Faltan un par de semanas para que Juan Pablo II sea canonizado por el Papa
Francisco. Su fama como hombre de Dios es indiscutible. Pero no todos conocen
qué milagro realizó como señal de que es santo. Hoy presentamos esa “prueba de
santidad”.
Para
canonizar (declarar a santa) a una persona, la Iglesia primero recoge el
testimonio de testigos directos. Después de un estudio detallado de su vida,
certifica que el candidato vivió “heroicamente” (plenamente) las virtudes
cristianas.
Lo
siguiente es que Dios mismo certifique que ese candidato sí está en el Cielo. Y
lo hace concediendo un milagro, atribuido a la intercesión de ese siervo de
Dios. La Santa Sede recibe los posibles milagros y los somete a un estudio
técnico, para certificar que en ese evento no tiene explicación natural ni
científica. Sólo entonces se procede a la canonización.
En el
caso de Juan Pablo II se han recopilado muchos posibles milagros de diversas
partes del mundo. El postulador de la causa de canonización escogió el caso de
la costarricense Floribeth Mora Díaz, curada inexplicablemente de un aneurisma
cerebral. Valentina Alazraki lo documenta en su más reciente libro, “El santo
que conquistó el mundo” (Planeta, 2014, pp. 127ss).
El 8 de
abril de 2011, Floribeth tuvo un fortísimo dolor de cabeza, la llevaron al
hospital donde diagnosticaron una severa migraña. Los dolores continuaron. Tres
días después mediante una tomografía descubrieron que una arteria del cerebro
goteaba, pero ésta se encontraba en una zona inaccesible del cerebro. Los médicos
le dieron un mes de vida.
Floribeth
le pedía a Edwin, su marido, “no me dejes morir”. Los médicos les dijeron que
quizá en México o en Cuba la podrían operar, pero que el riesgo de morir o
quedar como vegetal era muy alto. Entonces Edwin se sentó en una banca afuera
del hospital, llorando. Y empezó a rezar a Juan Pablo II:
“Dios
mío, ayúdame. Karol Wojtyla, Juan Pablo II, no me deje solo, no me deje solo,
ayúdeme, creo en usted, Santo Papa. Juan Pablo II usted es un santo para mí,
ayúdame, ayúdeme”.
El día 1º
de mayo, justo el día de la beatificación del Papa polaco, toda la familia
acudió a la vigilia de oración en el Estadio de San José, para pedirle el
milagro al nuevo beato. Aunque Floribeth no pudo asistir, pensaba: “Juan Pablo
II para mí no es santo porque fuera un hombre perfecto, yo lo veo santo porque
en su humanidad nos enseñó a sobrellevar el sufrimiento, el dolor y la
enfermedad”.
Ella
siguió la transmisión completa de la Beatificación por televisión, a las 2:30
de la mañana local. Se durmió y despertó como a las 8.30 de la mañana. “Cuando
me levanté… yo estaba observando una revista en cuya portada estaba Juan Pablo
II. Me persigné, como todos los días, dándole gracias al Señor por un nuevo día;
me quedé viendo la revista… y me quedé admirada, observando, y escuchaba su voz
que me decía: ‘Levántate, no tengas miedo’. Vi sus manos que me hacían un
gesto, invitándome a levantarme. Me quedé sorprendida, seguía mirando la
revista y le dije: ‘Sí, Señor’.”
Seis
meses después, le practicaron otra resonancia y ya no estaba el aneurisma.
Otros meses más tarde, en otro estudio tampoco encontraron nada y ni siquiera
secuelas. La ciencia médica no conoce estudios de que un aneurisma desaparezca
espontáneamente.
Juan
Pablo II está junto a Dios, por eso es un gran intercesor. Nuestro añorado Papa
desde el Cielo continúa realizando la misión que ejerció aquí en la Tierra:
hacernos saber y sentir que Dios está muy cercano.
Luis
Fernando Valdés
No hay comentarios:
Publicar un comentario