Como
gracias a Dios, por una vez en la vida y sin que sirva de precedente, parece
que el aniversario de El Greco
va a ser conmemorado como merece y no con el olvido que los españoles
acostumbramos a acompañar los hechos y los héroes que escriben nuestra
historia; y como son muchos los que escribirán sobre los variados talentos que
atesoró nuestro españolísimo pintor toledano de origen cretense, Domenoikos Teotokopulos... después de
escribir ayer sobre su más celebrado personaje pictórico, el Conde de Orgaz (pinche aquí si desea conocerlo mejor), he
preferido escribir hoy sobre un aspecto de su personalidad en el que nadie
habrá –espero- reparado: su condición de católico u ortodoxo, que a ambas
adscripciones del cristianismo tenía buenas razones el genial pintor para
pertenecer.
Que El Greco muere como católico es algo de lo que no cabe la menor duda, puesto que así lo señala él mismo en su testamento datado en 1614, y por cierto otorgado después de su muerte por su propio hijo a quien había apoderado previamente para ello, en el que lo afirma con toda la claridad con la que se puede afirmar:
“Tengo, creo y confieso todo aquello que cree y confiesa la Santa Madre Iglesia de Roma, y en el misterio de la Santísima Trinidad en cuya fe y crehenzia protesto bibir y morir como bueno, fiel y católico cristiano”.
La cuestión que aquí nos planteamos es la de si El Greco nació católico o nació ortodoxo. Pregunta que es lógico realizarse desde el punto y hora de que la Creta en la que nació es, como resulta bien conocido, una isla de raigambre griega en la que la religión predominante es, consecuentemente, la ortodoxa. Y ello aun cuando las particulares circunstancias del momento en el que El Greco vive en ella, hace asumible una posible militancia católica. Y es que desde los años del Dogo veneciano Enrico Dándolo en el s. XIII hasta que en 1645 es conquistada por los otomanos, Creta queda bajo la órbita de una de las principales potencias católicas del momento, Venecia, lo que indudablemente tendrá sus consecuencias en la composición demográfico-religiosa de la isla.
Quizás el estudio más importante que se haya hecho sobre la religión originaria de El Greco sea el de Nikolaos Panagiōtakēs, “El Greco: los años cretenses”, una biografía del genial pintor en la que le dedica quince páginas a la cuestión intentando demostrar su nacimiento "ortodoxo".
El primer tema que analiza Panagiōtakēs es el del nombre de pila del pintor, Domenikos, Domingo, como el santo español Domingo de Guzmán (pinche aquí si desea conocer más sobre el importante santo español), dato que no apunta hacia la ortodoxia, pues Domingo sólo es santo para los católicos y no para los ortodoxos, y porque el nombre tiene su equivalente griego, Kiriakos (que en español da Ciríaco).
El concienzudo autor, aun después de reconocer que la mayoría de los “domenikos” existentes en Creta eran católicos, utiliza como argumento pro-ortodoxia su hallazgo en las partidas de bautismo por él analizadas de dos domenikos que son ortodoxos, un cura y un campesino, cuyos nombres atribuye a la larga presencia veneciano-católica en la isla. Un argumento que es de ida y vuelta, porque de lo que sí habla dicha larga presencia veneciana en la isla es de la extensión del catolicismo que la misma debería haber producido en el entorno ortodoxo originario. El nombre “Domingo” tiene también una implantación especial en Candia debido a la presencia de un floreciente monasterio dominico, lo que dice mucho de la presencia del catolicismo en la isla, y menos de la condición ortodoxa de los llamados "Domingo" o "Domenikos".
En la misma línea, habla también de la posible catolicidad de Domenikos el hecho de tener un hermano llamado Frangiskos, Francisco. De nuevo un santo, Francisco de Asís, católico y no ortodoxo, en cuanto posterior al cisma de las iglesias orientales en 1054. Ante el desafortunado y reincidente revés, aporta el autor un nuevo argumento con el que intenta explicar los nombres católicos portados por ortodoxos: los matrimonios mixtos producidos en la isla, en los que aunque el padre fuera ortodoxo, accedería a bautizar a los hijos con los nombres católicos propuestos por la madre.
Pero el argumento que el autor considera más sólido a favor de la ortodoxicidad del Greco es la membrecía de su hermano Manoussos, al que Domenikos se hallaba muy unido, de la Fraternidad Griega de Venecia, que Panagiōtakēs llama "el único centro de culto ortodoxo en Europa occidental". Aunque aquí el argumento, como arriba, es de ida y vuelta, porque tanto pudo convertirse Domenikos al catolicismo por abandonar la isla, según intenta demostrar Panagiōtakēs, como su hermano Manoussos a la ortodoxia para medrar entre sus compatriotas residentes en Venecia. Y ello en el supuesto de que, efectivamente, hubiera que ser ortodoxo para pertenecer a la organización.
Lo que sin embargo sí es un es un hecho indiscutible, es que Domenikos no se adhiere a la Fraternidad durante los tres años que dura su estancia en Venecia, y aunque Panagiōtakēs lo intente atribuir a que la misma no admitía más de 250 miembros cuando los griegos en Venecia superaban los cuatro mil, lo cierto es que los Theotokopoulos ya eran bien conocidos en la hermandad, y que Domenikos, en cuanto hermano de Manoussos y en cuanto miembro muy especial de la comunidad griega en Venecia, no debería haber hallado el menor problema para ingresar, si tal hubiera sido su deseo. Luego no debió de serlo.
Tras el largo y minucioso estudio y con argumentos tan reversibles como los expuestos, llega el autor a la conclusión final de que El Greco, que sería ortodoxo de nacimiento, no se convierte al catolicismo en Candia, lógico por otro lado, sino que dicha conversión se habría producido más bien en Italia, una vez tomada la firme decisión de quedarse en el occidente europeo, y ante el pesado ambiente de la Contrarreforma existente una vez terminado Trento. Y debe hallarse dicha conversión culminada, según él, para cuando, una vez en Roma, El Greco entra a residir en el palacio del Cardenal Alejandro Farnesio y hasta se muestra interesado en comprar un ejemplar de las actas del Concilio de Trento. Un alojamiento, el primero, y sobre todo un deseo, el segundo, que, se ponga como se ponga Panagiōtakēs, más parecen argumentos a favor de la catolicidad del pintor que a favor de su ortodoxicidad.
Según el autor “es muy probable que se convirtiera movido por intereses profesionales, dado que esa era la única manera de prosperar en el ambiente en su oficio [en Roma se entiende]”. Aunque puestos a buscar ese tipo de relación entre oficio y religión, a lo mejor era más fácil aceptar que su condición católica originaria fuera la que le llevara a abandonar una isla mayoritariamente ortodoxa en la que no se sintiera suficientemente a gusto para realizarse desde el punto de vista artístico y hasta cotidiano, a que se hubiera convertido para abandonar la isla.
Asegura el autor que una vez en España, la fe católica del pintor deviene incluso mayor:
“¿Cómo iba a ser de otra manera? La intolerancia y el fanatismo religioso que prevalecía entonces en España era incluso más pronunciado que en Italia, y la Inquisición Española era universalmente conocida por su rudeza”.
Clásico argumento tan pobre como a favor de corriente, basado en una de los más manidas leyendas de la historia, cual la de la Inquisición Española, que lo mismo sirve para zurcir un roto que un descosido. Sólo que, a decir verdad, no he oído hablar de ningún caso de ajusticiado en el alto tribunal español por su condición de ortodoxo, y antes al contrario, una hipotética condición de católico converso le haría probablemente incluso más vulnerable ante el tribunal, como saben bien los que conocen sus métodos y procedimientos.
Finalmente, hasta el propio Panagiōtakēs tiene que reconocer que el famoso hermano de El Greco, Manoussos, a cuya supuesta ortodoxicidad confía él la de Domenikos, es, en su postrer despedida de este mundo cruel, enterrado en la iglesia católica toledana de Santo Tomé. ¿Otro convertido?
Así que la conclusión que uno saca en base a los argumentos que aporta quién precisamente quiere demostrar la ortodoxicidad de El Greco, es que D. Domenikos no sólo murió católico, como consta fehacientemente, sino que, contrariamente a lo que sostiene el gran estudioso del tema, Nikolaos Panagiōtakēs, y con sus mismos argumentos, también nació católico, aunque fuera en una isla donde los católicos eran minoritarios pero no, en modo alguno, inexistentes.
Que El Greco muere como católico es algo de lo que no cabe la menor duda, puesto que así lo señala él mismo en su testamento datado en 1614, y por cierto otorgado después de su muerte por su propio hijo a quien había apoderado previamente para ello, en el que lo afirma con toda la claridad con la que se puede afirmar:
“Tengo, creo y confieso todo aquello que cree y confiesa la Santa Madre Iglesia de Roma, y en el misterio de la Santísima Trinidad en cuya fe y crehenzia protesto bibir y morir como bueno, fiel y católico cristiano”.
La cuestión que aquí nos planteamos es la de si El Greco nació católico o nació ortodoxo. Pregunta que es lógico realizarse desde el punto y hora de que la Creta en la que nació es, como resulta bien conocido, una isla de raigambre griega en la que la religión predominante es, consecuentemente, la ortodoxa. Y ello aun cuando las particulares circunstancias del momento en el que El Greco vive en ella, hace asumible una posible militancia católica. Y es que desde los años del Dogo veneciano Enrico Dándolo en el s. XIII hasta que en 1645 es conquistada por los otomanos, Creta queda bajo la órbita de una de las principales potencias católicas del momento, Venecia, lo que indudablemente tendrá sus consecuencias en la composición demográfico-religiosa de la isla.
Quizás el estudio más importante que se haya hecho sobre la religión originaria de El Greco sea el de Nikolaos Panagiōtakēs, “El Greco: los años cretenses”, una biografía del genial pintor en la que le dedica quince páginas a la cuestión intentando demostrar su nacimiento "ortodoxo".
El primer tema que analiza Panagiōtakēs es el del nombre de pila del pintor, Domenikos, Domingo, como el santo español Domingo de Guzmán (pinche aquí si desea conocer más sobre el importante santo español), dato que no apunta hacia la ortodoxia, pues Domingo sólo es santo para los católicos y no para los ortodoxos, y porque el nombre tiene su equivalente griego, Kiriakos (que en español da Ciríaco).
El concienzudo autor, aun después de reconocer que la mayoría de los “domenikos” existentes en Creta eran católicos, utiliza como argumento pro-ortodoxia su hallazgo en las partidas de bautismo por él analizadas de dos domenikos que son ortodoxos, un cura y un campesino, cuyos nombres atribuye a la larga presencia veneciano-católica en la isla. Un argumento que es de ida y vuelta, porque de lo que sí habla dicha larga presencia veneciana en la isla es de la extensión del catolicismo que la misma debería haber producido en el entorno ortodoxo originario. El nombre “Domingo” tiene también una implantación especial en Candia debido a la presencia de un floreciente monasterio dominico, lo que dice mucho de la presencia del catolicismo en la isla, y menos de la condición ortodoxa de los llamados "Domingo" o "Domenikos".
En la misma línea, habla también de la posible catolicidad de Domenikos el hecho de tener un hermano llamado Frangiskos, Francisco. De nuevo un santo, Francisco de Asís, católico y no ortodoxo, en cuanto posterior al cisma de las iglesias orientales en 1054. Ante el desafortunado y reincidente revés, aporta el autor un nuevo argumento con el que intenta explicar los nombres católicos portados por ortodoxos: los matrimonios mixtos producidos en la isla, en los que aunque el padre fuera ortodoxo, accedería a bautizar a los hijos con los nombres católicos propuestos por la madre.
Pero el argumento que el autor considera más sólido a favor de la ortodoxicidad del Greco es la membrecía de su hermano Manoussos, al que Domenikos se hallaba muy unido, de la Fraternidad Griega de Venecia, que Panagiōtakēs llama "el único centro de culto ortodoxo en Europa occidental". Aunque aquí el argumento, como arriba, es de ida y vuelta, porque tanto pudo convertirse Domenikos al catolicismo por abandonar la isla, según intenta demostrar Panagiōtakēs, como su hermano Manoussos a la ortodoxia para medrar entre sus compatriotas residentes en Venecia. Y ello en el supuesto de que, efectivamente, hubiera que ser ortodoxo para pertenecer a la organización.
Lo que sin embargo sí es un es un hecho indiscutible, es que Domenikos no se adhiere a la Fraternidad durante los tres años que dura su estancia en Venecia, y aunque Panagiōtakēs lo intente atribuir a que la misma no admitía más de 250 miembros cuando los griegos en Venecia superaban los cuatro mil, lo cierto es que los Theotokopoulos ya eran bien conocidos en la hermandad, y que Domenikos, en cuanto hermano de Manoussos y en cuanto miembro muy especial de la comunidad griega en Venecia, no debería haber hallado el menor problema para ingresar, si tal hubiera sido su deseo. Luego no debió de serlo.
Tras el largo y minucioso estudio y con argumentos tan reversibles como los expuestos, llega el autor a la conclusión final de que El Greco, que sería ortodoxo de nacimiento, no se convierte al catolicismo en Candia, lógico por otro lado, sino que dicha conversión se habría producido más bien en Italia, una vez tomada la firme decisión de quedarse en el occidente europeo, y ante el pesado ambiente de la Contrarreforma existente una vez terminado Trento. Y debe hallarse dicha conversión culminada, según él, para cuando, una vez en Roma, El Greco entra a residir en el palacio del Cardenal Alejandro Farnesio y hasta se muestra interesado en comprar un ejemplar de las actas del Concilio de Trento. Un alojamiento, el primero, y sobre todo un deseo, el segundo, que, se ponga como se ponga Panagiōtakēs, más parecen argumentos a favor de la catolicidad del pintor que a favor de su ortodoxicidad.
Según el autor “es muy probable que se convirtiera movido por intereses profesionales, dado que esa era la única manera de prosperar en el ambiente en su oficio [en Roma se entiende]”. Aunque puestos a buscar ese tipo de relación entre oficio y religión, a lo mejor era más fácil aceptar que su condición católica originaria fuera la que le llevara a abandonar una isla mayoritariamente ortodoxa en la que no se sintiera suficientemente a gusto para realizarse desde el punto de vista artístico y hasta cotidiano, a que se hubiera convertido para abandonar la isla.
Asegura el autor que una vez en España, la fe católica del pintor deviene incluso mayor:
“¿Cómo iba a ser de otra manera? La intolerancia y el fanatismo religioso que prevalecía entonces en España era incluso más pronunciado que en Italia, y la Inquisición Española era universalmente conocida por su rudeza”.
Clásico argumento tan pobre como a favor de corriente, basado en una de los más manidas leyendas de la historia, cual la de la Inquisición Española, que lo mismo sirve para zurcir un roto que un descosido. Sólo que, a decir verdad, no he oído hablar de ningún caso de ajusticiado en el alto tribunal español por su condición de ortodoxo, y antes al contrario, una hipotética condición de católico converso le haría probablemente incluso más vulnerable ante el tribunal, como saben bien los que conocen sus métodos y procedimientos.
Finalmente, hasta el propio Panagiōtakēs tiene que reconocer que el famoso hermano de El Greco, Manoussos, a cuya supuesta ortodoxicidad confía él la de Domenikos, es, en su postrer despedida de este mundo cruel, enterrado en la iglesia católica toledana de Santo Tomé. ¿Otro convertido?
Así que la conclusión que uno saca en base a los argumentos que aporta quién precisamente quiere demostrar la ortodoxicidad de El Greco, es que D. Domenikos no sólo murió católico, como consta fehacientemente, sino que, contrariamente a lo que sostiene el gran estudioso del tema, Nikolaos Panagiōtakēs, y con sus mismos argumentos, también nació católico, aunque fuera en una isla donde los católicos eran minoritarios pero no, en modo alguno, inexistentes.
Como
colofón del pequeño homenaje de En Cuerpo y Alma a ese grandioso pintor que fue
El Greco, y con motivo del IV Centenario de su muerte, cerramos el ciclo que a
él hemos dedicado con una breve reseña de su interesante vida.
Doménikos Theotokopoulos, que tal era su nombre de pila, nace en Candía, actual Heraclión, en la isla de Creta, -posesión entonces y desde principios del siglo XIII de la República de Venecia hasta que en 1645 sea conquistada por los turcos- lo que hace en 1541, aunque no se sabe la fecha exacta.
Sabemos que su padre, Geórgios Theotokópoulos, era comerciante y recaudador. Tiene un hermano, Manoussos, que también es comerciante, y otro llamado Frangiskos. Nada se sabe de su madre, como tampoco de su esposa, que la tuvo, aunque debió de perderla pronto. El Greco pertenece, como se ve, a una familia acomodada. Tema controvertido es el de su religión, si era católico u ortodoxo, si bien no añadiremos nada a lo ya dicho ayer (pinche aquí si desea conocer sobre él)
Su sobrenombre hace referencia, obviamente, a su origen. Parece que lo recibe en Roma, donde empiezan a llamarle “Il Greco”, luego semiespañolizado en “El Greco”, cambiándole el artículo pero dejándole el sustantivo a la italiana.
Doménikos estudia pintura en su isla natal. Pronto lo vemos convertido en pintor de iconos en el estilo post-bizantino vigente en la Creta de su tiempo. Consta que a los 26 años aún reside en Candía, porque por entonces pinta una “Pasión de Cristo”. Pero no mucho después se traslada a Venecia. Y es que al fin y al cabo, como parte que era Creta de la República Veneciana, Domenikos tenía la ciudadanía veneciana. Allí entra en contacto con Tiziano, Tintoretto y Veronese, cuyas obras influyen poderosamente en él.
Tras parar probablemente por Parma para conocer a su admirado Correggio, se dirige a Roma, adonde llega hacia 1570. Allí, el bibliotecario Fulvio Orsini consigue alojarlo nada menos que en casa del Cardenal Alejandro Farnesio, donde permanece un par de años. Pero su presencia en la Ciudad Eterna es accidentada. El carácter del Greco es endiablado, toda su vida le causará problemas, y se la pasará pleiteando. Parece que el Greco es expulsado del palacio por el mayordomo del cardenal, y que cuando el Papa Pío V andaba buscando la manera de aligerar los escandalosos desnudos de la Capilla Sixtina de Buonarotti, Domenikos se postula a sí mismo para rehacer la obra a nuevo “con honestidad y decencia, y no inferior en buena ejecución pictórica” (Julio Mancini) lo que, como era fácilmente esperable, le gana un billete para abandonar definitivamente la Ciudad Eterna.
Así que hacia 1576, con unos treinta y cinco años, se dirige a Toledo, quizás tras una segunda estancia en Venecia. En España, Felipe II, que procedía a terminar el monasterio de El Escorial, le realiza dos encargos: la “Alegoría de la Liga Santa”, también conocido como “Sueño de Felipe II”, y “El martirio de San Mauricio y la legión tebana”, ambos en el monasterio, pero como es bien sabido, ninguna de las dos gusta al Rey, que no le vuelve a encargar nada. Con lo que el mundo se quedó sin la maravillosa capilla que El Greco habría podido pintar en el monasterio, quién sabe si una segunda Capilla Sixtina, ésta en España.
Domenikos se lame las heridas en Toledo, donde Luis de Castilla, deán de la catedral de Toledo, le consigue sus primeros encargos toledanos: el retablo mayor y dos laterales para la iglesia de Santo Domingo el Antiguo de Toledo, y el magnífico “Expolio”, para la catedral.
En la ciudad imperial tendrá un hijo, Jorge Manuel, con Jerónima de las Cuevas, espléndida mujer si de verdad “La dama del armiño” pintada por El Greco es su retrato como algunos dicen, mujer con la que, sin embargo, no llega a casar.
Para 1585 tiene ya un gran taller en el que es capaz de producir retablos completos, todo un logro que demuestra la posición alcanzada, y en 1586 obtiene uno de sus más importantes encargos, el de “El entierro del conde de Orgaz” para la iglesia de Santo Tomé (pinche aquí si desea conocer más sobre la génesis de este cuadro), retrato masivo en el que cada personaje se corresponde con alguno de la vida toledana...
El Greco inicial bebe de tres fuentes principales: el estilo de los iconos que se producen en su Creta natal, y las dos escuelas que se encuentra en Italia: el manierismo romano, que pone el acento en el dibujo y ensalza a Miguel Ángel; y la escuela veneciana, que lo pone en el color y se mira en Tiziano.
Pero su estilo cambia. El Greco maduro tiene un estilo absolutamente personal, imposible de confundir hasta para el más profano. A él llega en Toledo, donde alcanza su tono dramático, con cabezas pequeñas sobre figuras muy largas y sinuosas, luz fuerte y estridente, superpoblación de figuras sin paisajes, gran abstracción, espíritu místico… Un estilo que algunos han atribuido a un supuesto astigmatismo, lo que es un error pues si el astigmatismo le hubiera hecho al Greco contemplar la realidad en el modo en el que la pintaba, dicha transformación también se habría producido sobre el lienzo, compensando así el error en el enfoque.
En cuanto a su técnica, sus cuadros presentan multitud de pinceladas. Usa la paleta de colores veneciana y sus tonalidades ricas y saturadas, a las que añade los colores estridentes de la “maniera”. El Greco retocaba sus pinturas una y otra vez.
Y en cuanto a su temática, y dado que su mejor cliente no era otro la Iglesia, es lógico que fuera mayoritariamente religiosa, algo común, por lo demás, en toda Europa. Trento había terminado en 1564, cuando él es un joven pintor que marcha a Italia a buscarse las habichuelas. No es casual que gran parte de su obra esté dedicada a la representación de santos y a la Virgen María, cuyo papel intercesor del hombre ante Dios defiende la Iglesia y niegan los protestantes. Aunque con un estilo muy personal en el que algunos han querido ver incluso algo de transgresor. Algunos temas se repiten particularmente: así San Francisco, al fin y al cabo en Toledo había trece conventos franciscanos, la Magdalena, los ciclos de apóstoles…
Pero no sólo hace pintura religiosa. El Greco es considerado uno de los mejores retratistas de la historia. Aparte de una serie de autorretratos a diversas edades, singulares o incluídos en cuadros más amplios como el del “Entierro del Conde Orgaz”, que es en realidad “un retrato en masa”, el Greco retrata a Jerónima de las Cuevas, a Giulio Clovio, a su hijo Jorge Manuel, al Cardenal Carlos de Guisa, al Cardenal Niño de Guevara, y a otros muchos personajes cuyos nombres no se conocen, como el “Caballero de la mano en el pecho”, el “Retrato de anciano”, etc..
Domenikos muere el 7 de abril de 1614, con setenta y tres añitos, no mala edad para la época. Se sabe que es enterrado en la iglesia de Santo Domingo el Antiguo para la que había realizado varias obras, pero el panteón es trasladado hacia 1619 a San Torcuato, convento destruido en 1868 y en el que en 1912 se buscó el panteón infructuosamente. Una pérdida más de ese siglo devastador que fue para el patrimonio cultural español el XIX, con el expolio de la Guerra de la Independencia, el de la Desamortización y el que supuso la incorporación de los nuevos conceptos urbanísticos, sobre todo franceses.
Como quiera que sea, y con motivo del IV centenario de su muerte, Toledo está radiante estos días con el recuerdo de uno de sus más relevantes hijos.
Doménikos Theotokopoulos, que tal era su nombre de pila, nace en Candía, actual Heraclión, en la isla de Creta, -posesión entonces y desde principios del siglo XIII de la República de Venecia hasta que en 1645 sea conquistada por los turcos- lo que hace en 1541, aunque no se sabe la fecha exacta.
Sabemos que su padre, Geórgios Theotokópoulos, era comerciante y recaudador. Tiene un hermano, Manoussos, que también es comerciante, y otro llamado Frangiskos. Nada se sabe de su madre, como tampoco de su esposa, que la tuvo, aunque debió de perderla pronto. El Greco pertenece, como se ve, a una familia acomodada. Tema controvertido es el de su religión, si era católico u ortodoxo, si bien no añadiremos nada a lo ya dicho ayer (pinche aquí si desea conocer sobre él)
Su sobrenombre hace referencia, obviamente, a su origen. Parece que lo recibe en Roma, donde empiezan a llamarle “Il Greco”, luego semiespañolizado en “El Greco”, cambiándole el artículo pero dejándole el sustantivo a la italiana.
Doménikos estudia pintura en su isla natal. Pronto lo vemos convertido en pintor de iconos en el estilo post-bizantino vigente en la Creta de su tiempo. Consta que a los 26 años aún reside en Candía, porque por entonces pinta una “Pasión de Cristo”. Pero no mucho después se traslada a Venecia. Y es que al fin y al cabo, como parte que era Creta de la República Veneciana, Domenikos tenía la ciudadanía veneciana. Allí entra en contacto con Tiziano, Tintoretto y Veronese, cuyas obras influyen poderosamente en él.
Tras parar probablemente por Parma para conocer a su admirado Correggio, se dirige a Roma, adonde llega hacia 1570. Allí, el bibliotecario Fulvio Orsini consigue alojarlo nada menos que en casa del Cardenal Alejandro Farnesio, donde permanece un par de años. Pero su presencia en la Ciudad Eterna es accidentada. El carácter del Greco es endiablado, toda su vida le causará problemas, y se la pasará pleiteando. Parece que el Greco es expulsado del palacio por el mayordomo del cardenal, y que cuando el Papa Pío V andaba buscando la manera de aligerar los escandalosos desnudos de la Capilla Sixtina de Buonarotti, Domenikos se postula a sí mismo para rehacer la obra a nuevo “con honestidad y decencia, y no inferior en buena ejecución pictórica” (Julio Mancini) lo que, como era fácilmente esperable, le gana un billete para abandonar definitivamente la Ciudad Eterna.
Así que hacia 1576, con unos treinta y cinco años, se dirige a Toledo, quizás tras una segunda estancia en Venecia. En España, Felipe II, que procedía a terminar el monasterio de El Escorial, le realiza dos encargos: la “Alegoría de la Liga Santa”, también conocido como “Sueño de Felipe II”, y “El martirio de San Mauricio y la legión tebana”, ambos en el monasterio, pero como es bien sabido, ninguna de las dos gusta al Rey, que no le vuelve a encargar nada. Con lo que el mundo se quedó sin la maravillosa capilla que El Greco habría podido pintar en el monasterio, quién sabe si una segunda Capilla Sixtina, ésta en España.
Domenikos se lame las heridas en Toledo, donde Luis de Castilla, deán de la catedral de Toledo, le consigue sus primeros encargos toledanos: el retablo mayor y dos laterales para la iglesia de Santo Domingo el Antiguo de Toledo, y el magnífico “Expolio”, para la catedral.
En la ciudad imperial tendrá un hijo, Jorge Manuel, con Jerónima de las Cuevas, espléndida mujer si de verdad “La dama del armiño” pintada por El Greco es su retrato como algunos dicen, mujer con la que, sin embargo, no llega a casar.
Para 1585 tiene ya un gran taller en el que es capaz de producir retablos completos, todo un logro que demuestra la posición alcanzada, y en 1586 obtiene uno de sus más importantes encargos, el de “El entierro del conde de Orgaz” para la iglesia de Santo Tomé (pinche aquí si desea conocer más sobre la génesis de este cuadro), retrato masivo en el que cada personaje se corresponde con alguno de la vida toledana...
El Greco inicial bebe de tres fuentes principales: el estilo de los iconos que se producen en su Creta natal, y las dos escuelas que se encuentra en Italia: el manierismo romano, que pone el acento en el dibujo y ensalza a Miguel Ángel; y la escuela veneciana, que lo pone en el color y se mira en Tiziano.
Pero su estilo cambia. El Greco maduro tiene un estilo absolutamente personal, imposible de confundir hasta para el más profano. A él llega en Toledo, donde alcanza su tono dramático, con cabezas pequeñas sobre figuras muy largas y sinuosas, luz fuerte y estridente, superpoblación de figuras sin paisajes, gran abstracción, espíritu místico… Un estilo que algunos han atribuido a un supuesto astigmatismo, lo que es un error pues si el astigmatismo le hubiera hecho al Greco contemplar la realidad en el modo en el que la pintaba, dicha transformación también se habría producido sobre el lienzo, compensando así el error en el enfoque.
En cuanto a su técnica, sus cuadros presentan multitud de pinceladas. Usa la paleta de colores veneciana y sus tonalidades ricas y saturadas, a las que añade los colores estridentes de la “maniera”. El Greco retocaba sus pinturas una y otra vez.
Y en cuanto a su temática, y dado que su mejor cliente no era otro la Iglesia, es lógico que fuera mayoritariamente religiosa, algo común, por lo demás, en toda Europa. Trento había terminado en 1564, cuando él es un joven pintor que marcha a Italia a buscarse las habichuelas. No es casual que gran parte de su obra esté dedicada a la representación de santos y a la Virgen María, cuyo papel intercesor del hombre ante Dios defiende la Iglesia y niegan los protestantes. Aunque con un estilo muy personal en el que algunos han querido ver incluso algo de transgresor. Algunos temas se repiten particularmente: así San Francisco, al fin y al cabo en Toledo había trece conventos franciscanos, la Magdalena, los ciclos de apóstoles…
Pero no sólo hace pintura religiosa. El Greco es considerado uno de los mejores retratistas de la historia. Aparte de una serie de autorretratos a diversas edades, singulares o incluídos en cuadros más amplios como el del “Entierro del Conde Orgaz”, que es en realidad “un retrato en masa”, el Greco retrata a Jerónima de las Cuevas, a Giulio Clovio, a su hijo Jorge Manuel, al Cardenal Carlos de Guisa, al Cardenal Niño de Guevara, y a otros muchos personajes cuyos nombres no se conocen, como el “Caballero de la mano en el pecho”, el “Retrato de anciano”, etc..
Domenikos muere el 7 de abril de 1614, con setenta y tres añitos, no mala edad para la época. Se sabe que es enterrado en la iglesia de Santo Domingo el Antiguo para la que había realizado varias obras, pero el panteón es trasladado hacia 1619 a San Torcuato, convento destruido en 1868 y en el que en 1912 se buscó el panteón infructuosamente. Una pérdida más de ese siglo devastador que fue para el patrimonio cultural español el XIX, con el expolio de la Guerra de la Independencia, el de la Desamortización y el que supuso la incorporación de los nuevos conceptos urbanísticos, sobre todo franceses.
Como quiera que sea, y con motivo del IV centenario de su muerte, Toledo está radiante estos días con el recuerdo de uno de sus más relevantes hijos.
Luis
Antequera
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