sábado, 3 de diciembre de 2011

FUEGO DEL INFIERNO Y GOCES DEL CIELO



La tendencia humana, es la de mirar siempre todo desde el ángulo natural humano y material…, y no desde el ángulo sobrenatural y espiritual.

Nuestro Señor a su paso por este mundo, tenía siempre una visión de los hechos y circunstancias que le rodeaban, de carácter sobrenatural y espiritual siempre con referencia más al alma que al cuerpo, por ello muchas veces no se entendían sus palabras. Pongo por ejemplo la parábola de la Samaritana, de la que luego hablaremos. Se puede leer en el evangelio de San Juan: Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de este agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna. Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí para sacarla. (Jn 4,13-15). Está claro que el Señor se refería a la fuente de amor que el mismo genera, único generador de amor y la Samaritana se refería al agua material, tan necesaria para nuestra existencia y que diariamente ella debía de acarrear a su casa desde el pozo.

Son varias las veces en las que en los cuatro evangelios se menciona la palabra fuego, en total 38 veces, y de ellas la mayoría van dirigidas al fuego eterno, es decir al fuego en el infierno. Hasta fechas muy recientes en las que poco a poco, la fuerza de lo espiritual de nuestras almas, se ha ido imponiendo un poco, a la material de nuestros cuerpos, a través de los siglos, pocos eran los que hacían una distinción entre el fuego material y el espiritual. Casi todo el mundo entendía que en el infierno, las almas se abrasaban o quemaban en un fuego material, y el tormento era y es eterno, puesto que este fuego quemaba pero no consumía ni consume, y así se deduce de toda la iconografía que conocemos y de los escritos, y textos sobre esta cuestión. Así tenemos un conocido relato del infierno, hecho por el Dante Alighieri, en la Divina Comedia, compuesto sobre 1.307, pues se desconoce la fecha exacta.

Evidentemente existe fuego en el infierno, y así claramente nos lo indica el Señor en los evangelios, pero se trata de un fuego de carácter espiritual no material, lo cual no es mejor, sino mucho más terrible de los que nos podemos imaginar, pensando en las quemaduras del fuego material. Y esto es así sencillamente, porque la materia es un orden inferior, al del espíritu. La materia, lo material es siempre caduca, perece, lo espiritual es siempre eterno. Esto es importante tenerlo en cuenta, porque cuando abandonemos este mundo cualquiera que pueda ser nuestro destino, cielo, purgatorio o infierno, hemos entrado en el reino de la eternidad y el dogal del tiempo que ahora tenemos, desaparecerá y allí, para bien o para mal, según nuestra personal elección, serán y son las leyes de la eternidad, las que rigen y no las de la materia que aquí tenemos.

Dios espíritu puro y culmen de todo lo creado, sea esto visible ó invisible, y precisamente ha sido Dios el creador de la materia. La materia es un orden inferior al espíritu, que terminará desapareciendo, aunque probablemente falten todavía muchos millones de años, pues Dios que es el que todo lo dispone, vive en la eternidad, y el tiempo es también una creación suya, es como una especie de dogal, creado para nosotros, para que no nos apeguemos a este mundo y tomemos conciencia, de que aquí solo somos peregrinos de paso, hacia aquello para lo que hemos sido creados, para ser eternamente felices en la glorificación de nuestro Padre celestial.

San Agustín, en sus escritos, se puede leer: Así como ningún goce temporal puede darnos idea de la felicidad de la vida eterna, reservada a los santos, tampoco tormento alguno de este mundo puede compararse con los suplicios eternos.

Y al ser el orden del espíritu superior al de la materia, tanto los goces como los sufrimientos son muy superiores en intensidad y en su eternidad y repito, que para bien o para mal nos esperan, un lugar donde rigen lo que podríamos llamar las leyes de la eternidad, propias del orden espiritual. Tanto los goces del cielo en la continua glorificación de Dios, como el dolor que se sufra por el fuego del infierno, no son comparables a las actuales nociones que tenemos propias del orden material. Fue por ello que San Pablo cuando después de su visión o ascensión al cielo: “…en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre, en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe, fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar. (2Co 12,2). Y en otro pasaje, quizás como consecuencia de esa visión o ascensión que tuvo, nos dice: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman. (1Co 2,9).

A sensu contrario, el fuego del infierno no es material sino espiritual, y por las razones antes aludidas es mucho peor que el fuego material. Parece ser que la esencia de este fuego espiritual, que atormenta tanto a los ángeles caídos, como a las personas que en el último momento de su vida terrenal no quisieron aceptar el amor que Dios les vino ofreciendo a todo lo largo sus vidas en este mundo, consiste en la pérdida de la visión de Dios. Unido a la pérdida de su capacidad de amor, lo que les lleva a los condenados a un estado de puro odio. Nosotros ahora nadamos en el amor y en la luz de Dios, pero sí en el último momento se rechaza este amor que Dios, nos está continuamente ofreciendo, su amor y su luz, nos serán retiradas y este vacío que se produce en el alma humana, será relleno por la antítesis del amor y la luz que es el odio y las tinieblas.

En otras glosas he aludido ya a la interesante entrevista que por medio de la Virgen, obtuvo el P. Mondrone exorcista de la diócesis de Roma con el demonio, el cual por orden de nuestra Señora tuvo que someterse a varias sesiones de entrevistas con el P. Mondrone. Pues bien, en una de estas entrevistas el demonio manifestó a una pregunta sobre el mal del P. Mondrone, le contestó: Nuestra esencia es el mal, es el rechazo de Él, es odiar todo y a todos”. ¡La única miserable satisfacción que os queda! “¡No es ninguna satisfacción!“. ¡No comprendo, explícate! “Vosotros imagináis que odiar para nosotros, es hacer el mal, destruir las obras de Él, sea una satisfacción, una especie de consuelo, una alegría. También esto nos lo ha negado nuestro enemigo. Nosotros hacemos el mal por el mal. Atravesar el diseño de Él, arrancarle almas, especialmente aquellas que son más queridas para Él, no nos procura ninguna satisfacción, incluso Él nos lo hace pesar como si fuera un castigo; pero ejercitar nuestro odio, nuestra naturaleza maligna es una necesidad, aunque obremos a su despecho, para hacer el mal a sus criaturas”. ¿Pero entre vosotros, espíritus condenados, os conocéis? “¿Por qué no? Nos conocemos, nos odiamos, como os odiamos a vosotros marmotas, como odiamos a Él, vivimos encerrados cada uno en una soledad eterna, pero estamos de acuerdo en trabajar para daño vuestro".

Como se puede concluir, mientras que el cielo es el reino del amor, donde este no existe, el vacío que se produce lo rellena la antítesis del amor que es el odio. El infierno es el reino del odio. Y esto es así, Dios y solo Dios es la fuente del amor, Él ha creado todo lo visible y lo invisible, y por supuesto el amor. Realmente nosotros no amamos, lo que tenemos son deseos de amor que Dios nos satisface. Por ello San Juan escribe:Nosotros amamos porque Dios nos amó primero. (1Jn 4,19). Nosotros no somos fuente generadora de amor, pero necesitamos amar y que nos amen, pues así nos han creado; no podemos vivir sin el amor, lo necesitamos como el agua que bebemos, y nuestra capacidad amatoria se apoya en el amor de Dios como fuente única que lo genera.

Dicho esto, cuando una persona se condena voluntariamente, al negarse a aceptar el amor de Dios, Él le retira definitivamente su amor, y esa persona incapaz ya de tener y dar amor, se le transforma su naturaleza en puro odio a todo y a todos, incluido el mismo. A un demonio o a un réprobo humano que allí se encuentre, le será imposible amar o contemplar la luz, su naturaleza se habrá trasformado, al haberse roto su lazo de unión con el Señor. Su nueva naturaleza será eternamente de odio a todo y a todos, vivirá en el reino del rencor el resentimiento y el odio. Hay quien piensa que si un condenado hace un acto de arrepentimiento, podría salir del infierno: ¡Imposible que esto pueda ocurrir!, porque un acto de arrepentimiento es en sí un acto de amor y el condenado carece de capacidad para generar un acto de amor por simple que este sea. Razón por la cual su condenación es eterna.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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