OTRA VEZ LA CUARESMA.
¿Y qué significa eso? Hace casi 50 años el Beato Manuel Lozano se puso a comparar: Aquellas cuaresmas de “antaño”, y las de ese año en que él escribía (1966). Efectivamente es verdad aquello de que “hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad”. Ahora los viajes no se hacen en borriquillo trotón; el mundo se nos ha quedado como una aldea; la sociedad del bienestar nos ha llevado “hasta” vivir por encima de nuestras posibilidades; y además, por eso (¡o por más cosas!), viene una crisis de caballo que zarandea a todos los pueblos que dicen llamarse del primer mundo.
Hemos aprendido a no carecer de nada: “melón, tajada en mano”. ¿Es eso un valor? Llevar ese principio a la educación ¿es camino para lograrla? ¿La Iglesia se ha quedado antigua con eso de los ciclos de la liturgia?
Podemos leer esta reflexión de Lolo, mirando a los años primeros del siglo XX; o mirando a los años (unos 40 más adelante) en que él escribe esta página. O más bien: podemos descubrir el fondo de lo que él quiere expresar en sus renglones. Eso sería mejor. Él contrapone un tiempo y otro; pero sobre todo contrapone un estilo de pensar, de enfocar…
Pero entender qué es “sacrificio” e identificarlo con el “amor” como hace Lolo, es hoy también de actualidad. Es que la Iglesia por siempre “sigue siendo” Madre y Maestra, también en estos tiempos, con estos hombres y mujeres, con un espíritu siempre “nuevo”.
TRÍPTICO DE LAS DOS CUARESMAS
Manuel Lozano Garrido
Distribuido por "Prensa Asociada". Madrid, 26 febrero 1966
LOS TIEMPOS
I. Cuaresma, la de antes. Ésa sí que era. La gente se soltaba el pelo en el Carnaval, pero llegaba el miércoles de Ceniza y no había una cara que no fuese de velatorio. A mí, eso de la ceniza, siempre me ha gustado. Tiene su solemnidad, su tradición y su escalofrío. Me echaba el velo para atrás, para que así, quedase un mechón al aire, donde hacía porque me la pusieran. Al salir, apenas si me movía, para que me llegase entero a casa el redondel. Luego, eso del "polvo eres", que no digamos, lo típico que es.
Mi madre, en tocando a las comidas, era muy tradicional. Ante todo la Bula, porque si no, era una lata tener que cocinar tanto tiempo sin carne. Se daba maña para darle variedad a los días: el bacalao a la vizcaína, el potaje con espinacas y panecillos de huevo, las empanadillas de atún, los hornazos, el arroz con leche y, después, a la noche, chocolate benedictino hecho, con mojicones.
Además, la de penitencias que se hacían. Nosotras, al cine, ni pensarlo. Y si las monjitas, con eso de los cilicios, cuando acababa la Semana Santa, la cara como la cera. Con decir que a nosotras, el lunes de Resurrección, tenía que empezar mi madre a reponernos con tazas de caldo a media mañana...
II. La carretera está un poco bacheada, pero total son cincuenta y cinco Kilómetros, y uno llega en un periquete. A lo sumo, tres cuartos. La vida mía, el muestrario encima de la "baca" y siempre tirado en la carretera. Me parece que ya empiezo a divisar el sitio a donde voy. Sí, es aquella mancha en la ladera del cerro y, lo que destaca, es el edificio de la Catedral. Pues ahora que caigo: ¡si es viernes, y los viernes dan allí a besar el Santo Rostro!
Tiene gracia la comparación que se me ocurre; la vida, una carretera; y Dios, aguardándonos a cada uno al final de su trayecto. Como estamos a febrero y viene la Semana Santa, en este caso, un Dios dolorido, y yo caminando en esa antesala de la Pasión que es una Cuaresma. Diez, veinte, cuarenta días, y Él, delante de mí, en ese darse acataratas que son sus manos y sus pies, abiertos a martillazos. Y esa entrega por mí, por mis chavales, por mi vecino y hasta por el peón caminero. Y uno ¿qué? ¿Únicamente a beber cerveza en las gasolineras, a mirar con fuego a las mujeres, a comer callos a la marinera? Por supuesto que no. Hay que ir jalonando las rutas con toda generosidad, en ancha correspondencia con el gesto y la actitud de Dios. Uno no se va a colocar piel de camello a estas alturas, ni comer hierbas secas, pero pienso que ha de ser hermoso también saber dosificar las cosas de la era confortable y despegarse, un poco cada día, aupando el corazón, para hacerse del rostro de Dios, que nos mira dulcemente desde una vereda zigzageada por los satélites.
LOS HOMBRES
I. Dicen que el Papa le va a meter mano a eso de los ayunos. ¡Digo que si está bien! Aunque yo saco Bula de quince duros y así, como carne; y, como son dos, treinta. En todo caso, si no puede ser, yo -lo que haría- es poner otra para lo del ayuno y así uno puede comerse sin remordimiento los platos de cigalas en los Consejos, que a uno, al fin y al cabo, le da cosilla que lo vean por los ventanales, los que están trabajando, tirando las patas y quedándose con la pulpa, porque, a ver qué hace uno, si se apura la hora y quedan las fuentes enteras. Hay que acabar con muchos prejuicios yponerse también al día en esta cuestión.
II. Por iniciativa del Papa, en la "tele" están pidiendo para el hambre de la India. La primera noche, incluso, dieron un documental bastante impresionante. Las cosas hay que vivirlas para sentirlas. A mí, esto del hambre me produce escalofrío, porque me recuerda aquellos años de después de la guerra, con el pan de maíz, cuando lo había. No se me olvidará nunca la cara de un niño ante el escaparate de una confitería, con la nariz y los labios aplastados contra el cristal y los ojos tan grandes como dos naranjas mandarinas. Mientras haya gentes que no hacen tres comidas, debiera ser punible darse un punto en el cinturón al levantarse de la mesa. Con el pan de cada día, tendríamos que pedirle a Dios el hambre nuestra de cada día, la de los demás en nosotros, porque la necesidad y el desprendimiento hace ‘más nuestros’ los demás hombres y ‘más yo’ el dolor de los otros.
EL ESPÍRITU
I. Vivir para ver. La mujer de Paco, que casi se le muere los otros días. Tres, cuatro y hasta cinco gramos de urea. Y de pronto, él -que arregla un helicóptero de la base de Morón-, se alarga a Madrid y le ponen de inmediato, el riñón artificial. Ya, en casa, como si nada. Cada día, un descubrimiento, un hallazgo, un triunfo. Antes, la "polio" y al tuberculosis; ahora, la hemofilia. La muerte, un enemigo, que se pone felizmente a raya.
II. Hay que ver lo de Pedro: un tío como un castillo, se baja de una escalera, pisa un conmutador y se queda en el sitio. Ni pudimos. No somos nadie. Malo o bueno, un hombre que se la juega ni dándole tiempo a pestañear.
Dicen que a cada diez españoles nos corresponden tres aparatos de televisión. Se lo explica uno, con eso de las facilidades. En la fábrica, ahora, van a traer quinientos ‘utilitarios’, a pagar a menos de mil al mes. Hay ya muchos apuntados, porque nos pilla retirada.
Así, toca la sirena y, en un dos por tres se encuentra uno picando ya. Los domingos, de este modo echa uno la silla de tijera en el coche y se pasa la tarde en el campo. A la vuelta el cubalibre en el butacón, viendo a la par el "telefilm" de turno.
Es hermoso que después de tantas fatigas, empiece a subir al fin el nivel de vida de los hombres, Pienso que, a su vez, no deja de ser esta la hora en que debe remontarse también el corazón; no va a ser él sólo de piedra, que digamos. Y al espíritu del hombre, la verdad es que sólo revolotea con ansias de desprendimiento. Uno es nave de altura y no va a andar echando ancla por todas las cosas de la tierra. Soltar lastre es una actitud que el cristiano debe hacer por vivir de un modo permanente, sin rodeos; esto, en resumen, viene a llamarse sacrificio.
Y bien ¿qué es y qué viene a decir sacrificio? El sacrificio son dos alas para la figura de un cristiano; una donación cotidiana y alegre, gozosa y dolorida a la par, como escuece y embriaga también el pedazo de pan que se quita uno de la boca para a los suyos. Sacrificio es notar una fatiga invisible en el padre y acercarse cariñosamente al atardecer para decirle: "Ya está bien que trabajes. Ahora me toca a mí". Sacrificio es sentir la enorme carga del mundo a cuestas de Dios y arrimarle el hombro con generosidad: "Dame una parte, Señor -le decimos-, que ya son veinte siglos y es para hundir a cualquiera el peso de casi tres mil millones de criaturas que somos ahora”. En cierto modo no está mal nuestra suspicacia ante la palabra "sacrificio" pero en realidad, lo que hay que poner en el sitio que ocupa en los diccionarios es esa otra caliente, dulce y luminosa que se llama AMOR.
Rafael Higueras Alamo
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