Son varios los términos que
empleamos en nuestra rica lengua…, para denominar el lugar donde habitualmente
residimos o vivimos, porque hay un matiz diferencial entre residir y vivir. Residir
es estar fríamente establecido en un lugar, pueden residir las personas físicas
y también las jurídicas, así en tal casa reside el domicilio fiscal de tal
empresa. Vivir es lo propio de un ser humano que puede vivir en una casa o
tener su hogar en otra, porque el término hogar implica más intimidad
más calor humano, al calor del hogar, es donde reside la familia. Pero no todo
el mundo tiene la dicha de vivir amparado por una familia, y ser miembro de
esta. Son muy grandes los valores que se viven en una autentica familia, y que
forman a la persona que pertenece a esa familia que siempre vive en un hogar.
La autentica
familia es de amparo divino, porque se fundamenta en las gracias de un
sacramento. Ahora nos tratan de convencer que son familia, esas creaciones de
inspiraciones demoniacas, que nos quieren sacramentalizar determinados
políticos, invocando el poder de unas leyes apoyadas en una constitución, obra
humana, que nunca puede estar ni estará por encima del derecho divino. Pero no
es este tema, el que yo quería tratar aquí, sino otro diferente que tiene su
base precisamente en el lugar humano donde vivimos habitualmente, es decir en
nuestro hogar.
Nuestro
hogar, es el centro de nuestra atención, salimos de casa de nuestros padres,
nos casamos y buscamos una casa donde iniciar la vida de nuestra futura
familia, pues aún no han llegado los hijos. Si las condiciones económicas lo
permiten, pronto cambiamos a una casa mejor donde establecer el hogar, pero
siempre ella y él recuerdan con cariño aquella pequeña casa donde si inició su
familia, puede ser que aún haya uno o dos cambios más de casa, porque
económicamente las cosa marchan bien. Incluso hay familias, que por las razones
que sean llevan viviendo toda la vida en la misma casa y nunca han cambiado.
También los hay que llevan viviendo cuarenta años o más en la misma casa,
porque siempre se han encontrado a gusto en ella, aunque hayan tenido ocasión
de cambiar o no. La verdad es que pasan los años y una o uno van tomándole más
cariño a su hogar, con los años cada día se encuentran más a gusto en él.
Por razones
del negocio o del trabajo, uno tiene que salir fuera de la ciudad y alojarse en
un hotel, pero a nadie se le ocurre pensar que la habitación del hotel es su
hogar. Incluso puede ser, que la situación económica lo permita y se tenga una
segunda casa para los veraneos, pero aun teniendo esta casa en propiedad y
habitándola con frecuencia, nadie la toma como su hogar. Su hogar es otra cosa,
muchas veces es o sigue siendo el fruto de un esfuerzo, porque la interminable
hipoteca aún no ha acabado. Hemos decorado la casa a nuestro gusto, que sus
disgustos nos costó con la dichosa suegra que en todo se metía. Conservamos un
sin fin de recuerdos, de hechos acaecidos, de lo que fueron mudos testigos las
habitaciones y las paredes de la casa. Hechos agradables y desagradables, pues
la vida humana esta tejida de hechos, pero Dios en su inmensa e ilimitada
sabiduría ha dispuesto que el tiempo lo lave todo, tenemos una capacidad muy
grande para olvidar lo malo, y recordar solo lo bueno y el que carezca de esta
cualidad es que es un rencoroso o una rencorosa. Con el tiempo, hasta se le
coge cariño a la suegra.
Al final,
aun sabiendo, que solo nos restan unos pocos años, o quizás solo meses o
semanas para seguir en nuestro hogar, porque solo Dios sabe cuando piensa
llamarnos, ¿Por qué estamos tan apegados a nuestra casa y a todo lo que nos
rodea? ¿Por qué hemos vivido y seguimos viviendo como si nuestra casa fuese el
hogar de nuestra eternidad? ¿Es que no rezamos el credo, y si lo rezamos es que
no nos enteramos de su contenido? ¿Es que nadie nos ha dicho que lo que nos
espera es incomparablemente mejor que lo que aquí tenemos? Entonces, ¿porque
ese temor a la muerte, y ese apego a lo que ahora tenemos? Pero ¡por Dios!, ¿es
que nadie nos ha dicho, que Dios, que es el Ser que todo lo puede, y que nos
ama tremendamente? ¿Tampoco nadie nos ha dicho que Él nos espera con los brazos
abiertos para hacernos eternamente felices, con una felicidad, para la que
hemos sido por Él creados, pero que nunca hemos conocido?
¡Ah!, ya se
lo que pasa, es que decimos de boquilla que nos lo creemos, pero la realidad es
que no acabamos de creérnoslo. Además, si todo el mundo estuviese de acuerdo en
decir que si, que es verdad todo esto, pero es el caso de que hay muchos que lo
niegan y te dicen, ¡que nadie ha vuelto a contárnoslo! Pues sí, es verdad,
nadie ha vuelto a contárnoslo. Pero es el caso de que hay dos formas de ver las
cosas, una es mirándolas con los ojos materiales de la cara, con los cuales
muchas veces miramos, pero no vemos y ello es debido a que los ojos del alma
están cerrados, porque los tiene ahogados el dominio de nuestro cuerpo sobre
nuestra alma.
El Señor
explicando porqué, hablaba con palabras nos dejó dicho: “Por eso les hablo
por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden.
Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: "Por más que
oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán, Porque el corazón de este
pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para
que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se
conviertan, y yo no los cure". Felices, en cambio, los ojos de ustedes,
porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y
justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen,
y no lo oyeron”. (Mt 13,13-17).
El problema
es un problema de fe, y modestamente yo puedo asegurar y aseguro por propia
experiencia, que en la medida en que vamos desarrollando más nuestra vida
espiritual, se nos irán cayendo más la legañas de los ojos de nuestra alma y
nuestra fe irá cada día rozando más y más la evidencia, al tiempo que el amor a
nuestro Señor nos irá inundando de dones y gracias, nuestras vidas.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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