El padre Carlo Buzzi (un
misionero en Bangladesh) le escribía a Sandro Magister (uno de los más
prestigiosos periodistas religiosos) una carta en la que le manifestaba su
grandísima insatisfacción acerca de las declaraciones del cardenal Kasper.
No dudo de que el padre Buzzi
seguro que es un sacerdote ejemplar y extraordinario. Pero no es un teólogo, el
cardenal sí. Al final, la carta del misionero se sintetizaba en tres puntos y
sólo en tres puntos. Cito a este padre:
En cambio, si se procede por el
camino trazado por el cardenal Walter Kasper los daños serán graves:
1. Se convertirá a la Iglesia en algo superficial y acomodadizo;
2. Se tendrá que negar la infalibilidad de la cátedra de Pedro, porque es como si todos los Papas precedentes se hubieran equivocado;
3. Se tendrán que considerar estúpidos a todos los que han dado la vida como mártires para defender este sacramento.
Tal vez he dado mi contribución a esta diatriba, que espero que acabe pronto.
1. Se convertirá a la Iglesia en algo superficial y acomodadizo;
2. Se tendrá que negar la infalibilidad de la cátedra de Pedro, porque es como si todos los Papas precedentes se hubieran equivocado;
3. Se tendrán que considerar estúpidos a todos los que han dado la vida como mártires para defender este sacramento.
Tal vez he dado mi contribución a esta diatriba, que espero que acabe pronto.
Me permito intentar tranquilizar
la conciencia de este buen misionero, aunque no creo que mis palabras traigan
mucha paz a su atormentada alma.
1. Se convertirá a la Iglesia en algo
superficial y acomodadizo;
¿Se convirtió el matrimonio en
algo superficial cuando la Iglesia instauró los tribunales eclesiásticos que
gestionan las declaraciones de nulidad matrimonial? Me permito recordarle que
esos tribunales no existieron tal cual son ahora desde el principio de la
Historia de la Iglesia. Antes de esos tribunales, todo dependía del juicio del
obispo. Pero la existencia de ese juicio episcopal no transformó el matrimonio
en algo acomodaticio.
2. Se tendrá que negar la
infalibilidad de la cátedra de Pedro, porque es como si todos los Papas
precedentes se hubieran equivocado;
Le puedo asegurar que a mí se me
ocurren modos en que sin quitar ni una tilde a la doctrina, se pueda añadir
algo. Añadir sin negar.
3. Se tendrán que considerar
estúpidos a todos los que han dado la vida como mártires para defender este
sacramento.
Todos los que fueron mártires de
la castidad, de la indisolubilidad y de la santidad del matrimonio han
encontrado ya su premio en el más allá. Pero ahora, en el más acá, se trata de
buscar una solución eclesial para millones de cristianos. Los unos no perdieron
su premio, los otros deseamos que encuentren la paz de sus conciencias. Si hay
un camino para la paz, la Iglesia tiene el deber de encontrarlo.
El buen misionero acaba con un
deseo:
Tal vez he dado mi contribución a esta diatriba, que espero que acabe pronto.
En mi opinión, no debemos tener
miedo a la sana discusión eclesial. Esa discusión que tiene lugar dentro del
más amoroso amor a la Tradición y sometidos todos al luminoso primado del
Vicario de Cristo.
Lo que debemos evitar es decir
(usted no lo dice) es que el otro es un hereje, o que esto va a destruir a la
Iglesia. Del diálogo, de la evaluación de posibilidades, sólo nace un mayor
conocimiento.
La Iglesia siempre ha condenado
el adulterio. El adulterio es una traición. Pero, por poner sólo un ejemplo de
entre muchos posibles, creo que si la hay debemos buscar una solución para el
pobre chico que a los veintinueve años de edad su mujer abandonó tras un año de
matrimonio, y que tras muchos años de soledad y dolor encontró una mujer que le
amaba y hacia la que lleva una vida de unión y fidelidad desde hace más de un
cuarto de siglo. ¿Se debe calificar de vida de adulterio a esta nueva unión?
Creo firmemente todo lo que se dice en el Catecismo acerca del
matrimonio. Pero no creo que el Catecismo diga todo lo que se puede saber sobre
el matrimonio. Tengo la íntima convicción de que el Espíritu Santo sobrevolará
al Colegio Cardenalicio para aconsejar sabiamente al Santo Padre. Y que el
Sucesor de Pedro con los Príncipes de la Iglesia venidos a Roma de todo el
mundo, nos darán una palabra de luz sobre este tema. Palabra, sea cual sea, que
aceptaremos externa e internamente. Porque quien a vosotros escucha, a mí me
escucha.
P.
FORTEA
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