Me acuerdo de mis cumpleaños cuando era niño. Era una de las pocas ocasiones en que se compraba Coca-cola. La Coca-cola sólo se bebía cuando acompañabas a tus padres a un bar. El resto del tiempo agua clara.
Otro elemento clásico de los cumpleaños eran unos platos con patatas fritas y otros con sándwiches. El pan de molde sólo se usaba en mi casa para los cumpleaños. Dentro estaba el inevitable jamón de York. En aquellos tiempos, las madres no tenían que romperse mucho la cabeza pensando qué harían para un cumpleaños.
Cuando nos reuníamos con los amigos, no había nada electrónico. Ni siquiera el reloj. Me acuerdo cuando aparecieron por primera vez los relojes digitales, impresionante. Era una señal clara de que habíamos llegado al futuro.
En aquella época se nos inculcaba documental tras documental, entrevista tras entrevista, que en el futuro la Ciencia lo arreglaría todo. El titular más repetido era: en el año 2000 viviremos cien años.
Cuantos becerros de oro, cuantos profetas falsos, cuanto desprecio del pasado vendiéndonos un futuro idílico. Y después estaba el rock y los insoportables Beatles.
PADRE FORTEA
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