
los niños y amonestando a no escandalizarlos, se apela a 'sus ángeles' (Mt 18,
10). Además, atribuye a los ángeles la función de testigos en el supremo juicio
divino sobre la suerte del quien ha reconocido o renegado a Cristo: 'A quien me
confesare delante de los hombres, el Hijo del hombre le confesará delante de
los ángeles de Dios. El que me negare delante de los hombres, será negado ante
los ángeles de Dios' (Lc 12, 8-9; cfr. Ap. 3,5). Estas palabras son significativas
porque si los ángeles toman parte en el juicio de Dios, están interesados en la
vida del hombre. Interés y participación que parecen recibir una acentuación en
el discurso escatológico, en el que Jesús hace intervenir a los ángeles en la
parusía, o sea, en la venida definitiva de Cristo al final de la historia (Cfr.
Mt 24, 31; 25, 31. 41).
7. Entre los libros del Nuevo
Testamento, los Hechos de los Apóstoles nos hacen conocer especialmente algunos
episodios que testimonian la solicitud de los ángeles por el hombre y su
salvación. Así, cuando el ángel de Dios libera a los Apóstoles de la prisión
(Cfr. Hech 5, 18-20), y ante todo a Pedro, que estaba amenazado de muerte por
la mano de Herodes (Cfr. Hech 12, 5-10). O cuando guía la actividad de Pedro respecto
al centurión Cornelio, el primer pagano convertido (Cfr. Hech 10, 3-8; 11,
12©13), y análogamente la actividad del diácono Felipe en el camino de
Jerusalén a Gaza (Hech 8, 26-29).De estos pocos hechos citados a título de
ejemplo, se comprende cómo en la conciencia de la Iglesia se ha podido formar
la persuasión sobre el ministerio confiado a los ángeles en favor de los
hombres. Por ello, la Iglesia confiesa su fe en los ángeles custodios,
venerándolos en la liturgia con una fiesta especial, y recomendando el recurso
a su protección con una oración frecuente, como en la invocación del 'Ángel de
Dios'. Esta oración parece atesorar las bellas palabras de San Basilio: 'Todo
fiel tiene junto a sí un ángel como tutor y pastor, para llevarlo a la vida'
(Cfr. San Basilio, Adv. Eunomium, III, 1; véase también Santo Tomás, S.Th. I,
q.11, a.3).
8. Finalmente es oportuno notar
que la Iglesia honra con culto litúrgico a tres figuras de ángeles, que en la
Sagrada Escritura se les llama con un nombre.El primero es Miguel Arcángel
(Cfr. Dan 10, 13.20; Ap 12, 7; Jdt. 9). Su nombre expresa sintéticamente la
actitud esencial de los espíritus buenos: 'Mica-El' significa, en efecto:
'¿quien como Dios?'. En este nombre se halla expresada, pues, la elección
salvífica gracias a la cual los ángeles 'ven la faz del Padre' que está en los
cielos.El segundo es Gabriel: figura vinculada sobre todo al misterio de la
Encarnación del Hijo de Dios (Cfr. Lc 1, 19. 26). Su nombre significa: 'Mi
poder es Dios' o 'Poder de Dios', como para decir que en el culmen de la
creación, la Encarnación es el signo supremo del Padre omnipotente. Finalmente
el tercer arcángel se llama Rafael. "Rafa-El' significa: 'Dios cura', El
se ha hecho conocer por la historia de Tobías en el antiguo Testamento (Cfr. Tob
12, 50. 20, etc.), tan significativa en el hecho de confiar a los ángeles los
pequeños hijos de Dios, siempre necesitados de Custodia, cuidado y protección. Reflexionando
bien se ve que cada una de estas tres figuras: Mica-El, Gabri-El, Rafa-El
reflejan de modo particular la verdad contenida en la pregunta planteada por el
autor de la Carta a los Hebreos: '¿No son todos ellos espíritus
administradores, enviados para servicio en favor de los que han de heredar la
salvación?' (1, 14).
1. Continuando el tema de las
precedentes catequesis dedicadas al artículo de fe referente a los ángeles,
criaturas de Dios, vamos a explorar el misterio de la libertad que algunos de
ellos utilizaron contra Dios y contra su plan de salvación respecto a los
hombres.Como testimonia el Evangelista Lucas en el momento, en el que los
discípulos se reunían de nuevo con el Maestro llenos de alegría por los frutos
recogidos en sus primeras tareas misioneras, Jesús pronuncia una frase que hace
pensar: 'veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo' (Lc 10, 18).Con estas
palabras el Señor afirma que el anuncio del reino de Dios es siempre una
victoria sobre el diablo, pero al mismo tiempo revela también que la
edificación del reino está continuamente expuesta a las insidias del espíritu
del mal. Interesarse por esto, como tratamos de hacer con nuestra catequesis de
hoy, quiere decir prepararse al estado de lucha que es propio de la vida de la
Iglesia en este tiempo final de la historia de la salvación (como afirma el
libro del Apocalipsis. Cfr. 12, 7). Por otra parte, esto ayuda a aclarar la
recta fe de la Iglesia frente a aquellos que la alteran exagerando la
importancia del diablo o de quienes niegan o minimizan su poder maligno.Las
precedentes catequesis sobre los ángeles nos han preparado para comprender la
verdad, que la Iglesia ha transmitido, sobre Satanás, es decir, sobre el ángel
caído, el espíritu maligno, llamado también diablo o demonio.
2. Esta 'caída', que presenta la
forma de rechazo de Dios con el consiguiente estado de 'condena', consiste en
la libre elección hecha por aquellos espíritus creados, los cuales radical y
irrevocablemente han rechazado a Dios y su reino, usurpando sus derechos
soberanos y tratando de trastornarla economía de la salvación y el ordenamiento
mismo de toda la creación. Un reflejo de esta actitud se encuentra en las
palabras del tentador a los progenitores: 'Seréis como Dios' o 'como dioses'
(Cfr. Gen 3, 5). Así el espíritu maligno trata de trasplantar en el hombre la
actitud de rivalidad, de insubordinación a Dios y su oposición a Dios que ha
venido a convertirse en la motivación de toda su existencia.
3. En el Antiguo Testamento, la
narración de la caída del hombre, recogida en el libro del Génesis, contiene
una referencia a la actitud de antagonismo que Satanás quiere comunicar al
hombre para inducirlo a la transgresión (Cfr. Gen 3, 5). También en el libro de
Job (Cfr. Job 1, 11; 2,5.7), vemos que satanás trata de provocar la rebelión en
el hombre que sufre. En el libro de la Sabiduría (Cfr. Sab 2, 24), satanás es
presentado como el artífice de la muerte que entra en la historia del hombre
juntamente con el pecado.
4. La Iglesia, en el Conc.
Lateranense IV (1215), enseña que el diablo (satanás) y los otros demonios 'han
sido creados buenos por Dios pero se han hecho malos por su propia voluntad'.
Efectivamente, leemos en la Carta de San Judas: . a los ángeles que no
guardaron su principado y abandonaron su propio domicilio los reservó con
vínculos eternos bajo las tinieblas para el juicio del gran día' (Jds 6). Así
también en la segunda Carta de San Pedro se habla de 'ángeles que pecaron' y
que Dios 'no perdonó. sino que, precipitados en el tártaro, los entregó a las
cavernas tenebrosas, reservándolos para el juicio' (2, 4). Está claro que si
Dios 'no perdonó' el pecado de los ángeles, lo hace para que ellos permanezcan
en su pecado, porque están eternamente 'en las cadenas' de esa opción que han
hecho al comienzo, rechazando a Dios, contra la verdad del bien supremo y
definitivo que es Dios mismo. En este sentido escribe San Juan que: 'el diablo
desde el principio peca' (1 Jn 3, 3). Y ' él es homicida desde el principio y
no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él' (Jn 8, 44).
5. Estos textos nos ayudan a
comprender la naturaleza y la dimensión del pecado de satanás, consistente en
el rechazo de la verdad sobre Dios, conocido a la luz de la inteligencia y de
la revelación como Bien infinito, amor, y santidad subsistente. El pecado ha
sido tanto más grande cuanto mayor era la perfección espiritual y la
perspicacia cognoscitiva del entendimiento angélico, cuanto mayor era su
libertad y su cercanía a Dios. Rechazando la verdad conocida sobre Dios con un
acto de la libre voluntad, satanás se convierte en 'mentiroso cósmico' y 'padre
de la mentira' (Jn 8, 44). Por esto vive la radical e irreversible negación de
Dios y trata de imponer a la creación, a los otros seres creados a imagen de
Dios, y en particular a los hombres, su trágica 'mentira sobre el Bien' que es
Dios. En el libro del Génesis encontramos una descripción precisa de esa
mentira y falsificación de la verdad sobre Dios, que satanás (bajo la forma de
serpiente) intenta transmitir a los primeros representantes del género humano:
Dios sería celoso de sus prerrogativas e impondría por ello limitaciones al
hombre (Cfr. Gen 3, 5). Satanás invita al hombre a liberarse de la imposición
de este juego, haciéndose 'como Dios'.
6. En esta condición de mentira
existencial satanás se convierte -según San Juan- también en homicida, es
decir, destructor de la vida sobrenatural que Dios había injertado desde el
comienzo en él y en las criaturas 'hechas a imagen de Dios': los otros
espíritus puros y los hombres; satanás quiere destruir la vida según la verdad,
la vida en la plenitud del bien, la vida sobrenatural de gracia y de amor. El
autor del libro de la Sabiduría escribe:. por envidia del diablo entró la
muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen' (Sab 2, 24). En el
Evangelio Jesucristo amonesta: . temed más bien a aquel que puede perder el
alma y el cuerpo en la gehena' (Mt 10,28).
7. Como efecto del pecado de los
progenitores, este ángel caído ha conquistado en cierta medida el dominio sobre
el hombre. Esta es la doctrina constantemente confesada y anunciada por la
Iglesia, y que el Concilio de Trento ha confirmado en el tratado sobre el
pecado original (.): Dicha doctrina encuentra dramática expresión en la
liturgia del bautismo, cuando se pide al catecúmeno que renuncie al demonio y a
sus seducciones. Sobre este influjo en el hombre y en las disposiciones de su
espíritu (y del cuerpo) encontramos varias indicaciones en la Sagrada
Escritura, en las cuales satanás es llamado 'el príncipe de este mundo' (Cfr.
Jn 12, 31; 14, 30;16, 11) e incluso 'el Dios del siglo' (2 Cor 4, 4).
Encontramos muchos otros nombres que describen sus nefastas relaciones con el
hombre: 'Belcebú' o 'Belial', 'espíritu inmundo', 'tentador', 'maligno' y
finalmente 'anticristo' (1 Jn 4, 3). Se le compara a un 'león' (1 Pe 5, 8), a
un 'dragón' (en el Apocalipsis) ya una 'serpiente' (Gen 3). Muy frecuentemente
para nombrarlo se ha usado el nombre de 'diablo' del griego 'diaballein'
-diaballein- (del cual 'diabolos'), que quiere decir: causar la destrucción,
dividir, calumniar, engañar. Y a decir verdad, todo esto sucede desde el
comienzo por obra del espíritu maligno que es presentado en la Sagrada
Escritura como una persona, aunque se afirma que no está solo: 'somos muchos',
gritaban los diablos a Jesús en la región de las gerasenos (Mc 5, 9); 'el
diablo y sus ángeles', dice Jesús en la descripción del juicio final (Cfr. Mt
25, 41).
8. Según la Sagrada Escritura, y
especialmente el Nuevo Testamento, el dominio y el influjo de Satanás y de los
demás espíritus malignos se extiende al mundo entero. Pensemos en la parábola
de Cristo sobre el campo (que es el mundo), sobre la buena semilla y sobre la
mala semilla que el diablo siembra en medio del grano tratando de arrancar de
los corazones el bien que ha sido 'sembrado' en ellos (Cfr. Mt 13, 38-39).
Pensemos en las numerosas exhortaciones a la vigilancia (Cfr. Mt 26, 41; 1 Pe
5, 8), a la oración y al ayuno (Cfr. Mt 17, 21). Pensemos en esta fuerte
invitación del Señor: 'Esta especie (de demonios) no puede ser expulsada por
ningún medio sino es por la oración' (Mc 9, 29).La acción de Satanás consiste
ante todo en tentar a los hombres para el mal, influyendo sobre su imaginación
y sobre las facultades superiores para poder situarlos en dirección contraria a
la ley de Dios. Satanás pone a prueba incluso a Jesús (Cfr. Lc 4, 3-13) en la
tentativa extrema de C contrastar las exigencias de la economía de la salvación
tal como Dios le ha preordenado. No se excluye que en ciertos casos el espíritu
maligno llegue incluso a ejercitar su influjo no sólo sobre las cosas
materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo que se habla de
'posesiones diabólicas' (Cfr. Mc 5,2-9). No resulta siempre fácil discernir lo
que hay de preternatural en estos casos, ni la Iglesia condesciende o secunda fácilmente
la tendencia a atribuir muchos hechos e intervenciones directas al demonio;
pero en línea de principio no se puede negar que, en su afán de dañar y
conducir al mal, Satanás pueda llegar a esta extrema manifestación de su
superioridad.
9. Debemos finalmente añadir que
las impresionantes palabras del Apóstol Juan: 'El mundo todo está bajo el
maligno' (1 Jn 5, 19), aluden también a la presencia de Satanás en la historia
de la humanidad, una presencia que se hace más fuerte a medida que el hombre y
la sociedad se alejan de Dios. El influjo del espíritu maligno puede
'ocultarse' de forma más profunda y eficaz: pasar inadvertido corresponde a sus
'intereses': La habilidad de Satanás en el mundo es la de inducir a los hombres
a negar su existencia en nombre del racionalismo y de cualquier otro sistema de
pensamiento que busca todas las escapatorias con tal de no admitir la obra del
diablo. Sin embargo, no presupone la eliminación de la libre voluntad y de la
responsabilidad del hombre y menos aún la frustración de la acción salvífica de
Cristo. Se trata más bien de un conflicto entre las fuerzas oscuras del mal y
las de la redención. Resultan elocuentes a este propósito las palabras que
Jesús dirigió a Pedro al comienzo de la pasión: . Simón, Satanás os busca para
ahecharos como trigo; pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe'
(Lc 22,31).Comprendemos así por que Jesús en la plegaria que nos ha enseñado,
el 'Padrenuestro', que es la plegaria del reino de Dios, termina casi
bruscamente, a diferencia de tantas otras oraciones de su tiempo, recordándonos
nuestra condición de expuestos a las insidias del Maligno. El cristiano,
dirigiéndose al Padre con el espíritu de Jesús e invocando su reino, grita con
la fuerza de la fe: no nos dejes caer en la tentación, líbranos del Mal, del
Maligno. Haz, oh Señor, que no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce
aquel que ha sido infiel desde el principio.
1. Nuestras catequesis sobre
Dios, Creador de las cosas 'visibles e invisibles', nos ha llevado a iluminar y
vigorizar nuestra fe por lo que respecta a la verdad sobre el maligno o
Satanás, no ciertamente querido por Dios, sumo Amor y Santidad, cuya Providencia
sapiente y fuerte sabe conducir nuestra existencia a la victoria sobre el
príncipe de las tinieblas. Efectivamente, la fe de la Iglesia nos enseña que la
potencia de Satanás no es infinita. El sólo es una criatura, potente en cuanto
espíritu puro, pero siempre una criatura, con los límites de la criatura,
subordinada al querer y al dominio de Dios. Si Satanás obra en el mundo por su
odio a Dios y su reino, ello es permitido por la Divina Providencia que con
potencia y bondad ('fortiter et suaviter') dirige la historia del hombre y del
mundo. Si la acción de Satanás ciertamente causa muchos daños -de naturaleza
espiritual- e indirectamente de naturaleza también física a los individuos y a
la sociedad, él no puede, sin embargo, anular la finalidad definitiva a la que
tienden el hombre y toda la creación, el bien. El no puede obstaculizar la
edificación del reino de Dios en el cual se tendrá, al final, la plena
actuación de la justicia y del amor del Padre hacia las criaturas eternamente
'predestinadas' en el Hijo-Verbo, Jesucristo. Más aún, podemos decir con San
Pablo que la obra del maligno concurre para el bien y sirve para edificar la
gloria de los 'elegidos' (Cfr. 2 Tim 2, 10).
2. Así toda la historia de la
humanidad se puede considerar en función de la salvación total, en la cual está
inscrita la victoria de Cristo sobre 'el príncipe de este mundo' (Jn 12, 31;
14, 30; 16, 11). 'Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo servirás' (Lc 4, 8),
dice terminantemente Cristo a Satanás. En un momento dramático de su ministerio,
a quienes lo acusaban de manera descarada de expulsar los demonios porque
estaba aliado de Belcebú, jefe de los demonios, Jesús responde aquellas
palabras severas y confortantes a la vez :'Todo reino en sí dividido será
desolado y toda ciudad o casa en sí dividida no subsistirá. Si Satanás arroja a
Satanás, está dividido contra sí: ¿cómo, pues, subsistirá su reino?. Mas si yo
arrojo a los demonios con el poder del espíritu de Dios, entonces es que ha
llegado a vosotros el reino de Dios' (Mt 12, 25-26. 28). 'Cuando un hombre
fuerte bien armado guarda su palacio, seguros están sus bienes; pero si llega
uno más fuerte que él, le vencerá, le quitará las armas en que confiaba y
repartirá sus despojos' (Lc 11, 21-22). Las palabras pronunciadas por Cristo a
propósito del tentador encuentran su cumplimiento histórico en la cruz y en la
resurrección del Redentor. Como leemos en la Carta a los Hebreos, Cristo se ha
hecho partícipe de la humanidad hasta la cruz 'para destruir por la muerte al
que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a aquellos que
estaban toda la vida sujetos a servidumbre' (Heb 2, 14-15). Esta es la gran
certeza de la fe cristiana: 'El príncipe de este mundo ya está juzgado' (Jn 16,
11); 'Y para esto apareció el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo'
(1 Jn 3, 8), como nos atestigua San Juan. Así, pues, Cristo crucificado y
resucitado se ha revelado como el 'más fuerte' que ha vencido 'al hombre
fuerte', el diablo, y lo ha destronado.De la victoria de Cristo sobre el diablo
participa la Iglesia: Cristo, en efecto, ha dado a sus discípulos el poder de
arrojar los demonios (Cfr. Mt 10,1, y paral.; Mc 16, 17). La Iglesia ejercita
tal poder victorioso mediante la fe en Cristo y la oración (Cfr. Mc 9, 29; Mt
17, 19 ss.), que en casos específicos puede asumir la forma de exorcismo.
3. En esta fase histórica de la
victoria de Cristo se inscribe el anuncio y el inicio de la victoria final, la
parusía, la segunda y definitiva venida de Cristo al final de la historia, venida
hacia la cual está proyectada la vida del cristiano. También si es verdad que
la historia terrena continúa desarrollándose bajo el influjo de 'aquel espíritu
que -como dice San Pablo- ahora actúa en los que son rebeldes' (Ef 2, 2), los
creyentes saben que están llamados a luchar para el definitivo triunfo del
bien: 'No es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los
principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo
tenebroso, contra los espíritus malos de los aires' (Ef 6, 12).
4. La lucha, a medida que se
avecina el final, se hace en cierto sentido siempre más violenta, como pone de
relieve especialmente el Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento
(Cfr. Ap 12, 7-9). Pero precisamente este libro acentúa la certeza que nos es
dada por toda la Revelación divina: es decir, que la lucha se concluirá con la
definitiva victoria del bien. En aquella victoria, precontenida en el misterio
pascual de Cristo, se cumplirá definitivamente el primer anuncio del Génesis, que
con un término significativo es llamado proto-Evangelio, con el que Dios
amonesta a la serpiente: 'Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer' (Gen 3,
15). En aquella fase definitiva, completando el misterio de su paterna
Providencia, 'liberará del poder de las tinieblas' a aquellos que eternamente
ha 'predestinado en Cristo' y les 'transferirá al reino de su Hijo predilecto'
(Cfr. Col 1, 13-14). Entonces el Hijo someterá al Padre también el universo,
para que 'sea Dios en todas las cosas' (1 Cor 15, 28).
5. Con ésta se concluyen las
catequesis sobre Dios Creador de las 'cosas visibles e invisibles', unidas en
nuestro planteamiento con la verdad sobre la Divina Providencia. Aparece claro
a los ojos del creyente que el misterio del comienzo del mundo y de la historia
se une indisolublemente con el misterio del final, en el cual la finalidad de
todo lo creado llega a su cumplimiento. El Credo, que une así orgánicamente
tantas verdades, es verdaderamente la catedral armoniosa de la fe.De manera
progresiva y orgánica hemos podido admirar estupefactos el gran misterio de la
inteligencia y del amor de Dios, en su acción creadora, hacia el cosmos, hacia
el hombre, hacia el mundo de los espíritus puros. De tal acción hemos
considerado la matriz trinitaria, su sapiente finalidad relacionada con la vida
del hombre, verdadera 'imagen de Dios', a su vez llamado a volver a encontrar
plenamente su dignidad en la contemplación de la gloria de Dios. Hemos recibido
luz sobre uno de los máximos problemas que inquietan al hombre e invaden su
búsqueda de la verdad: el problema del sufrimiento y del mal. En la raíz no
está una decisión errada o mala de Dios, sino su opción, y en cierto modo su
riesgo, de crearnos libres para tenernos como amigos. De la libertad ha nacido
también el mal. Pero Dios no se rinde, y con su sabiduría transcendente,
predestinándonos a ser sus hijos en Cristo, todo lo dirige con fortaleza y
suavidad, para que el bien no sea vencido por el mal.
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