Todo iba
a quedar claro en aquellos días. Los discípulos lo ven, pero no lo ven todo,
pues desconocen la profundidad del drama. Desconocen la fuerza del pecado y la
violencia del diablo. Ellos no lo saben, pero Jesús sí lo sabe.
La semana
anterior a la Pascua la vive Jesús en Betania. Habla con Lázaro. Habla con los
discípulos. Pero, sobre todo, habla con el Padre. Van a ser unos días de oración
intensa. La clarividencia es total en Jesús. Sabe lo que va a suceder. Ya lo ha
anunciado varias veces con gran detalle. Además, para cualquier mente despierta
era claro que se iba a producir una confrontación total con las cabezas del
pueblo. Todo iba a quedar claro en aquellos días. Los discípulos lo ven, pero
no lo ven todo, pues desconocen la profundidad del drama. Desconocen la fuerza
del pecado y la violencia del diablo. Ellos no lo saben, pero Jesús sí lo sabe.
En esos días reafirma su voluntad humana y divina de entrar en la lucha de ese
modo tan sorprendente que será ir humilde a la muerte sin defenderse. Va a
convertir la confrontación en un sacrificio. Va a demostrar que el amor es más
fuerte que la muerte. Va amar a todos a pesar de todas las dificultades. Y eso
es el contenido de su oración dolorida y amorosa, valiente y silenciosa.
El sábado
fue un día de especial oración. Jesús, como el soldado antes de la batalla,
vela su espíritu para lo que va a suceder. Su mente ve, su voluntad quiere, su
corazón ama. Siente el rechazo y la resistencia, es tentado más intensamente de
lo que fue en el desierto, pero sigue firme la respuesta generosa de amor al
Padre y a los hombres.
El primer
día de la semana se pone Jesús en marcha hacia Jerusalén. "Caminaba
delante de ellos" (Lc). Debían ser entre cincuenta y cien personas,
contando hombres y mujeres, los que formaban la peregrinación. El primer
kilómetro de subida transcurrió en silencio por parte de Jesús y con una
progresiva animación de todos. Animados, pero vigilantes. No quieren que se dé
un ataque por parte de los enemigos de Jesús. Están dispuestos a defenderle.
Jesús calla, pues sabe bien lo que valen esas valentías, y cómo se va a
necesitar mucho más en aquella batalla tan distinta de las que suelen suceder
entre los hombres.
Al llegar
a la cumbre de la pequeña pendiente de Betania hacia Jerusalén ocurre un hecho
significativo. Se paran y habla Jesús, "al llegar a Betfagé, junto al
Monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: Id a esa
aldea que veis enfrente y encontraréis en seguida un asna atada, con su pollino
al lado; desatadlos y traédmelos. Si alguien os dijera algo, respondedle que el
Señor los necesita, y al momento los soltará. Esto sucedió para que se cumpliera
lo dicho por medio del Profeta: "Decid a la hija de Sión: He aquí que
viene a tu Rey con mansedumbre, sentado sobre un asno, sobre un borrico, hijo
de burra de carga"(Mt).
Muchas
cosas está diciendo Jesús con ese gesto. Diez siglos antes entró en la ciudad
construida por David su hijo Salomón montado en un borrico. Las gentes de la
ciudad aclamaron al hijo de David con gritos de hossana. Por otra parte la
profecía de Zacarías dice que el Rey de Israel va a entrar en la ciudad del
monte Sión montado en un pollino como rey de paz. El hecho de que sea un
pollino, y no su madre, muestra lo novedad de los tiempos. La borrica simboliza
al antiguo Israel, el pueblo de la Antigua Alianza. El pollino aún no montado
por nadie es la montura real y mansa del rey de la nueva alianza. El lenguaje
de los símbolos es claro para gentes acostumbradas a leer en ellos. Jesús monta
y se reanuda lentamente el camino, que ya es descenso hacia Jerusalén.
"Los
discípulos marcharon e hicieron como Jesús les había ordenado. Trajeron el asna
y el pollino, pusieron sobre ellos los mantos y le hicieron montar
encima". La comitiva crece. Era costumbre entre las gentes reunidas para
la Pascua recibir con gritos y cánticos a los nuevos grupos que llegaban. Los
acompañantes de Jesús también lo hacen. La figura de Jesús destaca en el
conjunto. Las gentes se preguntan quién es el recién llegado. Los que le
conocen lo dicen. Era conocido de muchos sus milagros en todas partes y su
anuncio del reino de Dios. La resurrección de Lázaro ya había corrido de boca
en boca. Muchos venían de Galilea o de otros lugares más frecuentados por el
Señor. En aquellos momentos residían en Jerusalén unas cincuenta mil personas,
a las que se añadía en campamentos alrededor de la ciudad cuatro veces más de
peregrinos. El monte de los olivos estaba muy lleno de gente. De pronto,
comienza un entusiasmo que va creciendo y "una gran multitud extendió sus
propios mantos por el camino; otros cortaban ramas de árboles y las echaban por
el camino; las multitudes que iban delante y detrás de él, clamaban diciendo:
¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna
en las alturas!"(Mt). Es posible que en la mente de muchos, también de los
discípulos, estuviese la idea de que por fin se decidía a manifestar claramente
su mesianidad y su realeza. Se entusiasman, ponen sus mantos a los pies del
borriquillo, toman ramas agitándolas, y gritan contentos. Con el alboroto se
corre más la voz. Y Jesús acepta la alabanza. En otras ocasiones había
rechazado los entusiasmos del pueblo; ahora los quiere, es más: da pie a que se
den. Está declarándose rey ante el pueblo en la misma Jerusalén.
La
alabanza a Jesús como hijo de David se extiende al cielo en alabanza a Dios:
"Hossanna en las alturas". Dios ha tenido misericordia del pueblo y
les envía un liberador, un rey de paz y de justicia. ¡Alabado sea Dios!
Avanza el
grupo entre aclamaciones y le siguen muchos, que se arraciman en torno a Jesús.
El avance es lento. La ciudad está a la vista. Entre el monte de los olivos y
Jerusalén está el torrente de Cedrón. La vista es magnífica. Enfrente la mole
grandiosa del Templo; al norte la torre Antonia donde está la guarnición romana
dominando la ciudad; al lado opuesto el palacio de Herodes defendido por tres
torres casi inexpugnables; en torno la doble muralla, que protegía la ciudad,
palacios deslumbrantes en el monte Sión y casas apiñadas con callejas
estrechas. El Templo domina todo con sus murallas ciclópeas, (una auténtica
maravilla) con sus puertas monumentales, torres y enormes explanadas, y
cubierto de plata y mármol, como una montaña de nieve llena de luz aquella
mañana de primavera. Un grito de admiración sale de los peregrinos cuando se
comienza a ver el Templo.
Ante este
espectáculo Jesús se detiene, fija su vista en la ciudad y en el Templo, y,
ante la sorpresa de todos, llora diciendo: "¡Si conocieras también tú en
este día lo que te lleva a la paz!; sin embargo, ahora está oculto a tus ojos.
Porque vendrán días sobre ti en que no solo te rodearán tus enemigos con
vallas, y te cercarán y te estrecharán por todas partes, sino que te aplastarán
contra el suelo a ti y a tus hijos que están dentro de ti, y no dejarán en ti
piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de la visita que se te ha
hecho"(Lc). Pocos días antes, había llorado Jesús ante la tumba de su
amigo Lázaro, porque lo amaba. Ahora llora porque ama a la ciudad Santa, ama a
los hombres y a la patria donde ha nacido. Pero ve la realidad, ve la ruina que
va a caer sobre ella. En el año 70, después de una rebelión promovida por los
celotas, los romanos, guiados por Tito, la cercarán, y pondrán precisamente sus
fortificaciones en el monte de los olivos. La batalla fue terrible y el Templo
será destruido por completo. En el año 135 ante una nueva rebelión encabezada
por Bar Kochba, el emperador Claudio mandó la total destrucción de la ciudad hasta
los cimientos, y mandó construir en su lugar una ciudad romana que llamó Aelia
Capitolina. Jesús sabe que estos hechos serán duros y terribles. Serán un
castigo por la dureza de corazón que va a manifestar especialmente estos días,
en que no ha sabido reconocer la paz que viene del cielo. Los que le rodean le
aclaman, pero Él sabe bien el valor de lo que tiene delante de los ojos.
En
aquellos momentos "Algunos fariseos de entre la multitud le dijeron:
Maestro, reprende a tus discípulos. Él les respondió: Os digo que si éstos
callan gritarán las piedras"(Lc). Aquellos hombres no pueden aguantar las
aclamaciones a Jesús. Quizá, piensan, se produzca ya el movimiento de masas tan
temido, y que Jesús pase de su apostolado con pequeños grupos a uno de masas,
llegando a arrastrar a toda la población. Sabemos el odio de muchos de ellos a
Jesús y la negación de su mesianidad y de su filiación divina. Más adelante
dirán entre sí: "Veis que no adelantamos nada. Todo el mundo se va detrás
de él"(Jn). Las aclamaciones siguen en el Templo a la indignación de los
fariseos se unen los escribas y los saduceos. Es de notar que en el Templo los
hosanna los decían sobre todo los niños, por eso se quejan al Señor: "¿No
oyes lo que dicen éstos? Jesús les contestó: Sí. ¿No habéis leído nunca que de
la boca de los pequeñitos y de los niños de pecho te has hecho
alabar?"(Mt). Lo alaban como Rey descendiente de David, como había sido
vaticinado. Aquellos hombres rechazan su testimonio.
Jesús
entró en la ciudad por la puerta Dorada, cerca del Templo. Allí "se le
acercaron unos ciegos y cojos y los curó"(Mt). Después de esto
"enseñaba a diario en el Templo y los príncipes de los sacerdotes y los
escribas, con los jefes del pueblo, querían matarlo. Pero no veían cómo lo
realizarían, porque todo el pueblo estaba pendiente de sus labios" (Lc).
No podían provocar una revuelta. Pero una vez más Jesús tampoco aprovecha su
éxito para conseguir una meta política. Habría podido aprovechar las
aclamaciones de la multitud y con gentes dispuestas a todo, que las tenía,
hacer grupos de activistas, tomar el poder y hacer valer su ley, superando los
abusos religiosos y económicos de los poderosos. Pero no lo hace así, sigue con
la predicación, deja que se serenen los ánimos, y al caer la tarde, después de
examinarlo todo, vuelve a Betania con los Doce y los demás. A los ojos de
algunos parece que no explota el éxito de su aclamación como rey, y de hecho,
no actúa como un aspirante a un reinado humano.
Aquella
tarde sucedió algo que llenó de entusiasmo a Jesús y nos revela su mente en
aquél día. Se trata de unos gentiles que quieren ver a Jesús. "Entre los
que subieron a adorar a Dios en la fiesta había algunos griegos; éstos se
acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaban diciendo: Señor,
queremos ver a Jesús. Fue Felipe y se lo dijo a Andrés, y Andrés y Felipe
fueron y se lo dijeron a Jesús. Jesús les contestó: Ha llegado la hora de que
sea glorificado el Hijo del Hombre"(Jn). Se alegra Jesús con los primeros
frutos de fe en aquellos que vivían lejos del pueblo elegido. Pero lo central
en su pensamiento y su corazón es la cercanía de su muerte y la gloria del
Padre. Por eso dice: "En verdad, en verdad os digo que si el grano de
trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho
fruto. El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo,
la guardará para la vida eterna. Si alguien me sirve que me siga, y donde yo
estoy allí estará también mi servidor; si alguien me sirve, el Padre le honrará".
Grano de trigo que muere, fecundidad tras el morir, ser el siervo de Yahvé que
lleva sobre sí los pecados y la muerte, fecundidad unida al sacrificio.
¿Y cual
era el estado de ánimo de Jesús? Él mismo lo dice: "Ahora mi alma está
turbada". Sentimiento de dolor, de angustia, de preocupación, de
conciencia de lo que va suceder. Hay lucha en su interior. Pero se crece ante
esta turbación de su alma; "y ¿qué diré?: ¿Padre, líbrame de esta
hora?", No quiere que la liberación del dolor, quiere la liberación del pecado.
Sabe que éste es el momento crucial de la entrega y el sentido de su vocación.
Sabe que es el mediador único, el sacerdote de la nueva alianza, y añade:
"sí; para eso vine a esta hora. ¡Padre, glorifica tu nombre!". Es un
grito que sale del alma, es una oración externa de lo que bulle intensamente en
su interior. Quiere la gloria del Padre por encima de todo. Y entonces el Padre
responde, y "vino una voz del cielo: Lo he glorificado y de nuevo lo
glorificaré"(Jn). La gloria con que había de glorificar al Hijo es su
unión total; la gloria que vendrá será la nueva vida resucitada.
"La
multitud que estaba presente, decía: Ha sido un trueno. Otros decían: Un ángel
le ha hablado. Jesús respondió: Esta voz no ha venido por mí, sino por
vosotros. Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo va
a ser arrojado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos
hacia mí. Decía esto señalando de qué muerte iba a morir"(Jn). La cruz se
anuncia cada vez más clara en sus palabras: el pecado y el diablo van a ser
vencidos del único modo que ellos no pueden deformar: con la humildad y el
amor. "La multitud le replicó: Nosotros hemos oído en la Ley que el Cristo
permanece para siempre; entonces, ¿cómo dices tú: Es necesario que sea levantado
el Hijo del Hombre? ¿Quién es este Hijo del Hombre?" Muerte y vida parecen
inconciliables. El Cristo vive para siempre, pero quiere pasar por la muerte;
éste va a ser el hecho central de aquellos momentos. Aceptar esto va ser el
centro de la fe; el eje para acceder a la inteligencia de Dios mismo y de su
enviado Jesucristo. "Jesús les dijo: Todavía por un poco de tiempo está la
luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz, para que las tinieblas no
os sorprendan; pues el que camina en tinieblas no sabe a dónde va. Mientras
tenéis la luz, creed en la luz para que seáis hijos de la luz. Jesús les dijo
estas cosas, se marchó y se ocultó de ellos"(Jn). Las tinieblas lo
llenarán todo dentro de poco. No deben confiar sólo en sus propias luces, deben
crecer en la fe, entrar en la sabiduría de Dios, en la sabiduría de la cruz. La
falta de visión sobrenatural llevará a no entender nada y huir de aquel amor
total.
Acaba el
día y Jesús desanda el camino de Jerusalén a Betania. El silencio llena los
corazones. Alegría por los hosannas, pero sorpresa por la vuelta silenciosa.
Jesús calla. Durante aquella noche seguirá hablándoles del sentido de todo lo
que está pasando, para que entiendan. Pero entender no era fácil. Va a ocurrir
aquellos días el misterio más grande de la historia, el misterio de un amor de
verdad.
Reproducido
con permiso del Autor, Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones
internacionales universitarias - pedidos a eunsa@cin.es
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