La gran
promesa del Sagrado Corazón de Jesús es muy consoladora: la gracia de la
perseverancia final y el gozo de encontrar en su Sacratísimo Corazón un refugio
seguro de misericordia en nuestra última hora.
“La oración
de la Iglesia venera y honra al [Sagrado] Corazón de Jesús, como invoca su
Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los
hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados”. [1]
La devoción
al Sagrado Corazón de Jesús es muy antigua en la Iglesia; sin embargo, fue
Santa Margarita María de Alacoque quien la popularizó. Jesús se le apareció
durante la octava de la fiesta de Corpus Christi y le dijo:
“Mira este
corazón mío, que a pesar de consumirse en amor abrasador por los hombres, no
recibe de los cristianos otra cosa que sacrilegio, desprecio, indiferencia e
ingratitud, aún en el mismo sacramento de mi amor. Pero lo que traspasa mi
Corazón más desgarradoramente es que estos insultos los recibo de personas
consagradas especialmente a mi servicio”. [2]
Nuestro Señor
hizo grandes promesas a aquellos que le demuestran su amor y hacen expiación
por los pecados propios y ajenos: “Yo prometo en la excesiva misericordia de mi
Corazón, que mi amor todopoderoso concederá a todos los que comulguen los nueve
primeros viernes consecutivos la gracia de la perseverancia final: no morirán
en mi desgracia ni sin recibir los Sacramentos, haciéndose mi Corazón su asilo
seguro en aquella última hora”. [3]
La gran
promesa del Sagrado Corazón de Jesús es muy consoladora: la gracia de la
perseverancia final y el gozo de encontrar en su Sacratísimo Corazón un refugio
seguro de misericordia en nuestra última hora.
Para ganar esta gracia debemos:
• Recibir
sin interrupción la Sagrada Comunión durante nueve primeros viernes
consecutivos.
• Tener la
intención de honrar al Sagrado Corazón de Jesús y de alcanzar la perseverancia
final.
• Ofrecer
cada Sagrada Comunión como un acto de expiación por las ofensas cometidas
contra el Santísimo Sacramento.
Oración
Oh Dios, que
en el corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, has depositado infinitos
tesoros de caridad; te pedimos que, al rendirle el homenaje de nuestro amor, le
ofrezcamos una cumplida reparación. Por Jesucristo nuestro Señor. R/. Amén.
LECTURA BÍBLICA Juan 19:31-37
Los judíos,
como era el día de la Parasceve, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el
día de sábado, por ser día grande aquel sábado, rogaron a Pilato que les
rompiesen las piernas y los quitasen. Vinieron, pues, los soldados y rompieron
las piernas al primero y al otro que estaba crucificado con Él; pero llegando a
Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de
los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y
agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; él sabe que
dice verdad para que vosotros creáis; porque esto sucedió para que se cumpliese
la Escritura: “No romperéis ni uno de sus huesos”. Y otra Escritura dice
también: “Mirarán al que traspasaron”.
CONSIDERACIONES [ 4]
1. El amor
se nos revela en la Encarnación, en ese andar redentor de Jesucristo por
nuestra tierra, hasta el sacrificio supremo de la Cruz. Y, en la Cruz, se
manifiesta con un nuevo signo: uno de los soldados abrió a Jesús el costado con
una lanza, y al instante salió sangre y agua. Agua y sangre de Jesús que nos
hablan de una entrega realizada hasta el último extremo, hasta el consummatum
est, el todo está consumado, por amor.
La plenitud
de Dios se nos revela y se nos da en Cristo, en el amor de Cristo, en el
Corazón de Cristo. Porque es el Corazón de Aquel en quien habita toda la
plenitud de la divinidad corporalmente. Por eso, si se pierde de vista este
gran designio de Dios - la corriente de amor instaurada en el mundo por la
Encarnación, por la Redención y por la Pentecostés -, no se comprenderán las
delicadezas del Corazón del Señor.
2. Tengamos
presente toda la riqueza que se encierra en estas palabras: Sagrado Corazón de
Jesús. Cuando hablamos de corazón humano no nos referimos sólo a los sentimientos,
aludimos a toda la persona que quiere, que ama y trata a los demás. Y, en el
modo de expresarse los hombres, que han recogido las Sagradas Escrituras para
que podamos entender así las cosas divinas, el corazón es considerado como el
resumen y la fuente, la expresión y el fondo último de los pensamientos, de las
palabras, de las acciones. Un hombre vale lo que vale su corazón, podemos decir
con lenguaje nuestro.
Por eso al
tratar ahora del Corazón de Jesús, ponemos de manifiesto la certidumbre del amor
de Dios y la verdad de su entrega a nosotros. Al recomendar la devoción a ese
Sagrado Corazón, estamos recomendando que debemos dirigirnos íntegramente - con
todo lo que somos: nuestra alma, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos,
nuestras palabras y nuestras acciones, nuestros trabajos y nuestras alegrías -
a Jesús.
En ésto se
concreta la verdadera devoción al Corazón de Jesús: en conocer a Dios y
conocernos a nosotros mismos, y en mirar a Jesús y acudir a El, que nos anima,
nos enseña, nos guía. No cabe en esta devoción más superficialidad que la del
hombre que, no siendo íntegramente humano, no acierta a percibir la realidad de
Dios encarnado.
3. Jesús en
la Cruz, con el corazón traspasado de Amor por los hombres, es una respuesta
elocuente - sobran las palabras - a la pregunta por el valor de las cosas y de
las personas. Valen tanto los hombres, su vida y su felicidad, que el mismo
Hijo de Dios se entrega para redimirlos, para limpiarlos, para elevarlos.
¿Quién no amará su Corazón tan herido?, preguntaba ante eso un alma
contemplativa. Y seguía preguntando: ¿quién no devolverá amor por amor? ¿Quién
no abrazará un Corazón tan puro? Nosotros, que somos de carne, pagaremos amor
por amor, abrazaremos a nuestro herido, al que los impíos atravesaron manos y
pies, el costado y el Corazón. Pidamos que se digne ligar nuestro corazón con
el vínculo de su amor y herirlo con una lanza, porque es aún duro e
impenitente. Pero fijaos en que Dios no nos declara: en lugar del corazón, os
daré una voluntad de puro espíritu. No: nos da un corazón, y un corazón de
carne, como el de Cristo. Yo no cuento con un corazón para amar a Dios, y con
otro para amar a las personas de la tierra. Con el mismo corazón con el que he
querido a mis padres y quiero a mis amigos, con ese mismo corazón amo yo a
Cristo, y al Padre, y al Espíritu Santo y a Santa María. No me cansaré de
repetirlo: tenemos que ser muy humanos; porque, de otro modo, tampoco podremos
ser divinos.
Si no
aprendemos de Jesús, no amaremos nunca. Si pensásemos, como algunos, que
conservar un corazón limpio, digno de Dios, significa no mezclarlo, no
contaminarlo con afectos humanos, entonces el resultado lógico sería hacernos
insensibles ante el dolor de los demás. Seríamos capaces sólo de una caridad
oficial, seca y sin alma, no de la verdadera caridad de Jesucristo, que es
cariño, calor humano. Con esto no doy pie a falsas teorías, que son tristes
excusas para desviar los corazones - apartándolos de Dios -, y llevarlos a
malas ocasiones y a la perdición.
4. Pero he
de proponeros además otra consideración: que hemos de luchar sin desmayo por
obrar el bien, precisamente porque sabemos que es difícil que los hombres nos
decidamos seriamente a ejercitar la justicia, y es mucho lo que falta para que
la convivencia terrena esté inspirada por el amor, y no por el odio o la
indiferencia. No se nos oculta tampoco que, aunque consigamos llegar a una
razonable distribución de los bienes y a una armoniosa organización de la
sociedad, no desaparecerá el dolor de la enfermedad, el de la incomprensión o
el de la soledad, el de la muerte de las personas que amamos, el de la
experiencia de la propia limitación.
Ante esas
pesadumbres, el cristiano sólo tiene una respuesta auténtica, una respuesta que
es definitiva: Cristo en la Cruz, Dios que sufre y que muere, Dios que nos
entrega su Corazón, que una lanza abrió por amor a todos. Nuestro Señor abomina
de las injusticias, y condena al que las comete. Pero, como respeta la libertad
de cada individuo, permite que las haya. Dios Nuestro Señor no causa el dolor
de las criaturas, pero lo tolera porque - después del pecado original - forma
parte de la condición humana. Sin embargo, su Corazón lleno de Amor por los
hombres le hizo cargar sobre sí, con la Cruz, todas esas torturas: nuestro
sufrimiento, nuestra tristeza, nuestra angustia, nuestra hambre y sed de
justicia.
El dolor
entra en los planes de Dios. Esa es la realidad, aunque nos cueste entenderla.
También, como Hombre, le costó a Jesucristo soportarla: Padre, si quieres,
aleja de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. En esta
tensión de suplicio y de aceptación de la voluntad del Padre, Jesús va a la
muerte serenamente, perdonando a los que le crucifican.
Precisamente,
esa admisión sobrenatural del dolor supone, al mismo tiempo, la mayor
conquista. Jesús, muriendo en la Cruz, ha vencido la muerte; Dios saca, de la
muerte, vida. La actitud de un hijo de Dios no es la de quien se resigna a su
trágica desventura, es la satisfacción de quien pregusta ya la victoria. En
nombre de ese amor victorioso de Cristo, los cristianos debemos lanzarnos por
todos los caminos de la tierra, para ser sembradores de paz y de alegría con
nuestra palabra y con nuestras obras. Hemos de luchar - lucha de paz - contra
el mal, contra la injusticia, contra el pecado, para proclamar así que la
actual condición humana no es la definitiva; que el amor de Dios, manifestado
en el Corazón de Cristo, alcanzará el glorioso triunfo espiritual de los
hombres.
[1] Cf. CEC, 2669.
[2] Cf.
Santa Margarita María de Alacoque, Autobiografía.
[3] Ibidem.
[4]
Extractos de la homilía "El Corazón de Cristo, Paz de los Cristianos"
en Es Cristo que Pasa, San Josemaría Escrivá de Balaguer.
PROMESAS DEL SAGRADO CORAZÓN
Las Promesas de Nuestro Señor a Santa Margarita María Alacoque en favor de aquellos que son devotos a su Sagrado Corazón.
Las Promesas de Nuestro Señor a Santa Margarita María Alacoque en favor de
aquellos que son devotos a su Sagrado Corazón:
1. Otorgaré las
gracias necesarias en vida.
2. Llevaré
paz a sus hogares.
3. Los
consolaré en sus aflicciones.
4. Seré su
seguro refugio en vida, y sobre todo, en la muerte.
5. Bendeciré
todas las acciones emprendidas.
6. Los
pecadores encontrarán en mi Corazón un oceáno infinito de misericordia.
7. Las almas
tibias se tornarán fervientes.
8. Las almas
fervientes se elevarán a la perfección.
9. Bendeciré
los lugares donde se honre Mi Sagrado Corazón.
10. A los
sacerdotes les daré la gracia de tocar los corazones endurecidos.
11. Aquellos
que propaguen mi devoción tendrán su nombre escrito en mi corazón y no serán
borrados.
12. Prometo
por medio de mi gran misericordia y mi grandioso amor, que aquellos que
comulguen los nueve primeros viernes de mes recibirán la gracia de la
penitencia final; no morirán en desgracia ni sin recibir los Sacramentos; mi
Divino Corazón será su refugio seguro en este último momento.
Siendo las
mismas, en otros lugares sueles explicarse así:
LAS 12 PROMESAS DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
1ª.- A las
almas consagradas a mi Corazón les daré las gracias necesarias para su estado.
2ª.- Daré
paz a sus familias.
3ª.- Las
consolaré en todas sus aflicciones.
4ª.- Seré su
amparo y refugio seguro durante la vida, principalmente en la hora de la
muerte.
5ª.-
Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas.
6ª.- Los
pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la
misericordia.
7ª.- Las almas
tibias se harán fervorosas.
8ª.- Las
almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección.
9ª.-
Bendeciré las casas en las que la imagen de mi Corazón se exponga y sea
honrada.
10ª.- Daré a
los sacerdotes la gracia de mover los corazones empedernidos.
11ª.- Las
personas que propaguen esta devoción tendrán escrito su nombre en mi Corazón y
jamás será borrado de él.
12ª.- A
todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes continuos, el amor
omnipotente de mi Corazón les concederá la gracia de la perseverancia final… a
los que me tributen gloria, amor y reparación, prometo un especial auxilio
durante su vida pero principalmente a la hora de su muerte.
Ninguna
revelación privada de Nuestro Señor Jesucristo ha sido más expresa, reiterada y
solemnemente aprobada por la Santa Sede que la de Paray-le-Monial.
Sí. Dios
tiene Corazón. Su nombre es Jesús. Nos ama. Y Santa Margarita María, su
confidente y mensajera, viene también a recordárnoslo ahora a nuestra Patria,
con su Visita, para mostrarnos su amor y renovar en nosotros su culto y
espiritualidad, confirmándonos una vez más que Dios es infinito amor y nos ama
hasta el extremo.
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