miércoles, 31 de agosto de 2011

REVELACIÓN DEL NOMBRE DE DIOS



La importancia y el valor que tiene y representa, el conocer el nombre de una persona…, no siempre ha sido el mismo a través de los siglos, este ha variado mucho.

En los pueblos de mentalidad semita, donde se encuentra muy arraigada la idea del simbolismo, el nombre representaba mucho, y todavía resta algo de aquella valoración y simbología de la importancia que representaba o significaba conocer el nombre de una persona.

El nombre hacía las veces de la persona, era como su representante. El significado de pronunciar el nombre de alguien, era como hacerlo presente, conocer el nombre de alguien, era como conocer personalmente a la persona que lo llevaba. Ponerle su nombre a alguien, era como hacerlo entrar en su propiedad. Cambiar de nombre a una persona significaba tener sobre ella un dominio absoluto. Los dueños de esclavos, le ponían, quitaban y cambiaban los nombres de sus esclavos a su capricho. Los reyes vencedores, solían imponer un nombre nuevo a los reyes vencidos y así los hacían como criaturas suyas. Así tenemos por ejemplo como reminiscencia de esta costumbre que, en la triste historia de la esclavitud en Norteamérica, podemos ver en la cinematografía, sobre todo en la película Raíces, que a los esclavos que se compraban para las plantaciones de algodón, el nuevo dueño, les cambiaba el nombre. En la antigüedad romana y griega, invocar el nombre sobre alguien, significaba que aquella persona estaba bajo su protección. Se han encontrado inscripciones, con juramentos hechos por los soldados en el nombre de Zeus Altísimo”.

Cuando un hombre es bautizado, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ese hombre es sometido a la protección de Dios, es suyo, pasa a ser una pertenencia de la Santísima Trinidad, es de Dios. Realmente por medio del sacramento del bautismo, el bautizado pasa a ser propiedad de Dios, que lo ama, lo amará, y lo protegerá durante toda su vida en este mundo, aunque se rebele contra Dios pecando contra su Creador. Solo en caso de eterna condenación se romperá este vínculo sobrenatural.

Conocer el nombre de una persona significaba extender o tener sobre esta un sentido posesivo, tenerla a su disposición. Llamar pues, a Dios por su nombre, es participar del poder que emana de Él. Por eso los judíos no se atrevían a pronunciar el nombre de Yahvé y lo hacían reemplazándolo por el de Adonai; solo el sumo sacerdote lo pronunciaba el día de la fiesta del Yom Kippur. Son varias las denominaciones que con más o menos antigüedad se han empleado para designar a Dios: - Abbá.- Adonai.- Adonaí.- Bien infinito.- Don Supremo.- El-Shadday.- Eloah.- Esposo de Israel.- Jehová.- Roca firme.- Sumo Bien.- Sumo Hacedor.- Yahvéh.- Yhwh.

Todo lo anterior nos da la clave para comprender mejor los siguientes pasajes bíblicos: "Moisés pensó: Voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume? Cuando el Señor vio que él se apartaba del camino para mirar, lo llamó desde la zarza, diciendo: ¡Moisés, Moisés! Aquí estoy, respondió el. Entonces Dios le dijo: No te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa. Luego siguió diciendo: Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios. (Ex 3,3-5). Es decir, el Señor le dice quién es, de forma indirecta, pero no le da su nombre y más adelante Moisés indirectamente le inquiere al Señor. Dios es el Dios de los padres. El que había llamado y guiado a los patriarcas en sus peregrinaciones. Es el Dios fiel y compasivo que se acuerda de ellos y de sus promesas; viene para librar a sus descendientes de la esclavitud. Es el Dios que más allá del espacio y del tiempo lo puede y lo quiere, y que pondrá en obra toda su omnipotencia para este designio. "Contestó Moisés a Dios: Si voy a los israelitas y les digo: “El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros"; cuando me pregunten: “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les responderé? Dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Y añadió: Así dirás a los israelitas: “Yo soy" me ha enviado a vosotros”. (Ex. 3,13-14). Es claro que Dios no quiso revelarle su nombre.

A este respecto en el parágrafo 206 del Catecismo de la Iglesia católica, podemos leer:Al revelar su nombre misterioso de YHWH, "Yo soy el que es" o "Yo soy el que soy" o también "Yo soy el que Yo soy", Dios dice quién es y con qué nombre se le debe llamar. Este Nombre Divino es misterioso como Dios es Misterio. Es a la vez un Nombre revelado y como el rechazo de un nombre propio, y por esto mismo expresa mejor a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el "Dios escondido" (Is 45,15), su Nombre es inefable (cf. Jc 13,18), y es el Dios que se acerca a los hombres”. Y en el parágrafo siguiente, en el Catecismo, se dice: Al revelar su nombre, Dios revela, al mismo tiempo, su fidelidad que es de siempre y para siempre, valedera para el pasado ("Yo soy el Dios de tus padres", (Ex 3,6) como para el porvenir "Yo estaré contigo", (Ex 3,12). Dios, que revela su Nombre como "Yo soy", se revela como el Dios que está siempre allí, presente junto a su pueblo para salvarlo.

En la Biblia cuando Dios cambia el nombre de un hombre, es para elevarlo a una dignidad superior y a un papel más importante dentro de la comunidad a la que pertenece. Si Dios, a alguien le ha encomendado una misión concreta, lo primero que ha hecho, ha sido cambiarle su nombre. Cambiar el nombre equivalía y equivale, tal como antes hemos dicho ya, a tomar posesión de una persona, a la vez que le era señalada su misión divina en el mundo. Pedro, se llamaba antes Simón; Abrahám, se llamaba antes Abran; Jacob pasó a llamarse Israel. Pero no solo cambia el nombre, sino que también impone el nombre antes del nacimiento. Tal es el caso, de Juan el Bautista, cuyo nombre le fue previamente notificado a su padre Zacarías y más concretamente tenemos, que en el anuncio del arcángel San Gabriel, a la Virgen María, este indicó el nombre que habría de ser impuesto al Hijo de Dios.

Actualmente cuando una persona decide consagrar su vida a Dios, y entra a formar parte de una orden religiosa, también cambia su nombre, por el nuevo de su profesión religiosa. Y cuando se elige en cónclave un nuevo papa, lo primero que hace el Cardenal Camarlengo, encargado de ello, es preguntar al elegido, si acepta la elección, y si ello es así, inmediatamente se le pregunta, acerca del nombre con el que quiere ser llamado.

Para nosotros, cada miembro del pueblo de Dios recibe una vocación particular, un nombre propio que es una llamada a una amistad única con Dios. Para cada uno de nosotros Dios tiene un nombre particular, un nombre que solo Él conoce, y que nos liga con Él y con la Iglesia. En el Apocalipsis de San Juan, se promete al vencedor: “…, le daré también una piedrecilla blanca, y, grabado en la piedrecilla, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe. (Ap 2,17). La piedra blanca hace pensar, primero en la costumbre que tenían los antiguos al invitar. Un hombre rico invita a una gran fiesta y como entrada manda repartir piedras blancas en las que estaba escrito un nombre determinado, el del invitado.

Y si es importante el nombre en la persona humana, mucho más trascendencia e importancia tiene el nombre de Dios. Para los griegos, como ya hemos dicho, conocer el nombre de un Dios, es tenerlo a su disposición. Nuestro Catecismo de la Iglesia católica en su parágrafo 328 nos dice: A su pueblo Israel, Dios se reveló dándole a conocer su Nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona y el sentido de su vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido y de ser invocado personalmente”.

Y volviendo al nombre de Dios, terminaremos esta glosa con una frase de San Francisco de Sales, que nos dice: Nuestro espíritu es demasiado débil para concebir un pensamiento apto para representar una excelencia tan inmensa que en su simplicísima y única perfección comprende distinta y acabadamente todas las demás perfecciones en modo infinitamente sublime, excelso, e inabordable a nuestra capacidad.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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