martes, 13 de mayo de 2014

SOMOS LA GLORIA DE DIOS


Entre la materia y el tiempo…, media una clara dependencia. El tiempo descompone la materia, pero no puede actuar sobre lo espiritual que siempre es eterno La materia fenece el espíritu es inmortal. Nuestro cuerpo fenecerá, nuestra alma nunca fenecerá ella es espíritu y es inmortal. Todo lo material pasa, como pasa también nuestra vida terrena. No se puede detener el tiempo. Aquí en la tierra somos peregrinos que no dirigimos incesantemente hacia nuestra patria del cielo. El mundo en que vivimos y todo lo que el hombre por gracia de Dios, construye en él, está sujeto a la ley de la transitoriedad. El tiempo lo destruirá. Toda materia que se crea, desde el momento de su nacimiento ya está avanzando a su desaparición.

Nuestras almas, han sido redimidas por el precio de la sangre de Dios vivo crucificado en una cruz de madera y muerto por amor a nosotros. Escribía San Pedro y nos decía:"18 considerando que habéis sido rescatados de vuestro vano vivir según la tradición de vuestros padres, no con plata y oro, corruptibles 19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como Cordero sin defecto ni mancha, 20 ya conocido antes de la creación del mundo y manifestado al fin de los tiempos por amor vuestro”. (1Pd 1,18-20). Y el profeta Isaías, bastante antes del Nacimiento, Vida, Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, escribía así: “1 Ahora, así dice Yahveh tu creador, Jacob, tu plasmador, Israel. No Temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. 2 Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán. Si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti. 3 Porque yo soy Yahvé tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. He puesto por expiación tuya a Egipto, a Kus y Seba en tu lugar 4 dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo. Pondré la humanidad en tu lugar, y los pueblos en pago de tu vida. 5 No Temas, que yo estoy contigo; desde Oriente haré volver tu raza, y desde Poniente te reuniré”. (Is 43,1-5).

Y estas proféticas palabras de Isaías, siguen siendo una realidad actual. Para Henry Nouwen, es tal el valor del alma humana de cada uno de nosotros, que este pensamiento le motivó a él escribir, haciéndonos ver, que: “….., lo primero, es darse cuenta de que tú eres la gloria de Dios.” En el Génesis se puede leer:

“Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices el aliento de la vida y resultó el hombre un ser viviente”. (Gn. 2, 7).

Vivimos porque compartimos el aliento de Dios, la vida de Dios, y la gloria de Dios. La pregunta no es tanto ¿cómo vivir para la gloria de Dios? sino ¿cómo vivir lo que somos? ¿Cómo hacer verdadero nuestro ser más profundo? “Yo soy la gloria de Dios”. Haz de este pensamiento nos dice Henry Nouwen, el centro de tu meditación, para que lentamente se convierta no solo en idea sino. en la realidad viva que es, porque ella lo es. Tú eres el lugar en que Dios eligió habitar... y la vida espiritual no es otra cosa que permitir que exista el espacio en que Dios pueda morar en mí, crear el espacio en que su gloria pueda manifestarse”.

En el calor de su fuego de amor al Señor, Henry Nouwen, escribe también estas bellas palabras poniéndolas en la boca del Señor: “Desde el principio te he llamado por tu nombre. Eres mío y yo soy tuyo. Eres mi amado y en Ti me complazco. Te he formado en las entrañas de la tierra y entretejido en el vientre de tu madre.…. Me conoces como propiedad tuya, y te conozco como propiedad mía. Me perteneces. Yo soy tu padre, tu hermano, tu hermana, tu amante y tu esposo. Hasta tu hijo. Seré todo lo que seas tú. Nada nos separará, somos uno.”

El Señor nos ama de una forma inimaginable, para nuestras pobres, ignorantes y soberbias mentes. En Él, todo es ilimitado y desde luego que lo es el amor a nosotros, que le llevó voluntariamente a revestirse de carne mortal, rebajándose a nuestra humana condición para elevarnos a su gloriosa divinidad. No se trata de suposiciones, sino de realidades que se testimonian por las innumerables frases del Señor recogidas en los Evangelios, que nos dan fe de este incomprensible amor que Dios nos tiene: “16 Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna; 17 pues Dios no ha enviado a Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El”. (Jn 3,16-17). También San Juan, recogió en su evangelio estas otras palabras del Señor: “9 Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor. 10 Si guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor, como yo guardé los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor”. (Jn 15,9-10).

            Esto son unas breves pinceladas, para que tomemos conciencia del valor de nuestras almas. Nuestra alma es nuestra eternidad, seremos lo que sea nuestra alma, amaremos como ame nuestra alma, porque en ella está la esencia de nuestro ser, y no está nuestro cuerpo, que tarde o temprano perecerá la esencia de nuestro ser como personas, es nuestra alma. Nosotros, nuestras almas, al ser la gloria de Dios, tal como ya hemos escrito, adquieren, tienen y son de un valor infinito, porque nada hay en el universo creado por Dios que su propia gloria que se nos manifiesta en la magnitud de su obra creadora. La gloria de la inmortalidad le pertenece a nuestra alma no a nuestro cuerpo. San Mateo en su evangelio recogía estas palabras: “28 No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que pueda perder el alma y el cuerpo en la Gehenna”. (Mt 10,28).

Lo importante es nuestra alma, no lo son las riquezas que pueda llegar a atesorar valiéndose de nuestro cuerpo, que es el que nos incita a prestar pleitesía al Dios dinero, porque él tiene ansia de felicidad humana, no de felicidad celestial eterna, que nunca conocerá. Nuestro cuerpo busca el placer pero tal como escribe el obispo Sheen: “La enfermedad rompe ese hechizo de la creencia de que el placer lo es todo, o que debemos seguir construyendo, como fin exclusivo, unos cobertizos de grano cada vez mayores, o de que la vida no vale nada, a no ser que haya algo especial que la electrice. La enfermedad nos capacita para ajustar nuestro sentido de valores, como una gracia actual, ilumina la futilidad y vacío de muchas ambiciones. ¿De que aprovecha a un hombre ganar todo el mundo, si pierde el alma?”.

El pagano teme la pérdida del cuerpo, y el cristiano teme la pérdida del alma. Para un pagano, que cree conocer que el destino del cuerpo ha de ser el mismo que el del alma; este mundo lo es todo para él y la muerte le priva de ese todo que el ama y de todo lo que hay aquí. En cambio para un cristiano, este mundo es solo una prueba que hemos de pasar para demostrarle a Dios que le amamos y subir al Reino de Dios.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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