sábado, 5 de febrero de 2011

UNA VIRTUD MUY QUERIDA POR DIOS


Dar interesadamente no es ser generoso, es ser calculador.

Generosa es la persona que está siempre dispuesta a dar sin esperar recibir nada a cambio, dispuesta a dar sin ponerse límites, más aún dispuesta darse a sí mismo en razón del su amor al Señor, incluso sin espera de recompensa, tal como escribe Santa Teresa en sus conocidos versos:
No me tienes que dar por que te quiera, porque aún que lo que espero, no esperará, lo mismo que te quiero te quisiera”.

El Señor aunque muchas veces no lo veamos, ya recompensa aquí abajo, y luego en el Cielo, recompensará nuestras pobres muestras de generosidad, de una forma ahora impensable para nosotros. Tal como claramente nos lo dejó dicho: “Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá. (Lc 6,38). Y también cuando le dijo a sus discípulos: “Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna”. (Mc 10,29-30). Y esta generosidad que Dios tiene con nosotros, es la generosidad que nosotros debemos de tener con los demás, si es que queremos seguirle y ser sus discípulos. Porque tampoco podemos olvidar, aquellas palabras del Señor que nos dirán: “Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis. (Mt 26,40).

Cuando damos de corazón recibiremos el ciento por uno y más. A este respecto voy a contar una historia que vino a mis manos con el título de Dar de corazón. Como toda historia que se precie como tal, no es esta de menos y comienza con la conocida frase: Érase una vez un pordiosero que estaba pidiendo limosna, sentado en el camino. Vio a lo lejos venir al Rey a caballo con su Corona, espada y capa y toda su corte a su alrededor, y pensó: Le voy a pedir y seguramente me dará con generosidad bastante, pues su alta condición le obliga a ello. Y cuando el Rey pasó cerca, le dijo: Su Majestad, ¿Me podría, por favor, regalar una moneda? Aunque en su interior pensaba que El Rey le iba a dar mucho más de una moneda. El rey paró su caballo y le miro, fijamente diciéndole: ¿Por qué no me das algo tú primero? Acaso no soy rey. Pero la contestación del rey le dejó desconcertado. El mendigo no sabía que responder a la pregunta y dijo: Pero Su Majestad, ¡YO NO TENGO NADA! El Rey le respondió: Algo debes tener. ¡BUSCA! Entre su asombro y enojo el mendigo buscó entre sus cosas y supo que tenía una naranja, un pedazo de pan y unos granos de arroz. El mendigo pensó que el pedazo de pan y la naranja eran mucho para darle; pedirle a él, que era el que siempre pedía y recibía, así que en medio de su enojo tomó 5 granos de arroz y se los dio al Rey. Complacido el Rey dijo: ¡VES COMO ¡SI TENIAS! Y le dio 5 Monedas de Oro, una por cada grano de arroz. El Mendigo al ver que había podido obtener mucho más si hubiese sido generoso, trató de recomponer la situación y le dijo entonces a rey: Su Majestad, creo que acá tengo otras cosas más, pero el rey no le hizo caso y le dijo: Solamente de lo que me has dado de corazón, te puedo Yo dar a ti.

En esta historia, es fácil ver y comprender, que nosotros somos el mendigo y el rey es el Señor. Nosotros somos el mendigo en su pobreza egoísta, el rey es el Señor en su extrema generosidad, con el que le es generoso, no solo directamente con Él, sino con los demás, pues para nosotros los demás son tan queridos por Dios como lo somos nosotros y lo que por ellos hagamos al Señor se lo estamos haciendo, y cuantas veces a ellos les sirvamos al Señor le estamos sirviendo, si con ellos compartimos, con el Señor estamos compartiendo.

Ser generoso, es ser feliz, porque la generosidad proporciona felicidad, la que se llama felicidad o alegría de dar. Escribía Henry Nouwen: “Es triste ver que en nuestro mundo, tan enormemente competitivo y codicioso, hemos perdido la alegría de dar. A menudo vivimos como si nuestra felicidad dependiera de tener. Pero no conozco a nadie que sea realmente feliz por lo que tiene. El verdadero gozo, la felicidad y la paz interior, proceden de darnos a los demás. Una vida feliz es una vida entregada a los demás. Y el que da ya sabe lo que recibirá y al que no da conviene recordarle que nada de lo que no quiere dar se lo va a llevar. Es un absurdo emperrarse en ser el más rico del cementerio. En el Libro de los Proverbios, podemos leer: “Hay quien gasta y todavía va a más; y hay quien ahorra en demasía sólo para venir a menos. El alma generosa será colmada, y el que sacia a otro la sed, también será saciado. El pueblo maldice al que acapara trigo; bendición para la cabeza del que vende. (Prov 11,24-26).

La generosidad en el dar, además de fomentar la generosidad y amplitud de espíritu y también de donarnos felicidad, es un antídoto excelente contra el virus introducido en nuestro sistema espiritual por el pecado original. Dar significa siempre privarse de algo, y el privarse de algo, trae consigo un elemento adicional de sacrificio, de vencer nuestra propio y arraigado egoísmo, al realizar nosotros un sacrifico de desprendimiento de algo que estimamos nuestro. La generosidad se opone pues, a la odiosa avaricia, que siempre aspira a adquirir algo para uno mismo a costa de los demás. También la generosidad en el dar, presupone un ejercicio de humildad, dado que como asegura el teólogo dominico Garrigou-Lagrange: “Nadie es profundamente humilde si no es magnánimo, y nadie es verdaderamente magnánimo sin una gran humildad”.

También Santo Tomás de Aquino, se refería al magnánimo diciendo: “El magnánimo solo busca grandes cosas dignas de honor, pero estima que los honores mismos no son prácticamente nada. No teme el desprecio si hay que soportarlo por una gran causa. El éxito no le exalta, y la falta de éxito no puede abatirle. Para él los bienes externos son poca cosa. No se entristece en caso de perderlos. El magnánimo da con largueza a todos los que puede dar. Es verdadero y no hace ningún caso de la opinión desde el momento en que ésta se opone a la verdad por más formidable que pueda llegar a ser. Está dispuesto a morir por la verdad”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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