domingo, 13 de abril de 2014

NUESTRO CORAZÓN


El corazón del hombre, nuestro corazón…, al que tanta literatura, sentimientos y funciones no materiales, se le atribuye, no es más que un músculo dotado de cuatro válvulas que cumple con la función de impulsar la circulación de la sangre en todo el cuerpo. Es el elemento más importante de la vida humana, pues sin el riego sanguíneo, el cuerpo fenece. Es por ello que simbológicamente se ha estimado siempre, que el corazón es la parte más noble del cuerpo humano y muchas funciones y actuaciones humanas que directamente son propias del alma, desde tiempos antiguos, tal como decimos por simbología se le han atribuido al corazón. Esto no tiene nada de extraño, en cuanto el corazón es corporalmente hablando una fuente de vida y energía, por lo que es natural que el corazón haya llegado a convertirse en el epicentro simbólico del amor y de los afectos.

Son 670 veces las que encontramos mencionadas en la Biblia el vocablo corazón y de ellas, solo en tres veces se emplea este vocablo en el evangelio de San Juan, sin que aparezca empleado, en ninguno de los otros tres evangelios sinópticos. Sin embargo esta desproporción desaparece, cuando se trata del vocablo alma, que en la Biblia se emplea 168 veces, de la cuales 145 corresponden al A.T. y el resto 42 veces, lo encontramos empleado en el N.T.

¿Y esto, que es lo que nos quiere decir? Pues sencillamente, porque los pueblos de la antigüedad, ya sea por la escasez de conocimientos científicos que ellos tenían, comparándolo con los nuestros o también el amor que los pueblos semitas, tenían a la simbología, el hecho es, que colocaron al corazón en un trono, del que aún le queda muchos restos, de esa realeza, como puede ser el uso y valor que se le otorga, en la literatura de carácter rosa o romántica y en las llamadas revistas del corazón.

En la Biblia, el corazón simboliza el centro de toda la vida íntima: pensamientos, memoria y sentimientos. En su corazón es donde María “conservaba cuidadosamente todas esas cosas y las meditaba”. Y las confronta con lo que sabe de Dios. Siempre simbológicamente hablando, el corazón es la sede de todas las cosas buenas y de todas las malas que hay en el hombre…. Cuando Dios habla al hombre, se dirige siempre a su corazón. En este sentido, tenemos las palabras del Señor recogidas por San Lucas que nos dicen: "45 El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el malo saca cosas malas de su mal tesoro, pues de la abundancia del corazón habla la lengua”. (Lc 6,45).

Realmente representa el corazón el núcleo más íntimo y más secreto de nuestro ser. Se le puede considerar también como la raíz y el ápice de nuestra existencia, en el que se elaboran las concepciones más finas de nuestro espíritu.

Fuera de la Biblia, en los escritos de los Padres de la Iglesia, también se usaba de la simbología del corazón, para textos que eran y son totalmente espirituales. Así en este sentido escribía San Agustín diciéndonos: “A ti no se te permitirá ver con corazón inmundo lo que solo se puede ver con un corazón puro; serás rechazado, arrojado de allí, no verás nada.” El valor de esta frase en nada mermaría, sino al contrario se revalidaría, si sustituimos alma por corazón

Pero también en los libros actuales de espiritualidad, como puede ser el caso de dos autores norteamericanos con un profundo conocimiento, la vida espiritual de las personas, como son: Nemeck F. K. y Coombs M. T. los dos, nos mencionan el corazón cuando nos escriben, diciéndonos: “Simbólicamente el corazón es la sede de los sentimientos y emociones, los deseos y las pasiones. El corazón es el asiento de la sabiduría y la fuente del conocimiento. Es el lugar propio de la voluntad y el manantial de donde brota toda conducta moral. Es dentro del corazón donde Dios mismo tiene su morada... El corazón es pues, ante todo el lugar del encuentro sagrado entre el ser humano y Dios”.

El hermano brasileño, Pedro Finkler que es también sicólogo, escribe diciendo: El corazón es el punto de encuentro del espíritu (alma) y del cuerpo. Es allí donde se vive en un nivel menos superficial y periférico. En esa profundidad del corazón, es donde se construye la paz y la armonía con uno mismo y con los demás.

San Josemaría Escrivá, en su libro Es Cristo que pasa, escribe diciéndonos: “Para que podamos entender así las cosas divinas, el corazón es considerado como el resumen y la fuente, la expresión y el fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las acciones. Un hombre vale lo que su corazón, podemos decir con lenguaje nuestro”.

En La filocalia de la oración de Jesús, siempre dentro de la preceptiva simbología, se puede leer: El corazón no es solo una dimensión individual, es una dimensión celestial, cósmica, Dios es el corazón del universo.

Como vemos en muchos escritos y opiniones, lo correcto sería mencionar el alma en vez de mencionar el corazón y no atribuirle a este funciones espirituales, que solo son propias del alma porque ella pertenece al orden espiritual, ha sido creada a imagen y semejanza de Dios y como Él, ella también es un espíritu puro. Pero dada la mentalidad antropomórfica del hombre, a este le cuesta mucho ver las realidades espirituales, es decir, las que son propias de su alma y solo pueden ser captadas por os ojos de su alma. Y como de los ojos de su alma no se ha preocupado de desarrollarlos, el resultado es que a trancas y barrancas queremos ubicar materialmente en el espacio y ver con los ojos de nuestra cara. Lo que solo puede ser visto y comprendido por los ojos y sentidos de nuestra alma.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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