domingo, 28 de agosto de 2011

SEGUIR EL CAMNO



En el orden humano terrenal, para seguir un camino debidamente y no equivocarse se ha de conocer este perfectamente.

No es distinto lo que pasa en el orden espiritual, donde también hay que conocer bien el camino, para no desviarse de él. El Señor nos dejó dicho unas palabras, recogidas en el evangelio más sublime de los cuatro, el del discípulo amado, cuya exégesis da para mucha meditación, como realmente siempre ocurre, con cualquier versículo de este Evangelio. Hay un versículo que dice: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”. (Jn 14,6). Es decir, siempre el recorrido de todo camino tiene una finalidad, que se obtiene al terminar el recorrido, es decir, cuando se llega. Y en este camino perteneciente al orden espiritual la finalidad, nos dice el Señor que es llegar al Padre, alcanzar a ver el rostro de Dios integrándonos en su gloria, para lo cual hemos sido creados, por Él mismo. Pero el Señor nos advierte, que solo hay una posibilidad para nosotros de llegar al Padre y ella siempre ha de pasar por Él, su Hijo unigénito.

El camino que hemos de seguir, sin perjuicio de que este, sea un camino netamente de carácter espiritual, sin embargo, tiene una connotación, material cual es la limitación en el tiempo. Bien sabemos que el tiempo solo actúa en el mundo material, lo material es caduco, solo lo espiritual es eterno. Mientras que nuestra alma para bien o para mal, según ella escoja aceptando o no el amor que Dios le ofrece, es inmortal, nuestro cuerpo fenece y se descompone y aquellas almas que hayan aceptado el amor de Dios recuperarán su cuerpo, modificado por la gloria divina, es lo que conocemos con el nombre de cuerpo glorioso, cuyas cualidades especificas goza de cuatro características: claridad, impasibilidad, sutileza y agilidad. Será un cuerpo que no puede sufrir o morir; un cuerpo que irradia la claridad y belleza de un alma unida a Dios; un cuerpo al que la materia no podrá interceptar, pudiendo pasar a través de un sólido muro como si no existiese; un cuerpo que no necesita trasladarse por pasos laboriosos, sino que puede cambiar de lugar a lugar con la velocidad del pensamiento; un cuerpo libre de necesidades orgánicas como comer, beber o dormir.

Nuestro cuerpo actual es fruto de una cooperación entre Dios y nuestros padres terrenales, pero el cuerpo que tendremos en el más allá, será un cuerpo glorioso, glorificado enteramente solo será un fruto de las manos de Dios, y no todos los cuerpos se encontrarán igualmente glorificados, pues habrá escalas según se halla amado al Señor, más o menos en este vida. Dice Santa Teresa de Jesús que, en una visión sublime, le mostró Nuestro Señor Jesucristo nada más que una de sus manos glorificadas. Y decía que la luz del sol es fea y apagada comparada con el resplandor de la mano glorificada de Nuestro Señor Jesucristo. Y añade que ese resplandor con ser intensísimo, no molesta, no daña la vista, sino que, al contrario, la llena de gozo y de deleite. Otros han definido a esta luz que los apóstoles vieron en el Tabor, como una luz de la que emana Amor, lo cual nada tiene de extraño, porque tal como reiteradamente nos dice San Juan: Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en él”. (1Jn 4,16).
Hay veces que uno piensa, si también el cuerpo glorioso pertenecerá al orden espiritual y no al material, dado que solo lo espiritual es eterno y lo material caduco, y el cuerpo glorioso es eterno. Por otro lado lo que es material necesita de la misma materia para ubicarse. Un vaso necesita de una mesa para apoyarse, un cuerpo material no puede atravesar paredes, porque la materia no puede atravesar la propia materia, y un cuerpo glorioso sí puede. Un cuerpo glorioso irradia la belleza recibido de Dios por su glorificación, es decir una luz tabórica que pertenece al orden del espíritu, pues la luz divina no es una luz material, La luz material se descompone, la luz tabórica como luz emanada del Espíritu divino es espiritual, no se descompone como la luz material que contemplan los ojos de nuestra cara; aunque Dios permita que los ojos corporales puedan captarla en un determinado momento y por las razones que Él estime oportunas.

El P. Redentorista François Xavier Durrwell, escribe diciendo que: Según nuestra forma de pensar, material y espíritu se contradicen, por eso no podemos imaginarnos lo que será el hombre en su resurrección. Resucitado en el espíritu, será no obstante lo que era en la tierra; una persona corporal que existe en sí mismo y en relación. Pero lo será en plenitud”.

Pero sin apartarnos más del tema, lo nuestro aquí y ahora, es seguir el camino y no errarlo. Y para ello solo hay un medio que es Cristo Jesús. Él es el propio Camino, la Verdad y la Vida. "Nadie va al Padre sino por mí”. (Jn 14,6). Él es el Todo de todo y solo de su mano podemos alcanzar el fin del camino, fuera de Él es imposible. Solos nada podemos porque: Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. (Jn 15, 5). Él es el que nos proporciona las ayudas necesarias (díganse gracias divinas) para el camino. Él es el único mediador con el Padre: Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo”. (Mt 11,27). Pero no olvidemos que hay una segunda mediación, para alcanzar nosotros las gracias divinas. Me estoy refiriendo a María mediadora universal de todas las gracias.

No es este un dogma todavía proclamado por la Iglesia católica, pero somos muchos los que demandamos esta proclamación. Este ha sido el descubrimiento de muchos santos, el comprobar y ver que con María se llega antes. María es el medio más seguro, fácil, corto y perfecto para llegar a Cristo Jesús. El gran consejo que San Bernardo daba a aquellos que dirigía a la perfección era este: Si quieres ofrecer algo a Dios, procura presentarlo por las manos agradabilísimas y dignísimas de María, si no quieres ser rechazado. Y ello es así porque como manifestaba el papa León XIII: Por expresa voluntad de Dios, ningún bien es concedido sino es por María; y como nadie puede llegar al Padre sino por el Hijo, así generalmente nadie puede llegar a Jesús sino por María.

Para San Agustín: Toda la vida sobrenatural consiste para nosotros en convertirnos en Cristos, y es propiamente a la Santísima Virgen, y a ella sola, a quien se ha dado sobre la tierra el poder concebir a Cristo. Es, pues, por María, en María y de María como recibimos todos los bienes espirituales; es ella quien nos introduce, corredentora en la vida de Cristo. En ti, por ti y de ti reconocemos en verdad que todo lo bueno que hemos recibido y hemos de recibir lo recibimos a través de ti.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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